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res se apoderaban de las feraces regiones de Nicaragua. Este periodo de la vida de Las Casas es asaz oscuro, y ni los escritores, sus contemporáneos, ni los que han venido despues, nos ayudan mucho para aclararlo. Parece que fué à Madrid en el año de 1530, con licencia de los prelados de su Órden. Predicó en la corte con general aceptacion, y en los seis meses que se empleó en este ministerio, negoció una Real Cédula para Diego de Almagro y D. Francisco Pizarro, en la que se les mandaba terminantemente que de manera alguna pudiesen hacer esclavos en las provincias del Perú, de que eran capitanes generales. Volvió Las Casas á la Española en la ocasion en que se habia tenido allí el primer capítulo provincial en que se aceptó por convento formado de la religion, el de Santo Domingo de Méjico, como sujeto á la provincia de Santa Cruz, siendo nombrado primer prior el padre fray Francisco de San Miguel, quien se embarcó para Méjico con algunos religiosos, entre los cuales estaba Las Casas. Dispuso luégo fray Francisco de San Miguel mandarlo al Perú, con motivo de la notificacion de la Cédula Real referente á la libertad de los indios, y tambien para fundar conventos de la órden en aquellas provincias. Atravesó, pues, el apóstol toda Nueva España hasta Nicaragua, llevando consigo dos compañeros única

mente, los padres fray Bernardino de Minaya y fray Pedro de Santa María, por otro nombre Pedro de Angulo.

Llegaron á la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala, aposentándose en el convento de Santo Domingo, y los habitantes que se regocijaban primero al saber que habian llegado frailes de Santo Domingo, prontamente se les << aguó el contento» al saber que venía Las Casas con ellos, pues desde luego sospecharon que traeria Cédulas y provisiones Reales en perjuicio suyo. Llegaron al puerto de Realejo, y allí se embarcaron para el Perú en un navío que llevaba gente y bastimentos para Diego de Almagro y D. Prancisco Pizarro; y así que hubieron llegado, notificó Las Casas las Cédulas Reales á los dos capitanes, quienes prometieron guardarlas y obedecerlas, por por mucho que lo que en ellas se ordenaba y estipulaba fuese en contra de sus intereses. Trató en seguida el apóstol de fundar conventos y asentar la Órden para los naturales de aquella tierra. Despues de esto, y como aquellos países estaban grandemente alterados por la conquista y el desasosiego causado entre los indios por la muerte del Inca Atabaliba, no habiendo en sitio alguno medio de vivir con aquella paz tan necesaria para la predicacion del Evangelio, determinaron los religiosos embarcarse para Pa

namá, y lo hicieron así, llegando á Realejo, en la provincia de Nicaragua, en el año de 1532.

Estando Las Casas en Nicaragua ocupado con sus compañeros en instruir á los naturales en la fe, recibió una carta del licenciado Cerrato, presidente de la Audiencia de Santo Domingo, sucesor en aquel grave oficio de D. Sebastian Ramirez de Fuenleal, que habia sido nombrado presidente de la Audiencia de Méjico, en la cual le pedia con suma instancia que partiera con la brevedad posible á la Española, declarándole cuán necesaria era su presencia y enviándole libranzas para el gasto del camino. Las Casas obedeció sin tardanza, y embarcándose con fray Pedro de Angulo en el puerto de Trujillo, llegó á la Española, donde fueron recibidos con general satisfaccion, á pesar de que no faltaron, como siempre, algunos descontentos que no disimulaban su mal humor y ceño contra Las Casas, porque no cesaba de presentarse con nuevas órdenes y despachos reales para refrenar á los dueños de encomiendas y repartimientos.

El licenciado Cerrato deseaba sobre todas cosas, que por medio de la intervencion é influencia de Las Casas se terminase por completo la rebelion del cacique D. Enrique, quien, aunque no hacía mal á nadie desde las entrevistas que

habia tenido con fray Remigio y con el mismo Las Casas, si es que tocante á este útimo punto seguimos la opinion de Remesal, no habia tampoco desbandado á los indios que traia consigo, y se mantenia todavía en la sierra sin dar señales de querer venir á juntarse de nuevo, pacífica y amistosamente, con los castellanos. Las Casas se mostró, como es fácil comprenderlo, muy dispuesto á secundar las miras del Presidente, quien no queria emplear sino los medios suaves de la persuasion y del cariño para sosegar la isla y reconciliar á los indios; y al fin, acompañado siempre por su fiel amigo fray Pedro de Angulo, se entró por los montes á buscar al cacique. Halláronlo despues de caminar mucho tiempo trabajosamente por asperísimos caminos, y aunque hacía cuatro años que no se ejercitaba en la guerra, y que se mantenia en actitud espectante y de observacion, vivia tan apercibido y preparado para pelear como el primer dia en que se declaró en rebelion.

Estuvieron los Padres algunas semanas con el cacique, y como no juzgaban oportuno mandar noticias suyas á la ciudad de Santo Domingo, hasta saber de fijo el resultado favorable ó adverso de su mision, dieron lugar á que el Presidente de la Audiencia y los religiosos viviesen entre tanto en la mayor inquietud, sobresalto y desaso

siego, pensando que podria haberles sucedido alguna desgracia.

Al fin triunfó la elocuencia irresistible de Las Casas, y el cacique rebelde, que durante catorce años habia sido un verdadero terror para la isla, cedió plenamente á las instancias del admirable apóstol, y breve tiempo despues pudieron entrar juntos por las puertas de la Audiencia, despues de haber recibido una verdadera ovacion de toda la gente, y especialmente de la nobleza. No podemos ménos de tributar un homenaje de admiracion al Presidente, quien con delicadeza suma, exquisito tacto y refinada caballerosidad honró mucho al cacique, `sin hablarle una palabra siquiera de la rebelion pasada, ni de los daños que por su causa habia recibido la isla. Dice Remesal hablando de este suceso: «Confirmó y cumplió >> muy puntualmente lo que el Padre Fray Barto» lomé de Las Casas le habia prometido en nom»bre del Rey y suyo, entregándole (á D. Enri

que) sus indios y pueblos de que era señor » natural y teniendo siempre gran cuidado de fa>> vorecerle y regalarle, llamarle de cuando en >> cuando y honrarle en la ciudad; le tuvo siem>> pre contentísimo y muy en servicio del Rey, >> amistad de los españoles que la deseaban y en >> paz y seguridad de la isla.» (Historia de la provincia de Chiapa y de Guatemala, lib. 11, capí

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