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mos en satisfaccion de nuestras necesidades ó en lisonja de nuestros deseos, da la ocasion de esplicarse las mismas afecciones que constituyen los lazos que llamamos por lo mismo sociales, y que nuestra razon nos recomienda y persuade como los promovedores y causantes de nuestra felicidad.

Es claro que estos lazos, debiendo ser muy estrechos entre los individuos que mas inmediatamente y de continuo están proveyendo á sus necesidades, necesariamente han de disminuir de intensidad en proporcion que sea menos inmediata y frecuente la ocasion de prestarse esos mútuos servicios, y de consiguiente de ejercitarse las afecciones que los producen y asi se esplica la distinta fuerza de adhesion y afectos entre los miembros de una familia y los de una ciudad y los de una nacion numerosa. Tambien es cierto, que multiplicado el jénero humano, y dispersas sus familias por diferentes puntos del globo, precisamente las circunstancias diversas de cada localidad obligan á aquella porcion de la especie humana á inventar y seguir distintas prácticas acomodadas al tenor con que se presentan las necesidades de su existencia. La variedad de los climas, la de frutos apropiados á nuestro alimento, la de la resistencia de la tierra á ceder al trabajo del hombre, la proximidad de animales fieros y las mil otras conbinaciones bajo que se nos presenta la superficie del espacio que habitamos, exije ó motiva otras tantas leyes, que tambien llamaremos naturales, por mas que se distingan en sus pormenores, siempre que las encontremos conformes con el tipo primordial del bien estar de nuestra especie; asi como llamaremos inhumanas, (esto es, no propias de hombres) bárbaras ó brutales las que no proceden segun esta direccion. Por eso mismo á las jentes entre cuyas prácticas y costumbres encontramos aquel tipo distintivo de la humanidad, las reconocemos como miembros de la sociedad universal y á sus leyes diremos en el lenguaje

actual de la ciencia que forman parte del código internacional ó de jentes.

La consecuencia que guardan entre sí estas observaciones nos hace comprender que la base ó principio de donde parte la moralidad y la justicia de las acciones, es la necesidad de vivir los hombres juntos: y que de consiguiente esto que llamamos sociedad humana no es una invencion de los hombres, sino el estado, la situacion normal en que consiste y de que depende el principio, medio y fin de nuestra existencia. Se ve tambien, que cuantas afecciones nos llevan de los unos hacia los otros, son efectos de esa necesidad, mandatos inspirados por el mismo criador, con los cuales y no de otro modo, ha querido proveer á la existencia y duracion de la especie humana. La razon que observa ser esto asi, establece como cierto que es una ley natural y divina, una condicion necesaria de nuestro ser, la dileccion recíproca entre todos los individuos de nuestra especie.

Pero disminuyéndose la vehemencia de aquellas afecciones en razon de la distancia á que se hallan los objetos que las escitan y de ser menos frecuente el motivo y ocasion de ejercitarlas, asi tambien se oscurecen las relaciones que hay entre las cosas y las personas, y se dificulta mas el acertar con los oficios de mútua dileccion. Todo resorte pierde de su elasticidad al paso que se estiende, por otra parte la prodijiosa multitud de objetos que nos rodean, la diversa impresion que cada cual de ellos produce sobre nuestros sentidos, ofusca frecuentemente nuestra razon: y como siempre tencmos á nuestra presencia nuestro propio ser y nuestros apetitos, es facil equivocar con nuestras necesidades ó con nuestros deseos los que otros esperimentan. Y he aqui la causa de nuestras frecuentes observaciones. Y hé aqui porque la ciencia moral clama tanto por advertir á los individuos que cada cual haga anteceder á todas sus acciones el juicio me

ditado acerca de los efectos que producirá lo que ejecuten en bien ó en mal de las necesidades verdaderas de todos.

Al llegar á este punto se hace preciso deshacer algunos errores de trascendentales consecuencias y que se ha pretendido dar como supuestos necesarios de la doctrina moral. Uno de ellos es el dar por cierto que todos los hombres son iguales; enunciativa falsísima y tan de bulto que á la menor observacion se halla desmentida. Porque si nos contemplamos á nosotros mismos, fácil es ver lo que es el hombre en su niñez, lo que llega á ser en la virilidad, y como se va descomponiendo en la vejez. Mírense de otro lado los grados de vigor ó debilidad con que las facultades físicas é intelectuales se presentan en los individuos, comparándolos unos con otros, y nadie duda de su enorme desigualdad. Desigual es la fuerza y capacidad de nuestros órganos para recibir las impresiones de los objetos esternos, y desigual es el efecto é intensidad de nuestras diferentes percepciones. Dejemos aparte el influjo que sobre nuestra constitucion ejerce el clima, la diversidad de alimentos y la variedad de ejercicios á que nos obliga la aspereza ó suavidad de los terrenos en que nos tocó nacer, la fiereza ó docilidad de los animales que viven á nuestro lado, y las otras mil circunstancias naturales que agitan ó calman los movimientos de nuestra máquina. Ni como, si esto no fuera asi ¿podemos figurarnos que tuvieran principio los pactos y todos los demas medios de tráfico y comercio entre los hombres? Porque ello no hay duda que si en todos fuesen iguales las fuerzas del cuerpo y de la inteligencia, todos nos bastáramos cada cual para sí mismo, y para nada necesitariamos de las invenciones y variedad de recursos que nos ofrecen las artes y la industria y que tanto varian las necesidades y los goces de nuestra existencia. Todo hubiese estado y estaria uniforme con su primer principio; y ni aun ocurriera la idea de

ninguna mejora ó alteracion en nuestra manera de existir. Quedemos, pues, en que no hay ni puede concebirse que haya semejante pretendida igualdad.

Otro error semejante y no menos manoseado por el charlatanismo de las escuelas, es el que da por cierto que el hombre es por lo natural perfectamente libre é independiente. En verdad no se alcanza como ha podido incur. rirse en tan grave delirio. Porque digasenos ¿es libre la infancia y la puericia que solo viven por la diligencia y cuidados de quien los alimenta y abriga? ¿Lo es la adolescencia que está aprendiendo á vivir por el ejemplo y doctrina de los que se interesan en su existencia? ¿Lo es el hombre adulto que reconoce y esperimenta la imperiosa necesidad de cambiar de continuo sus fuerzas físicas é intelectuales con las de los otros hombres só pena de perecer en un desastroso aislamiento? ¿Será libertad la del salvaje que vaga por los montes huyendo de las fieras contra las cuales ni hay otros hombres que le amparen, ni su razon por falta de cultivo le provee de armas ó de guaridas con ducentes? Pues si todo es asi, si nada ó casi nada puede hacer el hombre en favor de su propia existencia sin buscar en los demas hombres cuanto necesita, es claro que la condicion de su suerte es la dependencia, desde que nace hasta que muere, y gracias al creador que le dotó de la facultad de hablar y demas medios de atraerse en su favor la voluntad de sus semejantes. ¿En dónde está pues esa pregonada independencia, esa absoluta libertad? Por el contrario lo que si resulta de estas indudables premisas, es que la sujecion y la dependencia relativa será mucho mayor cuanto menores sean las facultades físicas é intelectuales del individuo, pudiendo llegar el caso de poderse decir con Aristóteles, que hay hombres nacidos siervos por la naturaleza. Y efectivamente ¿qué se dirá del hombre cuya organizacion defectuosa, ó cu

yo entendimiento obtuso ó entorpecido le ponga en el caso de necesitar siempre de la cooperacion y auxilios de los otros hombres, y de no poder ni saber prestar á estos en cambio ningun servicio en sus necesidades?

Deshechos de este modo los errores con que algunos sofistas han querido enmarañar los principios de la ciencia, lícito nos será para continuar su estudio volver la vista al punto de donde partimos, que es la indagacion de los que por medio de la razon nos ha revelado el Hacedor universal acerca del modo de subsistir nuestra especie sobre la tierra. Vimos ya que lo maravilloso é inefable de sus obras nos hacia conocer su omnipotencia y arrancaban nuestra sumision á cuanto considerábamos venir de su mano. Pues ahora bien; asombrados los hombres con tanta grandeza, no les ha sido posible dejar de conocer tambien la perpétua asistencia de la divinidad en todas las cosas humanas; y aunque errando de mil mineras en el concepto que de su esencia se han formado y en el de los fines de la creacion, han tenido su propia dependencia necesaria del Supremo Ser. La idolatria y el politeismo le adoraron en sus ídolos y sus dioses; todos temblaron su ira; todos se arrodillaron implorando su benevolencia. La imajinacion herida por la magnitud de ese poder cuya estension es incomprensible y cuyos efectos son inevitables, nada ha ansiado con mas viveza que penetrar los arcanos de su voluntad; y en la imposibilidad de conseguirlo directamente ha creido siempre que quizá algunos de ellos se columbraban en aquellos hombres que ejecutaban hechos superiores à la capacidad ordinaria de sus semejantes ò acertaban á vaticinar sucesos que se tenia por imposible á la prevision humana. De ahi el prestigio de que la historia y las tradiciones antiguas nos presentan rodeados á los patriarcas progenitores de numerosas familias y á los que inventaron los principios ó progresos de la

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