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de injurias y vilipendios contra el venerable obispo: «Sois un bellaco-exclamó ardiendo en »>ira-sois un mal hombre, mal fraile, mal » obispo, y mereceis un severo y ejemplar casti» go. » — « Yo lo merezco muy bien todo eso que » V. S. dice, señor licenciado Alonso Maldo»nado: »>-contestó con tranquila ironía el obispo, indudablemente aludiendo á que habiendo sido el propio Las Casas el que habia propuesto *para aquel lugar á un hombre tan grosero, temerario é imprudente, se reconocia merecedor de todos aquellos denuestos (1).

A pesar de este recibimiento descortés é insolente, consiguió Las Casas inducir á la Audiencia

(1) Al hablar del licenciado Alonso Maldonado el obispo de Guatemala D. Francisco Marroquin en una carta dirigida al Emperador, fechada el 4 de Junio de 1545 y publicada en 1877 en la interesantísima coleccion de Cartas de Indias, ya citada, dice en un período lo siguiente:

<< Mándame V. M. le auise que cómo se haze justicia por los » que tienen á cargo: por ser cosa que ynteresa mucho el alma » de V. M. me atreuo á dezirlo. Lo primero es, que el liçen» çiado Maldonado, que es presidente, es buen hombre y buen » christiano y de buenos respetos, honesto, pero es muy remiso, casi tanto como yo; no es nada cuydadoso ni vigilante, » ni se le dá mucho por la república ni por la policia della, no ▷ se desvela nada en como se aya de avmentar; todo lo qual » es necesario para el que a de gouernar y ser cabeça; y agora » que a tomado muger (que es lo mejor que él podria hazer), ▷ no sé sy tendrá más cuydado o menos avnque los he conver

de los confines á que enviasen un oidor á Ciudad-Real que mirase por la ejecucion de las nuevas leyes. Al saberlo los vecinos da Ciudad-Real se resolvieron unánimemente á hacer resistencia á los planes del Prelado. Acordaron requerirle para que no innovase cosa alguna y procediese como los demás obispos de la Nueva España, hasta que el rey, á quien habian enviado sus procuradores, proveyese lo que fuese servido; protestaron que si el obispo no hiciese lo que ellos reclamaban no le admitirian el ejercicio de su cargo y le quitarian las temporalidades hasta informar á S. M. Añadieron que no querian conformarse con la tasa de tributos que el obispo fijase, porque la tierra ya estaba tasada por el

»sado poco. Para tal cargo convenía que fuesen más buenos > y más doctos que los obispos, que más pueden y más valen > y mucho más fruto pueden hazer con su buen exemplo y » vida, si quieren: dizenme que ay diuision entre ellos; pesar» me ia si durade. »

En la carta que escribió Las Casas el 9 de Noviembre de 1545 al principe D. Felipe, en la cual se queja amargamente de los oidores, empieza un período como sigue:

« Otra fuerça y agravio y afrenta me an hecho aqui estos » pecadores oydores, contra toda justiçia, por me vexar y » porque no parezcan sus violencias y tyranias... etc. »

Y termina el período diciendo:

«Y por esto no enbio con esta el testimonio de lo que alli » passó, porque los secretarios son tales commo Maldonado, y ▷ no me an querido darlo. »

adelantado Montejo y el obispo de Guatemala, para lo cual habia tenido poderes.

Despues de esto, sabiendo los vecinos que Las Casas retornaba, se prepararon para ir á recibir su Prelado con mallas, petos, corazas, coseletes, arcabuces, lanzas y espadas y con gran número de indios flecheros. En tanto se disponian para esta belicosa demostracion contra aquel pobre fraile que volvia á ellos á pié con un báculo en la mano y con un Breviario en la faltriquera, habia llegado éste á Capanabastla, pueblo de indios á corta distancia de Ciudad-Real.

Los religiosos le aconsejaban la prudencia y le suplicaban que no se arriesgara á continuar su jornada á la ciudad. Él respondióles con su acostumbrada benignidad, animada por un santo entusiasmo:-<< Si yo no voy á Ciudad-Real quedo » desterrado de mi Iglesia, y soy el mismo que >> voluntariamente me alejo, y se me puede decir >> con mucha razon: «huye el malo sin que nadie » le persiga. » Además, ¿cómo sabemos que me >> quieren matar y que las centinelas no están >> puestas para otra cosa? Que no sea mucha ver» dad lo que los padres de Cinacantlan dicen, yo >> no lo dudo; pero ahí están las palabras del Se» ñor, que impidiéndole sus discípulos la vuelta >> á Judea porque el dia ántes le querian matar, >> les dijo: «Que tenía doce horas el dia y en ca

>> pre » ble

» da una, en cada momento y en cada instante » se podian los hombres mudar. » Sé que no son » demonios los de Ciudad-Real para tener siemla voluntad obstinada en el mal. ¿Es posique el Señor ha de ser tan escaso con ellos » que les niegue su auxilio para que se abstengan » de un delito tan grande como matarme? Si yo >> no entro en mi iglesia, ¿de quién me tengo » que quejar al Rey y al Papa que me echa della? ¿Tan armados han de estar contra mí que la » primer palabra ha de ser una puñalada que me » parta el corazon, sin darme lugar á apartarme » de la vía? En conclusion, Padres: yo me reo suelvo, fiado en la misericordia de Dios y en >> las buenas y santas oraciones de vuestras pater>>nidades, de partir, porque el quedarme aquí ó » irme á otra parte tiene todos los inconvenientes » que se han visto. >>

Se puso luego en pié con gran resolucion, recogió el hábito á fin de que no le impidiese caminar, y despidiéndose de los frailes con gran cariño, emprendió su marcha por aquellas soledades.

Los españoles de Ciudad-Real habian colocado á un gran número de indios de atalayas y centinelas en los caminos para acechar la venida de Las Casas. Éste se presentó de repente al lado de algunos de los que estaban de acecho, y cuando

ya creian que no vendria porque habia tardado mucho. Los indios al reconocerlo se hincaron de rodillas pidiéndole perdon con muchas lágrimas. El obispo se compadeció; pero adivinando el peligro que corrian de que fuesen azotados ó muertos por no haber dado aviso de su llegada, con el objeto de excusarlos y eximirlos de toda culpa y responsabilidad, ayudado de fray Vicente, su compañero, los amarró unos con otros y los trajo detrás de sí como si fuesen prisioneros suyos. Esto lo hizo tambien para que no se echase la culpa de la prision á dos ó tres españoles y á un negro que venian en su compañía.

Aquella misma noche hubo un gran terremoto en la ciudad, y como las casas unas se desmoronaban y otras amenazaban ruina, la mayor parte de la gente salió á la plaza, y algunos decian: «No es posible sino que el obispo entra y aque» llos perros indios no nos han avisado, que este » temblor pronóstico es de la destruccion que ha » de venir para esta ciudad con su llegada. »

Despues de haber caminado el obispo toda la noche, entró al amanecer en la ciudad, recogiéndose en seguida á la iglesia. Cuando fué hora avisó por medio de un clérigo á los alcaldes y regidores su llegada, previniéndoles que viniesen al templo á verse con él. Éstos, despues de una prolongada consulta, se determinaron á ir al lla

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