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obligados á servir á los de ingenio elevado, como son los españoles.

» La tercera, por el fin de la fe, porque aquella sujecion es más cómoda y expediente para su predicacion y persuasion.

» La cuarta, por la injuria que unos entre sí hacen á otros, matando hombres para sacrificarlos, y algunos para comerlos.>>

Reasume en seguida el padre Soto todos los argumentos de Sepúlveda para probar la primera razon, y los argumentos y citas de Las Casas para combatirla, llamando nuestra atencion el siguiente período:

« A la otra prueba que el doctor Sepúlveda trajo, fundada en la autoridad de los canonistas, que parecen decir ser lícita la guerra contra los idólatras, respondió el señor obispo, refiriendo seis casos, en los cuales la Iglesia tiene autoridad de hacer la guerra á los tales. El primero, si tienen ocupadas violentamente las tierras que ántes fueron de cristianos, como por ejemplo, la Berbería, y especialmente la Tierra Santa. El segundo, si con pecados graves de idolatría ensucian y contaminan nuestra fe, sacramentos, templos ó imágenes. El tercero, si blasfemasen el nombre de Jesucristo, ó de los santos ó de la Iglesia á sabiendas. El cuarto, si tambien á sabiendas impidiesen la predicacion, conociendo lo que impiden. El quinto, si ellos nos hacen guerra como los turcos. El sexto, para librar los inocentes, por ser los inocentes de ley divina encomendados á la Iglesia, y ella tener cuidado de su proteccion; empero, que si esta de

fensa no se puede hacer sino por guerra, mejor es disimular la tal proteccion, porque de dos males el menor se ha de escoger.»

A la segunda razon del doctor Sepúlveda, y á los argumentos con que la sostenia, respondió Las Casas que en las Escrituras profanas y sagradas se hallan descritos tres linajes de bárbaros, componiendo el primero las gentes que tienen opiniones ó costumbres raras, pero que no les falta policía ni prudencia para regirse; el segundo las que no tienen lenguas aptas para que se puedan explicar por medio de caractéres y letras; y el tercero las gentes que por sus perversas costumbres, rudeza de ingenio y brutal inclinacion son como fieras silvestres, que viven por los campos, sin tener ciudades ni casas, sin policía, sin leyes, sin ritos ni tratos que son de jure gentium, sino que andan palantes, como se dice en latin, que es lo mismo que decir robando y haciendo fuerza, como hicieron al principio en Europa los godos y los alanos. Y que de éstos se podria entender lo que dice Aristóteles, que como es lícito cazar las fieras, así es lícito hacerles la guerra, defendiéndonos de ellos que nos hacen daño.

Impugnó Las Casas la tercera razon de Sepúlveda, con dos argumentos principales, diciendo

que la fe no puede demostrarse por razones naturales, sino por sujecion del entendimiento, y que se requiere en los que han de recibirla una pía aficion á los que la vienen á predicar é introducir, para que el ejemplo de sus vidas les dé testimonio del verdadero Dios á quien sirven y de la verdad de la fe que predican, para que más fácilmente lo crean. A lo cual son contrarias las guerras que preceden á la predicacion para sujetarlos, por las cuales, no solamente no se aficionan á los cristianos, sino que los aborrecerán, y ultrajarán al Dios que tales gentes sufre, y execrarán la ley que tal permite, teniendo por falsa. la fe que predican, asegurando que así lo ha demostrado la experiencia en las Indias.

La cuarta razon de Sepúlveda la impugnó Las Casas, admitiendo que á la Iglesia incumbía defender los inocentes, pero que ya habia dicho que no era cosa conveniente defenderlos por medio de guerras, apoyándose en que de dos males debe seguirse el menor, y que con las guerras, además de los robos, mueren muchos más inocentes que los que se pretenden defender, amén de que las tales guerras infaman la fe, poniéndola en odio con los infieles, que es aún mayor mal. Dijo que tenemos un precepto negativo de «no matarás, » el cual es más estrecho que el afirmativo de «defender los inocentes.»

Contó Las Casas largamente la historia de los indios, mostrando que aunque tienen algunas costumbres de gente poco culta, no son bárbaros en el verdadero sentido de la palabra; por lo contrario, son gentes sociables y civiles, que tienen pueblos grandes, casas, leyes, artes, señores y gobiernos, y castigan no sólo los pecados contra la naturaleza, sino tambien otros naturales, con pena de muerte.

Termina el sumario de esta contienda el padre Soto de la manera siguiente:

Preguntado á la postre el obispo de Chiapa qué es lo que á su parecer seria lícito y expediente en las Indias, dijo: que en las partes que no hubiese peligro de la forma evangélica debian entrar solos los predicadores, los cuales pudiesen enseñar buenas costumbres conforme á nuestra fe, y pudiesen con ellos tratar de paz. Y donde se temiese algun peligro, convendria hacer algunas fortalezas en sus confines, para que desde allí comenzasen á tratar con ellos, y poco á poco se fuese multiplicando nuestra religion y ganando tierra por paz, amor y buen ejemplo. Y esta dice que fué la intencion de la Bula de Alejandro y no otra, segun lo declara la otra de Paulo, para que despues de ser cristianos fuesen súbditos de su majestad. No cuanto ad dominium rerum particularium, ni para hacerlos esclavos, ni quitarles sus señoríos, sino solamente cuanto á la suprema jurisdiccion, con algun razonable tributo, para la proteccion de la fe y enseñanza de buenas costumbres y buena gobernacion.»>

El doctor Sepúlveda, despues de leer el resúmen de la discusion presentado por fray Domingo de Soto, dedujo doce objeciones principales, puestas por el obispo de Chiapa contra la doctrina de que « la guerra no solamente era lícita sino expediente,» para luego impugnarlas separadamente, como lo hizo, con multitud de argumentos, citas y sutilezas. Pero Las Casas contestó á Sepúlveda con otras doce réplicas, llenas de lógica, energía y erudicion, que dieron fin á esta célebre contienda. La extension de este documento, que forma un buen folleto ó casi un tratado, solamente nos permite citar de él algunos pasajes, para dar á conocer el carácter de Las Casas, y muy particularmente la penetracion profética que revela al fin, que desgraciadamente ha venido á confirmar el tiempo tal cual el apóstol habia previsto, en todos sus resultados y consecuencias.

Hé aquí el discurso de Las Casas, que sirve de prólogo á sus doce réplicas:

«Muy ilustres y muy magníficos señores, muy reverendos y doctísimos Padres: hasta ahora yo en lo que he leido y presentado por escrito en esta ínclita Congregacion, he hablado en comun contra los adversarios de los indios de nuestras Indias del mar Occéano, sin nombrar alguno, aunque algunos conocia que trabajan y se

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