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» causa fuera mia, de muy buena gana la dejara >> porque cesaran estos ruidos y se sosegaran to>> dos; pero es de mis ovejas, destos miserables >>> indios oprimidos y fatigados con servidumbre, >> esclavonía injusta y tributos incomportables que >>> otras ovejas mias les han impuesto. Aquí me >> quiero estar; esta Iglesia es mi esposa, no la >> tengo de desamparar. Este es el alcázar de mi >> residencia; quiérole regar con mi sangre si me » quitaren la vida, para que se embeba en la >> tierra el celo del servicio de Dios que tengo y quede fértil para dar el fruto que yo deseo, que >> es el fin de la injusticia que la manda y posee. >> Este es mi deseo, esta es mi voluntad determi» nada; y no seré yo tan dichoso que permita >> Dios á los moradores desta ciudad que la pon» gan en ejecucion, que otras veces me he visto >> en más peligros y por mis deméritos me quitó >> Dios la corona del martirio de las manos. Son >> antiguos contra mí estos alborotos y el abor>> recimiento que me tienen los conquistadores. >> Yo no siento sus injurias, ni temo sus amena» zas, que segun lo que ha pasado por mi en Es»paña y en Indias, el otro dia anduvieron muy >> modestos. >>

Súpose pocos dias despues que al mismo hombre que habia jurado matar al obispo le habian dado de puñaladas y que estaba muriéndose. Al

oir esto fué el obispo con los Padres á casa del enfermo. Restañaban la sangre los religiosos, y Las Casas examinaba las heridas y hacía las hilas y vendas para curarlas mientras llegaba un curandero á quien habia mandado llamar á toda prisa. Al ver el proceder verdaderamente evangélico del obispo, el hombre herido quedó corrido y avergonzado de sus descomposturas y ma las palabras pasadas. Sanó del todo de sus heridas, y habiéndose convertido por completo, pidió humildemente perdon de su culpa, y de allí en adelante fué amigo fidelísimo del obispo, defendiéndole con el mayor teson cuando oia hablar desfavorablemente de él. Viendo la mala voluntad de los vecinos de Ciudad-Real, los frailes se hallaban en la mayor confusion y embarazo y no sabian verdaderamente qué hacer. Llegó á tanto el encono de los ciudadanos, que cesaron de contribuir con sus limosnas, y no quisieron darles de comer ni áun por su dinero. Como faltaba el vino para las misas, de la manera siguiente respondió uno de los alcaldes á fray Luis de Cuenca, que lo habia pedido con la mayor humildad: « Padres, decid à vuestros » frailes que la provincia es muy grande, que >> pasen adelante á predicar y convertir los in» dios, que para esto salieron de España y el rey >> ha gastado con ellos tanta hacienda. Aquí so

>>>mos cristianos, no los habemos menester para nada, sino para que á nuestra costa hagan >> grandes edificios, y aún tienen talle de dejar>>> nos con sus sermones sin hacienda que les po» der dar si nos quieren quitar los esclavos. An» dad, padres, idos con Dios, buscad vino fuera >> de la ciudad. » Otro á quien pidieron que les vendiese un poco de trigo contestó secamente: «No os lo quiero dar. » — Replicó el Padre: ' <«< Cierto, señor, que no sé qué nos hemos de ha>>cer en esta ciudad donde tan mal nos tratan, >> viniéndolos á predicar y enseñar, que ni áun >> por nuestros dineros no nos quieren dar el sus>> tento necesario, sino salirnos della; y como » manda el Evangelio sacudir sobre los vecinos >> el polvo de nuestros zapatos. » Dijo el hombre: « Si os quereis ir, aunque yo soy viejo, os sacaré >> uno á uno hasta aquellos pinares, porque no se >> os pegue el polvo de la ciudad en los zapatos, y >> así no tendreis trabajo en sacudirlos. »

Salieron, pues, los Padres de Ciudad-Real, y unos fijaron su residencia en Copanabastla, otros en Cinacantlan y otros en Chiapa, donde determinaron establecer su asiento principal por entónces. Siendo allí bien recibidos convidaron á su obispo á que fuese. Él lo hizo así, y los indios le dispusieron un magnífico recibimiento; además manifestaban el mayor entusiasmo por la fe

y un vivo deseo de ser doctrinados en ella.

Pero Las Casas veia por todas partes reproducidos los mismos males. Llovian sobre él de todos lados las quejas de los infelices indios; uno reclamaba su hija perdida, otro su mujer robada, éste su hacienda saqueada, el otro su libertad oprimida. Lloraba el buen obispo y prodigaba á los desventurados todos los alivios y consuelos que estaban en su mano. Al fin, no permitiéndole su genio entero y enérgico perder el tiempo en vanas lamentaciones, resolvió presentarse á la Audiencia de los confines, formular allí su queja y exigir el pronto remedio de tantas y tan crueles injusticias.

CAPÍTULO XI.

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LAS CASAS pasa á Honduras. Se presenta á la Audiencia.-Alonso Maldonado y sus palabras al obispo. La contestacion de éste.-Lo que consigue LAS CASAS y cómo se preparau los vecinos de Ciudad-Real. -Lo que le sucede en su viaje de retorno. Atalayas y centinelas.— Los sorprende el obispo y los amarra. - Terremoto. - Entra LAS CASAS en Ciudad-Real. — Llama á los alcaldes y regidores.-Discursos y manifestaciones.- La cuestion de confesores.- Un consejo extemporáneo y sus consecuencias. Se refugia LAS CASAS en el convento. - Nuevo alboroto popular. - Nuevos disgustos del obispo de Chiapa. - Cómo concluyen.-Revocacion de las nuevas leyes de Indias. - Perplejidades de LAS CASAS.-El visitador de provincia.-Sus buenas disposiciones. -LAS CASAS en Méjico.- Una Junta de obispos y sus deliberaciones.Descontento LAS CASAS, reune él mismo otra Junta.-Proposiciones que establece esta Junta.- Otro trozo de una carta de LAS CASAS al príncipe D. Felipe.- Se resuelve á no volver á su obispado. - Instrucciones á su clero y su opúsculo Confesonario.—Quiénes lo habian revisado en España. Sale de Méjico Las CASAS y llega á la Península.

Se puso en viaje Las Casas con direccion á Honduras, y el 22 de Octubre de 1545 escribió una carta á la Audiencia de los confines en la cual amenazaba á los oidores con excomulgarlos si no remediaban los males que afligian su diócesis.

Al presentarse en la Audiencia, lėjos de prestar oido el presidente á las protestas de Las Casas, se descompuso y prorumpió en un torrente

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