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visto escuchando con atencion é interés á Las Casas en lo referente al Nuevo mundo y al У apostolado que este último se habia impuesto á favor de los indios.

El célebre historiador Antonio de Solís, aunque opuesto como tantos otros hombres notables de su época á las acusaciones, no pocas veces violentas, del apóstol de las Indias, se expresa en su censura con una moderacion y cortesía comparativas, que harian bien en imitar los mismos antagonistas de Las Casas. Se contenta el narrador de la Conquista de Méjico con decir, que en ciertos casos, -como en la relacion de un baile público celebrado en Méjico para festejar á Motezuma, en que dice Las Casas que Pedro de Alvarado, viendo las joyas con que iban adornados los mejicanos, convocó su gente, embistiendo con ellos, y haciéndolos pedazos para quitárselas,—cuidaba ménos de la verdad que de la ponderacion, solicitando el alivio de los indios y encareciendo lo que padecian; y añade: «Los más de nuestros escritores lo convencen de >> mal informado en esta y otras enormidades que dejó escritas contra los españoles. Dicha es » hallarle impugnado, para entendernos mejor » con el respeto que se debe á su dignidad. >>

¡Ojalá que todos los adversarios de Las Casas, sus contemporáneos, y los que le han impugna

do despues, hubiesen sabido siempre usar este tono de moderacion y de prudencia!

Las Casas acompañó á la corte que salia de Valladolid para Aragon, y cayó enfermo en Aranda de Duero. El rey mostrábale gran afecto y predileccion, y como aquél se habia quedado atrás para cuidarse en su enfermedad, el jóven monarca preguntaba con frecuencia y cariñosamente por el venerable « micer Bartolomé.» Cárlos I, áun en su adolescencia, mostraba aquel espíritu reflexivo y aquella inclinacion hácia los hombres de mérito que lo distinguió en toda su larga y gloriosa carrera, así como la facultad que tan completamente poseia de descubrir y apreciar debidamente en los demás las prendas que son dignas de estima. No debe considerarse como un mero capricho la predileccion de Cárlos I hácia Las Casas. Era en todas sus cosas y por indole lento y considerado. Nacido con talentos que se fueron desarrollando poco a poco, y que no llegaron sino tarde á su completa madurez, solia consagrar largas meditaciones á todo lo que llamaba su atencion, aplicando todas las fuerzas de su espíritu á una direccion dada, y no haciendo ni diciendo nada sin haberlo pensado muchas veces larga y detenidamente. En ese afecto juvenil que manifestaba hácia Las Casas, se debe, pues, reconocer una profunda apreciacion de las

altas virtudes del clérigo. Continuó luchando éste, y habló en diversas juntas que se celebraron para oirle, siendo muchas y grandes las objeciones que le ponian, y á las cuales él respondia con su rigor característico. Los ministros flamencos, segun la expresion de Herrera «holga>>ban de favorecer á Las Casas,» y así querian que entendiese el rey, que aunque no eran naturales de España, comprendian mejor que nadie las cosas de su servicio.

En esta sazon, y estando la corte en Barcelona, vino á ella el obispo del Dárien. El rey se hallaba alojado en un sitio llamado «Molins del Rey» á tres leguas de la ciudad, y ocupaban los cortesanos los mejores edificios en los arrabales. Habiéndose encontrado Las Casas con el obispo en los aposentos regios, recibióle éste con frialdad y desdén, y en una entrevista que tuvo lugar en casa del prelado de Badajoz suscitóse una disputa sobre si crecia ó nó el trigo en la isla española. Aseguraba el obispo de Darien que no era posible, cuando manifestó Las Casas algunos granos que tenía en la bolsa, que habian sido cogidos debajo de un naranjo en el jardin del monasterio dominico en Santo Domingo. Creció la disputa, hasta que el obispo, del todo olvidado de la prudencia, invectivó con harto poco miramiento y demasiada aspereza á Las Casas, inter

viniendo el obispo de Badajoz y estorbando que la disputa pasase más adelante. Sabedor el rey de lo pasado, quiso oir á ambos contendientes y enterarse por sí mismo de los graves negocios del Nuevo mundo, exigiendo la presencia del almirante de las Indias; y como sucedió que algunos dias antes habia llegado á la corte, procedente de la Española, un fraile francisco recibió tambien órden éste de estar presente en la Audiencia. Tuvo lugar hallándose sentado el rey en un trono y colocándose en bancos más bajos á su derecha Mr. de Chièvres, el almirante, el obispo de Dárien У el licenciado Aguirre; á la izquierda del rey, y al frente de ellos se sentaron el gran canciller, el obispo de Badajoz y otros consejeros;

y

arrimados à una pared, de frente al monarca, estaban de pié Las Casas y el franciscano. Estando todo en silencio se levantaron de allí á poco Mr. de Chièvres y el Gran Canciller, y cada uno por su lado subieron al estrado real, hablando algun tiempo con el rey. El Gran Canciller dijo al fin: Reverendo obispo: S. M. manda que » hableis si alguna cosa de las Indias teneis que >> hablar. » -El obispo de Dárien se levantó y dijo: «Que habia muchos dias que deseaba ver » aquella presencia real por las razones que á ello » le obligaban, y que ahora que Dios le habia >> cumplido su deseo, conocia que la cara de

» Priamo era digna del Imperio (1); y añadió: » porque venía de las Indias y traia cosas secretas » de mucha importancia tocantes á su real servi>> cio, no convenia decirlas sino sólo á S. M. y >> Consejo; por tanto, que le suplicaba mandase » salir fuera los que no eran del Consejo. » Dicho esto, á una señal del Gran Canciller, volvió á sentarse, y diciendo de nuevo el Gran Canciller: « Reverendo obispo: S. M. manda que hableis si » teneis que hablar; » volvióse á excusar diciendo: «Que las cosas que traia eran secretas y no » las habia de referir sino á S. M. y á su Consejo; » y tambien porque no venía él á poner en dis>> puta sus años y canas.» A lo que respondió el Gran Canciller: «Reverendo obispo. S. M. manda >> que hableis si teneis que hablar, porque los >> que aquí están todos son llamados para que es» tén en este Consejo. »

Levantado el obispo, dijo: «Muy poderoso se»ñor: el Rey Católico, vuestro abuelo, que haya >> santa gloria, mandó hacer una armada para ir » á poblar la Tierra Firme de las Indias, y suplicó » á nuestro muy Santo Padre me criase obispo de

(1) Facies Priami digna erat imperio,» palabras de Homero ensalzando la hermosura de Priamo, excelente rey troyano.

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