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escuchado con profundo respeto. Hecha esta diligencia que le habia sido ordenada, se volvió á la ciudad de Santigo.

Recibieron á fray Luis, á Las Casas y á los demás dominicos con indescriptible satisfaccion, sobre todo cuando se hubieron enterado por completo y en detalle de todos los excelentes resultados que habia tenido su importante y delicada mision. Debió el Apóstol sentirse tanto más feliz por estos sucesos cuanto que estaba totalmente desacostumbrado de ver sus empresas coronadas por un regular ó buen éxito; y el término de esta al ménos debia consolarlo un tanto de los desastres de Cumaná. Resolvió á su vez ir á la tierra de guerra en compañía de Pedro de Angulo; y allá fué recibido por el cacique, que al bautizarlo le habian dado el nombre de D. Juan con las mayores honras y toda la magnificencia y esplendor que sus circunstancias permitian. El celoso y ferviente cacique habia, segun parece, experimentado no pocos tropiezos y desazones en sus trabajos y diligencias para la conversion de sus vasallos. Debia casarse la hija del cacique de Coban con el hermano de D. Juan, el mismo que habia acompañado á fray Luis Cancer á Santiago, y era costumbre en estas ocasiones que los que traian á la desposada sacrificasen algunas aves y otros animales al llegar á los límites del territorio

del desposado. Don Juan, que habia renunciado á su idolatría, prohibió terminantemente estos sacrificios. Esta disposicion disgustó al pueblo ignorante y el fanatismo de sus vasallos estimulado y excitado quizás por los sacerdotes indios que tenian interés en combatir la nueva religion abrazada por su señor, los impelió á quemar furtivamente la iglesia cristiana; pero el cacique, nada amedrentado por este acto, edificó otra, y en ella dijeron misa Las Casas y Pedro de Angulo. Predicaron al pueblo en la llanura, acudiendo un gran número de indios á oirlos. Despues de esto los Padres recorrieron el territorio de D. Juan, aunque respetaron sus deseos no yendo á las tierras de Coban.

En esta sazon el Papa Paulo III (Alejandro Farnesio), habia recibido cartas del docto obispo de Tlascala, en las cuales le suplicaba el prelado fijase su atencion en los asuntos de Indias; y despues de dar recepcion á una Diputacion ó mision enviada por Betanzos y los principales dominicos de Nueva-España, mision á cuyo frente se hallaba fray Bernardino de Minaya, que antiguamente habia acompañadó á Las Casas en Guatemala y Nicaragua, contestó de la manera más favorable. Emitió una bula fundada en el texto Euntes docete omnes gentes, en la cual declaraba completa y entera la aptitud de

los indios para recibir las luces del cristianismo, y condenando en términos muy severos la conducta de los que redujesen á esclavitud á dichos naturales. Dirigió tambien un breve al arzobispo de Toledo, primado de las Españas, en que confirmaba lo contenido en la Bula, y declaró que habia venido á su conocimiento que el rey de España y emperador de Alemania, á fin de reprimir á aquéllos que llenos de codicia están animados por un espíritu cruel contra la raza humana, habia prohibido por decreto á todos sus vasallos el hacer esclavos á los indios occidentales y meridionales y privarlos de sus bienes.

Fácil es el apreciar la inmensa importancia de la Bula y del Breve del Papa para la causa que habia abrazado Las Casas, y el indecible júbilo que debieron de causarle esos documentos trascendentales. No perdió tiempo en traducir el Breve al castellano y mandarlo por muchas de las partes descubiertas del Nuevo mundo, á fin de que los Padres notificasen su contenido á los pobladores. Ocupóse entónces del proyecto de juntar á los indios para vivir en pueblos, pues hasta entonces estaban esparcidos por los montes. Decia Las Casas en el memorial que dió al emperador en el año de 1542, que para que una nacion pueda guardar una ley que haya recibido, es menester que viva la gente reunida social

mente y que goce de completa libertad, porque no siendo libres, no pueden ser parte de pueblo, y no podrán guardar la ley en que se les quiera instruir, por estar sujetos al albedrío y servicio de otro. Apoyaba esta opinion con ejemplos sacados de las Sagradas Escrituras, y decia que la ley de Jesucristo era ley de suma libertad, la cual requiere que los que la oyen y quieren practicar estén libres y vivan sin impedimentos ni estorbos.

¡Qué palabras! ¡Qué admirable y profunda enseñanza! Y estas doctrinas, que en pleno siglo XIX no encuentran superiores, se predicaban y esplayaban pública y libremente en unos tiempos que han fachado hombres superficiales. de bárbaros y atrasados, y cuando el tribunal de la Inquisicion y el absolutismo gubernamental estaban en su vigor más completo y desarrollado. ¡Un pobre fraile dominico del siglo XVI, un fraile español, Las Casas, sobrepujaba en espíritu verdaderamente liberal y radicalmente avanzado á muchos de los que en el ocaso del siglo XIX se llaman liberales!

Consultado el cacique D. Juan sobre el proyecto de fundar un pueblo de naturales, le pareció bien, y decidieron que era mejor comenzar á poner el nuevo plan en práctica con las gentes de Teococitlan y Rabinal, haciendo el ca

cique las diligencias para ese fin con notable. actividad, y á pesar de la resistencia y oposicion de los naturales, que faltó poco para que se sublevasen, pues les parecia insoportable dejar los bohíos, montes y valles donde habian nacido.

Esto mismo confirma que el objeto de Las Casas no estribaba únicamente en tratar con suavidad y cariño á los naturales, lisonjeando sus gustos y contentándose para perfeccionarlos con dirigirles sermones, sino que tenía especial empeño en civilizarlos todo lo posible, y por muy duro y hasta cruel que se les hiciese á aquellos indígenas el abandonar de repente sus usos y costumbres y los lugares en que habian pasado su infancia. El amor del sitio que nos vió nacer es un sentimiento innato en el hombre, lleno de dulce encanto é irresistible atractivo, y el mejorar de condiciones materiales de existencia no siempre compensa, para el rudo y sencillo. hijo de los bosques, la separacion para siempre de aquellas primitivas habitaciones en que existiera sin las trabas, para él enfadosas, de la vida regular y civilizada.

Al fin juntaron los Padres cien casas con el nombre de Rabinal y edificaron una iglesia. Se dedicaron tambien á instruir á los indios en algunas artes manuales y en los rudimentos más esenciales de la civilidad y reglas de aseo y cul

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