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las que consiguieron en abundancia, sin hacer otro daño, por mandato del general, á los habitantes. Sin embargo, nada dieron en cambio de los indicados víveres; y ademas se trajeron algunos prisioneros, por la detencion de los cuales no tenian pretesto alguno que alegar. Con el oro ganó á los que tanto habian clamado por la vuelta á Cuba; y si no logró el que se adhiriesen fiel y lealmente á su partido, consiguió al ménos hacerlos callar. Puso en libertad á los cinco presos, y determinó seguir á Cempoala, en virtud de la invitacion de su cacique. Quiabislan, donde intentaba fijar un establecimiento, quedaba en el mismo camino que él habia de seguir. Los buques siguieron por la costa á este puerto, mientras que el ejército, en buen órden y con las debidas precauciones, marchaba hácia Cempoala. Tenia motivos para dudar de la buena fé de los totonaques, y ademas iba entrando contra la voluntad de Moteuczoma en provincias tributarias de su imperio. A la distancia de tres millas de Cempoala le salió al encuentro una embajada, compuesta de veinte de los principales de la cuidad, con un presente de las frutas del pais. Despues de haberlo saludado en nombre del cacique, le espusieron que éste pedia le escusara el no haber venido en persona á recibirlo por no permitírselo su estraordinaria gordura y pesadez. La ciudad era grande y contenia muchos hermosos edificios. Los españoles fueron recibidos y tratados con la mayor hospitalidad, y se les hizo un presente de oro valuado en mil pesos. El cacique enumeró á Cortes los males y sufrimientos que su pueblo padecia bajo la tiranía de Moteuczoma; el escesivo tributo con que los gravaba; y por último, la crueldad con que les arrancaba sus hijas para satisfacer su brutal apetito, y sus hijos para sacrificarlos á sus ídolos. Cortes le habló largamente del poder y grandeza del monarca español y del valor de los que traia á su lado, quienes, añadió, no temian el poder de aquel grande emperador Moteuczoma. Manifestó su voluntad de ayudar al ca

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cique; y le insinuó que uno de los objetos de su mision era poner remedio á los males y fin á la opresion. Al siguiente dia marchó para Quiabislan para reunirse á sus buques, llevando cuatrocientos indios el bagage y provisiones del ejército. Al entrar en el pueblo, el cual estaba fortificado y situado en una roca de difícil subida, no pareció habitante alguno, hasta que los españoles se acercaron al medio de la ciudad, en donde estaban erijidos los templos. Quince personas, vestidas de ricos mantos, se adelantaron en este parage á recibir á Cortes; le quemaron incienso y disculparon la ausencia de los naturales, causada, segun decian, por la timidez. El gordo cacique siguió á Cortes, aunque con paso mas lento; y en las varias conferencias que tuvo con él y los jefes de Quiasbilan fueron renovadas las quejas contra la crueldad de Moteuczoma. Cortes gustó mucho de la situacion del pueblo, y determinó hacer en él una fortaleza, cuya idea se puso inmediatamente por obra. Se empezaron las barracas con aquellas circunvalaciones suficientes á protejer á los que las ocupaban del asalto de un ejército de indios. Los habitantes de Cempoala y Quiahuitztla se prestaron á ayudar alegremente á la construccion de ellas; y Cortes sirvió de ejemplo trabajando con diligencia en persona. Acabados de llegar los españoles á este lugar, y mientras que se estaban en las conferencias acerca del territorio mejicano, se recibió noticia de la venida de cinco recaudadores de tributos de Moteuczoma; noticia que causó á los naturales la mayor consternacion. Estos dignatarios fueron recibidos con la mayor pompa y escoltados á sus alojamientos por los principales de Cempoala. Al pasar por el cuartel de Cortes, ni aun se dignaron mirar á los españoles; y habiendo llamado á su presencia á los caciques los reprendieron por haber recibido y mantenido á los estrangeros contra la voluntad del emperador. Para espiar esta ofensa pidieron veinte hombres y mugeres para sacrificarlos á sus dioses. Habiendo sido infor

mado Cortes, por medio de doña Marina, de estas circunstancias, aconsejó á los caciques que inmediatamente prendiesen á los recaudadores, y los tuviesen en prision hasta que pudiera saberse de cierto si Moteuczoma sancionaba sus exacciones; prometiéndoles el protejerlos si adoptaban esta medida. La propuesta fué recibida con temor. Estos enviados mejicanos, á semejanza de los mohawks de la América setentrional. confiados en el terror que el recuerdo de anteriores castigos y el nombre de su nacion inspiraban, se presentaban entre las naciones tributarias, sin que los acompañase fuerza alguna armada, y su venida ocasionaba aquella servil y terrífica sumision que se seguiria á la de una divinidad maligna ó vengativa. Pero la presencia de los españoles, ó tal vez el reverente miedo que estos les habian infundido, fortificaron las indecisas resoluciones de los caciques. Prendieron á los cinco mensageros y los pusieron en una especie de picota, hecha de argollas de hierro y maderos puestos en figura transversal, en la que no podian mudar de postura; y á uno de ellos que se resistió tenazmente le obligaron á ceder á garrotazos. Los totonaques, habiendo pasado así el Rubicon, y guiados del espíritu propio de sus salvages costumbres y de la audacia que tan repentinamente habian adquirido, propusieron sacrificar á los prisioneros. Cortes, para impedir el que pusiesen en ejecucion este sangriento designio, tomó á su cargo la custodia de los mensageros, y los puso bajo la guardia de sus propios soldados. Aun no habia llegado á comprometerse con el pueblo hasta el grado de obli- . garse á ayudarlos contra los mejicanos, si atentaban á sacudir su yugo. Su política era mas perspicaz, y las medidas que adoptó en esta crísis prueban que los límites de su sagacidad eran muy estensos. Sin embargo, por no contradecirse en sus principios, no permitió se consumase el sacrificio de los mensageros; pues el principal fundamento en que se habia apoyado para incitar á los caciques á que resistiesen las demandas de los re

caudadores, fué que los sacrificios de víctimas humanas eran abominados por el código de aquella verdadera religion, que, entre otros objetos, habia venido á convidarlos que aceptasen. En esta ocasion usó de una política doble con los prisioneros y los caciques. Hizo poner en libertad á la media-noche á dos de aquellos, y que fuesen traidos á su alojamiento. Les preguntó, aparentando la mayor ignorancia en el asunto, de donde venian y porqué los habian preso. Habiéndole ellos respondido, les dijo que nada habia sabido de la naturaleza de aquellos procederes; mandó que les trajesen alimentos; y les suplicó asegurasen á su soberano que deseaba ardientemente cultivar su amistad. En seguida los hizo embarcar clandestinamente en un bote, en el cual fueron transportados á un parage en la costa fuera del distrito de Cempoala. Cuando los caciques descubrieron por la mañana su fuga, Cortes aparentó mucho enojo por el descuido de sus guardias, á las que reprendió; y ordenó que para mayor seguridad fuesen llevados los otros tres mensageros abordo de uno de sus buques. Pero al momento que llegaron al buque les hizo quitar las prisiones, y les prometió enviarlos á sus casas al punto que pudiera hacerlo con seguridad. Los caciques, conociendo ahora que Moteuczoma seria prontamente informado de la audacia y atrevimiento con que se habian conducido, manifestaron á Cortes sus temores por las resultas. Cortes les aseguró que los protejeria; y para dar fuerza á sus palabras hizo que sus tropas ostentasen su pericia militar, maniobrando al efecto la artilleria, caballeria é infanteria. Los caciques se obligaron por un convenio á ayudarlo con todas sus fuerzas; y con las formalidades usadas en estos casos, y ánte el escribano real Diego de Godoy, prestaron juramento de obediencia y fidelidad al rei de España. Se anunciaron estas ocurrencias por toda la provincia; y los caciques de las montañas vecinas vinieron pronta y sucesivamente á Quiasbilan para convenir en la

medida tomada, y para consultar en cuanto á las que fuese necesario adoptar á su consecuencia. Entretanto continuaba con rapidez la'edificacion de la ciudad, á la cual se dió el nombre de Vera-cruz; y quedó resuelto emprender la marcha ácia Méjico, en union de las fuerzas de sus aliados, al momento que estuviese concluida la fortaleza y completos los preparativos. El sitio de la ciudad estaba al pié del monte Quiahuitzla, dos millas al norte de Cempoala, y media legua distante del primer parage, entre éste y el mar. Moteuczoma habia sido informado con tiempo por sus activos corredores de que los españoles habian avanzado hasta Cempoala; y se dice. que estaba determinado á salir en persona contra ellos á la cabeza de un poderoso ejército, cuando la llegada de sus recaudadores, libertados por Cortes, le ofreció otra oportunidad para intentar, por medio de su infatuado sistema de política, la dilacion de los peligros que tan claramente temia. Despachó al campamento español una embajada de paz, compuesta de dos sobrinos suyos y cuatro ancianos nobles, con un presente del valor de unos dos mil pesos. Las instrucciones de estos embajadores se reducian á dar gracias á Cortes de parte del emperador por haber puesto en libertad á sus dos recaudadores de tributos; á manifestarle que, en virtud de este acto de política, se habia mandado suspender toda medida hostil; á quejarse de su presencia entre los rebeldes tributarios de Moteuczoma, como de la causa que los animaba á la desobediencia; y por último, á repetir el cuento acerca de las dificultades de la jornada á Méjico, y de la repugnancia del emperador á patrocinar ningun otro paso dado ácia el interior de sus dominios, Cortes replicó en los términos ambiguos que ya ántes lo habia hecho; se quejó de la partida de 'Teuhtile y tlalpitoe, como de una violacion de los ritos de la hospitalidad; espresó sus amigables disposiciones ácia el emperador, en prueba de lo cual entregó á los embajadores los otros tres recaudadores que habia cuidado abordo

Cui

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