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Casas de la prosecucion de un proyecto que bien podia entonces pasar por locura. Como era de esperar, fueron vanos los consejos del gobernador dirigidos, es preciso reconocerlo, con prudencia y bondad. Pero la réplica de Las Casas, aunque respetuosa, mostraba bien á las claras lo irrevocable que era su resolucion. «Plegue à Dios, » añadió, que cuando venga yo á pediros con lá» grimas de sangre que me volvais mis indios, y >> vos, por amor mio, lo hiciéredes, él sea quien >>> os castigue este pecado. » Accedió, pues, Velazquez á lo que Las Casas deseaba, y le prometió tambien que sería secreta su determinacion hasta la vuelta de Rentería. En este punto insistia mucho el buen Padre, que no consentia de manera alguna que padeciesen los intereses de su socio. Velazquez dió en esta ocasion una nueva prueba de la elevacion y magnanimidad de su carácter, pues, despues de esta entrevista, tuvo á Las Casas en más alto concepto que nunca, y le fué profesando cada vez más respeto y cariño. Consuela el ver entre tantos conquistadores feroces y gobernadores sedientos de oro y sangre, una gran figura como la de Velazquez, en que con las altas virtudes del valor del guerrero preclaro vemos mezcladas la magnanimidad del caballero y la bondad del cristiano.

El dia de la festividad de la Asuncion de Nues

tra Señora predicó Las Casas un sermon en que puso á descubierto sus intenciones respectivamente á su repartimiento de los indios, exhortando con la mayor vehemencia á los que formaban su auditorio á que hicieran otro tanto. Es fácil concebir el efecto que producirian las palabras del sacerdote. La sorpresa en los oyentes fué tal que algunos dudaron de que aquellas exhortaciones las dijese el padre Las Casas. En algunos, sin embargo, hicieron buen efecto las palabras, rebosando de ardiente elocuencia, del orador sagrado, y llegaron muchos á compungirse. Para la mayor parte, no obstante, el éxito fué nulo, pues no podian convencerse que fuese pecado mortal tener indios en su servicio, como no lo era hacer uso de acémilas y bestias del campo.

Viendo que sus sermones, así como sus exhortaciones privadas sobre los repartimientos, obtenian poco o ningun resultado de sus oyentes, resolvió dar un paso capital y hacer un gran esfuerzo, que, segun él creia y pensaba, no podia ménos de dar el fruto que esperaba. Se decidió á ir á Castilla y presentarse al rey.

ya

A la sazon volvió Rentería de Jamaica, sabedor de las resoluciones de Las Casas, por cartas que le habia escrito el clérigo. Rentería aprobó desde luego el modo de proceder de su amigo

venerado; simpatizó con él desde el fondo de su corazon, y con su docilidad acostumbrada, docilidad hija del tierno afecto que le unia á Las Casas, expresó su ardiente deseo de seguir en todo el mismo camino y obedecerle. Ofreció tambien acompañar á Las Casas en su proyectado viaje á España y servirle en todo lo que pudiese y supiese. Despues de largas y amistosísimas conferencias, convinieron en que era preferible que Las Casas efectuase el viaje primero á Santo Domingo y posteriormente á España, pues su posicion notoria y su carácter sacerdotal lo hacian más á propósito para el cabal desempeño de su mision. Fué vendido el cargamento de mútua propiedad traido de Jamaica, y el clérigo Las Casas, provisto de los necesarios fondos, se dispuso á emprender el viaje para Santo Domingo. Es de sentir que la historia no haya vuelto á hacer mencion del virtuoso Pedro de Rentería, desde el momento que hubo de separarse de Las Casas.

En esta época Pedro de Córdoba, prelado de los dominicos en el Nuevo mundo, habia mandado cuatro hermanos de su órden desde la isla Española á la de Cuba. Estos tuvieron conferencias con Las Casas y se animaron de su mismo espíritu. Predicaron con el mismo fervor, con el mismo celo sobre el repartimiento de indios, pero sin alcanzar más resultado.

Fué entónces despachado Gutierre de Ampudia de nuevo á la isla Española para informar á Pedro de Córdoba de lo que pasaba en Cuba, y en compañía de Gutierre de Ampudia salió Las Casas de Cuba, dando á entender que se dirigia á la Universidad de París. Llegó el buque al puerto de Hanaguana, en la isla Española. El padre Gutierre habia caido enfermo y muerto en el camino, pero Las Casas llegó sin trastorno á Santo Domingo. El prelado de los dominicos se hallaba ausente, habiendo salido para Tierra-Firme con algunos frailes de su Orden con el propósito de fundar allí monasterios. Por una tormenta que repentinamente sobrevino, vióse el prelado obligado á volver al puerto, donde pudo Las Casas tener una entrevista con él. Pedro de Córdoba acogió al clérigo como era de suponer, esto es, con la más cariñosa afabilidad; pero le dió pocas esperanzas de buen éxito en la mision con que se proponia pasar á España, anunciándole que hallaria una porcion de la Corte poco inclinada á la abolicion de los repartimientos, puesto que algunos de los personajes más validos é influyentes cerca del rey, como el obispo de Búrgos y el secretario Lope Conchillos, poseian un gran número de esclavos indios. Afligióse Las Casas al oir esto, mas no por ello perdió su energía.

Antes de embarcarse para España hizo diligen

cias para inclinar los ánimos hácia el fin que se proponia alcanzar, así como lo habia hecho en Cuba. En público y en secreto aconsejó y predicó sin cesar; ningun obstáculo pudo entibiar su celo ni contener sus esfuerzos. Todo era inútil para aquella gente. De todas partes acudian á oir los sermones de Las Casas; pero la elocuencia no hacía sino una pasajera impresion, y el fruto que retiraba de sus exhortaciones era nulo, ni daban otro resultado sus pláticas que ofender á los pobladores y á los oficiales públicos.

En consecuencia de la inutilidad de tan repetidos esfuerzos, se embarcaron en Santo Domingo para España Antonio Montesino, fraile dominico y otro monje. El primero iba en compañía de Las Casas, enviado por Pedro de Córdoba con objeto de solicitar del rey socorros para completar el edificio del monasterio, el cual se hallaba en mal estado, y además algunos recursos para la Orden.

Sin hacer parada de consideracion en Sevilla, Las Casas se dirigió á la Corte para conferenciar con el rey sobre el negocio que traia. El Rey Católico se hallaba en Plasencia. Llegó allí Las Casas, pocos dias antes de Navidad del año 1515, pero en tal ocasion no le desamparó la sagacidad que le era característica. Habia sido advertido á tiempo por el sabio y virtuoso Pedro de Córdoba

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