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fundadas sus sospechas; «respondia con las pala>>>bras que no era verdad, y con los ojos y meneo >>>del rostro decia que sí.» (Herrera, Dec. ш, lib. I.)

III,

Francisco de Soto procuraba reparar en parte la falta gravísima que habia cometido, disponiendo de los navíos que le confiara Las Casas, y se apercibia á la defensa contra un próximo ataque de las tribus. Reunió la poca gente que habia, y dispusiéronse catorce tiros pequeños alrededor de la casa. Pero la fortuna, tantas veces risueña y favorable á los españoles en el Nuevo mundo, se debia mostrar esta vez cruel y pérfida, y la fatalidad que perseguia á Las Casas y lo hería con tan terribles golpes, parecia ya encaminarse no sólo contra su persona, sino contra los vestigios y huellas que dejaba en pos de sí. Los pocos españoles de Cumaná, circundados por un peligro inminente y terrible, aunque envuelto en el misterio, reconocieron con horror que estaba inutilizada por la humedad la pólvora de que disponian. ¡La pólvora! el pertrecho de guerra que únicamente podia equilibrar la fabulosa desproporcion de fuerza numérica entre ellos y sus salvajes enemigos.

Al dia siguiente de reconocer el deplorable estado de su principal, de su más importante municion de guerra, y mientras se afanaban por ver si la secaban al sol, cayó sobre ellos un torrente

de indios con tremenda grita, horribles de aspecto con sus atavios de guerra; pusieron fuego á la casa ó atarazana que habia hecho Las Casas, mataron algunos hombres, y comenzaron á cebar su salvaje furia haciendo espantosos estragos.

Volvia á este tiempo Francisco de Soto de un pueblo de indios cercano donde habia ido á hacer algunas indagaciones respecto de la conjuracion que se esperaba estallaria sin tardanza, y fué herido en un brazo con una saeta emponzoñada. Con todo eso se entró en la huerta de los frailes y con éstos y con otras gentes que habia en ella, embarcaron en una canoa grande que se hallaba en un estero de riego por donde subia el agua del rio. Únicamente un religioso lego, llamado Dionisio, no se embarcó con ellos, porque habia salido huyendo del convento al oir la gritería de los indios y se habia ocultado en un espeso cañaveral. En la punta de Arraya estaban las salinas, y cargaban allí á dos leguas de distancia del estero. poco más ó ménos algunos navíos. Hácia aquella punta se dirigia la canoa.

Descubrióla fray Dionisio desde su refugio, y salió, con la esperanza en el corazon, llamando á sus amigos para que volviesen por él. Heróicos fueron los esfuerzos que en aquel apretado trance hicieron los de la canoa para dar la vuelta, vencer la corriente tan impetuosa en aquel cauda

loso rio, y recibir á su compatriota. En vano pugnaban, en vano se afanaban para bogar contra el impetu del raudal de aguas; estrellábanse sus esfuerzos ante la tremenda violencia de la corriente, y entonces el religioso, viendo la dificultad, el trabajo y el peligro de los que querian salvarlo, les hizo señas que se fuesen, que lo dejasen, y él quedó encomendándose á la providencia de Dios.

Los indios al descubrir que los castellanos se iban por el rio afuera, dispusieron rápidamente una ligera piragua y se fueron tras ellos. Atracaron á la playa la canoa y la piragua, casi á un mismo tiempo y á muy poca distancia una de otra. Los españoles se guarecieron, como en una fortaleza, en una parte de aquella playa que estaba llena de cardos, con largas y agudas puas, y al fin de largo rato salieron, segun la expresion de Remesal, enclavados, espinados y corriendo sangre, llegando más muertos que vivos á donde los navíos estaban cargando sal, y á bordo de los cuales fueron recibidos prontamente y con las mayores muestras de lástima y compasion.

Despues de quemada la atarazana, los indios saquearon el monasterio, destruyeron los objetos sagrados y lo asolaron y quemaron todo, no perdonando ni á los animales que en él habia, en su brutal saña; y es de notar que los que más se se

ñalaron por su bárbara crueldad, fueron precisamente los que más caridad y pruebas de cariño. habian recibido de los frailes.

No contentos los indios de Cumaná con lo hecho, y cobrando osadía sin límite con el buen éxito de su acometida, se dispusieron á pasar á la isla de Cubagua contra los castellanos que estaban en ella; pero el alcalde mayor Antonio Flores, aunque tenía armas, 300 hombres y varias embarcaciones, entre ellas dos carabelas, no la defendió, y huyeron todos llenos de terror pánico á la Española, desamparando sus provisiones y objetos de valor; lo cual visto por los indios cobraron todavía más ánimo y se hicieron dueños de la isla muy á su sabor.

Este episodio, para cuya narracion nos hemos valido de datos suministrados por Antonio de Remesal en su Historia de la provincia de Chiapa y Guatemala, y Herrera en su Historia de las Indias Occidentales lo refiere Luis de Gomara en su Chrónica general de las Indias Occidentales 1558, foja xliv, con las palabras siguientes: «E >> hizo una casa de barro (Las Casas) junto á dó fué >>> el monasterio de franciscos. I metió en ella sus » labradores, las armas, rescate y bastimento que >> llevaba. I fuése á querellar á Santo Domingo. El >> Gonzalo de Ocampo se fué tambien. No sé si por >> esto, ó por enojo que tenía de alguno de sus

>> compañeros. I trás él se fueron todos. I assi »quedó Toledo desierto y los labradores solos. >> Los indios que holgaran de aquellas pasiones y >> discordia de españoles, combatieron la casa y >> mataron casi todos los caballeros dorados. Los >> que huir pudieron acogiéronse á una caravela. >> I no quedó español vivo en toda aquella costa >>>de perlas.>>

Entre tanto Las Casas navegando de Cumaná á la Española, fué á parar, por yerro de los marineros, ochenta leguas del puerto de Santo Domingo abajo al puerto de Jáquimo. Dos meses estuvieron luchando contra las corrientes, y cuando desembarcaron, Las Casas se fué por tierra al puerto de Iguana, que está à una distancia de nueve leguas en lo interior. Entre tanto llegaron á Santo Domingo los navíos que habian estado cargando sal en la punta de Arraya con los españoles que se habian salvado en la matanza de Cumaná, y se publicaron las noticias de lo que los indios habian hecho. Caminando Las Casas en compañía de otros castellanos en vuelta de Santo Domingo, se echó á dormir la siesta debajo de un árbol. Pasaron por aquel sitio casualmente algunos caminantes españoles, quienes dijeron á los que sesteaban que los indios de la costa de las Perlas habian muerto al licenciado Bartolomé de Las Casas con toda su compañía.

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