Imatges de pàgina
PDF
EPUB

y

á los ministros flamencos, y se puso á aguardar sus contestaciones con paciencia. Su gran desgracia, con especialidad en aquel crítico período de su existencia, fué no encontrar algunos hombres que le ayudasen y se dedicasen á él con la abnegacion que merecia y fuesen algo más de su confianza que aquellos de quienes habia tenido que valerse. En esta época de su vida es cuando Las Casas se concentra en sí mismo y siente desmayar su gran valor, La duda y la desconfianza comenzaron á penetrar en su corazon y á herirlo cruelmente. Asaltábanlo mil pensamientos contrarios que contribuian á aumentar la dolorosa confusion en que se veia envuelta su mente. Habia momentos en que la falta de fe, no en la bondad de su causa, sino en la eficacia de sus fuerzas para hacerla triunfar, laceraba su corazon tan sensible y tierno. Perseguíalo ya la terrible y profundamente desconsoladora idea de que sus esfuerzos eran y serian fútiles; que podia ser uno de los inescrutables fines de la Providencia el haber ordenado que fuesen los indios exterminados, y que los españoles se hiciesen culpables de aquellos actos de rigor y de ferocidad que lo llenaban de horror y afliccion.

<«<Pero en la verdad, no se lo puso Dios en el >>corazon que fuese ó porque él no lo merecia, ó >>porque aquellas gentes segun los profundos jui

>>cios divinos se habian con otras muchas de per>>der, ó porque tambien los facinerosos pecados >>de nuestra nacion, que en aquellas gentes han >>cometido, no se habian tan presto de fenecer. >> (Las Casas, Historia de las Indias MS. lib. iii capítulo 159.)

Estando en el monasterio de Santo Domingo se dedicó Las Casas á escribir su Historia de las Indias; viviendo en alejamiento completo del teatro del mundo y de las cosas de Indias, y siendo esta obra, que empezó á escribir en el año de 1527, acabada pocos años antes de su fallecimiento en 1561, debido á las interrupciones causadas por las muchas vicisitudes de su existencia. Durante el tiempo que estuvo en el monasterio (cerca de siete años) se ocupó de varios otros trabajos y estudios, escribiendo tratados en los cuales desplegó cuanta erudicion teológica, filosófica y legal daba de sí aquel siglo.

El historiador Remesal y el Padre Las Casas relatan muy por extenso el interesantísimo episodio del cacique D. Enrique, y no puede ménos de sorprendernos el que el ilustre Quintana, generalmente tan exacto y escrupuloso, mencione apénas aquel suceso bien romántico por cierto. La entrevista que con D. Enrique tuvo el grande hombre cuya vida y apostolado forman el asunto de este libro, posee una importancia bastante,

á nuestro entender, para justificar la introduccion en una Vida de Las Casas de la notable rebelion de aquel jefe indígena, que en el largo periodo durante el cual supo hacer frente y resistir con éxito los repetidos ataques de las tropas españolas, tuvo ocasion de desplegar más de una vez como guerrero y como hombre, cualidades nada vulgares áun en razas más civilizadas. El episodio de la rebelion del cacique D. Enrique es como sigue:

En el lugar de San Juan de Maguana, en la Española, habia un poblador que tenía un repartimiento de indios, cuyo cacique se llamaba Enrique, el cual habia sido criado desde niño en el monasterio de San Francisco, mostrando el indio siempre en sus obras el excelente fruto que habia sabido sacar de la compañía de aquellos religiosos. D. Enrique, que así lo llamó más tarde en una carta el Rey, era mozo de agradable presencia, buen talle y rostro placentero, manifestando comedimiento, seriedad y cordura en sus modales y palabras; su provincia ó cormarca estaba situada en las sierras que dan al mar del Sur. El poblador á quien servía D. Enrique con sus indios, apellidábase Valenzuela, que era un jóven de genio brutal y pasiones desenfrenadas, vecino del mismo lugar de San Juan de Maguana, el cual robó á D. Enrique una hermosa yegua que

poseia y además le quitó su mujer: á las quejas del agraviado cacique respondió el libidinoso Valenzuela mandándole dar de palos. Las nuevas y reiteradas reclamaciones del indio dirigidas á Pedro de Vadilla, teniente del gobernador de la villa, y á la Audiencia de Santo Domingo, fueron acogidas con desaire y desdén, y no tuvieron otro éxito que el de acarrear nuevos sinsabores, nuevos disgustos al infeliz D. Enrique.

Tanto como duró el tiempo del servicio del cacique, que eran ciertos meses del año en que se mudaban las cuadrillas de trabajadores, devoró sus afrentas y sufrió callando y disimulando; pero concluido el tiempo se volvió á su tierra con su gente, y una vez en ella se negó á seguir dando obediencia al que tan cruelmente le habia ultrajado y á permitir que ningun indio de los suyos fuese á servirlo. Viendo esto Valenzuela, se puso á la cabeza de una docena de hombres, y se fué á buscar al cacique con objeto de prenderlo, maltratarlo y hacerle servir mal de su grado. Llegó efectivamente al lugar de D. Enrique, pero con no poca extrañeza suya se encontró con que el cacique estaba preparado á defenderse, y habia armado á todos sus indios con lanzas, arcos, flechas, piedras y lo demás con que pudo equiparlos. No rompió, con todo, las hostilidades el cacique, sino que saliendo al encuentro de Va

lenzuela le dijo con una dignidad, moderacion V prudencia dignas de todo encomio, que se volviese por donde habia venido, pues ni él ni ninguno de sus indios habia de seguirle. El temerario poblador, al oir estas palabras, incapaz de reprimir su ciego furor, prorumpió en los más afrentosos denuestos y viles injurias, y cerró con los indios seguido por la gente que llevaba, trabándose en el acto una sangrienta pelea en que murieron dos españoles y fueron heridos varios, teniendo al fin Valenzuela con los que le quedaban que volver las espaldas confusos y descalabrados. No consintió D. Enrique que los suyos lo siguiesen, contentándose con decir:-« Agradece, Valenzuela, que no te mato; anda y no vuelvas más acá, guárdate.»

Al saber este grave suceso mandó la Audiencia que fuesen despachados ochenta hombres á sojuzgar á los indios alzados; pero esta expedicion no tuvo mejor éxito que la de Valenzuela, pues en esta ocasion tambien fueron completamente desbaratados los castellanos por D. Enrique, perdiendo en la refriega bastante gente. Estas dos victorias dieron considerable importancia al rebelde y extendiéndose su fama por una gran extension del territorio, hizo esto con que acudiesen á él, para reforzarlo, una multitud de indios de diferentes puntos, llegando á reunir un

« AnteriorContinua »