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á las jóvenes, ni á los convertidos al cristianismo, ni á los todavía idólatras, ni á los que eran caciques ó señores ó reyes en aquellos países y con más bondad, humanidad y desprendimiento. habian recibido á tales desalmados y les daban todo cuanto tenian.

En la isla Española habia un reino llamado Magua, cuyo último rey se llamó Guarionax. Este se habia portado generosamente con los españoles. Un capitan español lo deshonró violándole la mujer. Guarionax, avergonzado del ultraje, sin tomar venganza abandonó su corte y se alejó á la provincia de Ciguayos. Allí fué hecho prisionero por los españoles, que lo trajeron cargado de cadenas para trasportarlo á España. El desgraciado Guarionax pereció en un naufragio con un gran número de españoles, en el buque que lo conducia, el cual llevaba un inmenso botin y un pedazo de oro nativo muy curioso de 3.600 castellanos de peso.

Otro reino en la Española se llamaba Marien y su príncipe Guacanagary. Cuando descubrió las indias Colon recibió de este rey los más importantes auxilios, tratándolo con gran humanidad. Sin embargo, despojado Guacanagary de su trono murió refugiado en las montañas, y la mayor parte de sus nobles fueron sacrificados á la insaciable avaricia de los españoles.

Llamábase Maguana el tercer reino en que estaba subdividida la Española, y su rey Caonabo, el más valiente, respetado y magnífico del país. Los españoles se apoderaron de él por traicion en su propio palacio y lo condujeron al puerto como un criminal, embarcándolo para España en uno de los seis buques que partian cargados de inmensas riquezas y pasajeros. Pero una horrible tempestad tragó en el Océano los seis buques con todas sus riquezas, tripulantes y pasajeros, entre éstos el infortunado rey de Maguana.

En la parte central de la Española se hallaba el reino de Xaragua, cuya reina se nombraba Anacaona, hermana del último rey Behechio. Ambos habian prestado grandes servicios á los españoles; sin embargo, Anacaona fué tomada por traicion por orden de Nicolás de Obando, y la mandó ahorcar, al mismo tiempo que dentro de una casa de paja mandó quemar vivos á más de 300 de sus nobles, y á los demás indios del pueblo los mandó degollar ó lancear.

El quinto reino de la propia isla se llamaba Higuey y su última soberana Higuanama, que fué igualmente ahorcada, y la mayor parte de sus indios quemados vivos, despedazados ó atormentados.

Tal fué el fin trágico y lastimoso de los cinco últimos reyes de la isla Española, sacrificados

muy al principio de la conquista, medio siglo apénas antes de la total destruccion y aniquilamiento de las gentes que la poblaban.

De idéntica manera terminaron los demás soberanos, caciques y señores que encontraron los españoles en las otras Antillas y en todo el continente americano, víctimas de la crueldad, rapa-. cidad é infame alevosía de aquellos hombres que mancharon la grandiosa historia del descubrimiento y conquista con páginas horrorosas y que atrajeron sobre sí y su posteridad algo funesto que se parece à una expiacion á través de los siglos, á una maldicion del cielo por muchas generaciones.

Cuando Hatuey, un rico señor indio de la Española, escapado á la isla de Cuba para librarse de las persecuciones de los conquistadores, cayó de ellos prisionero y fué condenado á la hoguera, un religioso franciscano le exhortaba en sus últimos momentos á hacerse cristiano, prometiéndole que iria derecho al cielo:

-«¿Qué gentes se encuentran allá? preguntó el cacique; ¿los cristianos van allá tambien? -Sí, respondió el religioso; van allá cuando son buenos.

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Entónces, replicó el indio, no quiero encontrarme con ellos. Prefiero descender al infierno para tener léjos de mí una raza tan cruel. »

¡A cuántas reflexiones se presta este histórico episodio!

El gobernador de Jamaica, Juan Esquibel, hizo matar los caciques de la Isla en 1509, y fué desolada su poblacion despues, pereciendo muchos de sus habitantes en el fuego y otros comidos ó destrozados por los perros que usaban los españoles.

Pedro Arias Dávila, hermano del conde de Puñonrostro, fué el gobernador español que asoló la Tierra Firme con sus crueldades y las de sus capitanes desde 1514, y de quien dice Las Casas que «era un tan horrible mónstruo que parecia » haber ido allá para servir de instrumento á la >> cólera de Dios; verdadero bárbaro, incapaz de » la menor prudencia en sus furores, y en una » palabra, el más á propósito para destruir la po>>blacion del país que queria reemplazar con es>>pañoles. >>

En Nicaragua y Honduras el mismo Arias Dávila, Soto, Hernando de Córdova, Francisco de Las Casas y Pedro de los Rios siguieron desde el año de 1523 igual sistema de destruir los indios y destruirse tambien los unos á los otros.

Pocos años despues Rodrigo de Contreras y sus dos hijos Fernando y Pedro, que habian sido enviados desde España para corregir aquellos escandalosos abusos, siguieron las huellas de sus

antecesores, asesinaron al obispo de Nicaragua D. Antonio Valdivieso, se sublevaron contra el presidente D. Pedro Gasca y perecieron al fin miserablemente en 1550.

El gran inca del Perú Atabaliba, despues de entregar al tirano conquistador más de dos millones de castellanos de oro, fué sentenciado á ser quemado, igualmente que su capitan general Cochilimaca, y solamente con gran repugnancia se le concedió al inca que fuese estrangulado ántes de arrojarlo á la hoguera.

Chamba y Chapera, grandes señores, de Quito el primero, y de las Canarias el otro, sufrieron la misma suerte de ser quemados, sin el menor motivo, pocos dias despues que Atabaliba.

El gobernador del reino de Quito, Cozopanga, fué condenado á las llamas; y á otro gran señor, llamado Albis, le dieron tormento, quemándole los piés, por el delito de no tener más oro que entregar.

El rey Bogota, de la Nueva Granada, fué martirizado, quemándole el vientre á fuego lento, porque no entregaba un palacio de oro.

Finalmente, de un extremo al otro de la América perecieron, á manos de los españoles conquistadores, los emperadores y los incas, los reyes y los príncipes, los señores y caciques de aquel gran Continente, sin que les hubiese ser

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