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Gratitud debo tambien, y no he de terminar esta página sin consagrarle mi recuerdo, á mi querido y distinguido amigo el Sr. D. José Carrera, quien bondadosamente me ha procurado algunos de los interesantes documentos que en el Apéndice de esta obra figuran.

CARLOS GUTIERREZ.

San Sebastian 28 de Octubre 1878.

PRÓLOGO.

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.

El tiempo que abraza la vida de este sacerdote extraordinario es un tiempo creador. La última mitad del siglo décimoquinto y la primera mitad del siglo décimosexto tienen virtud tal para producir grandes hombres, que parece el género humano otra estirpe superior y semejante á las estirpes angélicas. Jamás han visto los celajes del tiempo estrellas de primera magnitud como las aparecidas en esta edad deslumbradora. Diríase que el espíritu moderno, al formarse, despedia de sí, como mágicos chispazos, almas iluminadas y enardecidas en las inspiraciones divinas. Todo crece en tales dias, desde la tierra material que hollamos con nuestros piés de barro hasta el espíritu impalpable cuyas facultades nos unen á Dios con sus ideas de luz. Quién nos diera ver aquel crepúsculo en que el gótico florece para

morir y los arcos triunfales del Renacimiento se У elevan para aguardar la libertad; en que legiones de estátuas, animadas por soplo de nueva vida y hermoseadas por líneas de nuevas formas se destacan de los rosetones ojivales, cuyo brillo semeja al brillo del sol próximo á su ocaso; en que la antigüedad clásica trasmite por el advenimiento de los helenos á nuestro mundo occidental todo el tesoro de sus ciencias, y por las excavaciones romanas entreabre todo el tesoro de sus artes; en que los pintores de celeste inspiracion ponen la idea cristiana con todo su misticismo en la belleza griega con toda su armonía; en que el Pontificado mismo evoca los dioses desde las alturas del Vaticano, conjurándolos á resucitar en su antiguo esplendor la naturaleza, y los reformadores audaces elevan sobre este paganismo exuberante de vida el disco de la humana conciencia y su inmaculada pureza; en que, allá, en el cielo, se fija el sol, ántes tenido por satélite de la tierra, como centro de los planetas, y aquí, en el bajo suelo, se descubre un Nuevo Mundo tan hermoso que parece ofrecer al género humano, reivindicador de su libertad, un paraíso inmaculado para extenderla y para gozarla.

Estos dias vieron á Vives, á Vinci, á Rafael, á Miguel Angel, á Gonzalo de Córdoba, á Colon, á Lutero, á Copérnico, á Bramante, á Savonarola,

á Maquiavelo, á Cárlos V, al Ticiano, á los hombres mayores quizás de los modernos tiempos. Mucho brillo debia tener quien brillara en aquellos cielos y esferas. Pues brilló con verdaderos resplandores Fray Bartolomé de las Casas, obteniendo que su voz se oyera en semejante coro de divinas voces y que su figura se destacara en semejante legion de gigantescas figuras. Bien es verdad que, para alcanzar esto, nació con dos virtudes esplendentes: la virtud de creer y la virtud de sentir lo que creia. En el alma, la inteligencia es como la etherea luz que esclarece y la sensibilidad como el vívido calor que fecunda. Sin una idea sois como ciego y sin un sentimiento estais como muerto. Pensar, ejercicio del espiritu tan divino que excede á los límites de nuestra naturaleza, y sentir lo pensado y difundirlo y encarnarlo en la viviente realidad, ministerio humano por excelencia. Así la gratitud universal se aleja de esos pensadores solitarios que aparecen rígidos como estátuas con una estrella pálida sobre su frente allá en regiones inaccesibles, mientras se rinde de hinojos ante el que ha sabido luchar con fortaleza y morir en el sacrificio, dando pedazos de su corazon á las gentes. Platon tendrá discípulos y Sócrates adoradores; porque si el uno supo pensar, el otro supo morir. Las Casas pensaba como los solitarios de su tiempo, dados à la re

ligion y á la ciencia; y luego sentia con vivo sentimiento lo mismo que pensaba. Este ejercicio de la sensibilidad y de la inteligencia, esta armonía de la idea y de la accion, estas vocaciones múltiples que hacian de él un apóstol y un guerrero, un filósofo y un mártir; todas estas cualidades le daban esos caractéres verdaderamente extraordinarios que se elevan á ser como un ideal en la historia.

Las Casas no fijó su inclinacion desde los dos primeros de su vida. Al contrario, en los comienzos parecia tener vocaciones bien opuestas á las que luego fueran su tormento y su gloria. Originario de aquellos cruzados franceses que así venian á Occidente en busca de Toledo y Sevilla, como iban á Oriente en busca de Jesusalen y Constantinopla, su sangre heredaba el ardor, sus nervios la inquietud, su complexion la fuerza, sus músculos la energía, su natural todo el atrevimiento congénito á los destinados en estos contínuos dramas de la historia, por una designacion providencial, como á vivir y morir peleando. Hijo de un navegante que acompañara al descubridor del Nuevo Mundo en sus primeros viajes, tentábanle las aventuras, las navegaciones, las porfías con el furor de los elementos y la cólera de los hombres, las empresas maravillosas, la victoria sobre los mayores imposibles, creyendo

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