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yendo que no queria recibirlos. Esto prueba que S. M. no se encontraba satisfecho del desempeño de la mision que Cisneros les habia encomendado, y que Las Casas. habia previsto con acierto muy de antemano la incompetencia ó parcialidad de los tres monjes, segun lo manifestó durante su despedida al cardenal Cisneros ántes de partir para las Antillas.

Hallábase el obispo de Burgos en la Coruña proveyendo la referida armada que debia de conducir el Rey á Alemania, y á los dos meses llegó tambien á dicha ciudad el Rey, al cual aguardaban ya varios personajes interesados en las cosasde Indias, y le seguia muy de cerca Las Casas, decidido á aprovechar toda oportunidad que se le presentase para trabajar por los indios. Algunas ciudades se habian levantado en voz de comunidåd, y esto, unido á la complicacion de los negocios de Estado y al mal tiempo que hacía para navegar decidieron al Rey á detenerse allí dos meses, cuyos últimos dias ántes de la partidà fueron notables por la actividad desplegada en la solucion de los asuntos del nuevo Mundo. El almirante D. Diego de Colon fué enviado nuevamente á servir su cargo en las Indias, ordenándole que despachase las provisiones en el nombre real; se declaró que tenía derechos de virey y gobernador en la Española y en todas las islas

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que su padre habia descubierto en aquellos mares; que se quitase á los visitadores de los indios la jurisdiccion sobre ellos y que sólo pudiesen pesquisar si hacian algo contrario à la religion, con otra porcion de providencias favorables á aquellos indígenas y á los derechos del Almirante.

Este satisfecho se marchó á Sevilla, con instrucciones para los oficiales de la casa en aquella ciudad para que lo despachasen con brevedad; pero solamente salió para la Española á principios de Setiembre de 1520, llegando á su destino en Noviembre, por haberse detenido algunos dias en la isla de San Juan. Respecto á Pedrarias, á pesar de los memoriales contra él presentados por el obispo de Darién, y las quejas de Las Casas, se dispuso que continuase en sus descubrimientos.

Las Casas redobló.sus esfuerzos ántes que el rey partiese de la Coruña, importunando á los ministros, especialmente á los flamencos que con el Gran Canciller le protegian, quejándose del obispo de Burgos que habia puesto á su lado á Berrio para que abusase de su confianza, y asegurando que moririan de hambre los doscientos hombres remitidos á la isla Española por Berrio sin proveerlos de lo necesario. Y en efecto, se enviaron á la Española, segun ya queda dicho, algunos recursos que, aunque llegaron á su destino, iban ya tarde, pues segun lo que Las Casas ha

bia pronosticado, habian muerto una gran parte, otros se habian marchado, y los pocos restantes habian buscado por sí mismos los recursos para vivir.

Tratóse al fin en la Coruña del proyecto de Las Casas, que ya hemos indicado; y despues de muchas discusiones se decidió que la conversion de los indios debia de hacerse con paz y amor evangélico, y no por medio de la guerra y sus funestas consecuencias de sangre, ódio v exterminó. Como resultado de este acuerdo importante, se le dió á Las Casas la comision de convertir aquella parte de Tierra Firme, desde la provincia de Paría hasta Santa Marta, que comprende unas 260 leguas de costa, firmando los despachos el Rey el 19 de Mayo de 1520, poco ántes de partir éste por mar para Alemania.

Quedaba de regente durante la ausencia del Rey el cardenal Adriano, y entre tanto tuvo Las Casas que entenderse con el obispo de Búrgos, que por una mudanza de ideas no ménos sorprendente que la que habia tenido lugar en el prelado de Darién, se inclinaba tambien súbitamente á recibir con interés, aprobacion y simpatía al clérigo. Contaba éste entre sus amigos al licenciado Aguirre, hombre muy acreditado en aquel tiempo, á quien la reina Isabel habia tenido en grande aprecio, el cual manifestaba una especial amistad hácia Las Casas; pero viendo

con cuanto teson habia este insistido en la concesion de inmensos territorios, de donde se proponia extraer grandes riquezas, sintió entibiarse un tanto su hasta entonces no desmentido afecto hácia el clérigo, pensando y meditando que los desvelos y diligencias de éste no estarian tal vez del todo exentas de intereses mundanales. Pero Las Casas, ansioso de conservar la amistad del licenciado Aguirre, se apresuró á desengañarlo y á disipar su desconfianza, demostrándole y probándole con argumentos incontestables, que ni un solo momento perdia de vista el objeto altamente moral y filantrópico al que habia consagrado su existencia, siendo las pequeñeces mundanas de que entonces se ocupaba solamente un auxilio para llevar más fácilmente á buen término aquel su propósito tan elevado. Con las palabras tan llenas de elocuencia, de verdad y sinceridad de Las Casas, desaparecieron todas las dudas del ánimo de Aguirre, restituyendo de buen grado y con alborozo á su amigo el respeto y consideracion que ántes le tenía y de que era tan digno el entusiasta apóstol.

Fuése éste á Sevilla á preparar su viaje y á reunir labradores que le acompañaran, contando para todo con los recursos que le proporcionó el obispo de Burgos, que ya entónces no queria dar motivos de nuevas quejas contra sí, además de

otros recursos que pudo proporcionarse el mismo Las Casas, ayudado por sus amigos.

Al fin se hizo á la vela desde Sanlúcar de Barrameda el 11 de Noviembre de 1520, contento y lleno de esperanzas en el éxito de su expedicion, sin tener presente que para los hombres de mérito están reservados los contratiempos más inesperados y las pruebas más terribles, que al fin dan testimonio del temple de sus corazones y grandeza de sus almas.

Ántes de seguir á Las Casas en su nuevo viaje expedicionario, debemos de referir algunos acontecimientos que tenian lugar por entónces justamente en el territorio de Costa Firme, al cual el clérigo iba encaminado. En el año de 1518, algunos frailes franciscos y dominicos fundaron dos conventos en la Costa de las Perlas, el uno de los dominicos llamado de Santa Fe, cerca de Chiribichí, y el otro de los franciscos cerca de Maracapana, á 7 leguas de distancia, á la embocadura del rio Cumaná y al frente de la isla de Cubagua. Los frailes de estos dos conventos vivian en perfecta paz con los indios de la comarca, hasta el punto de poder los castellanos, sin ser nunca en lo más mínimo incomodados, transitar por tierra adentro y contratar con los indígenas sin molestias, recelos ni peligros; cuando un llamado Alonso de Ojeda, que se empleaba en la

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