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INTRODUCCIÓN.

Cábeme por vez primera la gratísima honra de dirigir mi voz desautorizada á los ilustrados socios de esta Real Academia, y por vez primera también desde que las elocuentes plumas de Muntaner y de Moncada inmortalizaron en áureas páginas sucesos de memoria gloriosa y perenne, y extendida por todos los ámbitos del mundo civilizado, he de tratar un asunto cuya importancia inmensa me abrumara, como á novel é inexperto aficionado á los estudios históricos, si no me alentara en tan árdua tarea, más que mi buen deseo, vuestra cariñosa indulgencia que de un modo manifiesto proclama el inmerecido lugar que entre vosotros me habeis concedido.

Mentira parece que episodio tan interesante como el de la expedición de los catalanes á Oriente y de su dominación en aquellas tierras, que de tal suerte honra á nuestro país y á su brillante historia, á pesar de las manchas que oscurecen sus grandiosos hechos, y con el que justamente se envanecerían naciones á quienes adornan timbres no ménos esclarecidos que á la nuestra, haya sido mirado con indiferencia tanta por España, y sobre todo por Cataluña, que en ensalzarlo y glorificarlo había de poner mayor empeño. Hoy día en que el anhelo de rehabilitar las patrias glorias, por todos ardorosamente sentido, ha

hecho que fuesen con más amor estudiadas y tratadas con más respeto las gigantescas figuras de nuestros Pedros y Jaimes, las hazañas de los conquistadores de Mallorca, de Valencia, de Sicilia y de Córcega, y colocada en el alto lugar que entre las neo-latinas le corresponde la lengua enérgica y expresiva en que cantó sus sentidas esparsas el genio original de Ausías March, y escribió sus candorosas é inimitables narraciones el ingénuo cronista de las gestas de aquellos monarcas; ni un esfuerzo se ha hecho, que yo sepa, ni investigación más ó menos afortunada, que yo conozca, para sacar á luz punto por punto los secretos de heroísmo maravilloso que encierra la conquista del Oriente por nuestras armas, no menos digna de admiración, bajo muchos conceptos, que las inmortales expediciones de las Cruzadas. Hemos olvidado los catalanes y los españoles todos, que tanto como los Hernán Cortés y los Pizarros valían sin duda los que, despues de llevar sus triunfantes banderas hasta los antiguos límites del imperio romano, léjos de su patria y en extranjera y desconocida tierra, supieron quemar sus naves y cerrarse todo otro camino de salvación, como no fuera el que les abriesen sus propias vencedoras armas; los que en Andrinópoli repitieron el ejemplo de heroicidad de los numantinos; los que confiaron la custodia de Galípoli á sus mujeres que, tan valerosas como ellos, y dignas precursoras de las heroínas de Zaragoza y de Gerona, hicieron volver las espaldas á los soldados genoveses, que traidoramente trataban de apoderarse de aquella ciudad; los que rindieron á sus plantas, no á pueblos salvajes, que huían al ver un europeo, juzgándolo un dios, sino á dos poderosas naciones, adelantadísima una de ellas en la senda de la civilización y por madre suya considerada

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por todos los pueblos de la vieja Europa; y aunque áspera é inculta, tan fuerte y audaz la otra, que hizo temblar á los monarcas del antiguo continente en sus tronos y reclamó para ser vencida el concurso de la cristiandad reunida en las aguas de Lepanto; los que, en una palabra, con escasísimas fuerzas, sin caudillos muchas veces y divididos casi siempre, al igual de los diez mil de Jenofonte, realizaron atrevidas retiradas por comarcas enemigas y desconocidas, derrotaron á los turcos en Artaqui, Aulaca, Tyrra, Ania y el monte Tauro, destruyeron á los genoveses en Pera y en Galípoli, hicieron volver el rostro á un emperador griego en la legendaria jornada de Apros, tomaron sangrienta venganza de los Alanos, asesinos de Roger, en el monte Hemo, acabaron con la dominación franca en Grecia en la reñida batalla del Cefiso, en la que murió la flor y nata de la caballería francesa del Oriente, y con ella el feudalismo y la hegemonía de la nación vecina en aquella región, y tremolaron en fin por espacio de más de setenta años en la Acrópolis ateniense, defendiéndola con bravura de venecianos y angevinos, de turcos y albaneses, de griegos y navarros, la triunfadora enseña de las barras catalanas. ¿Qué otro pueblo puede envanecerse de un suceso histórico tan memorable como el de nuestra famosa expedición á Oriente? ¿Qué hazañas pueden á las suyas compararse? Para hallar otras semejantes sería preciso acu

1 Allí murieron Gualtero I de Brienne, el animoso duque de Atenas, Jorge I Ghisi, señor de Tinos, Myconos, Ceos y Seryphos, y terciario de Eubea; Alberto Pallavicini, marqués de Bodonitza; Tomás III de Stromoncourt, señor de Salona; Rainaldo de la Roche, señor de Veligosti; los señores de Karditza y otros innumerables barones. Puede verse la relación detallada de esta batalla en la preciosa obra de Carlos Hopf, Griechenland im Mittelalter, ó en la no menos valiosa de G. Schlumberger, Numismatique de l'Orient latin, Paris, 1878, en las monografías históricas relativas á los principados latinos establecidos en Grecia desde 1204. Vid. Dues francs d'Athenes. De esta última he tomado las anteriores noticias.

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dir á los libros caballerescos del rey Artús y de la Tabla Redonda, de Carlomagno y de Amadís de Gaula, de los Palmerines de Inglaterra y de toda aquella fantástica familia de paladines, cuyos hechos maravillosos de tal suerte cautivaban la atención de nuestros crédulos pasados. "No hay capítulo en esta historia, exclama acertadamente el malogrado D. Jaime Tió en su prólogo á la famosa obra de Moncada, que no tenga su semejanza en las de los Amadises, Florismartes y Primaleones, con la sola diferencia de ser aquí verdaderos los hechos, y entre los andantes no. De buenas á primeras topais con el adalid de los expedicionarios, casado con la sobrina del emperador, luego con un almogávar que, con su sencillo vestido de pieles, vence en la liza á un caballero cubierto de fuerte armadura; veis tajos y reveses que no curara el bálsamo de Fierabrás, y presenciais reñidos encuentros de un hombre contra diez y áun contra veinte.,,

Y tan legendaria debió ser aquella expedición y tan fantásticas parecieron sus aventuras, que hasta un libro de caballería famoso, escrito en nuestra materna lengua, la Historia de Tirant lo Blanch, se inspiró sin duda alguna en una y otras, creyendo, con razón, su autor que en aquellas hazañas verdaderas encontraría materia abundantísima que satisfaciera á la imaginación más exigente y exaltada. Hizo esta oportuna y curiosa observación el malogrado Amador de los Rios en su estimable Historia crítica de la Literatura española; 2 y en efecto, basta la simple exposición del argumento de tan peregrino libro para dejarla plenamente confirmada. Como Roger, es llamado Tirante desde Sicilia por un mensajero del empera

1 Edición de Oliveres.-Barcelona: 1842.-Pág. 11. 2 Tom. VII. p. 387 y siguientes.

dor de Constantinopla para advertirle el peligro en que los turcos habian puesto al aniquilado imperio, é invocar su poderoso auxilio; al par del héroe catalán, no da Tirante tregua á su valor, y levantado á la alta dignidad de príncipe y César griego, pelea en favor de los bizantinos contra los turcos, y vencedor de ellos en todos los encuentros, salva del cautiverio á aquella decadente nación; despósase con la hija de los Césares, y finalmente, como aquel, le arrebata la muerte cuando más brillantes eran los resplandores de su gloria.

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No trato, sin embargo, de trazar en este momento un nuevo panegírico de las increibles hazañas de la Compañía Catalana, ni de repetir lo que cien veces se ha dicho. Hiciéronlo ya cumplidamente el Jenofonte de nuestra historia, soldado á la vez y narrador de aquella peregrina Odisea militar, y en tiempos más cercanos, en una obra que es maravilla de las letras castellanas, el ilustre escritor D. Francisco de Moncada. Por otra parte una legítima vanidad nacional ha recurrido constantemente á esta página de la historia patria, como para adornarse con su más preciada joya, convirtiéndola en tema retórico y hasta la saciedad gastado por nuestros historiadores y literatos, y popularizando su recuerdo entre todas las clases sociales y aún entre las naciones extranjeras, que le han dedicado justo tributo de admiración.

En la imposibilidad, pues, de añadir hoy nada nuevo á lo que hasta ahora se ha dicho y publicado, por no tener acopiados y reunidos todavía todos los materiales, que un dia, si mis fuerzas escasas me lo consienten, han de formar unos ensayos históricos sobre nuestra dominación en Levante, y principalmente sobre los oscuros hechos del ducado catalán de Atenas, que dejó de relatar Mon

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