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yos y rios de aquella provincia, se tardó cinco dias para llegar Cibáo: conforme iba caminando mas experimentaba que entraba en un país abundante de oro. La mayor parte de los rios que pasa→ ba arrastran en sus aguas pajas y granos de oro revueltos con arena, al fin se halló al pie de los montes de Cibào: esta voz significa montaña peñazcosa derivada de Ciba, que quiere decir en lengua de indios una peña ó un guijarro, la entrada de esa region es muy espantosa à la vista, por la altura y fragosidad de los montes; pero en recompensa se respiran allí aires muy puros y sanos, y corren por todas partes ledos arroyos de aguas muy cris talinas: los indios que acompañaban á los castellanos, cogian oro en su presencia à cada paso. Ojeda muy contento con su descubrimiento, que correspondia tambien á lo que publicaba la fama de las minas de Cibào, cogió las muestras de oro que le pareció que bastaban para informar de la abundancia de este metal, y se vol vió à la Isabela donde encontró að Almirante ya bueno, que se ale gró mucho con estas noticias, y cobraron tambien nuevos ahentos á vista del oro los del ejército, quienes en la fundacion de la nueva colònia, se habian disminuido con la muerte de bastantes cristianos, y los que quedaban, estaban ya para rendir, reducidos por la hambre y la desesperacion á un estado m.serable y á‹ una lan-guidéz mortali

Aprovechose el Almirante de esta buena coyuntura para despachar en este año de mil cuatrocientos noventa y cuatro, los doce navios de la armada, à cargo de D. Antonio de Torres, enviando á los Reyes católicos estas muestras de oro, y los regalos de valor que le habia hecho el Rey de Marien, con una relacion muy circunstanciada de lo que hasta este punto habia hallado, y se re-. servó dos naves y tres carabelas. Ya estaba la flota à punto de salir, cuando tuvo aviso el Almirante que algunos descontentos de la Isabela cansados por la fàbrica de la nueva villa, y desazonȧdos por las enfermedades que los aquejaban cuando creian que el Almirante al instante que saltaron en tierra habia de cargar mucho oro, sin hacerse cargo de la fatiga é industria que se requië➡. re para cogerlo; llamándose à engaño intentaron secretamente revelarse, y dejando la obediencia del Almirante, tonrar por fuerza los cinco navios que quedaban ó alguno de ellos para volverse à Castilla. Era cabeza de los revoltosos Bernardo de Piza, capitan de justicia de la còrte, que habia venido con el armamento por contador del Rey. No creyó el Almirante que convenia hacerse de➡ sentendido sobre este principio de rebelion; mandó prender á Bėr– nardo de Piza y ponerlo en un navio con propósito de enviarlo à Castilla con el proceso de su delito que no solo contenia el de la sublevacion, sino el de haber escrito falsamente algunas cosas contra el Almirante que habia hallado escondidas en cierto lugar del navio, y á los principales cómplices de la sedicion mandó cast gar, aunque no lo hizo con la severidad que merecia el caso, siendo la conducta del Almirante tan sábia; mas como no siempre la.

sabiduría es la que nivéla los sucesos de los acontecimientos, este acto de justicia tan necesario en semejante circunstancia, y donde se guardaron todas las formalidades requisitas, fué el origen de la contradiccion que el Almirante y sus sucesores tuvieron en aquellas partes, y tuvo unas consecuencias muy funestas para él y toda su familia. Para precaverse de otra rebelion dejó buena guardia en las dos naves y tres carabelas, é hizo meter en la capitana todas las municiones y armas de los otros navios, para que ninguno pudiese alzarse con ellos, como la habian intentado mientras estaba enfermo, y esta fué la primera alteracion que se experimentó en Indias y diò márgen á sus émulos para que le infamasen, le notasen de cruel, y contradijesen sus preeminencias.

Ordenadas todas estas cosas y sosegada esta centella de revolucion, quiso el Almirante visitar las minas de Cibào, llevando consigo herramientas y operarios necesarios para fabricar allí una fortaleza: eligió para que le acompañasen un gran número de voluntarios y lo mejor de sus tropas; dejando al mas pequeño de sus hermanos D. Diego Colón por gobernador de la Isabela, marchó puesta en órden la gente, como cuando se va á la guerra, con cajas, clarines y banderas desplegadas. El fin del Almirante con llevar todo este aparato de guerra, fué para que los isleños conociesen el poder de los cristianos, y comprendiesen que cuando por aquella tierra hiciesen algun daño á los españoles que caminaban sulos, como lo habian hecho con Arana, y los treinta y ocho cristianos que habian quedado con él, tenia poder para castigarlos á cualquiera movimiento que hiciesen contra su persona y tropa; pero no sacò de esta demostracion ruidosa todo el fruto que pretendia; espantó aun mas à los indios, cuando se esperaba veneracion y respeto para con él y los castellanos, y cuando Ojeda pasó por aqueIla tierra todos los indios venian con gusto á presentarse delante de éste oficial, y ofrecerle todo género de refrescos, y todos los servicios de que eran capaces; pero en esta ocasion huian por todas partes espantados luego que oian estos instrumentos militares y reconocían este aparato guerrero que los hacia temblar de miedo; sin embargo muy en breve volvieron en sí depuesto su susto, porque Colón luego que reconoció el mal efecto de su marcha ruidosa, tratò con sus buenos modáles y con regalos que hizo á éste pueblo tímido, asegurarse de su fidelidad. Caminó tres leguas, y como los indios hacen los caminos tan angostos que solo puede pasar un hombre por ellos, envió gastadores al cargo de algunos hidalgos, para que lo ancho abriesen por la garganta de las montañas que tenia que atravesar, no siendo posible de otro modo que pudiese transitar la caballeria: asi pasó por un puerto de una montaña bien àspera, à que puso por nombre el Puerto de los Hidalgos, por la razon dicha, y este fué el primer puesto que se hizo en Indias. Desde allí descubrió una vasta llanura que por ser tan fresca, verde y hermosa la llamó el Almirante la Vega Real: la atra vesó por aquel parage que no tiene mas que cinco leguas de an.

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cho, y se halla á las orillas del rio Yaqui, tan caudaloso como el Hebro en Tortosa, segun la expresion de Herrera; de modo que la gen te pasò en balsas y canoas, y por estar sus orillas cubiertas de cañas, lo llamó el Almirante el Rio de las Cañas, sin acordarse que en su primer viage le habia llamado el Rio del Oro, que sale á la mar junto à Monte Cristo. Pasado este rio se encontró con una gran poblacion de indios, cuyas casas eran redondas, cubiertas de paja, con una puertecilla que era menester bajarse mucho para entrar en ellas. Luego que lo vieron los indios se huyeron. y los que quedaban en las casas atravesahan á sus puertas algunas cañas: el Almirante conociendo tal simplicidad, mandó que no se les hicie◄ se mal: acariciaba á los que encontraba, con lo que se aseguraban. Lo mismo le sucedió en los demàs pueblos, pues segun la costuinbie que tenian, ningun indiose atrevia a entrar por la puerta donde habia. semejantes barras. De aquí pasó el Almirante á otro belisimo rio, que llamó Rio Verde, cuyas aguas le parecian fresquísimas, y fué á pasar aquella noche al pie de un monte, de eľ puerto de Cibao, porque desde que se pasa, comienza la provincia de Cibào, á la que Herrera da tanta extension como la del' reino de Portugal. Subido el puerto, tuvo segunda vez el Almiran te el gusto de recrearse con la vista de la Vega Real; que se: descubría casi toda entera porque alli estaba como en medio de su longitud. Parecia un jardin bien cultivado, entre cortado de cañerias naturales que parecian hechas á propósito y llevaban unas aguas abundantes y limpias por todas partes, cargadas de granos y polvillo de oro, y las mas saludables del mundo. S.guió su camino; por las tierras de Cibáo que es áspera y peñascosa, bañada de infinitos rios y arroyos, y en todos se halla oro, porque las grandes lluvias traen de lo mas alto de los montes los granillos menudos de este metal à los arroyos.. Hay pocas arboledas en toda esta provincia, que es sequísima, salvo en los bajíos de los rios, y por la mayor parte son pinos y palmas de varias especies, en lo demis es tierra sanísima; los aires son suaves, y las aguas buenas y delgadas. Salian los indios á los caminos á recibir el Almirante con presentes de comida, y granos de oro, despues que supieron que venia por esta razon: à mas de eso en diez y ocho leguas que tenia andadas el Almirante desde la Isabela se descubrió una mina de cobre, otra de azul fino, y otra de ambar: por la cortedad de esas minas no se ha hecho caso despues, ni se ha oido hablar desde aquel tiempo de tales minerales. No obstante merecia mayor atencion tomar, posesion de un pais, donde a cada pa❤ so se pisaba el oro, y se veian producciones de minerales tan útiles.

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Considerando pues, el Almirante, que la tierra que dejaba à las espaldas era muy aspera, mandò para seguridad de los cristianos que anduviesen en las minas, labiar una casa fuerte ó castillo en sitio muy améno, casi aislado por un rio muy hermoso llamado Xanique que se edificó de tápia y madera, guarnecido de un buen fuso donde no lo cercaba el rio. Llamóse este castillo la

fortaleza de Santo Tomás, por la incredulidad de algunos que porfiaban en no creer lo que se decia de las minas de Cibao, hasta que vieron el oro por sus ojos. Dejó el Almirante por alcaide, ó gobernador de aquella nueva fortaleza á D. Pedro Margarit, caballero catalán, hombre de mucha autoridad á quien Oviedo le dá algunas veces el título de comendador, dándole cincuenta y seis soldados, y algunos maestros para la construccion del castillo, y el Almirante se volvió a la Isabela, à donde llegó el dia veinte y nueve de marzo, y halló esta nueva ciudad en el estado mas triste. Las municiones de boca estaban ya á punto de acabarse del todo: no se podia acostumbrar la gente á los alimentos de la tierra, fatigada mucho de las obras, y casi toda muy débil, y trabajada por la sutileza del aire y penuria de bastimen. tos por lo cual caian enfermos sin tener mas alimentos de CastiIla que bizcochos y vino, por el mal gobierno que habian tenido los capitanes de los navios, y tambien porque en aquellas tierras no se conservan las cosas como en la nuestra. Con la escasez de víveres enfermaban muchos de melancolía, y conforme menguaban los bastimentos no habiendo remedios para la asistencia y cura de los males, menguaba tambien la gente; y porque faltaba ya el bizcocho y la harina, para hacerle determinó hacer algunos molinos para moler trigo, y estando la gente de trabajo enferma convenia que los no→ bles trabajasen, cosa que sentian de muerte, y mas viéndose contreñidos á unos trabajos penosos y humildes, y mal comidos. Comenzaron entonces las quejas que fueron sostenidas del padre Boil que empezó à indignarse contra el Almirante reprendiéndole de cruel; otros autores dicen que su ódio procediò de no darle para sí y sus compañeros y criados las raciones tan crecidas como queria; pero refieren con mas razon otros historiadores, y son los mas, que despues que el Almirante concluyó la poblacion de la isla (45) y de haber dado otras providencias, se fué en tres carabelas á descubrir tierras, como lo mandaron los reyes, y descubriò á Cuba por el lado meridional, á Jamaica y à otras islas pequeñas; que vuelto à la Española por haber hallado los suyos muy aterados, y haber tenido poco respeto a sus hermanos; como tam. bien por haber hecho mal á los indios, castigò á algunos de ellos ásperamente, mandando ahorcar y azotar cruelmente antes á las ca bezas de las facciones y alborotos.. Aunque Colón ejecutaba estos castigos con justicia, le parecieron muy ásperos y excesivos al padre Bóil, y asi como vicario apostólico, que tenia las veces .del papa, íbale á la mano el Almirante, fulminando contra él las mas rigorosas censuras, (46) hacia cesar el oficio divino, y el Almirante mandaba cesar la racion del padre Ból y de sus compañe ros. [*] Entonces Pedro Margarit, castellano de la fortaleza de Santo

[45] Francisco Lopez Gomara fol. 13 histor. ind. [16] Hé aquì un abuso el mas criminal.

¡Excelente castigo para un traite!

Tomás, amigo y paisano del padre Bòil, y otros caballeros distin guidos entendian en hacerlos amigos, y por poco tiempo do con❤ siguieron. De esto nacieron diversas opiniones (que seràn las ho nestas contenciones que dice Bocio (*) nacian entre Bóil y el Almirante sobre no maltratar los indios) Así anduvo la cosa muy revuelta por mucho tiempo en gran perjuicio de la conversion, y el uno y el otro escribieron sobre ello á los Reyes: verémos en breve las consecuencias de estos disgustos.

Hallándose el Almirante con estos sinsabores, llegó aviso de la fortaleza de Santo Tomás que el cacique Caunabo se apercibia para ir á sitiarla con cantidad grande de indios, desamparando ya los indios de la Isabela sus pueblos. Envió inmediatamente al capitan Ojeda á Santo Tomás con buen número de soldados, que serian mas de trescientos, para succeder á Margarit en el gobier no de la fortaleza, como quier habia trabajado tanto en el invierno pasado en descubrir la provincia de Cibáo, con órden de dar gente al referido Margarit, para que anduviese por la tierra y enseñase las fuerzas de los cristianos, mayormente por la Vega Real à donde habia muchos caciques y indios belicosos; y así mismo para que los castellanos se fuesen poco à poco haciendo á los alimentos de la tierra, porque cada dia habia mas falta de los víveres de Castilla. El capitan Ojeda marchó con toda diligencia, y despues de haber pasado el rio del oro prendió al cacique, de allí á su hermano y à un sobrino, y los envió al Almirante con cadenas; mandò cortar las orejas á un indio en medio de la plaza por haber dejado unos soldados que pasaban un rio sin su ropa, volviéndose al pueblo con ella, y el cacique en lugar de castigarlos tomó para sí la ropa y no la quiso restituir. Otro cacique confiado en los servicios que habia hecho á los cristianos, de❤ terminó ir con los presos à la Isabela, para rogar por ellos al Almirante, el cual llegando los presos, mandò que en la plaza les cortasen las cabezas; pero por contemplacion del cacique que con làgrimas pidió sus vidas, prometiendo que no cometerian otro delito, los dié por libres. Súpose tambien que cinco cristianos viéndose cercados en el territorio del cacique preso, por una multitud grande de indios, los hizo huír à todos atropellándolos con los cabaHlos. Con este se sosegaron por entonces los rumores que se tenian en la Española, y resuelto el Almirante á ir á descubrir la tierra firme, como los Reyes se lo habian mandado, y para que la isla quedase bien gobernada, formó un consejo que quedase en su lugar, y se componia de D. Diego Colon, su hermano, con título de presidente, y por consejeros el padre Fr. Ból, Pedro Hernandez Coronel, alguacil mayor, y regentes Alonso Sanchez de Carbajal, y Juan de Lujan, y para que no faltase harina para el socorro de la gente, procuró con gran solicitud la fàbrica de molinos: à todos dió instrumentos como mejor le parecia que conve

[*] Tomàs Bocio lib. 1. de sign. eccles.

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