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Tan intrincada y la soltura de ella
Inimitable de ninguna estraña,
Es la mas abundante y la mas bella
En facetos enredos, y en jocosas
Burlas, que darle igual, es ofendella.
En sucesos de historia son famosas,
En monàsticas vidas escelentes,
En afectos de amor maravillosas.
Finalmente, los sábios y prudentes
Dan á nuestras comedias la escelencia
En artificio y pasos diferentes.» (1)

Juan de la Cueva concluye su ejemplar poético recomendando en el teatro la propiedad y decoro de las personas y caracteres, y reconociendo la diferencia clásica de la comedia y de la trajedia. ¿A qué se reducen, pues, las violaciones del arte, que el adusto ceño de los clásicos ha remprendido á nuestros autores cómicos? ¿Cuáles son las infracciones, que nuestros esclarecidos injenios se permitieron? A dos solas pueden limitarse á haber confundido, ó por mejor decir, unido los jéneros cómico y trájico, y á no haber respetado las unidades de tiempo y lugar. Y que; ¿ se estrañará que Juan de la Cueva rechazase las unidades griegas, como contrarias á la variacion de tiempos y costumbres? ¿No equivalia esto á sostener las doctrinas que hoy defendemos con un conocimiento exacto y filosófico de la sociedad antigua y moderna? ¿ Es de admirar tampoco, que Lope de Vega dijese que encerraba los preceptos bajo cuatro llaves, y que habia perdido el respeto á las reglas de Aristóteles? Pues que: ¿pueden tenerse en nuestros dias ideas mas justas y acertadas de la comedia ó drama, que las que espuso en su Arte nuevo de hacer comedias y en la comedia del Castigo sin venganza? ¿No dice en el primero

(1) Pájina 58 á 63, tomo octavo del Parnaso español, compilado por Sedano. Edicion de Madrid de 1774.

Ya tiene la comedia verdadera
Su fin propuesto, como todo género
De poema, ó poesia, y este ha sido
Imitar las acciones de los hombres,

Y pintar de aquel siglo las costumbres.» (1)

No reconoce en él mismo la diferencia entre la comedia y la trajedia, aunque no halle inconveniente en mezclar lo cómico y lo trájico? ¿No recomienda la unidad de accion, la propiedad de trajes, caracteres y personas, la verosimilitud moral, el progreso sucesivo de la combinacion dramática, y Ja ocultacion del desenlace ó catástrofe hasta las últimas esce mas? ¿No propone acomodar la rima á los sentimientos que quiere espresar? No afirmá en la citada comedia

Ahora sabes Ricardo,

Que es la comedia un espejo,

En que el necio, el sábio, el viejo,

El mozo, el fuerte, el gallardo,
El Rey, el gobernador,

La doncella, la casada,
Siendo al ejemplo escuchada
De la vida y del honor,
Retrata nuestras costumbres,
O livianas, ó severas,
Mezclando burlas y veras,
Donaires y pesadumbres.

Nuestros poctas, pues, teórica y prácticamente conocieron lo que debia ser el teatro moderno, y acertaron en ello, como despues probaremos; y no la vil ganancia, ni el deseo de popularidad y de efímeros aplausos, fueron, como se ha dicho el móvil que impulsó á nuestros mas sobresalien

alguna vez,

(1) Puede leerse el Arte nuevo de hacer comedias, en la obra de Hugal de Parra « Orijen, épocas y progresos del teatro español » pájs. 275 y siguientes. Edicion de Madrid 1802.

tes injenios á adoptar la marcha audaz y triunfal de sus comedias fuélo sí la comprension instintiva de la sociedad, de las costumbres y sentimientos del pueblo español.

:

Mas volviendo á las comedias del autor de la Bética, y dejando para otro lugar el examen de lo perjudicial que pudo ser á la perfeccion del drama, la indefinida libertad, que nuestros poetas se permitieron, se vé en aquellas, como antes hemos anunciado, elevada la versificacion y la dramática á ese tono altivo, grandioso y sublime, que es el carácter distintivo del teatro español. En el Saco de Roma, que tiene por objeto el célebre asalto y toma de esta ciudad por el jeneral Borbon en tiempo de Cárlos V, hay grandeza en los sentimientos y en la versificaciou, y son notables por su fuerza y enerjía los versos siguientes.

a Estraño ha sido el riguroso estrago,
Que en Roma habemos hecho con victoria,
Dándole el justo y merecido pago
A su loca y altiva vanagloria.
Lástima daba ver el rojo lago,

Que por

las calles iba, cuya historia Roma celebrará en eterno llanto,

Y á España ensalzará en divino canto. » (1)

Pero la comedia, donde campea mas ese tinte caballercsco y heróico de nuestra literatura dramática, es la del Infamador, del mismo Juan de la Cueva, representada por Alonso Cisneros en 1581, Eliodora, doncella honesta, resiste todas las insinuaciones de Leucino. Este, viendo inútiles sus esfuerzos, pretende forzarla: cila mata al criado que quiere arrebatarla. llega la justicia, y Leucino la infama diciendo haberla correspondido por espacio de dos años, pero que amaba verdaderamente á su criado, á quien Eliodora ha dado muerte, zelosa por haberlo descubierto á su señor. Venus, Nemesis, Morfeo,

(1) Pájina 237, tomo primero del Tesoro del Teatro español, del señor Ochoa. Edicion de París de 1838.

Diana, y varios salvajes enviados por esta, son personajes en esta comedia. Condenada Eliodora à muerte, Diana defiende Ja cárcel por medio de dos salvajes, hace que Leucino se retrate, y sabida la verdad, sentencia á pena de fuego á Farandon , que habia declanado contra Eliodora, y á Leucino á ser echado al rio Bétis, pena que la Diosa á instancia de este con muta en la de ser enterrado vivo. Esta comedia se halla vaciada en ese tipo maravilloso y elevado de nuestras costumbres, y es muy notable para conocer la fuerza del sentido del honor el diálogo de los padres de Eliodora y Leucino, pidiendo eada uno al juez que su hijo sea el condenado, y la siguiente esclamacion de Ircano, padre de la primera.

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Rompa la voz de mi lloroso acento
Las sidereas rejiones; oiga el mundo
Mi mal, y la crucza, que hoy intento;
Y nadie entienda, que en crueza fundo
Dar á mi hija muerte, cual dar quiero,
Ni que me inspira furia del profundo :
Que yo no tengo el corazon de acero,
Ni nací de los riscos y montañas,
Ni me crió Dragon, ni tigre fiero.
Hombre soy, de hombre tengo las entrañas :
Tiernamente cual hombre me lastimo,
Y lloro mis fatigas tan estrañas.
Mas deste sentimiento me reprimo,
Viéndome por mi hija en tal afrenta,

Que su muerte no siento, y mi honra estimo:
Y así, aunque muera, es causa que no sienta
Con la ternura, que debia, su muerte,
Viendo ser ella la que asi me afrenta
Ejemplo es este, que al varon mas fuerte,
Y de mayor constancia, pondrá espanto.
Pudo el honor de Ipodamante tanto,
Viendo su hija de Archeloo forzada,
Que la dió muerte sin oir su llanto;

Orcamo enterró viva su hija amada,
Porque la robó Apolo su pureza,
Dándola asi á su honor sacrificada:
Pues si destos se canta por grandeza,
Dar á sus hijas muerte por su honra,
Dársela yo á la mia no es crueza;
Que no me ofende menos, ni deshonra
La maldad, que mi hija ha cometido,
Si la nobleza de quien soy me honra.

(1)

ni

Estos sentimientos, que el poeta supone en un noble, pucden dar una idea de la delicadeza y severidad de nuestras costumbres, debidas al principio de honor, tan fuerte y poderoso en las clases aristocráticas, y de las cuales pasó en España á las inferiores. Consistiendo la cualidad de caballero, como decia el obispo Guevara á don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, en una de sus cartas, no en ser limpio de sangre, rico en joyas ni en vasallos, sino en ser medido en el hablar, largo en el dar, sobrio en el comer, tierno en el perdonar, honesto en el vivir, y animoso en el pelear, el sentimiento del honor engrandecía y elevaba la dignidad moral del hombre, era la espresion de todas las virtudes, y contribuia especialmente à fortalecer el principio de familia, y á tener la mas alta idea del pudor de las mujeres. En cambio de esta severidad y recato propio de nuestras costumbres, ningun pais escedió á España en el respeto y deferencia romancesca hácia el bello sexo, y este rasgo distintivo de nuestro teatro, se le vé en Juan de la Cueva, como le notamos antes en Torres Naharro.

El poeta hace aparecer en una escena á Eliodora disgustada por haber leido al Arcipreste de Talavera y á Cristobal de Castillejo, que hablaron mal de las mujeres.

Porcelo.

Cuanto mejor le estuviera

Al reverendo Arcipestre,

(1) Pájina 280 del primer tomo de la citada coleccion de Ochoa.

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