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,,se de su persona como se ha relatado." Añade Oviedo que luego que supo un hermano de Caunàbo lo que habia sucedido, levantó tropas, las dividió en cinco partes, y las hizo acercar á la fortaleza de Santo Tomás con el intento de hacer algunos prisioneros y cangearlos por su hermano; pero que Ojeda despues de pequeñas escaramuzas, donde murieron algunos españoles y muchos indios, hizo prisionero al príncipe mismo, quien sabiendo que lo querian enviar à España murió poco despues de dolor y de despecho.

No habia mucho tiempo que habia partido de la Isabèla el navio que llevaba al Rey de Maguána preso á Castilla, cuando llegaron cuatro navios despachados de España con diligencia, bien proveidos de todas las cosas que habia pedido el Almirante para endelezar y fomentar la colonja, que estaba reducida á los últimos estremos de la hambre y de la miseria: por estos mismos na◄ vios recibió el Almirante cartas de los Reyes catòlicos dándole muchas gracias por lo que trabajaba, en su servicio, y ofreciéndole de hacer muchas mercedes: asimismo le intimaban à que con mas particularidad enviàra, una. 1elacion, circunstanciada. de todos sus viages á las. Indias, dando parte de los nombres que tenian las is◄ las descubiertas, los que él les habia puesto, y lo que habia observado en ellas, y que enviase cuantos pájaros raros y especiales habia en aquellas partes. Que solo enviaban cópia del asiento que se habia tomado, con. Portugál tocante á la línea de demarcacion, y que como estaban convinados de colocar esta. línea amigablemente, y de concierto á donde conviniese, terminadas ya las diferen— cias entre ambas córtes, deseaban sus. Altezas. tener sobre este asun. to su parecer y el de su hermano D. Bartolomé.

A fines de este año supo el Almirante como por la prision de Caunabo se habia alterado mucho toda la isla, y que se juntaba mucha gente de guerra en la Vega Real:. aunque no se turbó por estos grandes preparativos de los. isleños, sin embargo no creyó que se debia descuidar para inutilizarlos. Hizo avisar al Rey de Marién de la determinacion en que se hallaba de marchar con todas sus tropas para refrenar la osadía de los indios, y este príncipe luego se le juntó con buen número de sus vasallos. Habia mandado el Almirante para esta espedicion docientos infantes y veinte caballos, y veinte lebréles de presa, y estando todo pronto salió de la Isabela el dia veinte y cuatro de marzo de mil cua trocientos noventa y cinco, acompañado de su hermano el Adelantado y del Rey Guacanagari, que conducia y mandaba sus proplas tropas. Apenas hubo entrado en la Vega Real, cuando se des cubrió el ejército enemigo,, que pareció ser de cien mil hombres, y mandado por Manicatèo, hermano de Caunábo: fuè á su alcance al instante el Almirante, y le encontró en el mismo parage donde despues edificó la ciudad de Santiago: embistió este cuerpo nu meroso de indios, que como acostumbrados à pelear à fuerza de brazos y golpes de macanas, estrañaron el ver como los españoles deshacian líneas enteras de los suyos con sus armas de fuego,

atravezaban tres ó cuatro cuerpos con sus espadas largas, y los atropellaban con los caballos, sin errar tiro sobre unos cuerpos desnudos, y en quienes hacian presa los perros que les saltaban de improviso ahogándolos y haciéndolos pedazos. En breve tiempo quedaron millares de estos indios muertos en el campo de la batalla, y se hicieron muchos prisioneros; pero la Reina de Castilla, (como se verá despues) no tuvo á bien que se hiciesen esclavas á unas gentes tan sencillas, y las volvió á su tierra dando órdenes serias para que de allí adelante no les privasen de su libertad. Al mismo tiempo encargó que se tratase á reducirlos al yugo del santo evangelio, por el camino de la suavidad, y que se procurase con buenos modos persuadirlos por motivos de su propio interés á rendir homenage à la corona de Castilla. Así lo habia hecho el Rey del Marién, que todo el tiempo que duró la hambre, se obligó á mantener cien españoles de bastimentos, lo que no era poco en un país donde poco se sembraba, si se considera que comia mas un castellano en un dia que un indio en ocho. Retiróse este príncipe á sus estados despues de esta batalla cargado del ódio de todos los de su nacion: fué siempre muy afecto á los castellanos, motivo por que para evadirse de las injurias de sus aliados, se vió obligado á retirarse á los montes, donde muriò en el mayor abandono. Algunos autores de los nuestros, le achacaban á este Rey muchos excesos de impureza que causaban horror á los mismos isleños, lo que no se debe creer, por el grande aborrecimiento que le tenian los demas caciques de la isla, que divulgaban todo lo que podia infamarle, por haberse coligado con los castellanos; ni tampoco por lo que dice uno ú otro autor castellano, que se inclinó à creerle autor de la muerte de los cristianos de la villa de la Natividad, sin reflejar el pago que tuvieron sus grandes servicios á la nacion castellana.

Con esta victoria. alcanzada sobre los pobres isleños y à tan poca costa, andubo el Almirante nueve ó diez meses por la isla haciendo gran castigo en los que hallaba culpados en la rebelion, no dejando su tropa de llenar todo el pais de horror y espanto, portándose con demasiada licencia. Manicatéx, Guarionéx 3 Cotubanáma, resistieron a los esfuerzos del Almirante por algun tiempo; pero al fin despues de varios encuentros, hubieron de ceder á la fuerza, y sujetarse al Almirante. A Behechio cuyos estados estaban mas retirados de la Isabela, no le pudieron sujetar por entonces; pero á los demás Reyes de la isla se les impuso un tributo que habian de pagar en esta conformidad. Todos los indios que vivian en Cibáo, donde estaban las minas de oro, cada uno que tuviese catorce años arriba, pagaba un cascabel pequeño lleno de oro en polvo, de tres en tres meses, y en los paises

[*] Para que conozcámos la crueldad de este tributo es menester reflexionar que los cascabèles no eran como los que se usan en el dia pequeños, sino grandes como cencerros de los

donde no habia minas, cada cual habia de dar por el mismo tiem⚫ po veinte y cinco libras de algodon; y para saber los que debian pagar este tributo se ordenó que se hiciese cierta medalla de cobre o laton, que habian de traer al cuello en señal de pago, y se mudaba en cada pagamento. Al Rey Manicatex, como cabeza de la rebelion, le obligaron á dar cada mes media calabaza de oro, que valia ciento y cincuenta pesos. En esta misma ocasion representò Guarionéx Rey de la gran Vega Real, cuyos dominios estaban cerca de las minas de Cibáo, que sus vasallos no sabian coger el oro, y ofreció el Almirante en lugar de tributo en oro que le pedian, de hacer labrar el terreno que hay desde la Isabéla hasta la costa del Sur ácia la embocadura del rio Osama: esto es como cincuenta y cinco leguas de camino, sembrando trigo para la manutencion de cien cristianos: fué desechada su proposicion, porque aunque babia dificultad de conseguir víveres de Castilla, y se tenia experiencia del estado tan miserable en que se habia visto la colonia por la hambre en sus principios, como el Almirante se veia desfavorecido de los ministros de los Reyes católicos y pulsaba con cordura que el modo de mantenerse en reputacion era enviar grandes riquezas, no obstante que era timorato y desinteresado, se daba prisa en cobrar los tributos en oro bien que con la mayor moderacion. (56) Conocieron entonces los indios todo el peso del yugo que les acababan de imponer, y con sencillez preguntaban á los castellanos qué ¿cuando se volvian á sus tierras? pero perdida toda esperanza, viendo que hacian asiento los españoles con quienes al principio no recibieron pena, y ahora los ejecutaban por el tributo, les pesó tanto que no quisieron sembrar, para ahuyentarlos con la hambre, y les sucedió al revés, porque para los españoles no faltó que comer, y de ellos se murieron de hambre mas de cincuenta mil. (57) Muchos de los nuestros murieron, porque la hambre les forzaba à comer cosas asquerosas y dañosas: padecieron infinito los demàs; pero al fin el contra-golpe de toda esta calamidad cayó sobre los pobres indios, quienes por huir de los españoles que andaban tras ellos para buscar que comer se huian à los montes y á otras tierras de la isla, y como no tenian lugar para cazar ni pescar, y buscar raices de los montes, vino sobre ellos una grandísima enfermedad, de modo que por esto, y que ponen à los chivos cabrestos. En la isla del Sacrificio en las excavaciones hechas en el año pasado de 1825 cuando se fortificó contra el castillo de Ulúa, se encontraron algunos de los que trajo y permutó en aquel punto Juan de Grijalva y ferio por oro á los indios: los he tenido en mis manos con otras curiosidades halladas allí, y que me mostró en la mesa del Exmô. Sr. Presidente Victoria su secretario D. J. M. Tornél. [56] Reniego de ella.

[57] Illescas hist. pontifi. vida de Pio III. lib. 6. pàg. 132.

por las guerras, en poco tiempo pereció à lo menos lá tercera parte de la gente de la isla. (58)

carta al

En las cartas edificantes, tom. 12 foj. 318, se vén en estos dos párrafos delineadas las causas de toda esta despoblacion; cosa lastimosa, y aunque quisiera dulcificar con el estilo esta sucinta descripcion, me recelo hacerlo, porque faltára á la verdad de la historia contestada por todos nuestros historiadores; y como es un rasgo de los sucesos como pasaron, me he resuelto à trasJadarlos aquí como los cuenta el padre Margat, en su padre Newille. Su tenor es este....,,La vuelta pronta del Almirante, que con una flota numerosa arribó à Puerto Real el dia veinte y ocho de noviembre de mil cuatrocientos noventa y tres (como se ha dicho) hubiera podido restablecer la tranquilidad; pero Hevando consigo mucha canalla y mathechores públicos, de los cuales se habian como purgado las prisiones de España, gente de esta estófa era muy á propósito para enconar el mal; por otra par te los mas de los oficiales que mandaban bajo las órdenes del Almirante, envidiosos de su autoridad, y no queriendo gobernarse sino por sus ideas particulares, no hicieron caso de sus prudentes temperamentos que pedia el interés de una colonia reciente. Encendiéndose la guerra por ambas partes, fué larga y cruel. No es mui ànimo hacer aquí su descripcion; pero se irá reconociendo, porque con continuacion de desdichas ha sido la isla despoblada de sus antiguos habitantes. Furiosos los castellanos de là resistencia que hallaban en sus nuevos vasallos, á ninguno dieron cuartel; no referiré aquí sus crueldades detestadas por su propia nacion; tres años gastaron en reducir à los miserables indios, y seis Reyes ó caciques cuyos estados eran muy poblados; en vano probaron sus ar◄ mas contra el enemigo comun. Si dependiera la suerte de las batallas del mayor número, hubieran defendido mejor su libertad; pero las espadas y armas de fuego de sus enemigos en cuerpos desnudos y desarmados, hacian tan horrible estrago, que pereció mas de la mitad de los indios en esta guerra. Los desdichados tuvieron que bajar el cuello al yugo del mas fuerte, y por algun tiempo estuvieron quietos. Contribuyó no poco á esta paz el poder y crédito de Guacanagári, que unido siempre con los españoles, los habia acompañado à sus espediciones, y su mediacion, en fin pacificó su ànimo.

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Encendieron otras nuevas crueldades el fuego mal apagado: pensaron los indios en sacudir el yugo que les era insoportable; pero el medio de que se valieron les fué mas fatál que á sus enemigos. Tomaron el partido de no cultivar la tierra, de no sembrar ni manióc ni maíz, lisongeàndose de que en los montes y bosques, donde se retiratan hallarian caza y frutas silvestres con que subsistir suficientemente, y que obligaria la hambre á sus enemigos á abandonar el pais. Se engañaron: mantubiéronse los españoles con

[58] Todo esto entraba en la predicacion evangélico-española.

las provisiones que les llegaban de Europa, y mas animados contra los indios los siguieron hasta los lugares mas inaccesibles Huian los desdichados de monte en monte, y murieron mas por la hambre, fatiga y susto continuo en que estaban, que por la espada. Los que sobrevivieron à tantas desdichas tuvieron en fin que ren. dirse al vencedor, quien usó de todos sus derechos con todo el ri. gor imaginable. Hasta entonces no habian tomado el trabajo de instruir á los indios, segun se les estaba mandado por la corte de España: no habian hallado lugar para ello entre el estruendo de las armas, y las crueldades cometidas contra los indios: no los habian inclinado á oir las verdades de la fé." Hasta aquí la espresion dura, pero harto verdadera de esta carta del padre Margat; mas separémonos de estas relaciones sangrientas, aunque precisas y tristes escénas que se vieron en aquellas deplorables regiones, cuyos tesoros llevaron á su centro todos los vicios de Europa. El virtuoso Colón (59) declamó inútilmente contra aquellos horá que vió dar principio; pero por la sed del oro estuvo sorda à su voz la córte, y no oyó los gemidos de la humanidad.

rores

Entre tanto sometía de este modo la isla à la corona de Castilla el Almirante, los soberanos que reinaban en la isla Española, el padre Bóil y D. Pedro Margarit, llenaban la córte de los Reyes catòlicos de quejas contra el Almirante y sus hermanos, desacreditando la empresa, y no cesando de hablar mal de las Indias, y de los procederes de los colones. Aunque el Rey y la Reina estaban prevenidos a favor de los acusados, con todo, no creyéndoles del todo inocentes, les pareció conveniente para asegurarse de la verdad, de enviar un comisario á la isla Española, para que fuese á escudriñar lo que en ella pasaba: tomóse este medio; pero no salió eficaz por la mala eleccion del sugeto, quien no correspondió á la recta intencion de sus magestades. Fué despachado para esta importante comision Juan Aguado, natural de Sevilla, y repostero de la Reina, llevando á su cargo cuatro navios con bastimentos y otras cosas para sustentar la gente, Llegò este comisario à la Isabela por el mes de octubre, estando el Almirante ocupado en la guerra contra los hermanos de Caunábo, que se habian revelado de nuevo. Empezó Aguado à entrometerse en cosas de jurisdiccion, manifestando que llevaba grandes poderes: hablò con mucha altivéz à D. Bartolomé Colón, que era gobernador de la Isabela, y le llegó á amenazar con poco respeto de su autoridad, bajo el pretesto de escuchar las quejas que de todas partes le hacian contra el gober nador, porque jamás deja de haber descontentos: se excedió mucho de sus poderes, y mas obraba como virey, que como un sim. ple informador. Estrañó mucho D. Bartolomé el proceder de este comisario: quiso que Aguado le enseñase el tenor de su comision;

[59] ¡Virtuoso!... ¿A quien se le dá este nombre? Al autor de tantas desdichas. ¡Ah! Diganse, pues, los virtuosos Nerones y Domicianos. ¿Virtuoso y el no oyó los gemidos de la humanidad?

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