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quien se puso tambien en libertad más tarde. Diego Velazquez mandó despues á Narvaez y á Las Casas que volvieran á la costa del Norte. Estableció la poblacion de Baracoa, hizo los repartimientos de indios y tierras de aquellos sitios, y se juntó con Narvaez y las Las Casas en Yagua ó Sagua.

Podemos imaginar cuáles serian las congojas, sobresaltos y sufrimientos de Las Casas en las peregrinaciones y excursiones en que acompañaba como consejero á los férreos capitanes encargados de poblar y «pacificar» las ricas islas del Nuevo mundo. Podremos imaginar lo que pasaria en su corazon cuando así sentía, en una época en que su tendencia para amparar á los indios У el cariño que les mostraba, tenian por principal fundamento su natural bondad y sentimiento innato de rectitud y de justicia; pero en que no se habia dedicado todavía á considerar esa tendencia como una mision y apostolado especial, que debian ocupar exclusivamente más tarde su dilatada existencia.

Entre los repartimientos que hizo Velazquez en el puerto de Sagua y su comarca, donde más tarde fundó la villa de la Trinidad, cúpole á Las Casas uno de los más aventajados y provechosos, y ésta fué la recompensa de su celo y servicios en la expedicion en 1514. En esta época es

cuando comenzó á hacerse notable la estrechisima amistad del clérigo con Pedro de Rentería. Este Pedro de Rentería era un tipo. acabado del completo caballero castellano de aquellos tiempos. Su honradez era de aquellas que no transigen con nada, y alcanzan el más elevado ideal de lo que puede y debe ser semejante virtud. En este punto su carácter era enteramente idéntico y simpático con el de su predilecto amigo. Habia tambien disfrutado la gracia, favores y afecto de Diego Velazquez, quien merece la admiracion y gratitud de la posteridad por el homenaje que siempre supo rendir al verdadero mérito. Pedro de Rentería habia ocupado el importante puesto de alcalde ordinario, y á veces el responsabilisimo de teniente del mismo Velazquez. Además de su proverbial rectitud y de la eminente consideracion que habia sabido granjearse entre los españoles de todas clases, era tambien notable por una benevolencia y dulzura de inclinacion, bien poco frecuente por cierto en aquellos tiempos de rudeza y teson. En sus relaciones con Las Casas manifestaba Rentería una especial docilidad, una sumision latente, un acatamiento tácito, y un reconocimiento hondamente sincero de la superioridad en talentos, genio y energía del clérigo en materias temporales. Cada uno de los dos amigos tomaba en estas relaciones la po

sicion respectiva que le pertenecia, naturalmente y sin esfuerzo alguno. Uno era el complemento del otro, y era humanamente imposible que jamás surgiera entre ellos la menor apariencia de discordia. Además de amigos fueron vecinos y socios, pues á Rentería habia dado el Gobernador un repartimiento junto al de Las Casas, á fin de que se ayudasen en sus respectivos tratos, y, segun se decia entonces, granjerías. En esta misma asociacion de intereses puramente materiales manifestaban los dos amigos las diferentes y peculiares prendas que los caracterizaban. Dice Las Casas en su Historia de las Indias: « Dióle á Pe>> dro de Rentería indios de repartimiento junta>> mente con el Padre, dando á ambos un buen >> pueblo y grande, con los cuales el Padre co>> menzó á entender en hacer granjerías, y en >> echar parte de ellos en las minas, teniendo » harto más cuidado de ellas que de dar doctrina >> á los indios, habiendo de ser, como lo era prin>> cipalmente, aquel su oficio; pero en aquella >> materia tan ciego estaba por aquel tiempo el >> buen Padre como los seglares todos que tenía >> por hijos. » Las tierras de Las Casas y Rentería se hallaban situadas distantes de Sagua en el rio Arimáo. El clérigo desplegaba en la direccion y administracion de su hacienda una inteligencia extraordinaria y una actividad sin igual. Genios

como el suyo acostumbran dedicarse á todo lo que emprenden, sea de importancia trascendental ó meramente secundaria, con desvelo, con ardor y con afan. Las Casas hacía las veces de agricultor, de arquitecto y de minero, como si estas hubiesen sido sus únicas ocupaciones y los empleos exclusivos de toda su vida. Pero aunque ocupaba en tan laboriosas faenas á los indios esclavos que le habian cabido en suerte, se distinguia sobremanera por la mansedumbre y humanidad con que se habia con ellos, por la bondad y suavidad con que les hablaba, por lo mucho que procuraba suavizarles lo rigoroso del necesario trabajo; y se hacía notable muy especialmente por los abundantes y saludables alimentos que les prodigaba y lo mucho que cuidaba de los que caian enfermos. Rentería, inclinado á la devocion, se entrégaba á sus lecturas religiosas y oraciones, dejando á Las Casas, que era más ejercitado in agibilibus, el cuidado exclusivo de la hacienda. El Padre, pues, acostumbraba á gobernarlo y ordenarlo todo durante las largas horas que pasaba Renteria en sus místicos ejercicios. A todo lo que disponia Las Casas se conformaba de buen grado Rentería, y no tenía más voluntad que la de su fiel y venerado amigo. En medio de estas ocupaciones, y á pesar de lo bien que trataban á sus indios, no se acordaban todavía de

que eran infieles, y no se curaban más que los demás españoles de darles instruccion y enseñarles las verdades de la fe, para traerlos al seno de la Iglesia, así como era su deber y obligacion.

El propio Las Casas, en su ya citada Historia de las Indias, cuenta con sinceridad evangélica esto mismo de la siguiente curiosa manera:

<< Llevando este camino, y cobrando de cada » dia mayor fuerza esta vendimia de gentes, se» gun más crecia la cudicia, y así más número >> dellas pereciendo, el clérigo Bartolomé de Las >> Casas andaba bien ocupado y muy solícito en >> sus granjerías, como los otros, enviando indios » de su repartimiento en las minas á sacar oro y >> hacer sementeras, y aprovechándose dellos >>> cuanto más podia, puesto que siempre tuvo >> respeto á los mantener, cuanto le era posible, » y á tratallos blandamente, y á compadecerse de >> sus miserias, pero ningun cuidado tuvo más » que los otros de acordarse que eran hombres

infieles, y de la obligacion que tenía de dalles. >> doctrina, y traellos, al gremio de la Iglesia de » Cristo. >>

Sin embargo de esta negligencia para con los aborígenes, y no habiendo despues de Baracoa clérigo ni fraile alguno sino Las Casas, determinó éste por la Pascua de Pentecostés del año de 1514,

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