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celo secundaba perfectamente al de Las Casas, debiendo citar con especialidad á Pedro de Córdova y Antonio de Montesino, que no solamente predicaban en Santo Domingo contra los tiranos de los indios, sino que emprendieron viaje á España para venir á defenderlos delante del Príncipe y su Consejo. Los elogios tributados á estos misioneros y repetidos por Montesquieu, Buffon, Robertson y otros, han recibido ya la sancion de la posteridad.

Tambien se han tomado medidas en favor de los indios en los sínodos y concilios que hubo en Méjico y en Lima en el siglo xvi, cuyos detalles pueden leerse en la coleccion del sabio cardenal Aguirre. Las actas de estas asambleas, sobre todo del primer Concilio de Lima en 1582, llevan el sello de la más santa benevolencia y paternal cariño en favor de los indios, fruto sin duda de la semilla que el infatigable Las Casas habia sembrado en todo el mundo, repitiendo los lamentos de aquellos infelices y haciendo pública la injusticia de sus tiranos.

Pero es sabido que entre todos los protectores y amigos de los indios sobresale Las Casas como un coloso en el centro de un limitado número de hombres simpáticos, sí, pero que distan muchísimo de ser comparables á la gigantesca y severa figura de nuestro héroe.

Su longevidad extraordinaria no es tampoco extraña á su sobresaliente preeminencia. Figuró y se hizo notable en todo lo concerniente á las Indias durante los reinados de Fernando el Católico, Felipe el Hermoso, Cárlos I y Felipe II. Su nombre está unido íntimamente con la historia del Nuevo mundo hasta tal punto que sacando lo que Las Casas dijo, hizo, escribió, enseñó y predicó, se quita á la historia de la conquista una parte irreparable de sus más preciosos detalles.

Innumerables fueron los enemigos que durante su azarosa y agitada vida persiguieron y atacaron á Las Casas con acerba acrimonia; pero sus ataques se han deshecho como las olas que azotan con furia insana los inmóviles peñascos de la costa. Esos enemigos mezquinos y maliciosos no consiguieron destruir los efectos producidos por la actividad febril, el celo inagotable, la elocuencia vehemente y calurosa del Apóstol. Las Casas supo multiplicarse y acudir en el momento oportuno precisamente al lugar que más necesario era que acudiese para favorecer la causa de los indios, pareciéndose en esto á un hábil general que durante una gran batalla recorriese sucesivamente con el mayor tacto y prudencia los lugares más flacos de sus divisiones, infundiendo ánimo; esperanza y entusiasmo allí donde el

ánimo, la esperanza y el entusiasmo iban decayendo y se hubiesen extinguido del todo á no ser verificándose un fenómeno de vivificacion magnética.

No podremos negar que en medio de su ardiente celo, su vehemencia traspasase los límites de la circunspeccion, creciendo en ciertos casos hasta la violencia y la injusticia; pero creemos que bien se pueden dispensar estas excitaciones cuando se consideran las circunstancias en que se hallaba colocado y la mision especial de la que se habia hecho cargo y que era el oxígeno de su vida y la sávia de su existencia. Tan solamente un hombre del acerado temple de Las Casas hubiese podido emprender una predicacion semejante en favor de los indios, predicacion en abierta lucha con los intereses de los conquistadores, pobladores y aventureros que del viejo mundo se lanzaban á tierras nuevas y casi ignotas, desafiando los elementos, las privaciones, la iniseria, los sufrimientos y toda clase de peligros, tan solamente en cambio de una remota esperanza de hacer fortuna, para retornar un dia á su patria á contar las aventuras fabulosas que les hubiese costado el amasar para sus viejos años recursos suficientes para vivir holgadamente.

La exageracion y la vehemencia de Las Casas, aun cuando fuesen mayores, descenderían á un

nivel normal teniendo en cuenta su noble entusiasmo, sus sublimes impulsos, su caridad evangélica, su ilustrada filantropía tan sin límites en su ideal benevolencia, y aquel su propósito generoso y santo al que consagró toda su vida, todas sus fuerzas, toda su inteligencia y todo su

corazon.

Segun ya llevamos dicho, no faltaron en aquel tiempo religiosos y seglares que simpatizasen ardientemente con los indios y deseasen su alivio y su bien con sinceridad. Pero ninguno tenía el valor, el arrojo, la audacia indescriptible de Las Casas, y sobre todo, su infatigable actividad. Todos los buenos deseos de los demás amigos de los indios, reunidos, no hubiesen producido siquiera una mínima parte de los resultados que dieron por sí solas las diligencias de aquel humilde fraile y venturoso prelado.

Una de las acusaciones que pueden parecer mejor fundadas contra Las Casas, es la que se refiere á la desgraciada tentativa de colonizacion en la costa de Cumaná. Pero los que de esta tentativa fustrada han hecho un motivo de inculpacion, no reflexionaron que lo que impidió el feliz éxito del proyecto fué la rapacidad y crueldad de los conquistadores que exasperaron á los indios con excesos y desmanes de todos géneros, fomentando de este modo su sublevacion. Sin

estos obstáculos, el cumplimiento de tan vasto y bien meditado plan, parece probable que hubiese alcanzado un favorable éxito, y que Las Casas hubiese convertido y civilizado á los habitantes de la Costa de las Perlas con la misma facilidad con que despues logró civilizar á los hasta entónces indómitos de la tierra de guerra.

No es menos injusto el echar la culpa á Las Casas de la introduccion de la esclavitud de los negros en América. Hemos visto que él mismo se lamentó de esta medida de la cual nunca fué el verdadero iniciador, segun ámpliamente lo demuestra la historia. Fueron los portugueses especialmente los que hicieron esclavos á los negros desde sus conquistas en África. Ya hemos consignado en una cita anterior, extractada de la Historia de las Indias, que no advirtiendo Las Casas la injusticia de los portugueses en hacer esclavos á los negros, dice habia sido el primero en dar aviso de que se permitiese llevar á América esclavos de África. Pero en esta confesion quiere Las Casas, con su habitual humildad, hacerse aparecer más culpable de lo que verdaderamente era, y no se puede hacer un uso excesivo de las confesiones de aquel espíritu noble y generoso, ni apurar semejantes admisiones. Sería un error gravísimo el deducir de las palabras de Las Casas que la esclavitud de los negros fué por

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