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mandas de Las Casas, y representaron en su favor ante el Consejo de Indias, llamando sobre sí de esa manera una severa reprension de parte del obispo de Burgos, quien, irritado, les dijo que los predicadores del Rey no tenian para qué meterse á gobernantes, acusándolos de haber dado ese paso á instigacion de Las Casas. Dice Herrera describiendo este incidente (Dec. II, libro iv, capítulo), que « replicó el Doctor de la Fuente, uno » de los ocho predicadores, que no se movian » por Las Casas sino por la casa de Dios, cuyos >>> oficios tenian y por cuya defensa eran obligados >> y estaban aparejados á poner las vidas; y que >> no le debia de parecer atrevimiento ni presun>>cion que ocho maestros de Teología, que podian >> ir á exhortar á todo un Concilio General en las » cosas de la fe y en el regimiento de la univer» sal Iglesia, fuesen á exhortar á los Consejos del » Rey en lo que mal hiciesen, porque era su ofi>> cio mucho mejor que el oficio de ser del Con» sejo del Rey, y que por tanto habian ido allí » á persuadir que se enmendase lo muy errado é >> injusto que en las Indias se cometia, y que si >> no lo enmendasen predicarian contra ellos, » como contra quien no guardaba la ley de Dios, » ni hacía lo que convenia al servicio del Rey; y » que esto era cumplir y predicar el Evangelio. » Por estas palabras, que rebosan de decoro y en

tereza, podemos ver cuán grande era la energía del clero español en aquellos tiempos, y cuán ajenas son dichas palabras de todo espíritu de fanatismo, constituyendo por lo contrario la expresion de los sentimientos de hombres dispuestos formalmente á cumplir con su sagrado deber, fuesen cuales fuesen las consecuencias que podian resultar de su osadía, y la elevacion, poder y autoridad de los personajes á quienes se veian en la obligacion de impugnar. El obispo de Búrgos se muestra siempre constante en su arrogancia y altanería, y forma un contraste bien digno de notarse con los estadistas eminentes y doctos que rodeaban á Cárlos I. ¡Cuánta diferencia hallamos comparándolo, no ya con la colosal figura de Cisneros, cuyas grandiosas proporciones prohiben colocarlo en parangon con otro cualquier estadista, pero con el mismo Adriano de Utrecht! Vemos en este último el genio del gobernante unido con la elevacion de ideas y magnanimidad del filantropo, y resaltando siempre en su conducta la condescendencia y afabilidad del grande hombre, que ante todo desea acertar en los medios de hacer el bien, sin despreciar consejos de nadie. ¡Qué contraste tan notable entre la manera con que era recibido Las Casas por Adriano y la soberbia y desabrimiento que hácia él y los que manifestaban ser sus partidarios, mostró

siempre el orgulloso prelado de Búrgos! El mismo Lope de Conchillos habia dado pruebas de mayor ilustracion, al ménos exteriormente, oyendo á Las Casas con toda la atencion á que era acreedor un hombre de tal talla, á quien si bien á veces puede ser lícito el tachar de demasiado vehemente y ponderativo, nadie al ménos que conozca la historia y el corazon de los hombres puede criminar de insincero.

Ántes de pasar adelante en nuestra monografía, y ya que hemos mencionado la última entrevista del cardenal Cisneros con Las Casas, tributaremos un pequeño recuerdo al grande hombre que desde la más humilde de las condiciones llegó á los más altos puestos en España, admirando al mundo con sus virtudes, su poder y su talento.

El cardenal Cisneros aparece como un gigante. en medio de aquel siglo xvi, ya tan fecundo en varones ilustres; y su grandeza resalta tanto más cuanto que vemos se eleva desde la oscura celda de un convento. En su larga carrera de hombre público, emprendida contra su voluntad, y obedeciendo tan solo al mandato de sus superiores y reyes, no encontramos rastro alguno de las intrigas que constituyen la moderna política, ni de las mezquinas artimañas que usan los hombres, cuyo único fin es engañarse unos á otros. Los

padres de Cisneros pertenecian al estado noble; pero habiendo optado desde jóven por la vida del cláustro, eligió la órden más humilde y oscura que debia de interponer entre él y las grandezas mundanales una inmensa barrera. La regla de San Francisco es la que más sacrificios impone al hombre dotado por la naturaleza de un espíritu enérgico y vehemente; no solamente exige del fraile la abstinencia, el trabajo, la contemplacion mística y la oracion no interrumpida, sino tambien la humillacion constante de pedir limosna y vivir de la caridad pública; y Cisneros supo sojuzgar su grande espíritu de estadista y de conquistador, hasta el punto de no dejar de ser nunca un pobre fraile y de no renunciar al tosco hábito franciscano, ni áun cuando fué elevado á la dignidad arzobispal más alta del mundo, á la de Toledo.

¡Qué admiracion no sentiremos, pues, por un carácter como el de Cisneros, y cuántos encomios no deberemos de tributarle si lo comparamos, no diremos ya solamente con los cancilleres de su tiempo, sino con los hombres de Estado que se han sucedido despues, y que parecen tener en sus manos la clave de la verdadera razon de Estado, segun la comprenden los modernos!

¡Cuánta diferencia hallamos entre ese humil

de, enérgico, virtuoso y sabio estadista, y los hombres públicos de edades más posteriores!

Si en la vida de Cisneros, durante la época en que gobernó á España, vemos algo que pueda. confundirse con la ambicion, esa ambicion tenía por único fin consolidar á Castilla y colocar bajo su poderío provincias que eran verdaderamente miembros de aquel cuerpo incompleto, ramas de aquel tronco separadas por la fuerza del temporal, pero cuya union debia intentarse y conseguirse removiendo los obstáculos que lo impedian.

Un hecho, hasta cierto punto muy secundario, interrumpe con una nubecilla la brillante y admirable carrera de este gran estadista, á saber,. la órden que dió de quemar todos los ejemplares del Corán que poseian los moriscos de Granada. Pero áun este hecho tiene su disculpa, si consideramos el celo de aquella época, la irritacion de los ánimos por una lucha de tantos siglos contra los árabes, y el horror que inspiraban las doctrinas en aquellos libros estampadas. Por lo demás, el gran Cisneros protegió las ciencias y las artes; fué justiciero, enérgico, sabio, virtuoso y excelente patricio; fué fundador y reformador; puso á raya la altivez y las intrigas de los cortesanos, dió á España grandes dias de gloria, y todavía en sus últimos momentos le hemos

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