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seña á hacer uso de ellas ó imitarlas para beneficio de nuestra especie. Desecharemos ademas como nocivos al concepto moral de nuestras acciones, aquellos sistemas que á veces asoman en la boca de algunos pseudofilósofos que buscan el móvil de nuestro obrar, ya en la perfeccion de nuestros órganos y sentidos corporales (como Helvetius celebraba en el escelente instrumento de la mano) ó bien en la configuracion de nuestro cerebro, sobre que se han estraviado uno u otro de los frenologistas.

Menos inesacta y mas intelijible es la espresion mas comunmente adoptada en las escuelas, diciendo que es derecho natural el que la razon ha constituido entre todos los hombres, y que se observa igualmente en todas las naciones. Aqui por decontado se procede oportunamente, señalando por autor de la coleccion de estas leyes á la razon que constituye la verdadera esencia que separa al hombre de los demas seres criados, y supone que es obra de esta facultad intelectual comun á todos, aquello que todos ó los mas ejecutan uniformemente. Pero ¿dónde están y cuales son los hechos de hombres en que se observe esa uniformidad de dictámenes? Por el contrario, cuantos mas hombres y pueblos se observan y comparan, tanta mayor diverjencia se advierte en sus maneras de vivir. Sin embargo, fuerza es confesar que respecto á aquellos objetos y nociones mas directamente influyentes en la existencia de nuestra especie, hay algunos puntos capitales hacia donde se advierte converjencia casi jeneral de opiniones, Por ejemplo, cuando vemos que en todas partes han dado los hombres cierto aparato y solemnidad civil y relijiosa á la union conyugal con unánime intencion de estrechar las afecciones de los que se unen de modo que sea duradera esta union en beneficio y salvedad de su prole, inferiremos con esactitud que la razon ha dictado la santidad del matrimonio, y reprobado el uso de la vaga Ve

nus. Del mismo modo podemos discurrir al observar el odio con que siempre y en todas partes ha sido mirado el dañador de sus semejantes, y al que con la fuerza arrebata los frutos del campo que otro cultivo, ó el arco y las flechas con que otro cazaba; infiriendo de esta uniformidad de procederes que es la razon la que los preceptua.

No iremos por tanto fuera del buen camino en el estudio de la ciencia moral procurando conocer y observar los hábitos y costumbres de los diferentes pueblos del mundo, para deducir de sus prácticas mas jenerales y comunes, cuales son las reglas ó cánones á que deben someterse todos los hombres y que han de servir de base á todas las costumbres y á todas las leyes humanas. Por eso los grandes bienhechores de la humanidad que reconocemos como sabios lejisladores, se prepararou á estas difíciles empresas visitando otras rejiones fuera de la en que habian nacido; y recojiendo y comparando los diferentes usos y maneras de vivir que encontraban, dieron la norma conveniente á los pueblos que se les sometian. Pero todavia para hacer estas comparaciones y acertar en la eleccion de sus resultados, necesitaban y necesitamos hallar el tipo fundamental de esa bondad ó malicia, al cual ajustadas las acciones y las leyes, se descubra la bondad ó malicia de unas y otras para calificarlas de adoptables ó de reprobables en el código de la moral y de la justicia: y ese tipo no es otro que el hombre considerado en las necesidades de su ser y en las facultades ó medios de satisfacerlas.

Por este camino habiamos ya encontrado, que por solo ver que existimos en el sistema del mundo, deducimos que es un eterno precepto divino el de que nuestra especie dure y se reproduzca por el inescrutable tiempo que su voluntad haya determinado. En confirmacion de este precepto vemos tambien que toda la especie se conmueve á la vista de los estragos que ocasiona el rayo ó la fiereza de algunos brutos ó

la presencia de otras calamidades.

A este estremecimiento jeneral, que aparece como un efecto puramente mecánico de nuestra constitucion fisica, ccncurre ademas la razon presentándonos esos males, aunque sean ajenos, como peligros de que todos nos hallamos amenazados. De ahí el natural impulso á acudir al remedio posible de tales calamidades, y á discurrir entre todos la manera de evitarlas ó de precaverse contra su repeticion ó sus dañinos efectos. Pues he ahí como de esas necesidades jene. ralmente sentidas deduce la razon que el dote de la sociabilidad es ley natural y divina indispensable para la existencia y bien de la especie humana.

Esta misma ley se nos comunica igualmente por la razon, al contemplar que nace el hombre desprovisto individualmente de medios y defensas visibles y materiales suficientes para proveer á su existencia desde que ve la luz del dia; que su piel no le abriga bastante contra las intemperies, que carecen de fuerza sus movimientos durante su debilísima y larga infancia; que apenas nacido pereciera sin el amor materno y los cuidados y amparo de sus padres. Contempla asi mismo cuan penoso, torpe y tardio fuera el desarrollo de sus facultades físicas é intelectuales sin la guia y direccion de esos mismos sus projenitores, y de cuantos se interesan en comunicarles las lecciones de su esperiencia; ve que aun los ya adultos y los mas robustos y avisados han menester cambiar unos con otros sus luces y sus fuerzas respectivas para proporcionar á la jeneralidad de los hombres la especie de dominacion que el Criador quiso darles sobre la tierra; y advierte en fin que todavia desde la virilidad está previendo el hombre la necesidad que tendrá del ausilio de los otros en la decadencia de la vejez. Y todo ello demuestra cuan bien fundados han ido los sabios cuando han convenido en reconocer que existe por la naturaleza una sociedad jeneral de

todos los hombres, en la cual nacemos y vivimos y fuera de ja cual no se concibe la posibilidad de existir. De los lazos que en ella nos eslabonan viene esa justicia universal que todos invocamos como protectora de la humanidad entera contra cualesquier acciones ó instituciones que hayau podido ó puedan menguar ó destruir los bienes que ha querido la naturaleza concedernos; y llamamos inhumanos (ó sea uo hombres) á los que tales crímenes intentan. Por ahí tambien se comprende el delirio de los que han soñado un estado de separacion ó de aislamiento de los individuos, al cual han llamado natural, siendo asi que nada puede ser mas opuesto á la razon. Y he aqui por fin porque se encuentra nuestra razon tan de acuerdo con el evanjelio que nos predica la fraternidad universal y nos enseña que en no dañar a nadie y en hacer por otros lo que queremos que ellos hagan con nosotros á su turno, consiste toda la ley y las predicaciones de los profetas.

Ahora bien, siendo por lo dicho tan claro y evidente que la moralidad y justicia de las acciones humanas consiste en que guarden armonia y consecuencia con los lazos que forman esta sociedad universal, ocurre al momento el deseo de analizar como sucede que de hecho se hallen tan frecuentemente en oposicion con este tipo nuestras acciones é instituciones de los hombres. ¿Cómo es que entre los individuos de nucstra especie se advierte mas bien una casi lucha perpétua, y como si dijeramos una tendencia á enemistarse, á dañarse, á cercenar el número de los socios, á nialograr en fin el intento que el Hacedor omnipotente manifestó al darnos co.. mo quien dice el primer lugar entre los seres sublunares, proveyéndonos de una intelijencia y una razon que negó á sus otras criaturas terrenas? Verdaderamente que al repasar con alguna atencion la historia del mundo, no parece sino que es cierta en él la existencia ab eterno, imajinada por al

gunos filósofos jentiles, de dos principios entre sí opuestos, designados con los nombres de jenios del bien y del mal y ambos combatiendo á porfia sobre la suerte de los hombres: ó bien que procedieron acertadamente los que pusieron al ciego y desconsolador fatalismo encima del poder de los Dio ses, negándose á la verdad universalmente sentida de nuestro libre alvedrio. Mas no nos ha abandonado hasta este estremo la Providencia de nuestro Hacedor: todavia la antorcha de nuestra intelijencia, en medio de la ofuscacion de tantos hechos y sucesos á primera vista tan contradictorios, luce lo bastante para guiar nuestra razon á descifrar ese caos y evitar el entregarse á estas ideas tan desesperadas, Esa misma guia, que con solo mirar el grandioso espectáculo de los cielos ha convencido al hombre de la existencia de un Supremo Ser de quien dependemos y por quien existimos como depende el órden entero del universo, esa misma guia nos conducirá, sino la abandonanos, á encontrar cierto número de verdades cardinales que sobreviven en medio de los desastres de que nos lamentamos.

A este fin, no perdamos de vista que el vivir el hombre en sociedad con sus semejantes es una condicion de su misma existencia, una necesidad de su ser; que por eso nos espantan los parajes solitarios, y nos acercamos con cierta confianza á los en que hallamos hombres ó á lo menos vestijios de estar por ellos habitados: buscamos ansiosos sus moradas, y al momento nos procuramos todos los medios de ponernos en comunicacion, sea por la palabra, sea por la pantomima, sea por otra cualquier manera, pidiendo ú ofreciendo recíprocos ausilios. Esa sociedad que empieza desde nuestro nacer con nuestros padres y crece y se estiende al paso que es mayor el número de individuos que nos rodean, y la entidad y frecuencia de nuestras comunicaciones y de los cambios que hacemos de lo que respectivamente alcanza...

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