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sus asuntos algunos de los cortesanos flamencos que tenian en palacio más favor.

Las Casas insistió nuevamente en su proyecto de enviar labradores colonos á las Antillas, que habia empezado en vida del Gran Canciller, y que al fin consiguió del cardenal Adriano, á pesar de la oposicion que le hacía el obispo de Búrgos, que nuevamente habia recuperado en la corte alguna influencia. Expidiéronse para Las Casas provisiones que solicitó y cédula de aposento por

todo el reino. Además le dieron cartas de recomendacion y órdenes para todos los corregidores, asistentes y justicias del reino, para los arzobispos, obispos, abades, priores y todo género de personas de autoridad; exhortando á unos y mandando á otros que diesen á Las Casas crédito y favor y le ayudasen á reclutar labradores que quisiesen pasar á América á gozar de las mercedes que les eran concedidas. Diéronse igualmente instrucciones á la casa de contratacion de Sevilla para que tuviesen preparado lo necesario para su alojamiento y pasaje. Finalmente, escogió Las Casas las personas que debian de acompañarlo, entre las que habia un escudero, llamado Berrio, que debia ayudar confidencialmente á Las Casas en la propaganda para conquistar colonos labradores que quisieran partir al Nuevo mundo.

Preparado de este modo y nombrado Las Casas

Capellan del Rey, emprendió sus viajes por Castilla'recorriendo todos sus pueblos. Hacía exhortaciones á los labradores pintándoles cuán favorable prometia ser el éxito del viaje al Nuevo mundo, describiéndoles la hermosura y feracidad de aquellas tierras, y lo templado y salubre de su clima, sin olvidarse de mostrarles lo fácil que era el enriquecerse rápidamente en países nuevos que brindaban riquezas sin cuento á los que tenian el valor de ir á buscarlas. A los que obedeciendo sus consejos se decidian á emprender el viaje y á seguirle, los alistaba para la expedicion; y llegó á reunir un número considerable de los que se dejaban fácilmente persuadir y convencer por las palabras elocuentes del apóstol.

Berrio, que debiera ser el más fiel confidente de Las Casas, pues á su influjo debia su destino y sueldo que le habia sido señalado, faltó á la fidelidad á su protector, y se marchó á Sevilla llevando doscientos colonos por su cuenta, la mayor parte taberneros, algunos rufianes y vagabundos y muy pocos que fuesen labradores. Los entregó en la casa de contratacion; pero como no tenian todavía sus oficiales las instrucciones dadas á Las Casas, si bien sabian que habia que enviar aquellas gentes á América, aprovecharon unos buques que estaban para dar á la vela y los dirigieron á Santo Domingo. Pero á Santo Domingo no habian

llegado tampoco las órdenes é instrucciones de cómo debian ser tratados, y el resultado fué que pasasen mil trabajos y miserias, y se dispersasen á la buena ventura, muriendo muchos de ellos y otros muchos teniendo que ir á parar á los hospitales. Supo todo esto Las Casas y se quejó amargamente al nuevo Canciller y al Rey, descubriendo que el motivo que habia inducido á Berrio en su loca resolucion era que en su cédula en donde decia «hagais lo que Las Casas os dijere,» se enmendó despues de firmada, por disposicion del obispo de Búrgos, poniendo «hagais lo que os pareciere. » Todavía consiguió Las Casas que se enviasen recursos á aquellos infelices, consistentes en 3.000 arrobas de harina y 1.500 de viho; pero llegaron tarde, pues todos ellos habian ya muerto ó desaparecido.

Disgustado el Padre con estos contratiempos y otros muchos que se le habian presentado durante su propaganda por los pueblos, dirigió entónces su atencion á otro proyecto, que fué solicitar la concesion de algunas leguas de Tierra Firme, con la condicion de que no entraran en ella ni militares ni marineros, á fin de evitar los desórdenes y alborotos que estas gentes causaban y dar libertad y anchuras á los frailes dominicos para que predicasen á su voluntad y placer. Decia que era su intento organizar la nueva colonia de modo

que el Rey tuviese en ella rentas, sin hacer dispendios, no entrando en ella más que las personas por él señaladas (1). Queria que se escogieran cincuenta hombres, que irian vestidos de paño blanco con cruces coloradas de la misma forma

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color que las de Calatrava, con ciertas ramillas arpadas en cada brazo. El objeto de este traje era que los indios se persuadiesen que los que lo llevaban eran otra clase de gentes de las que estaban acostumbrados á ver, y que hallándose bien tratados por ellos perdiesen todo recelo y toda desconfianza y los respetasen y reverenciasen. Prometió, si se le concediese lo que con tanto empeño suplicaba, pacificar y allanar á los indios, trayéndolos á la obediencia y amistad del Rey, haciendo que tuviese 15.000 ducados de renta el primer año, el cuarto año otros 15.000, creciendo la renta anualmente hasta que el décimo año subiese hasta 70.000 ducados. Ofreció establecer tres pueblos con una fortaleza en cada uno,

(1) Hay una verdadera confusion en todos los autores consultados respecto al número de leguas de Tierra Firme que pidió Las Casas y las que le fueron concedidas. Herrera en la Dec. 11, libro IV, cap. 11, se contradice hasta hacerse ininteligible en este punto. En la misma Dec. 11, libro 1x, cap. VIII, dice que fueron 260 leguas poco más ó ménos las que le concedieron.

comprometiéndose á hacer todas las pesquisas y diligencias para descubrir el oro que la tierra y las aguas del distrito diesen de sí. Siendo uno de sus grandes fines el echar á Pedrarias de Tierra Firme, pedia 1.000 leguas de distrito, pero no le fueron concedidas sino 260 desde Paria hasta Santa Marta, aunque por la tierra adentro se le daba cuanto queria. Pidió tambien que se le diesen doce religiosos dominicos y franciscanos que tomasen á su cargo la predicacion; que le fuesen entregados todos los indios que habian sido llevados de Tierra Firme à la Española, y que los cincuenta hombres que eran mandados con la susodicha vestimenta fuesen armados de la espuela dorada. Esta última exigencia del Padre Las Casas tiene su paralelo en la de Francisco Pizarro cuando quiso que todos los que habian tomado parte en la expedicion de la Gorgona fuesen declarados fidalgos los que no lo eran, y caballeros de la espuela dorada los que ya tenian aquella calidad. Y entre los muchos capítulos de las reclamaciones de Las Casas sobresale siempre de una manera especial aquel que presenta la cláusula de que los indios de aquellos límites, hallándose en obediencia, no debian darse en guarda, encomienda ni servidumbre á nadie.

Ocho predicadores del Rey, todos frailes dominicos y clérigos, apoyaron fuertemente las de

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