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sobre todo en el momento de embarcar, pues empezaban á inspirarle algunas desconfianzas. Al hallarse en presencia del Cardenal le dirigió con espíritu fuerte la alocucion siguiente:

» Señor, no quiero llevar escrúpulo de conciencia sobre mí, pues estoy ante quien soy obligado á avisar, y puede los defectos de lo que se desea remediar: sepa vuestra señoría reverendísima que estos frailes de Sant Hierónimo, en cuyas manos ha puesto la vida y la muerte de aquel orbe lleno de infinitas ánimas, han dado muestra que no han de hacer cosa buena, ántes mucho mal, porque sepa vuestra señoría reverendísima que de tal manera se han mostrado parciales y aficionados á los seglares, que han destruido aquellas gentes, dándoles crédito á sus palabras, dorando y excusando sus tiranías y maldades, infamando, vituperando y aniquilando los inocentes indios, que con su muerte y angustias y trabajos no pensados, les han dado, y sustentándolos, que en cuanto dicen y hablan los excusan y tractan, y procuran dar á entender que llegados allá convenía proveer otra cosa de lo que llevan por vuestra señoría reverendísima mandado, y desto es testigo el doctor Palacios Rubios, que un dia tanto hablaron con él en favor de los dichos seglares, que el doctor se admiró y escandalizó, y respondióles:-«A la mi fe, padres, sabeis que vo viendo que teneis poca caridad para llevar á cargo negocio tan espiritual y de tan inmensa calidad é importancia. >>

Oyó el Cardenal espantado lo que Las Casas le comunicaba, y le dijo á poco rato: «¿Pues de

quién lo hemos de fiar? Allá vais, mirad por todo.» Las Casas besó las manos del Cardenal, recibió su bendicion y partió para Sevilla. Allí llegaron tambien los tres jerónimos, con los cuales tenía empeño especial de hacer el viaje á las Indias; pero no lo consiguió, pues pareciendo temer los monjes el comprometerse si iban en compañía de un hombre que tanto ruido habia causado, y que tan odioso era para muchos de aquellos cuyos intereses materiales perjudicaba con sus teorías, evitaron acompañarlo en el mismo buque. Esta manera de esquivarse causó á Las Casas una dolorosa sorpresa, la cual fué trasformándose en desconfianza al observar la conducta de los Padres despues que desembarcaron en la isla Española. Los halló frios en la causa que de conjunto habian abrazado Ꭹ harto inclinados á paliar la inhumanidad y excesos de los pobladores. Llegó tres meses despues Alonso de Zuazo, y esta llegada la aprovechó Las Casas para hacer á los jueces de la Española una terrible acusacion, que tal vez, más que otro cualquier acto de la vida del Padre, nos hace admirar de su extraordinario valor, pues posponiendo á su celo todas las demás consideraciones, no tituteaba en arrostrar la inmensa responsabilidad y hasta los peligros que podian resultarle de un ataque formidable dirigido contra

el poder judicial en Indias. Erą, puede decirse, ilimitada la autoridad de que iba revestido Zuazo; pero esa autoridad hería los sentimientos de un gran número, y necesitaba de toda la fuerza que le daba el prestigio de la autoridad del Gran Cisneros. En cuanto hubo llegado Zuazo, comenzó á tomar la residencia á los jueces ordinarios y de apelacion, así como á todos los otros. oficiales reales, averiguando, con especial cuidado, el estado de la hacienda real. Los padres jerónimos trabajaban todo lo que podian, pero procuraban combinar las exigencias de la obligacion que habian contraido, con las reglas de la prudencia y la circunspeccion.

Pero el Padre Las Casas no se hallaba satisfecho con los esfuerzos de los padres jerónimos, á quienes censuraba y casi amenazaba, porque tenía la impresion que era deber de ellos hacer más vivas y activas diligencias, y que desde su llegada debian, sin otra consideracion, de quitar los repartimientos; á los jueces los trataba de causadores ó encubridores de las expediciones que iban á saltear indios, y los llamaba homicidas. Los padres jerónimos se manifestaron contrarios á estas acusaciones, no porque dejasen de admitir que fuesen justificadas, sino porque les parecia que no le competia á un juez de residencia el entender en ellas, y que semejante dictá

men debia ántes dimanar de la autoridad real. Determinaron, sin embargo, pedir parecer á los religiosos de Santo Domingo, á los de San Francisco y á los jueces y oficiales del Rey sobre si quitarian los repartimientos de los indios. Estos últimos, muy interesados en tenerlos y conservarlos para sus amigos, fueron, por supuesto, de opinion contraria. Igualmente opinaron los franciscos, porque eran poco ilustrados, muy contrarios á los dominicos, y ciegos favorecedores de los españoles. Pero los de Santo Domingo presentaron un severo informe en latin, cuya síntesis final era que «los repartimientos ó encomiendas de indios á los españoles debia de considerarse como pésima é inícua gobernacion, y digna de fuego eterno.»>

No obstante de este informe, nada hacian los padres jerónimos que mejorase la situacion, siempre peor, en que se hallaban los indios; y ni el propio Zuazo, juez de residencia, á pesar de los deseos y buenas intenciones que por entonces manifestaba, podia conseguir cosa alguna que para los infelices indios favorable fuese. Así que determinó Las Casas, de acuerdo con el mismo Zuazo, volver á Castilla á dar cuenta de la inutilidad de los Padres para poner el remedio deseado, y del completo fracaso de todas las instrucciones y planes concertados en Madrid con el

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Cardenal. Los jerónimos, que lo conocian y sabian cuán ardiente era su temperamento, sintieron tantos recelos al saber su resolucion de partir para Castilla, que hubieran deseado poder impedir su viaje. Pero como esto no era posible, escribieron en el momento al Cardenal, hablándole muy mal de Las Casas, y éste no se descuidó tampoco en escribir al Cardenal contra ellos. Con ménos suerte Las Casas que los jerónimos, sus cartas no llegaron nunca á su destino, en tanto que las de aquéllos llegaron puntualmente, segun fué sabido despues.

Salió de Santo Domingo Las Casas en el mes de Mayo de 1517, y en el mes de Julio llegó á Aranda del Duero, donde encontró que se hallaba gravemente enfermo el cardenal Cisneros. Pudo, sin embargo, tener con él una última entrevista, en la cual descubrió las intrigas y malos informes en las cartas de los jerónimos y la pérdida de las suyas. La enfermedad del Cardenal se agravó más, muriendo á los pocos dias, sin que el clérigo hubiese podido en otra entrevista más larga que la primera darle cumplida cuenta de lo ocurrido.

Pensó entonces dirigirse á Flandes y dar cuenta de todo lo sucedido al Rey; pero en Valladolid supo que aquél habia desembarcado ya en Villaviciosa, lo cual llenó de contento á Las Casas. En

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