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leones á dirigir su rumbo para regresarse de aquellas partes à la Europa; y que este descubrimiento dió motivo para el establecimiento del puerto de la Habana, que dista de la canal solo dos cortas singladuras, y para que sirviése de escala donde se congregasen todos los navios que venian de la Nueva España, de cuyo establecimiento resultò una de las causas principales de la decadencia de la isla Española. Vióse Ponce de Leon precisado á contentarse de haber visto primero que ninguno la Florida, y despues de haber buscado en vano por algunos meses la fuente de Bimini, y en la Florida un rio cuyas aguas le decian los indios de Cuba que remozaba, porfiando en la averiguacion de sus apetecidas propiedades, volvió como dicho es, muy triste á Puerto Rico donde hubo de sufrir algunas mofas, porque le veian volver del viaje que para el fué de poco provecho, mas viejo que antes de su salida, No dejò por eso de ir á la corte á dar parte de sus descubrimientos: fuè bien recibido del Rey D. Fernando, quien le concedió el Adelantamiento de la isla de Bimini y de la Florida, con calidad que empezàse dentro de un año à poblarla, é hiciése el descubrimiento dentro de tres. Prorrogóse ese término, y los Reyes le hicieron merced de la conquista de la Florida, y consintieron aunque para ese fin hiciése levas, ora en España, ora en las Indias. No se sabe por qué no se aprovechó de este permiso; pero lo cierto es, que estaba todavia en Castilla à fines del año de mil quinientos ocupado en sus pretensiones, y que entonces le nombrò el Rey por capitan general de tres navios que mandó armar contra los indios caribes, que asolaban la isla de Porto Rico, donde fué el año de mil quinientos quince, y se quedó en ella hasta el de mil quinientos veinte y uno que salió á su espedicion desgraciada. Despues de varios contratiempos que pasó en su navegacion, tomó tierra en la Florida: los indios salieron à recibirle y pelearon con él valerosamente, hasta que le desbarataron y mataron casi todos los españoles que con él habian ido, pues no escaparon mas de siete, y entre ellos Juan Ponce de Leon, que salió malamente herido en un nuslo, cuyo fracaso le precisó à retirarse á la isla de Cuba, donde todos siete murieron de sus heridas, y él tambien dentro de pocos dias con gran làstima de los que conocian su valor y honra, no obstante el agasajo y buen tratamiento que le hizo Diego Velazquez que gobernaba à Cuba. desde el año de mil quinientos once, que la conquistó con el poder del Almirante D. Diego Colòn. (173) Este fin desdichado tuvo la jornada de Ponce de Leon, primer descubridor de la Florida, y parece que dejó su desdicha en herencia à los que despues acà le han succedido en la misma demanda, y hoy por hoy que escribo esta relacion sacada de los autores mas circunstancia. dos de las Indias occidentales, y en especial de la del Inca, tene

[173] Fernando Pizarro, varon ilustre cap. XI. pag. 70. citat. á Gomara en la conquista de México. c. 4. nùm. 5 y 6.

mos la desgracia, que la Florida está en posesion de la Inglaterra en virtud del tratado de paz del año de mil setecientos sesenta y tres.

En este tiempo se proveia en España en las costas de las Indias, y por los buenos informes que tuvo el Rey de lo bien que se portaba el capitan Diego Velazquez en la reduccion de la isla de Cuba, mandó al Almirante y á los jueces de apelacion que de su parte se le agradeciése el cuidado que tenia, y que sobre todo procuràse llevar à los indios con toda suavidad, escusando todo lo posible el usar de la fuerza para sujetarlos. Puso tambien el Rey particular cuidado para que se descubriése el estrecho de que le habia hablado el Almirante D. Cristobal Colón: para este fin envió á Juan Diaz Soliz, y à Vicente Yañez Pinzón, á fin que descubrièsen todo lo que pudiésen al Sur, y entonces se halló aquel gran rio que en memoria de su primer descubridor se llamó algun tiempo el rio de Soliz, y ahora es conocido por el de la Plata. Era muy importante el descubrimiento de este estrecho para poder navegar á las islas de la Especeria, sin tocar en los rumbos y navegacion perteneciente al Rey de Portugal, y para bacer un ajuste razonable con este soberano que pretendia tocarle la navegacion del sur por haber descubierto una porcion de terra con- · tigua con Buenos Aires, que hoy se dice el Brasil. Juan Diaz de Soliz no fué à sus descubrimientos, sino el año de mil quinientos quince; y Juan Ponce de Leon favorecido de Juan Ponce, Pedro Nunez de Guzmán, ayo del infante D. Fernando, se detuvo tam. bien algunos meses en Castilla. Antes de ir a su espedicion, y en la còrte se celebraban muchas juntas tocante á los negocios de las Indias, cuando se tuvo en Castilla la infausta noticia de la muerte del sumo pontífice Julio II. el dia nueve de marzo de este año de mil quinientos trece, de resultas de una fiebre lenta, y succedió en su lugar el cardenal de Médicis, que quiso tomar el nombre de Leon X., varon de gran virtud y dotado de singulares prendas para el gobierno de la iglesia universal. De mucho gozo fué su eleccion para los príncipes cristianos, y en particular para el Rey D. Fernando, que no perdia ocasion de manifestar su anhelo por la conversion de los indios, y esperaba bajo el gobierno de este gran pontifice, ver perfeccionadas sus ideas en órden á esta grande obra. (174)

Prosegujan las juntas sobre la pretension de los padres domínicos, y el padre Córdova que habia despachado al padre Montesino à España, fué él mismo para defender mejor la opinion que llevaba él y sus súbditos para hacer cesar los repartimientos. Despues de varias consultas y altercaciones tocante á la causa de los indios que estos religiosos habian puesto ante el tribunal real, al fin mandó el Rey llamar al padre Còrdova, y le hizo decir que estaba muy persuadido de su buena intencion y celo; pero que de consejo de los mejores letrados y teólogos de su reino habia acor

[174] Haroldo Epitom. annal. min. an. 1513. n. 1 p. 796.

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dado, que debia subsistir el repartimiento de indios, sin embargo de algunos abusos y desórdenes que de él procedian, contra los cuales iba à tomar las medidas mas acertadas: que se volviése él y el padre Montesino à Indias, cada uno á su mision, continuando en edificar con su doctrina y santidad de vida á los indios, sin mezclarse de manera alguna en cosas de policia y gobierno, y con precepto de que se contuviésen en declamar contra unas providencias aprobadas por un número tan cuantioso de personas doctas y virtuosas. Conoció el padre Córdova por este recado del Rey que no le seria fácil à él y á sus religiosos avenirse bien con los castellanos establecidos en el nuevo mundo, y que si querian verdaderamente hacer mucho fruto en los bárbaros convenia solicitar regiones donde pudiésen solos predicar á aquellas gentes sin estorbo de los castellanos: suplicó pues al Rey que le dièse licencia para que con los frailes de su órden que fuesen con él, pudiese pasar à algunos paises de la tierra firme de la América, á donde no hubiése todavia españoles, y de este modo con libertad predicar á los infelices la ley de Jesucristo. Parecióle, bien al Rey la proposicion del padre Córdova, y como lo veneraba y estimaba, mandó que le diesen los despachos que queria, y fué proveido de órden del Rey á toda su voluntad de cuanto hubo menester para su santa empresa. El padre Montesino y el padre Córdova para volver à la isla Española, despues de su llegada presentaron sus despachos al Almirante, quien en obedecimiento a las reales órdenes mandó aprestar un navio con provisiones competentes de boca, y de todo aquello necesario para fundar en tierra firme á -fin de transportarlos á la costa de Cumana, tierra que habian escogido para principiar sus trabajos apostólicos. No fue el padre Córdova siendo su presencia mas necesaria en la isla Española, donde con las órdenes del Rey podia establecer, mejor un convento de su órden, y quedar sobre un pie mas ventajoso que antes; pero esco"gió para esta apostólica espedicion tres religiosos aprobados y celosos -del bien de las almas, á saber: el padre fr. Antonio Montesino, fr. Francisco de Còrdova y fr. Juan Garces, que partieron muy contentos para su destino. Cuando llegaron á San Juan de Puerto Rico, cayó gravemente malo el padre Montesino, por lo que se hubo de quedar allí, y los dos compañeros siguieron su viage con felicidad. Desembarcaron en un parage de tierra firme, donde, despues muy cerca de allí se edificó la ciudad de Coro, llamada por otro › nombre Venezuela, por las razones que hemos mencionado, por› que sobre las ruinas del pueblo que Ojeda habia llamado Vene-zuela, se construyó dicha ciudad Coro ó Venezuela. El pueblo de indios subsistia cuando llegaron estos dos misioneros, que fueron muy bien recibidos y agazajados de los indios, que les dieron de comer ›y proveyeron de lo que necesitaban. Se aprovecharon, luego estos padres de tan buenas disposiciones para ganar los indios à Jesucristo, y se prometian mucho fruto en aquella mies; nueva, cuando llegó un navio español que desbarató todas sus medidas. La

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intención que llevaba era coger de sorpresa à los indios, meterlos á bordo, é irlos á vender á la Española: comercio infame que se hacia entonces sin embozo, no obstante el ningun permiso que habia para ello; pero con dar parte de las presas á los oficiales reales, estos se hacian de la vista gorda. Se coloreaba esta pirateria con el titulo especioso de espedicion contra los canibales, y casi pensaban estos tratantes que merecian mucho para con Dios, como si fuera una guerra santa: fuera de eso habia una declaracion del Rey que permitia hacer esclavos à todos los antropófagos ó comedores de carne humana, y sin exâmen se tenian á todos los indios del nuevo mundo por culpables de este delito. Como no era esta la primera vez que habian llegado navios á la costa de Comanà para hacer presas semejantes, los indios en tiendo navios se huian; pero en esta ocasion con la presencia de los padres, estuvieron quietos, y proveyeron á los del navio de comida. Bastantes dias se pasaron con demostraciones de amistad entre unos y otros, y un dia el patrón del navio convidó à comer á bordo de él al cacique de alli, que aceptó el convite, y fué él con su muger y diez y siete de comitiva de sus vasallos: apenas se hubo embarcado con su gente el capitan que se habia prevenido, alzó velas y los llevó á la Española. Alterados los del pueblo con esta novedad, ya transportados de furor iban à matar los misioneros, creyendo que ellos eran sabedores de esta traicion: se escusaron los religiosos y con trabajo los aplacaron, persuadidos tal vez los bárbaros, que hombres de tanta virtud como habian esperimentado, no capaces de semejante accion, y la veneracion en que los tenian atajó los primeros impulsos de su ira; pero no por eso quedaba segura la vida de los misioneros. Pareciò dentro de pocos dias otró navio cuya gente saltò à tierra con su capitan y hallaron todo el pueblo en llanto, y à los religiosos angustiados, sin tener un instante seguro de vida metidos entre aquellos indios irritados con razon. Viendo los misioneros que el capitan se condolia de su triste situacion, y parecia hombre honrado, concibieron algunas esperanzas de salir del peligro en que se hallaban, dijeron al capitan que sin duda el cielo se los habia enviado para ser su libertador, que no le pedian otra cosa, sino que llevase de parte de ellos una carta al Almirante: se hizo cargo de ella con gusto el capitan, y la puso en manos del Almirante D. Diego Colón, á quien tambien espuso el hecho el padre Córdova por noticia que habia tenido de los religiosos, suplicándole que cuanto antes devolviese à los indios en sus tierras, no habiendo otro medio de salvarles la vida à sus religiosos, pues conforme estos le escribian si dentro de cuatro lunas ó meses no se hacia aquella restitucion, ellos serian muertos. En efecto como no se habia podido aplacar á los indios de otro modo, los padres esperaban la muerte sino se restituia al cacique su muger, y las diez y siete personas que habian ido con el capitan al convite à bordo de aquel navio. Sobre esto habia eserito á su superior el padre Córdova, rogàndole encarecidamente

que concluyése este negocio à satisfaccion de los indios de su mision; pero todas estas diligencias fueron inútiles, pues ya se habian vendido por esclavos à los indios, y los mismos jueces de apelacion, los habian comprado. (175) Como el Almirante tenia poca ó ninguna autoridad sobre estos magistrados de la audiencia real, no pudo impedir el daño que amenazaba à los misioneros de Cumaná. Dentro de pocos dias llegó el segundo navio con las cartas de los religiosos, y conociendo el capitan del primer navio que era descubierto su infame trato, y él sin autoridad competente habia llevado por fuerza á los indios con su cacique para venderlos por esclavos, se aco. gió al monasterio que entonces alli se comenzaba de la Merced, y tomó el hábito por miedo de la justicia. Representó el padre Montesino, que ya era vuelto de la isla de San Juan, à los jueces de apelacion cuanto importaba la restitucion de aquellos indios para el logro de la mision de Cumaná, y poner en salvo la vida de sus ministros; pero aprovechó poco los ruegos é instancias que se les hicieron, porque ni la muerte cierta de los dos misioneros, ni la infamia que recaia en la nacion, ni el descrédito de la religion católica, ni el interés público, ni la honra del Rey, nada fué capaz de ablandar á los ministros reales, queriendo mas bien cargarse de la mas inaudita, iniquidad, que soltar los indios que á cada uno les habia cabido de aquel robo; y asi pasados los cuatro meses, sin que los misioneros pudiésen tener respuesta, para satisfacer à los indios, éstos sin esperar mas tiempo quitaron inhumanamente la vida á los dos religiosos, primero á fr. Juan Garces, estando el otro atado viéndolo morir. (176) De este modo se arruinó en un instante un proyecto tan santo, muy á los principios de su ejecucion, de que hubiera resultado en breve tiempo la conversion de innumerables gentiles que ocupaban la tierra firme; ¿pero que mucho si aquellos mismos que en virtud de sus cargos y por verse tan honrados del Rey su amo, debien celar con mas ahinço la puntual ejecucion de las reales órdenes eran los primeros que en los puntos mas esenciales que concernian, las quebrantaban sin miedo y con el mayor descaro? por donde se concebirá fàcilmente, ¿qué no harian los inferiores y demàs castellanos cuando la ocasion se presentaba para enriquecerse à costa de los infelices indios, maltratandolos con una inhumanidad increible? Despues de poner sobre sus hombros cargas muy pesadas, los ataban de dos en dos, y como si fueran bestias de carga, los arreaban y hacian andar á latigazos; si acaso se caìa algun indio al suelo agoviado del peso de su carga, no cesaban de darles sendos golpes hasta hacerlo levantar à no poder mas. Cualquiera sugeto acomodado no salia de su casa, sin hacerse llevar envuelto en una hamaca por un par de indios: se apartaban las mugeres de sus maridos, ocupando estos

[175]

Que jueces tan justos.... Vaya!

[176] He aquí à los españoles que vinieron a conquistar las Américas por espíritu de religion,

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