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NAUFRAGIOS

DE

ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA,

Y

RELACION DE LA JORNADA QUE HIZO A LA FLORIDA

CON

EL ADELANTADO PÁNFILO DE NARVAEZ.

CAPITULO PRIMERO.

En que cuenta cuándo partió el armada, y los oficiales y gente que iba en ella:

A 17 dias del mes de junio de 1527 partió del puerto de Sant Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narvaez, con poder y mandado de vuestra majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el rio de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra-Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco mas o menos, irian seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mencion) eran estos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enriquez, contador; Alonso de Solís, por factor de vuestra majestad y por veedor; iba un fraile de la órden de Sant Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suarez, con otros cuatro frailes de la misma órden. Llegamos á la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco dias, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada mas de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos, y llegamos á Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos dias que estuvimos, el Gobernador se rehizo de gente, de armas y de caballos. Suscedió allí que un gentil-hombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la Trinidad (que es en la misma isla ), ofresció de dar al Gobernador ciertos bastimentos que tenia en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El Gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados á un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parescióle, que era bien esperar allí, y enviar un navío que trujese aquellos bastimentos; y para esto mandó á un capitan Pantoja

que fuese allá con su navío, y que yo, para mas seguridad, fuese con él, y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo habia comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitan Pantoja fué con Vasco Porcalle á la villa, que la villa, que es una legua de allí, para rescebir los bastimentos: yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos de allí, porque aquel era un muy mal puerto, y se solian perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fué cosa muy señalada, me paresció que no seria fuera del propósito y fin con que yo quise escrebir este camino, contarla aquí. Otro dia de mañana comenzó el tiempo á dar no buena señal, porque comenzó á llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo dí licencia á la gente que saliese á tierra, como ellos vieron el tiempo que hacia y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frio que hacia, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, en que me traian una carta de un vecino de la villa, rogándome que me fuese allá, y que me darian los bastimentos que hobiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podia dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedian lo mismo, y traian un caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero habia dado, diciendo que no dejaria los navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese priesa que los bastimentos se trujesen lo mas presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habian de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razon yo determiné de ir á la villa, aunque primero que fuese, dejé proveido y mandado á los pilotos que si el sur, con que allí suelen perderse muchas veces los na

ellos á invernar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 dias del mes de hebrero. CAPITULO II.

Cómo el Gobernador vino al puerto de Xagua, y trujo consigo à un piloto.

víos, ventase, y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos al través, y en parte que se salvase la gente y los caballos; y con esto, yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en compañía ; los cuales no quisieron salir, diciendo que hacia mucha agua y frio, y la villa estaba muy lejos; que otro dia, que era domingo, saldrian, con el ayuda de Dios, á oir misa. A una hora después de yo salido, la mar comenzó á venir muy brava, y el norte fué tan recio, que ni los bateles osaron salir á tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través, por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios, y mucha agua que hacia, estuvieron aquel dia y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la tempestad comenzó á crescer tanto, que no menos tormenta habia en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete ó ocho hombres abrazados unos con otros, para podernos amparar que el viento no nos llevase; y an-bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro dia dando entre los árboles, no menos (temor teniamos de ellos que de las casas, porque como ellos tambien caian, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.

Andando en esto, oimos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vió; yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié á vuestra majestad. El lúnes por la mañana bajamos al puerto, y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, á donde conoscimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallarıamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes; y andando por ellos, un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí por la costa se hallaron dos personas de mi navío, y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podian conoscer; halláronse tambien una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa paresció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habian salido á tierra el dia que los navíos allí llegaron, que serian hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos habia. Así estuvimos algunos dias con mucho trabajo y necesidad, porque la provision y mantenimientos que el pueblo tenia se perdieron, y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caidos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba. Así pasamos hasta 5 dias del mes de noviembre, que llegó el Gobernador con sus cuatro navíos, que tambien habian pasado gran tormenta, y tambien habian escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traia, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temian mucho tornarse á embarcar en invierno, y rogaron al Gobernador que lo pasase allí; y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó allí. Dióme á mí cargo de los navíos y de la gente, para que me fuese con

En este tiempo llegó allí el Gobernador con un bergantin que en la Trinidad compró, y traia consigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decia que sabia y habia estado en el rio de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa del norte. Dejaba tambien comprado otro navío en la costa de la Habana, en el cual quedaba por capitan Alvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos dias después que llegó el Gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantin. El piloto que de nuevo habiamos tomado metió los navíos por los

dimos en seco, y así estuvimos quince dias, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco; al cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tanta agua en los bajíos, que podimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partidos de aquí, y llegados á Guaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos á tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres dias; pasados estos, doblamos el cabo de Sant Anton, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar á doce leguas de la Habana; y estando otro dia para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur, que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida, y llegamos á la tierra mártes 12 dias del mes de abril, y fuimos costeando la via de la Florida; y Juéves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios.

CAPITULO III.

Cómo llegamos á la Florida.

En este mismo dia salió el contador Alonso Enriquez, y se puso en una isla que está en la misma bahía, y llamó á los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por via de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro dia siguiente, que era Viérnes Santo, el Gobernador se desembarcó con la mas gente que en los bateles que traia pudo sacar; y como llegamos á los buhíos ó casas que habiamos visto de los indios, hallámoslas desamparadas y solas, porque la gente se habia ido aquella noche en sus canoas. El uno de aquellos buhíos era muy grande, que cabrian en él mas de trecientas personas; los otros eran mas pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro dia el Gobernador levantó pendones por vuestra majestad, y tomó la posesion de la tierra en su real nombre, presentó sus provisiones, y fué obedescido por gobernador, como vuestra majestad lo mandaba. Asimismo presentamos nosotros las nuestras ante él, y él las obedesció como en ellas se contenia. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase, y los caballos que habian quedado, que no eran mas de cuarenta y dos, porque los demás, con

las grandes tormentas y mucho tiempo que habian andado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, que por el presente poco provecho podiamos tener de ellos. Otro dia los indios de aquel pueblo vinieron á nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teniamos lengua, no los entendiamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos paresció que nos decian que nos fuésemos de la tierra; y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningun impedimento, y ellos se fueron.

CAPITULO IV.

Cómo entramos por la tierra.

Otro dia adelante el Gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella habia. Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podiamos aprovechar. Llevamos la via del norte, hasta que á hora de vísperas llegamos á una bahía muy grande, que nos paresció que entraba mucho por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro dia nos volvimos donde los navíos y gente estaban. El Gobernador mandó que el bergantin fuese costeando la via de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el piloto habia dicho que sabia; mas ya él lo habia errado, y no sabia en qué parte estábamos, ni adónde era el puerto; y fuéle mandado al bergantin que si no lo hallase, travesase á la Habana, y buscase el navío que Alvaro de la Cerda tenia, y tomados algunos bastimentos, nos viniesen á buscar. Partido el bergantin, tornamos á entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna gente mas, y costeamos la bahía que habiamos hallado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si lo conoscian; porque hasta entonces no habiamos visto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarian donde lo habia; y así, nos llevaron á su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos mostraron un poco de maíz, que aun no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venados pintados. Al comisario le paresció que esto era especie de idolatría, y quemó las cajas con los cuerpos. Hallamos tambien pedazos de lienzo y de paño, y penachos que parecian de la NuevaEspaña; hallamos tambien muestras de oro. Por señas preguntamos á los indios de adónde habian habido aquellas cosas; señaláronnos que muy lejos de allí habia una provincia que se decia Apalache, en la cual habia mucho oro, y hacian seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo. Decian que en Apalache habia mucho, y tomando aquellos indios por guia, partimos de allí; y andadas diez ó doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde habia buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y tambien hallamos alguno que estaba ya seco; y después de dos dias que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y contamos al contador y pilotos lo que habiamos visto, y las nuevas que los indios nos habian dado. Y otro dia, que fué 1.o de mayo, el Gobernador llamó aparte al co

misario y al contador y al veedor y á mí, y á un marinero que se llamaba Bartolomé Fernandez, y á un escribano que se decia Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenia en voluntad de entrar por la tierra adentro, y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotos decian Ꭹ creian que yendo la via de las Palmas, estaban muy cerca de allí, y sobre esto nos rogó le diésemos nuestro parescer. Yo respondia que me parescia que por ninguna manera debia dejar los navíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabian á qué parte estaban ; y que allende de estó, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofresciese nos pudiésemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto, íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podiamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queriamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relacion teniamos, ni sabiamos de qué suerte era, ni lo que en ella habia, ni de qué gente estaba poblada, ni á qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teniamos basti− mentos para entrar adonde no sabiamos; porque, visto lo que en los navíos habia, no se podia dar á cada hombre de racion para entrar por la tierra, mas de una libra de bizcocho y otra de tocino, y que mi parescer era que se debia embarcar y ir á buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la que habiamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se habia hallado. Al comisario le paresció todo lo contrario, diciendo que no se habia de embarcar, sino que, yendo siempre hacia la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decian que no estaria sino diez ó quince leguas de allí la via de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre á la costa, que no topásemos con él, porque decian que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí á los otros, y que embarcarse era tentar á Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habiamos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que por estas razones él se debia de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos, con la otra gente, se irian la misma via hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estaban paresció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, que dijo que primero que desamparase los navíos, los debia de dejar en puerto conoscido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podria entrar por la tierra adentro y hacer lo que le pareciese. El Gobernador siguió su parescer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinacion, requeríle de parte de vuestra majestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí por testimonio al escribano que allí teniamos. El respondió que, pues él se conformaba con el parescer de los mas de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí habia asen

ado, y iba con él en busca del puerto, y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que habia de ir con él, que se proveyesen de lo que era menester para la jornada; y después de esto proveido, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba y temia la entrada por la tierra, que me quedase y tomase cargo de los navíos y la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí aquella misma tarde, diciendo que no le parescia que de nadie se podia fiar aquello, me envió á decir que me rogaba que tomase cargo de ello; y viendo que importunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó qué era la causa por que huia de aceptallo; á lo cual respondí que yo huia de encargarme de aquello porque tenia por cierto y sabia que él no habia de ver mas los navíos, ni los navíos á él, y que esto entendia viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro, y que yo queria mas aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navíos, y dar ocasion que se dijese que, como habia contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo queria mas aventurar la vida que poner mi honra en esta condicion. El, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó á otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen; á los cuales respondí lo mismo que á él; y así, proveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, á un alcalde que traia, que se llamaba Caravallo.

CAPITULO V.

comisario y yo, y rogamos al Gobernador que enviase å buscar la mar, por ver si hallariamos puerto, porque los indios decian que la mar no estaba muy lejos de allí. El nos respondió que no curásemos de hablar en aquello, porque estaba muy léjos de allí; y como yo era el que mas le importunaba, díjome que me fuese yo á descubrirla y que buscase puerto, y que habia de ir á pié con cuarenta hombres; y ansí, otro dia yo me partí con el capitan Alonso del Castillo y con cuarenta hombres de su compañía, y así anduvimos hasta hora de mediodía, que llegamos á unos placeles de la mar que parescia que entraban mucho por la tierra: anduvimos por ellos hasta legua y media con el agua hasta la mitad de la pierna, pisando por encima de ostiones, de los cuales rescibimos muchas cuchilladas en los piés, y nos fueron causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en el rio que primero habiamos atravesado, que entraba por aquel mismo ancon, y como no lo podimos pasar, por el mal aparejo que para ello teniamos, volvimos al real, y contamos al Gobernador lo que habiamos hallado, y cómo era menester otra vez pasar por el rio por el mismo lugar que primero lo habiamos pasado, para que aquel ancon se descubriese bien, y viésemos si por allí habia puerto; y otro dia mandó á un capitan que se llamaba Valenzuela, que con sesenta hombres y seis de caballo pasase el rio y fuese por él abajo hasta llegar á la mar, y buscar si habia puerto; el cual, después de dos dias que allá estuvo, volvió y dijo que él habia descubierto el ancon, y que todo era bahía baja hasta la rodilla, y que no se hallaba puerto; y que habia visto cinco ó seis canoas de indios que pasaban de una parte á otra, y que llevaban puestos muchos penachos. Sabido esto, otro dia partimos de allí, yendo siempre en demanda de aquella provincia que los indios nos habian dicho Apalache, llevando por guia los que de ellos habiamos tomado, y así anduvimos hasta 17 de junio, que no hallamos indios que nos osasen esperar; y allí salió á nosotros un señor que le traia un indio á cuestas, cubierto de un cuero de venado pintado : traia consigo mucha gente, y delante de él venian tañendo unas flautas de caña; y así, llegó do estaba el Gobernador, y estuvo una hora con él, y por señas le dimos á entender que íbamos á Apalache, y por las que él hizo nos paresció que era enemigo de los de Apalache, y que nos

Cómo dejó los navíos el Gobernador. Sábado 1.o de mayo, el mismo dia que esto habia pasado, mandó dar á cada uno de los que habian de ir con él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y ansí nos partimos para entrar en la tierra. La suma de toda la gente que llevábamos era trecientos hombres : en ellos iba el comisario fray Juan Suarez, y otro fraile que se decia fray Juan de Palos, y tres clérigos y los oficiales. La gente de caballo que con estos íbamos, éramos cuarenta de caballo; y ansí anduvimos con aquel bastimento que llevábamos, quince dias, sin hallar otra cosa que comer, salvo palmitos de la manera de los de Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio nin-iria á ayudar contra él. Nosotros le dimos cuentas y

guno, ni vimos casa ni poblado, y al cabo llegamos á un rio que lo pasamos con muy gran trabajo á nado y en balsas detuvímonos un dia en pasarlo; que traia muy gran corriente. Pasados á la otra parte, salieron á nosotros hasta docientos indios, poco mas o menos; el Gobernador salió á ellos, y después de haberlos hablado por señas, ellos nos señalaron de suerte, que nos hobimos de revolver con ellos, y prendimos cinco ó seis, y estos nos llevaron á sus casas, que estaban hasta media legua de allí, en las cuales hallamos gran cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y dimos infinitas gracias a nuestro Señor por habernos socorrido en tan gran necesidad, porque ciertamente, como éramos nuevos en los trabajos, allende del cansancio que traiamos, veniamos muy fatigados de hambre, y á tercero dia que alli llegamos, nos juntamos el contador y veedor y

cascabeles y otros rescates, y él dió al Gobernador el cuero que traia cubierto; y así, se volvió, y nosotros le fuimos siguiendo por la via que él iba. Aquella noche llegamos á un rio, el cual era muy hondo y muy ancho,. y la corriente muy recia, y por no atrevernos á pasar, con balsas hecimos una canoa para ello, y estuvimos en pasarlo un dia; y si los indios nos quisieran ofender, bien nos pudieran estorbar el paso, y aun con ayudarnos ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de caballo, que se decia Juan Velazquez, natural de Cuéllar, por no esperar entró en el rio, y la corriente, como era recia, lo derribó del caballo, y se asió á las riendas, y ahogó á sí y al caballo; y aquellos indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchellin, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallariamos á él por el rio abajo; y así, fueron por él, y su muerte nos dió mucha pena, por

que hasta entonces ninguno nos habia faltado. El caballo dió de cenar á muchos aquella noche. Pasados de allí, otro dia llegamos al pueblo de aquel señor, y allí nos envió maíz. Aquella noche, donde iban á tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso Dios que no lo hirieron. Otro dia nos partimos de allí sin que indio ninguno de los naturales paresciese, porque todos ha→ bian huido; mas yendo nuestro camino, parescieron indios, los cuales venian de guerra, y aunque nosotros los llamamos, no quisieron volver ni esperar; mas antes se retiraron, siguiéndonos por el mismo camino que llevábamos. El Gobernador dejó una celada de algunos de caballo en el camino, que como pasaron, salieron á ellos, y tomaron tres ó cuatro indios, y estos llevamos por guias de alli adelante; los cuales nos llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella hay muy grandes montes y los árboles á maravilla altos, y son tantos los que están caidos en el suelo, que nos embarazaban el camino de suerte, que no podiamos pasar sin rodear mucho y con muy gran trabajo; de los que no estaban caidos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas y tempestades. Con este trabajo caminamos hasta un dia después de San Juan, que llegamos á vista de Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios por vernos tan cerca de él, creyendo que era verdad lo que de aquella tierra nos habian dicho, que allí se acabarian los grandes trabajos que habiamos pasado, así por el malo y largo camino para andar, como por la mucha hambre que habiamos padescido; porque aunque algunas veces hallábamos maíz, las mas andábamos siete y ocho leguas sin toparlo; y muchos habia entre nosotros que, allende del mucho cansancio y hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, de llevar las armas á cuestas, sin otras cosas que se ofrescian. Mas con vernos llegados donde deseábamos, y donde tanto mantenimiento y oro nos habian dicho que habia, paresciónos que se nos habia quitado gran parte del trabajo y cansancio.

CAPITULO VI.

Cómo llegamos á Apalache.

Llegados que fuimos á vista de Apalache, el Gobernador mandó que yo tomase nueve de caballo y cincuenta peones, y entrase en el pueblo, y ansí lo acometimos el veedor y yo; y entrados, no hallamos sino mujeres y muchachos; que los hombres á la sazon no estaban en el pueblo; mas de ahí á poco, andando nosotros por él, acudieron, y comenzaron á pelear, flechándonos, y mataron el caballo del veedor; mas al fin huyeron y nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que tenian encerrado. Hallámosles muchos cueros de venados, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y no buenas, con que las mujeres cubren algo de sus personas. Tenian muchos vasos para moler maíz. En el pueblo habia cuarenta casas pequeñas y edificadas, bajas y en lugares abrigados, por temor de las grandes tempestades que continuamente en aquella tierra suele haber. El edificio es de paja, y están cercados de muy

espeso monte y grandes arboledas y muchos piélagos de agua, donde hay tantos y tan grandes árboles caidos, que embarazan, y son causa que no se puede por allí andar sin mucho trabajo y peligro.

CAPITULO VII.

De la manera que es la tierra.

La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra de Apalache, es llana; el suelo de arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura, parte por tantos árboles como por ellas están caidos. El suelo de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay én esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos, son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas; entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra es muy fria; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas maneras, ansares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblís, gavilanes, esmerejones, y otras muchas aves. Dos horas después que llegamos á Apalache, los indios que de allí habian huido vinieron á nosotros de paz, pidiéndonos á sus mujeres y hijos, y nosotros se los dimos; salvo que el Gobernador detuvo un cacique de ellos consigo, que fué causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego otro dia volvieron de guerra, y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron á nos poner fuego á las casas en que estábamos; mas como salimos, huyeron, y acogiéronse á las lagunas, que tenian muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que habia, no les podimos hacer daño, salvo á uno que matamos. Otro dia siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron á nosotros y acometiéronnos de la misma arte que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y tambien murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco dias, en que hecimos tres entradas por la tierra, y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenia. Preguntamos al cacique que les habiamos detenido, y á los otros indios que traiamos con nosotros, que eran vecinos y enemigos de ellos, por la manera y poblacion de la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante habia menos gente y muy mas pobre que ellos, y que la tierra era mal po

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