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pero este se negó á ello y le respondió con desprecio que lo haría tau solo al Almirante á quien iba á buscar en cualquiera parte á donde estuviese, para hacerle su proceso y libertar á la isla de la tiranía de los Colones, cuya ruina estaba proyectada. Saliò Aguado de la Isabéla en busca del Almirante de allí à pocos dias, llevando para su acompañamiento gente de á pie y de á caballo, y por los caminos los que con él iban, publicaban que era llegado otro Al. mirante, que habia de matar al viejo. No se hubo menester mas para alentar à los descontentos, y casi toda la gente lo estaba, porque la hambre era general, y tambien por los trabajos y enfermedades que habian llegado à tal estremo, que ya no se comía sino la racion que se daba de la Alhóndiga del Rey, que era muy escasa. Desesperados principalmente los enfermos se quejaban à Juan Aguado, porque la gente sana y guerrera, como andaba continuamente por la isla, hallaba mejor modo de subsistir en las rancherías de los indios, y era mejor librada. No dejaron los naturales que estaban disgustados por las guerras y por los tributos del oro que se les habia impuesto de aprovecharse de esta coyuntura, juntando❤ se algunos caciques que vinieron á quejarse del Almirante, y pedir algun remedio al nuevo comisionado, quien à poco andar se vió obligado á volver à la isla, porque avisado el Almirante por su hermano el Adelantado de lo que pasaba, acordó de ir á la Isabéla con diligencia, á donde fue recibido con la mayor solemnidad y presente el pueblo, recibió las cartas de sus Altezas. Entonces comenzó luego Aguado á mostrar su imprudencia, informando jurídicamente contra el Almirante, con muy poco respeto del que daba à otros mal ejemplo y ánimo de desacatarle, aprovechandose los mas de una ocasion que les parecia indefectible, para perder unos estrangeros que no querian, y consideraban abandonados de la córte. A mas de esto se recibian favorablemente las quejas: los cargos eran muchos, y el comisario daba crédito à todo. El Almi rante por su lado sufria estos desaires con gran modestia, mas no dejó por eso de honrar y regalar mucho á Aguado, que se portaba como un virey; mientras tanto ejecutaba el Almirante mostraba un exterior triste y confuso, sin contradecir á la conducta tan imprudente del comisario. Hechas las informaciones y pareciéndole á Juan Aguado que tenia bastante materia para tratar con los Reyes y perder à los Colones, dispuso sus cosas para regresar á España; pero perdiéronse en este tiempo en el puerto los cuatro navios que habia llevado por los grandes uracánes que reinaban en las costas, y no. tenia en que volver sino las dos carabelas del Almirante, quien ofre➡ ció una de ellas á Aguado: declaró que iría en la otra en persona á defender su causa al tribunal incorruptible de sus Altezas, á quien instruiria con mas estension que no habia hecho hasta entonces sino todo lo que concernia à sus nuevos descubrimientos, á fin de tomar en la córte las medidas convenientes para el mejor establecimiento de la colonia. No parece creible que, como dice Oviedo, fuese el comisario e que le diese órden de embarcarse con él,

pues no se hallaba pocó embarazado con la presencia de un homabre can autorizado y avisado como D. Cristobal Colòn, quien con sagacidad disimulaba sus imprudencias, dejàndole gozar del fruto transeunte que lisongeaba su vanidad, exigiendo honras y aplausos de la multitud; pero èl retenia lo esencial de su dignidad y autoridad. Antes de partir el Almirante para España, confió el gobierno de la isla á sus dos hermanos, y colocó en diferentes puestos de la colonia unos comandantes de toda su confianza, para que quedasen en buen estado unas fortalezas nuevas que habia comenzado á fabricar, à mas de la de Santo Tomás. Entre las de mas consideracion era la dicha de Santo Tomàs y la de la Concepcion de la Vega, que llenaban mas sus proyectos, y en efecto, con el tiempo vino á ser una gran ciudad: las demàs no subsistieron por muchos años. Dadas ya las mas acertadas providencias por el Alm.rante para el mejor acierto y sosiego de la isla, tuvo aviso por unos caciques, que en cierto parage ácia la parte del Sur, habia buenas minas de oro; y como queria este gefe ántes de ir à Castilla asegurarse de esta relacion, y le importaba mucho este descubri— miento para valentéar sus defensas en la córte una vez que le venia en tan buena ocasion esta riqueza, envió alla á Francisco Garay y á Miguel Diaz con algunas tropas, y la gente que dieron los indios. Llegaron á un rio grande llamado Hayna, donde les dijeron que habia mucho oro y en todos los arroyos, y asi lo haHlaron por cierto; de modo que cavando en muchos lugares, sacaron porcion de granos de este metal, y llevaron muestras al Almirante, quien luego dió sus órdenes para que se fabricase alli una fortale. za con el nombre de San Cristobal, y asi se nombraron las mnas, y despues se llamaron las Minas Viejas, donde se han sacado tesoros inmensos para la corona. Se deja ver cuan grande se ria la alegria del Almirante con este descubrimiento en las presentes circunstancias, porque estas minas le daban márgen para desvanecer las principales acusaciones que le habian levantado, y cuando aun hubieran estado mas cimentadas las pruebas de los demás cargos que le hacian sus émulos, no ingoraba que un vasallo por culpado que se halle, vuelve fácilmente á la gracia de su soberano cuando ha logrado el secreto de acrecentar su erario real.

CAPITULO 9.o

Vuelve el Almirante á Castilla con Juan Aguado. Fundacion de la ciudad de Santo Domingo por el Adelantado D. Bartolomé Colón. Pacificacion de la isla. (*) Rebelion de Guariónex. Estado de la conversion y predicacion evangélica en la isla, año de 1496.

Habiendo el Almirante resuelto volverse à España á dar cuen

[*] Entendámonos pacificacion es exterminio en el idioma

ta á los Reyes católicos de muchas cosas que convenian ☎ su servicio, y para defenderse de la malignidad de muchas personas mal inclinadas que no cesaban de informarles mal de las cosas de las Indias en deshonor suyo y de sus hermanos, despues que hubo pro. veido à todo, para que en su ausencia no se alterase cosa en la isla, se embarcó el jueves diez de marzo de mil cuatrocientos noventa y seis, con doscientos españoles y treinta indios; y porque los Reyes habian mandado que se dejasen volver à Castilla los mas enfermos y necesitados, y otros cuyos parientes y mugeres se quejaban de que el Almirante no les daba licencia, así lo ejecutó y los tratò muy bien en el viage, y recogidos estos fueron despues en España otros tantos apologistas de su arreglada conducta, y conforme lo pedia la equidad, se constituyeron testigos de los desacatus é insolencias que Juan Aguado habia usado con él; de modo que no le fueron inútiles para el buen logro de sus pretensiones. Fué àntes á reconocer el puerto de Plata, y llevó consigo para ello à su hermano D. Bartolomé, porque deseaba hacer allí una poblacion. En efecto hallaron los dos hermanos el paraje mas á propósito para el intento, que no se pudo verificar por entonces, y D. Bartolomé se volvió por tierra á la Isabéla, y el Almirante siguiò su viage para España. Acercóse à la Guadalupe el dia diez de abril con ánimo de surgir en esta isla, á fin de hacer aguada, y salieron á defender el puerto muchas mugeres armadas con arcos y flechas; y por que por la mucha mar no pudieron llegar las barcas, enviaron à nado dos indios, para que dijesen à las mugeres que no les querían hacer mal, sino proveerse de víveres: respondieron que sus maridos estaban pescando à la otra parte de la isla, y que ellas no podian obrar de otro modo sin su licencia. No contentos los nuestros con esta respuesta, hicieron avanzar sus barcas, y como ellas acompañadas de infinita gente que habia salido à la defensa, disparaban gran número de flechas sin que causasen daño, se les disparó al aire unos cuantos arcabuces que las espantaron y echaron à correr por los montes: los nuestros fueron al alcance y se prendieron tres muchachos y cuarenta mugeres, y entre ellas la muger del cacique. Se le hizo muy buen tratamiento, y fueron regaladas contra lo que esperaban, de suerte que se hizo la aguada con toda tranquilidad.

De allí Colón corrió àcia el Este, no habiendo todavía alcanzado por la esperiencia, que lo mas seguro y breve era tirar al norte, porque los vientos que corren por lo regular en esos mares soplan por el Léste; así la navegacion fué larga y penosa, y se padeció mucho en ella por la penuria de víveres: al fin y al cabo de tres meses de viage, llegó à la bahía de Cadiz à once de junio, y halló tres navios que estaban cargados de vituallas para la isla Española y despachados. Valiéndose de esta oportuni

que hablaron los españoles en Amèrica.... Ubi solitudinem fa ciunt, pacem appellant.

dad, dió parte de su llegada à sus hermanos, escribiendoles las cir cunstancias de su viage, y despues partió prontamente para Burgos, donde en aquel tiempo residía la córte; pero ni el Rey estaba allí porque se hallaba en Perpiñan en la guerra con Francia, ni la Rei na que habia ido á Larédo con el fin de despachar à la Infanta, casada con el Archiduque D. Felipe. Partida la flota que era de ciento y veinte velas para Flandes, se volvió la Reina à Burgos, y poco despues el Rey, ambos recibieron muy bien al Almirante, dandole muchas gracias por sus nuevos servicios, sin hablarle una palabra de los malos informes de Aguado, ni de todo lo que habian producido contra él, el padre Bóil, y D. Pedro Margarit; ya, sea porque se conoció que estaban hechos con poca discrecion; ya, porque los Reyes tuviesen por buena política pasar‍ por muchas cosas à favor del Almirante, de cuyo merito sobresaliente esperaban mayores servicios; y ya, por no despechar à un hombre que se habia señalado en la fidelidad que debia à sus magestades. Hay quien diga (60) que como estaban ya bien informados los Reyes de las vejaciones que se hacian de nuestra parte à los miserables indios, se dignaron oir personalmante à Fr. Bóil y à otros quejosos para informarse mejor de las cosas del Almirante que las hacian sus émulos por ventura mas criminales de lo que eran, y que al fin vinc à negociar tan bien el Almirante con sus palabras, y con el mucho oro y joyas ricas que repartió, que los Reyes se contentaran con reprenderle de palabra, y le hicieran nuevas mercedes. Lo cierto es, que aunque le dieron á entender sus Altezas, que conviniera haber procedido con menos severidad, se dieron por bien servidos y honraron mucho al Almirante, cuidando poco de los siniestros informes de sus enemigos, agradeciéndole sus nuevos descu→ brimientos, apreciando sus presentes y las muestras de las riquezas de Indias que traia. Habiendo satisfecho muy bien á las preguntas y dudas que sus Altezas le ponian proponiéndoles la continuacion de sus descubimientos, y el hallazgo de nuevas provincias, y de la tierra firme, con la misma certeza que habia ofrecido ántes el primer descubrimiento del nuevo mundo; pidió seis navios, tres de ellos destinados para llevar municiones de boca y de guerra á la Isabela, y los otros tres para que estuviesen á sus órdenes. Pareció muy bien esta peticion, y se le advirtió que conventa ante todas cosas formar un establecimiento sólido que pudiese servir de modélo para las demás colonias que se hubiesen de fundar despues. Convino el Almirante en que así se debia hacer, y con acuerdo suvo dispusieron los Reyes que estuviesen siempre en la Española trescientos treinta hombres á sus espensas reales voluntariamente, es à saber: cuarenta caballeros, cien peones de guerra, sesenta marineros, veinte artífices de oro, cincuenta labradores, veinte oficiales de todos oficios:

[60] Gonzal. Ferdinand. de Oviedo crònic. de las Indias lib. 3. cap. 3. citado por Illescas hist. pontif. pág. 132. in vita: På III.

y treinta mugeres, y que á todos estos mandarian dar seiscientos maravedis de sueldo cada mes, y una anega de trigo, y à los demàs catorce maravedis cada un mes de sueldo. Pidió el Almirante despues religiosos franciscanos para que administrasen los sacramentos y entendiesen en la conversion de los indios, y se le concedió inmediatamente. Obtuvo asi mismo el permiso para llevar consigo médicos, botica, cirujanos y músicos para desterrar la melancolía, fuente ordinaria de las enfermedades que asólan las nuevas poblaciones, y se dió entera libertad á todos los que quisiesen con licencia de los Reyes pasar à las Indias, con tal que no llevasen suel. do é hiciesen el viage à costa suya. De este modo se franquéo el nuevo mundo à todos los vasallos de la corona de Castilla, excepto á los procuradores y abogados, que fueron excluidos particu larmente de este favor, temiendo (segun lo espresa el edicto que se formó que se introdujesen pleitos en aquellas partes tan remotas hasta entonces ignorados, que pudieran recordar y embarazar los establecimientos que se intentaban formar. (61)

No hay duda que todos estos reglamentos estaban muy bien concertados y eram bien sabios; pero todo lo echó á perder el Almirante con una peticion extemporanea, y fué el primero que sintió sus efectos bien dañosos. Como no se hallaba sino con mucho trabajo gente que quis ese pasar a las Indias para quedarse en ellas para siempre, y los que volvian de ellas hablaban mal de aquellos paises, mostrando bastantemente en sus semblantes el color libido que ellos habian contraido, la miseria que se padecia, y la malignidad del clima, para suplir esta falta de pobladores, suplicó Colón á los Reyes que se perdonasen los delitos à los malhechores con tal que fuesen desterrados algunos de los que habia en los reinos de Castilla para siempre, y otros para servir por algunos años en la isla Española, segun la calidad de los delitos. Este parecer (cuyos inconvenientes no se preveian entonces) fué seguido sin dificultad, y no se exceptuaron sino los de lesa magestad divina y humana, ordenando que los que mereciesen pena de muerte fuesen à servir à la Española à su costa, y sin paga dos años, y los que no uno, y pasado este tiempo quedaban á cubierto de cualquiera persecucion de la justicia, y de sus acreedores, si estaban allí por deudas, como no volviesen mas á la Europa. Otra real provision se despacho mandando à todos los justicias que los delincuentes que por sus delitos merecian ser desterrados, ò ir à galeras ó à cabar metales segun las leyes, los desterrasen del mismo modo à la Española. No se puede negar que entre las ventajas que se pueden sacar de las colonias, no es la menor el poder enviar à ellas malos sugetos que incomodan el estado y deshonran sus familias, los que trasplantados en una tierra estraña donde pueden mudar de genio y de costumbres acaso pueden ser útiles; pero para esto se requiere que el pais à donde son enviados, esté de

[61] Temiales como siempre los ha temido el despotismo.

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