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cos dias habia, de otra generacion de indios que se llaman merchireses, y que ellos habian oido decir á los de su generacion que los guaycurues tenian guerra con la generacion de los indios que se llaman guatataes, y que creian que iban á hacerlos daño á sus pueblos, y que á esta causa iban caminando á tanta priesa por la tierra; y porque las espías iban tras de ellos caminando hasta los ver adónde hacian parada y asiento, para dar el aviso de ello; y sabido por el Gobernador lo que la espía dijo, visto que aquella noche hacia buena luna clara, mandó que por la misma órden fuesen todavía caminando todos adelante sobre aviso, los ballesteros con sus ballestas armadas, y los arcabuceros cargados los arcabuces y las mechas encendidas (segun que en tal caso convenia); porque, aunque los indios guaranies iban en su compañía y eran tambien sus amigos, tenian todo cuidado de recatarse y guardarse de ellos tanto como de los enemigos, porque suelen hacer mayores traiciones y maldades si con ellos se tiene algun descuido y confianza; y así, suelen hacer de las suyas.

marchasen lo mas encubiertamente que pudiesen, caminando tras de los indios, y que no se hiciesen fuegos de dia, porque no fuese descubierto el ejército, ni se desmandasen los indios que allí iban, á cazar ni á otra cosa alguna; y acordado sobre esto, domingo de mañana partieron con buena órden, y fueron caminando por unos llanos y por entre arboledas, por ir mas encubiertos, y de esta manera fueron caminando, llevando siempre delante indios que descubrian la tierra, muy ligeros y corredores, escogidos para aquel efecto, los cuales siempre venian á dar aviso; y demás de esto, iban las espías con todo cuidado en seguimiento de los enemigos, para tener aviso cuando hobiesen asentado su pueblo; y la órden que el Gobernador dió para marchar el campo fué, que todos los indios que consigo llevaba iban hechos un escuadron, que duraba bien una legua, todos con sus plumajes y papagayos muy galanos y pintados, y con sus arcos y flechas, con mucha órden y concierto; los cuales llevaban el avanguardia, y tras de ellos, en el cuerpo de la batalla, iba el Gobernador con la gente de caballo, y luego la infantería de los españoles, arcabuceros y ballesteros, con el carruaje de las mujeres que llevaban la municion y bastimentos de los españoles, y los indios llevaban su carruaje en medio de ellos; y de esta forma y manera fueron caminando hasta el mediodía, que fueron á reposar debajo de unas grandes arboledas; y habiendo allí comido y reposado toda la gente y indios, tornaron á caminar por las veredas, que iban seguidas por vera de los montes y arboledas, por donde los indios, que sabian la tierra, los guiaban; y en todo el camino y campos que llevaron á su vista, habia tanta caza de venados y avestruces, que era cosa de ver ; pero los indios ni los españoles no salian á la caza, por no ser descubiertos ni vistos por los enemigos; y con la órden iban caminando, llevando los indios guaranies la vanguardia (segun está dicho), todos hechos un escuadron, en buena órden, en que habria bien diez mil hombres, que era cosa muy de ver cómo iban todos pintados de almagra y otras colores, y con tantas cuentas blancas por los cuellos, y sus penachos, y con muchas planchas de cobre, que, como el sol reverberaba en ellas, daban de sí tanto resplandor, que era maravilla de ver; los cuales iban proveidos de muchas flechas y arcos.

CAPITULO XXIII.

Cómo, yendo siguiendo los enemigos, fué avisado el Gobernador cómo iban adelante.

Caminando el Gobernador y su gente por la órden ya dicha todo aquel dia, después de puesto el sol, á hora del Ave-María, sucedió un escándalo y alboroto entre los indios que iban en la hueste; y fué el caso que se vinieron apretar los unos con los otros, y se alborotaron con la venida de un espía que vino de los indios guaycurues, que los puso en sospecha que se querian retirar de miedo de ellos; la cual les dijo que iban adelante, y que los habia visto todo el dia cazar por toda la tierra, y que todavía iban adelante caminando sus mujeres y hijos, y que creian que aquella noche asentarian su pueblo, y que los indios guaranies habian sido avisados de unas esclavas que ellos habian captivado po

CAPITULO XXIV.

De un escándalo que causó un tigre entre los españoles
y los indios.

Caminando el Gobernador y su gente por vera de unas arboledas muy espesas, ya que queria anochecer, atravesóse un tigre por medio de los indios, de lo cual hobo entre ellos tan grande escándalo y alboroto, que hicieron á los españoles tocar al arma, y los españoles, creyendo que se querian volver contra ellos, dieron en los indios con apellido de Santiago, y de aquella refriega hirieron algunos indios; y visto por los indios, se metieron por el monte adentro huyendo, y hobieran herido con dos arcabuzazos al Gobernador, porque le pasaron las pelotas á raíz de la cara; los cuales se tuvo por cierto que le tiraron maliciosamente por lo matar, por complacer á Domingo de Irala, porque le habia quitado el mandar de la tierra, como solia. Y visto por el Gobernador que los indios se habian metido por los montes, y que convenia remediar y apaciguar tan grandes escándalos y alboroto, se apeó solo, y se lanzó en el monte con los indios, animándoles y diciéndoles que no era nada, sino que aquel tigre habia causado aquel alboroto, y que él y su gente española eran sus amigos y hermanos, y vasallos de su majestad, y que fuesen todos con él adelante á echar los enemigos de la tierra, pues que los tenian muy cerca. Y con ver los indios al Gobernador en persona entre ellos, y con las cosas que les dijo, ellos se asosegaron, y salieron del monte con él; y es cierto que en aquel trance estuvo la cosa en punto de perderse todo el campo, porque si los dichos indios huian y se volvian á sus casas, nunca se aseguraran ni fiarian de los españoles, ni sus amigos y parientes; y ansí, se salieron, llamando el Gobernador á todos los principales por sus nombres, que se habian metido en los montes con los otros; los cuales estaban muy atemorizados, y les dijo y aseguró que viņiesen con él seguros, sin ningun miedo ni temor; y que si los espeñoles los habian querido matar, ellos habian sido la causa, porque se habian puesto en arma, dando á entender que los querian matar; porque bien entendido

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tenian que habia sido la causa aquel tigre que pasó | enemigos esperando que aclarase el dia para darles la entre ellos, y que habia puesto el temor á todos; y que, pues eran amigos, se tornasen å juntar, pues sabian que la guerra que iban á hacer, era y tocaba á ellos mismos, y por su respeto se la hacia, porque los indios guaycurues nunca los habian visto ni conoscido los españoles, ni hecho ningun enojo ni daño, y que por los amparar y defender á ellos, y que no les fuesen hechos daños algunos, iban contra los dichos indios.

Siendo tan rogados y persuadidos por el Gobernador por buenas palabras, salieron todos á ponerse en su mano muy atemorizados, diciendo que ellos se habian escandalizado yendo caminando, pensando que del monte salian sus enemigos, los que iban á buscar; y que iban huyendo á se amparar con los españoles, y que no era otra la causa de su alteracion; y como fueron sose→ gados los indios principales, luego los otros de su generacion se juntaron, y sin que hobiese ningun muerto; y ansí juntos, el Gobernador mandó que todos los indios de allí adelante fuesen á la retaguardia, y los españoles en el avanguardia, y la gente de á caballo delante de toda la gente de los indios españoles; y mandó que todavía caminasen como iban en la órden, por dar mas contento á los indios, y viesen la voluntad con que iban contra sus enemigos, y perdiesen el temor de lo pasado; porque, si se rompiera con los indios, y no se pusiera remedio, todos los españoles que estaban en la provincia no se pudieran sustentar ni vivir en ella, y la habian de desamparar forzosamente; y así, fué caminando hasta dos horas de la noche, que paró con toda la gente, á do cenaron de lo que llevaban, debajo de unos árboles.

CAPITULO XXV..

De cómo el Gobernador y su gente alcanzaron á los enemigos. A hora de las once de la noche, después de haber reposado los indios y españoles que estaban en el campo, sin consentir que hiciesen lumbre ni fuego ninguno, porque no fuesen sentidos de los enemigos, á la hora llegó una de las espías y descubridores que el Gobernador habia enviado para saber de los enemigos, y dijo que los dejaba asentando su pueblo; lo cual holgó mucho de oir el Gobernador, porque tenia temor que hobiesen oido los arcabuces al tiempo que los dispararon en el alboroto y escándalo de aquella noche; y haciéndole preguntar á la espía á dó quedaban los indios, le dijo que quedarian tres leguas de allí; y sabido esto por el Gobernador, mandó levantar el campo, y caminó luego toda la gente, yendo con ella poco a poco, por detenerse en el camino y llegar á dar en ellos al reir del alba, lo cual ansí convenia para seguridad de los indios amigos que consigo llevaban, y les dió por señal unas cruces de yeso, en los pechos puestas y señaladas, y en las espaldas tambien, porque fuesen conoscidos de los españoles, y no los matasen, pensando que eran los enemigos. Mas, aunque esto llevaban para remedio de su seguridad y peligro, entrando de noche en las casas, no bastaban para la fuga de las espadas, porque tambien se hieren y matan los amigos como los enemigos; y ansí caminaron hasta que el alba comenzó a romper, al tiempo que estaban cerca de las casas y pueblo de los

á

batalla. Y porque no fuesen entendidos ni sentidos de ellos, mandó que hinchesen á los caballos las bocas de yerba sobre los frenos, porque no pudiesen relinchar; y mandó á los indios que tuviesen cercado el pueblo de los enemigos, y les dejasen una salida por donde pudie→ sen huir al monte, por no hacer mucha carnecería en ellos. Y estando así esperando, los indios guaranies que consigo traia el Gobernador se morian de miedo de ellos, y nunca pudo acabar con ellos que acometiesen á los enemigos. Y estándoles el Gobernador rogando y per suadiendo á ello, oyeron los atambores que tañian los indios guaycurues; los cuales estaban cantando y llamando todas las nasciones, diciendo que viniesen á ellos, porque ellos eran pocos y mas valientes que todas las otras nasciones de la tierra, yeran señores de ella y de los venados y de todos los otros animales de los campos, y eran señores de los rios, y de los pesces que andaban en ellos; porque lo tal tienen de costumbre aquella nascion, que todas las noches del mundo se velan de esta manera; ✰ al tiempo que ya se venia el dia, salieron un poco adelante, y echáronse en el suelo; y estando así, vieron el bulto de la gente y las mechas de los arcabuces; y como los enemigos reconoscieron tanto bulto de gentes y muchas lumbres de las mechas, hablaron alto, diciendo: «¿Quién sois vosotros, que osais venir á nuestras casas?» Y respondióles un cristiano que sabia su lengua, y díjoles: «Yo soy Héctor (que así se llamaba la lengua que lo dijo), y vengo con los mios á hacer el trueque (que en su lengua quiere decir venganza) de la muerte de los batates que vosotros matastes.» Entonces respondieron los enemigos: «Vengais mucho en mal hora; que tambien habrá para vosotros como hobo para ellos.>> Y acabado de decir esto, arrojaron á los españoles los tizones de fuego que traian en las manos, у volvieron corriendo á sus casas, y tomaron sus arcos y flechas, y volvieron contra el Gobernador y su gente con tanto ímpetu y braveza, que parescia que no lo tenian en na→ da: los indios que llevaba consigo el Gobernador se retiraran y huyeran si osaran. Y visto esto por el Gobernador, encomendó el artillería de campo que llevaba, á don Diego de Barba, y al capitan Salazar la infantería de todos los españoles y indios, hechos dos escuadrones, y mandó echar los pretales de los cascabeles á los caballos, y puesta la gente en órden, arremetieron contra los enemigos con el apellido y nombre de Señor Santiago, el Gobernador delante en su caballo, tropellando cuantos hallaba delante; y como vieron los indios enemigos los caballos, que nunca los habian visto, fué tanto el espanto que tomaron de ellos, que huyeron para los montes cuanto pudieron, hasta meterse en ellos, y al pasar por su pueblo pusieron fuego á una casa; y como 50 son de esteras, de juncos y de enea, comenzó á arder, y á esta causa se emprendió el fuego por todas las otras, que serian hasta veinte casas levadizas, y cada casa era de quinientos pasos. Habria en esta gente hasta cuatro mil hombres de guerra, los cuales se retiraron detrás del humo que los fuegos de las casas hacian; y estando así cubiertos con el humo mataron dos cristianos y descabezaron doce indios, de los que consigo llevaban, de esta manera, tomándolos por los cabellos, y con unos

CAPITULO XXVII.

De cómo el Gobernador volvió á la ciudad de la Ascension con toda su gente.

tres ó cuatro dientes que traen en un palillo, que son de un pescado que se dice palometa. Este pescado corta los anzuelos con ellos, y teniendo á los prisioneros por los cabellos, con tres ó cuatro refregones que les dan, corriendo la mano por el pescuezo y torciéndola un poco, se lo cortan, y quitan la cabeza, y se la llevan en la mano, asida por los cabellos; y aunque van corriendo, muchas veces lo suelen hacer así tan fácilmente como si fuese otra cosa mas ligera.

CAPITULO XXVI.

Cómo el Gobernador rompió los enemigos. Rompidos y desbaratados los indios, y yendo en su seguimiento el Gobernador y su gente, uno de á caballo que iba con el Gobernador, que se halló muy junto á un indio de los enemigos, el cual indio se abrazó al pescuezo de la yegua en que iba él caballero, y con tres flechas que llevaba en la mano dió por el pescuezo á la yegua, que se lo pasó por tres partes, y no lo pudieron quitar hasta que allí lo mataron; y si no se hallara presente el Gobernador, la victoria por nuestra parte estuviera dudosa. Esta gente de estos indios son muy grandes y muy ligeros, son muy valientes y de grandes fuerzas, viven gentílicamente, no tienen casas de asiento, mantiénense de montería y de pesquería; ninguna nacion los venció sino fueron españoles. Tienen por costumbre que si alguno los venciese, se les darian por esclavos. Las mujeres tienen por costumbre y libertad que si á cualquier hombre que los suyos hobieren prendido y captivado queriéndolo matar, la primera mujer que lo viera lo liberta, y no puede morir ni menos ser captivo; y queriendo estar entre ellos el tal captivo, lo tratan y quieren como si fuese de ellos mismos. Y es cierto que las mujeres tienen mas libertad que la que dió la reina doña Isabel, nuestra señora, á las mujeres de España; y cansado el Gobernador y su gente de seguir el enemigo, se volvió al real, y recogida la gente con buena órden, comenzó á caminar, volviéndose á la ciudad de la Ascension; é yendo por el camino, los indios guaycurues por muchas veces los siguieron y dieron arma, lo cual dió causa á que el Gobernador tuviese mucho trabajo en traer recogidos los indios que consigo llevó, porque no se los matasen los enemigos que habian escapado de la batalla; porque los indios guaranies que habian ido en su servicio tienen por costumbre que, en habiendo una pluma 6 una flecha ó una estera de cualquiera de los enemigos, se vienen con ella para su tierra solos, sin aguardar otro ninguno; y así acontesció matar veinte guaycurues á mil guaranies, tomándolos solos y divididos; tomaron en aquella jornada el Gobernador y su gente hasta cuatrocientos prisioneros, entre hombres y mujeres y mochachos; y caminando por el camino, la gente de á caballo alancearon y mataron muchos venados; de que los indios se maravillaban mucho de ver que los caballos fuesen tan ligeros que los pudiesen alcanzar. Tambien los indios mataron con flechas y arcos muchos venados; y á hora de las cuatro de la tarde vinieron á reposar debajo de unas grandes arboledas, donde dormieron aquella noche, puestas centinelas y á buen recaudo.

Otro dia siguiente, siendo de dia claro, partieron en buena órden, y fueron caminando y cazando, así los españoles de á caballo como los indios guaranies, y se mataron muchos venados y avestruces, y ansimismo la gente española con las espadas mataron algunos venados que venian á dar al escuadron huyendo de la gente de á caballo y de los indios, que era cosa de ver y de muy gran placer ver la caza que se hizo el dicho dia; y hora y media antes que anocheciese llegaron á la ribera del rio del Paraguay, donde habia dejado el Gobernador los dos bergantines y canoas, y este dia comenzó á pasar alguna de la gente y caballos; y otro dia siguiente, dende la mañana hasta el mediodía, se acabó todo de pasar; y caminando, llegó á la ciudad de la Ascension con su gente, donde habia dejado para su guarda docientos y cincuenta hombres, y por capitan á Gonzalo de Mendoza, el cual tenia presos seis indios de una generacion que se llaman yapirues, la cual es una gente crescida, de grandes estaturas, valientes hombres, guerreros y grandes corredores, y no labran ni crian: mantiénense de la caza y pesquería; son enemigos de los indios guaranies y de los guaycurues. Y habiendo hablado Gonzalo de Mendoza al Gobernador, le informó y dijo que el dia antes habian venido los indios y pasado el rio del Paraguay, diciendo que los de su generacion habian sabido de la guerra que habian ido á hacer y se habia hecho á los indios guaycurues, y que ellos y todas las otras generaciones estaban por ello atemorizados, y que su principal los enviaba á hacer saber cómo deseaban ser amigos de los cristianos; y que si ayuda fuese menester contra los guaycurues, que vernian; y que él habia sospechado que los indios venian á hacer alguna traicion y á ver su real, debajo de aquellos ofrescimientos, y que por esta razon los habia preso hasta tanto que se pudiese bien informar y saber la verdad; y sabido lo susodicho por el Gobernador, los mandó luego soltar y que fuesen traidos ante él; los cuales fueron luego traidos, y les mandó hablar con una lengua intérprete español que entendia su lengua, y les mandó preguntar la causa de su venida á cada uno por sí. Y entendido que de ello redundara provecho y servicio de su majestad, les hizo buen tratamiento, y les dió muchas cosas de rescates para ellos y para su principal, diciéndoles cómo él los recebia por amigos y por vasallos de su majestad, y que del Gobernador serian bien tratados y favorescidos; con tanto, que se apartasen de la guerra que solian tener con los guaranies, que eran vasallos de su majestad, y de hacerles daño; porque les hacia saber que esta habia sido la causa principal por que les habia hecho guerra á los indios guaycurues; y ansí los despidió, y se partieron muy alegres y contentos.

CAPITULO XXVIII.

De cómo los indios agaces rompieron las paces. Demás de lo que Gonzalo de Mendoza dijo y avisó al Gobernador, de que se hace mencion en el capítulo antes que este, le dijo que los indios de la generacion de

os agaces, con quien se habian hecho y asentado las paces la noche del proprio dia que partió de la ciudad de la Ascension á hacer la guerra á los guaycurues, habian venido con mano armada á poner fuego á la ciudad y hacerles la guerra, y que habian sido sentidos por las centinelas, que tocaron al arma; y ellos, conosciendo que eran sentidos, se fueron huyendo, y dieron en las labranzas y caserías de los cristianos, de los cuales tomaron muchas mujeres de la generacion de los guaranies, de cristianas nuevamente convertidas, y que de allí adelante habian venido cada noche á saltear y robar la tierra, y habian hecho muchos daños á los naturales por haber rompido la paz; y las mujeres que habian dado en rehenes, que eran de su generacion, para que guardarian la paz, la misma noche que ellos vinieron habian huido, y les habian dado aviso cómo el pueblo quedaba con poca gente, y que era buen tiempo para matar los cristianos; y por aviso de ellas vinieron á quebrantar la paz y hacer la guerra, como lo acostumbraban; y habian robado las caserías de los españoles, donde tenian sus mantenimientos, y se los habian llevado, con mas de treinta mujeres de los guaranies. Y oido esto por el Gobernador, y tomada informacion de ello, mandó llamar los religiosos y clérigos, y á los oficiales de su majestad y á los capitanes, á los cuales dió cuenta de lo que los agaces habian hecho en rompimiento de las paces, y les rogó, y de parte de su majestad les mandó, que diesen su parescer (como su majestad lo mandó que lo tomase, y con él hiciese lo que conviniese), firmándolo todos ellos de sus nombres y mano, y siendo conformes á una cosa, hiciese lo que ellos le aconsejasen; y platicado el negocio entre todos ellos, y muy bien mirado, fueron de acuerdo y le dieron por parescer que les hiciese la guerra á fuego y á sangre, por castigarlos de los males y daños que continuo hacian en la tierra; y siendo este su parescer, estando conformes, lo firmaron de sus nombres. Y para mas justificacion de sus delitos, el Gobernador mandó hacer proceso contra ellos; y hecho, lo mandó juntar y acomular con otros cuatro procesos que habian hecho contra ellos antes que el Gobernador fuese. Los cristianos que antes en la tierra estabau habian muerto mas de mil de ellos por los males que en la tierra continuamente hacian.

CAPITULO XXIX.

De cómo el Gobernador soltó uno de los prisioneros guaycurues, y envió á llamar los otros.

Después de haber hecho lo que dicho es contra los agaces, mandó el Gobernador llamar á los indios principales guaranies que se hallaron en la guerra de los guaycurues, y les mandó que le trujesen todos los prisioneros que habian habido y traido de la guerra de los guaycurues, y les mandó que no consintiesen que los guaranies escondiesen ni traspusiesen ninguno de los dichos prisioneros, so pena que el que lo hiciese seria muy bien castigado; y así, trujeron los españoles los que habian habido, y á todos juntos les dijo que su majestad tenia mandado que ninguno de aquellos guaycurues no fuese esclavo, porque no se habian hecho con ellos las diligencias que se habian de hacer, y antes era mas servido que se les diese libertad; y entre

los tales indios prisioneros estaba uno muy gentil hombre y de muy buena proporcion, y por ello el Gobernador lo mandó soltar y poner en libertad, y le mandó que fuese á llamar los otros todos de su generacion; que él queria hablarles de parte de su majestad y recebirlos en su nombre por sus vasallos, y que siéndolo ellos, él los ampararia y defenderia, y les daria siempre rescates y otras cosas; y dióle algunos rescates, con que se partió muy contento para los suyos, y ansí se fué, y dende á cuatro dias volvió y trujo consigo todos los de su generacion, los cuales muchos de ellos estaban mal heridos; y así como estaban vinieron todos, sin faltar ninguno.

CAPITULO XXX.

Cómo vinieron á dar la obediencia los indios guaycurues
á su majestad.

Dende á cuatro dias que el prisionero se partió del real, un lúnes por la mañana llegó á la orilla del rio con toda la gente de su nacion, los cuales estaban debajo de una arboleda á la orilla del rio del Paraguay; y sabido por el Gobernador, mandó pasar muchas canoas con algunos cristianos y algunas lenguas con ellas, para que los pasasen á la ciudad, para saber y entender qué gente eran; y pasadas de la otra parte las canoas, y en ellas hasta veinte hombres de su nacion, vinieron ante el Gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un pié como es costumbre, entre ellos, y dijeron por su lengua que ellos eran principales de su nacion de guaycurues, y que ellos y sus antepasados habian tenido guerras con todas las generaciones de aquella tierra, así de los guaranies como de los imperues y agaces y guatataes y naperues y mayaes, y otras muchas generaciones, y que siempre les habian vencido y maltratado, y ellos no habian sido vencidos de ninguna generacion ni lo pensaron ser; y que pues habian hallado otros mas valientes que ellos, que se venian á poner en su poder y á ser sus esclavos, para servir á los españoles; y pues el Gobernador, con quien hablaban, era el principal de ellos, que les mandase lo que habian de hacer como á tales sus sujetos y obedientes; y que bien sabian los indios guaranies que no bastaban ellos á hacerles la guerra, porque ellos no los temian ni tenian en nada, ni se atreverian á los ir á buscar y hacer la guerra si no fuera por los españoles; y que sus mujeres y hijos quedaban dé la otra parte del rio, y venian á dar la obediencia y hacer lo mismo que ellos; y que por ellos, y en nombre de todos, se venian á ofrescer al servicio de su majestad.

CAPITULO XXXI.

De cómo el Gobernador, hechas las paces con los guaycurues, les entregó los prisioneros.

Y visto por el Gobernador lo que los indios guaycurues dijeron por su mensaje, y que una gente que tan temida era en toda la tierra venian con tanta humildad á ofrecerse y ponerse en su poder (lo cual puso grande espanto y temor en toda la tierra), les mandó decir por las lenguas intérpretes que él era allí venido por mandado de su majestad, y para que todos los naturales viniesen en conoscimiento de Dios nuestro Señor, y fue

sen cristianos y vasallos de su majestad, y á ponerlos en paz y sosiego, y á favorescerlos y hacerlos buenos tratamientos; y que si ellos se apartaban de las guerras y daños que hacian á los indios guaranies, que él los ampararia y defenderia y tendria por amigos, y siempre serian mejor tratados que las otras generaciones, y que les darian y entregarian los prisioneros que en la guerra Jes habia tomado, así los que él tenia como los que tenian los cristianos en su poder, y los otros todos que tenian los guaranies que en su compañía habian llevado (que tenian muchos de ellos); y poniéndolo en efecto, los prisioneros que en su poder estaban y los que los dichos guaranies tenian, los trajeron todos ante el Gobernador, y se los dió y entregó; y como los hobieron recebido, dijeron y afirmaron otra vez que ellos querian ser vasallos de su majestad, y dende entonces daban la obediencia y vasallaje, y se apartaban de la guerra de los guaranies, y que dende en adelante vernian á traer en la ciudad todo lo que tomasen, para provision de los españoles; y el Gobernador se lo agradesció, y les repartió á los principales muchas joyas y rescates, y quedaron concertadas las paces, y de allí adelante siempre las guardaron, y vinieron todas las veces que el Gobernador los envió á llamar, y fueron muy obedientes en sus mandamientos, y su venida era de ocho á ocho dias á la ciudad, cargados de carne de venados y puercos monteses, asada en barbacoa. Esta barbacoa es como unas parrillas, y están dos palmos altas del suelo, y son de palos delgados, y echan la carne escalada encima, y así la asan; y traen mucho pescado y otros muchos mantenimientos, mantecas y otras cosas, y muchas mantas de lino que hacen de unos cardos, las cuales hacen muy pintadas; y asimismo muchos cueros de tigrés y de dantas y de venados, y de otros animales matan; y cuando así vienen, dura la contratacion de los tales mantenimientos dos dias y contratan los de la otra parte del rio que están con sus ranchos; la cual contratacion es muy grande, y son muy apacibles para los guaranies, los cuales les dan, en trueque de lo que traen, mucho maíz y mandioca y mandubis, que es una fruta como avellanas ó chufas, que se cria debajo de la tierra; tambien les dan y truecan arcos y flechas; y pasan el rio á esta contratacion docientas canoas juntas, cargadas de estas cosas, que es la mas hermosa cosa del mundo verlas ir; y como van con tanta priesa, algunas veces se encuentran las unas con las otras, de manera que toda la mercaduría y ellas van al agua; y los indios á quien acontesce lo tal, y los otros que están en tierra esperándoles, toman tan gran risa, que en dos dias no se apacigua entre ellos el regocijo; y para ir á contratar van muy pintados y empenachados, y toda la plumería va por el rio abajo, y mueren por llegar con sus canoas unos primero que otros, y esta es la causa por donde se encuentran muchas veces; y en la contratacion tienen tanta vocería, que no se oyen los unos á los otros, y todos están muy alegres y regocijados.

CAPITULO XXXII.

Cómo vinieron los indios aperues á hacer paz y dar la obediencia.

que

Dende á pocos dias que los seis indios aperues se

volvieron para los suyos, después que los mandó soltar el Gobernador para que fuesen á asegurar á los otros indios de su generacion, un domingo de mañana llegaron á la ribera del Paraguay, de la otra parte, á vista de la ciudad de la Ascension, hechos un escuadron; los cuales hicieron seña á los de la ciudad, diciendo que querian pasar á ella; y sabido por el Gobernador, luego mandó ir canoas á saber qué gente eran; y como llegaron á tierra, los dichos indios se metieron en ellas y pasaron de esta otra parte hácia la ciudad; y venidos delante del Gobernador, dijeron cómo eran de aperues, y se sentaron sobre el pié, como gente de paz (segun su costumbre); y sentados, dijeron que eran los principales de aquella generacion Hamada aperues, y que venian á conoscerse con el principal de los cristianos, y á lo tener por amigo y hacer lo que él les mandase; y que la guerra que se habia hecho á los indíos guaycurues la habian sabido por toda la tierra, y que por razon de ello todas las generaciones estaban muy temerosas y espantadas de que los dichos indios (siendo los mas valientes y temidos) fuesen acometidos y vencidos y desbaratados por los cristianos; y que en señal de la paz y amistad que querian tener y conservar con los cristianos trujeron consigo ciertas hijas suyas, y rogaron al Gobernador que las recebiese, y para que ellos estuviesen mas ciertos y seguros y les tuviesen por amigos, las daban en rehenes; y estando presentes á ello los capitanes y religiosos que consigo traia el Gobernador, y ansimismo en presencia de los oficiales de su majestad, dijo que él era venido á aquella tierra á dar á entender á los naturales de ella cómo habian de ser cristianos y enseñados en la fe, y que diesen la obediencia á su majestad, y tuviesen paz y amistad con los indios guaranies, pues eran naturales de aquella tierra y va→ sallos de su majestad, y que guardando ellos el amistad y otras cosas que les mandó de parte de su majestad, los recebiria por sus vasallos, y como á tales los ampararia y defenderia de todos, guardando la paz y amistad con todos los naturales de aquella tierra, y mandaria á todos los indios que los favoresciesen y tuviesen por amigos; y dende allí los tuviesen por tales, y que cada y cuando que quisiesen pudiesen venir segu ros á la ciudad de la Ascension á rescatar y contratar con los cristianos y indios que en ella residian, como lo hacian los guaycurues después que asentó la paz con ellos; y para tener seguro de ellos, el Gobernador recebió las mujeres y hijas que le dieron, y tambien porque no se enojasen, creyendo que, pues no las tomaba, no los admitia; las cuales mujeres y muchachos el Gobernador dió á los religiosos y clérigos para que las doctrinasen y enseñasen la doctrina cristiana, y las pusiesen en buenos usos y costumbres; y los indios se holgaron mucho de ello, y quedaron muy contentos y alegres por haber quedado por vasallos de su majestad, y dende luego como tales le obedescieron y propusieron de cumplir lo que por parte del Gobernador les fué mandado; y habiéndoles dado muchos rescates, con que se alegraron y contentaron mucho, se fueron muy alegres. Estos indios de que se ha tratado nunca están quedos de tres dias arriba en un asiento; siempre se mudan de tres á tres dias, y andan buscando la caza y monterías y

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