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ra entre las tinieblas de la noche: con esto cobraron aliento los marineros que estaban ya despechados, y estando cerca de tierra, y à su vista, unos llenos de admiracion y de espanto, lloraban de gusto al ver una tierra que no esperaban; otros le besaban con respeto las manos llamàndole su padre, y todos con làgrimas en los ojos le pedian perdon de las injurias que por su temor é inconstancia le habian hecho.

Llegò el dia, (12) reconocieron que era una isla de veinte y cinco leguas de largo, otros dicen de quince, [*] llana, y sin montes, llena de árboles muy verdes con una laguna en medio; poblada de muchas gentes, que corrian à la marina ó playa, maravillados de ver los navios, pensando que eran, algunos animales, no viendo la hora de saber de cierto lo que fuese, y los castellanos de llegar à tierra, y saber quienes fuesen ellos. Presto fué satisfecho su deseo, porque el Almirante saltó en tierra con la barca arma la, desplegando el estandarte real. Lo mismo hicieron los capitanes de los otros navios entrando en sus barcas con la bandera de la empresa, que era una cruz verde con una F. en una parte, y de la otra tenia otras coronas en memoria de D. Fernando y de Doña Isabel; y todos dando gracias a Dios arrodillados, besando la tierra con làgrimas de alegria. El Almirante se levantó en pie, y puso por nombre à la isla S. Salvador, otros licen la Deseada, que los naturales_decian Guanahâni, una de las islas que despues llamaron de los Lucayos, á novecientas y cin. cuenta leguas de las Canarias, que estan entre la Florida y Cu. ba, apartada de la de Guadalupe como diez leguas tirando al nor dest. Fué hallada en treinta y tres dias de navegacion: se plantó una cruz sobre la orilla, y con la solemnidad necesaria tomó posesion de aquella isla en nombre de los reyes católicos, por la corona de Castilla y de Leon ante Rodrigo de Escobedo, escribano real de la armada, estando presentes muchas gentes de la isla; los castellanos luego lo recibieron por almirante y virey, y le juraron la obediencia, como á quien representaba la persona real, con el mayor júbilo por tan grande hallazgo. Conoció el almirante que aquellos isleños era gente mansa y sencilla, y que estaban atónitos mirando à los cristianos, espantados de las barbas, blancura, y vestidos; les dió algunos gorros colorados, cuentas de vidrio que echaban al cuello, y otras cosas de poca importancia, que estimaron mas que si fueran piedras preciosas: admirándose tambien los castellanos de ver aquella gente desnuda, su talle y costumbres particulares en trages y facciones. Se reconoció despues que habian mirado á los europeos como hombres de una especie particular, y de un órden superior: defacto habia grandes diferencias entre unos y otros. Los bárbaros tenian los cabellos gruesos, y muy negros

[12] El mas infausto que pudiera para la América: en ét se fijo su esclavitud.

[*] Herrera y Charlevoix que le sigue.

cortados sobre las orejas, y muchos que los traian algo largos, los tenian atados con un cordon grueso al rededor de la cabeza, á modo de trenza, y como gente que parecia de la primera simpli cidad: iban todos desnudos, hombres y mugeres como nacieron, sin tener un pelo en todo su cuerpo, y veian al contrario los castellanos, con barbas largas, y el pecho poblado de pelo, y mas les causaba admiracion à ellos ver á los nuestros vestidos, que á los eu ❤ ropeos verlos desnudos. [*] En fin el color de la cutis y las faccio nes de la cara, eran tan diferentes en unos y en otros, que no cesaban de mirarse recíprocamente, siendo igual la sorpresa. Unos estaban pintados de blanco, otros de negro, y otros de colorado: algunos en la cara, otros en todo el cuerpo, y algunos solamente en los ojos y la nariz; afeite que lejos de adornarlos, los hacia mas feos, pues aunque tenian buenas caras y facciones, las frentes que usaban tan anchas los afeaban: quizás hacian el mismo juicio de los europeos, cuya barba ocultaba gran parte de sus caras, y como todo está fundado sobre la opinion, lo que degenera en costumbre parece bien conforme al modo con que se mira. No tenian armas como las nuestras, ni las conocian; de manera que enseñándoles los cristianos una espada desnuda, la cogian por los filos bobamente. No tenian cosas de hierro, y para labrar la madera se servian de piedras de rios muy duras y agudas, y porque algunos tenian cicatrices, se les preguntó por señas la causa de ellas, y tambien por señas respondieron que las habian recibido defendiéndose de las gentes de otras islas, que venian á cautivarlos. Bien formado el cuerpo de color aceituno, como los de Canarias; los mas eran mozos de hasta treinta años, aunque habia muchos viejos: parecian de buena lengua é ingenio, porque volvian á decir con facilidad las palabras que oian una vez. Cualquiera abalorio que les daban les parecia precioso, y los caste. llanos por su lado, que se hallaban en un mundo nuevo donde no veian cosa semejante al viejo, ni en árboles, ni en plantas, ni en pájaros, ni en hombres aun, no sabian si estaban despiertos, y les parecia todo un sueño. No habia animales algunos en la isla, escepto los papagayos, que venian á trocar por cascabeles, y otras cosas de poca estimacion. Bastante algodon produce aquella tierra, y tambien traian ovillos para rescatar hilado, y daban gran porcion por tres cuartos de Portugál, que no valian un cuatrin de Italia, y estos ovillos pesaban mas de veinte y seis libras. En este comercio se pasó el dia, y llegada la noche, se fueron los indios á tierra, y es de advertir que la liberalidad que mostraban, no provení tanto de la estimacion que hacian de nuestras dádivas de vidrio y abalo rios, sino que juzgando que los castellanos habian bajado del cielo, deseaban tener alguna cosa suya para memoria, pues no se hartaban de mirarlos: hincábanse de rodillas, alzaban las manos dando gracias á Dios, y se convidaban unos á otros á que fuesen á ver los hombres del cielo.

[*] Igual fué la admiracion de los europeos y bárbaros; digase mejor, la admiracion era recíproca. E.

Embarcóse el dia siguiente el Almirante para correr por la costa de la isla ácia el norueste, por si hallase algun puerto bueno, y halló uno tan capaz que pueden caber muchos navios cómodamente. Vièndole ir los bárbaros, le siguieron á bordo en gran número, muchos nadando, otros en canoas, como podian, y preguntaban por las señas si venian del cielo. El Almirante à todos regalaba cuentas de vidrio, y otras bugerias, hasta que llegó á otra peninsula habitable, donde podia hacer una fortaleza. Aquí tomó razon mas espacio de estos isleños sobre la calidad de su tierra, y supo de ellos que su isla se llamaba Guanagarí, y que los habitantes de su isla y de muchas otras circunvecinas se llamaban Lucayos, y de alli ha venido dar el nombre de Lucayas á todas las islas que están al norte, y al ouste de las grandes Antillas, y se terminan al canal de Bahâma. La mayor parte de sus indios mansos, viniendo á bordo de los tres navios de Colón, habian traido papagayos y algodon por que le pareció que los castellanos habian hecho mas aprecio de estas cosas, y se le dió en cambio campanitas, que se colgaban al cuello y a las piernas, frácmentos de loza, sartas de avalorios, que recibian con grande gusto: como todos querian tener de esas cuentas y campanitas, bien presto se hallaron los tres navios llenos de algodon y de papagayos, que armaban un ruido y una algazara estraordinaria. No se vieron en ellos joyas ni cosas de precio, salvo algunas planchitas de oro que traian colgadas de las narices. Preguntóseles de donde venia aquel oro, respondieron que de la banda del Mediodia, á donde habia un Rey que tenia mucho, señalando con las manos; y entendiendo el almirante que habia otras tierras, determinó irlas á buscar, y conociendo no ser aquella tierra la que buscaba, ni de tanta utilidad que pudiese poblar en ella, despidió à los indios, regalándolos muy bien, y dejándolos muy contentos; y vuelto a sus navios tomó siete indios por sus intérpretes, ý navegó ácia otras islas que se veian desde la península. Llegó á una de ellas distante siete leguas, el dia quince de octubre, y le puso por nombre Santa Maria de la Concepcion, y sin detenerse en ella navegó el dia siguiente ácia el oueste, ocho leguas à otra isla mucho mayor, cerca de la costa de aquella que corre á norueste, sueste, mas de diez y ocho leguas, y llamó Fernandina en memoria del Rey. Alli hizo aguada, y los indios se unieron á rescatar en la misma forma que los de las otras islas, porque toda la gente de ellas era de una misma calidad, aunque estos parecian de mayor advertencia, por que fiaban algo en el rescate y sabian recatear. En sus casas tenian paños de algodon ó colchas, y las mugeres andaban cubiertas con una fagilla de algodon, y otras con un paño tejido que parecia tela, desde el ombligo hasta medio muslo, y las que no podian mas se cubrian de ojas de árboles. Pareció esta isla muy llana, abundante de agua, con muchas arboledas, y algunos cerrillos verdes y graciosos que no habia en las otras, con infinita diversidad de pájaros diferentes de los de Castilla. Entre otras cosas notables que se admiraron en aquella isla, fué ver los árboles que parecian enxertos,

porque tenian ojas y ramas de cuatro y cinco maneras, producidas naturalmente. No hallaron animal alguno, sino lagartos ó yguanas, y algunas culebras. No habiendo hallado oro el Almirante en esta isla mas que en San Salvador y la Concepcion, pasó á otra llamada Saomoto en lengua del país, á la cual puso por nombre Isabél, en honra de la Reina católica, y tomó posesion de ella con las mismas formalidades que en todas. En fin el dia veinte y ocho, se halló cerca de una tierra muy dilatada llamada Cuba, y le puso el nombre de Juana, en memoria del príncipe D. Juan, heredero de Castilla sin saber ann si era isla ó continente. El nombre de Juana que le puso á esta isla, como tambien el de Fernandina, no han subsistido, habiendo siempre guardado la isla el que le habian puesto sus antiguos habitantes. El puerto donde el Almirante entró, es el que despues se llamó Baracóa, tomado este nombre de un cabo que está á la entrada ácia el léste. Se aprovechó de esta ocasion que se le venia á la mano de un buen puerto, para calafatear su navio, y para dar sus órdenes, á fin de que se reconociese bien la isla donde le habian asegurado que abundaba el oro.

Hizo eleccion de dos castellanos con unos indios de S. Salvador; y otro de Cuba para el reconocimiento de lo interior de la isla, mandándolos entrasen en ella, acariciando los indios que encontraron en el camino. Despues de haber andado estos mensajeros como veinte leguas, no juzgaron por conveniente pasar mas adelante, y á su vuelta refirieron haber visto gran número de pueblos, hasta de cincueuta casas bastantemente grandes, todas de madera, cubiertas de paja, donde los habian recibido como hombres bajados del cielo: que los indios uno á uno les habian llegado á besar los pies, los hombres primero, y las mugeres despues, ofreciendo los dones que llevaban, que entre otras cosas que les habian regalado, eran unas raices á modo de nuestras batatas, que asadas saben á castañas, y hoy se llaman muniatos, ó guacamotes, rogándoles mucho se quedasen con ellos: que por las calles de aquellos pueblos habían hallado mucha gente que llevaba un tizon encendido, para hacer lumbre, y zahumarse despues con algunas yerbas que para este efecto llevaban consigo, y para tostar aquellas raices que les dieron que era su principal comida, y el fuego era facil de encender, porque tenian cierta madera, que apretado un leño con otro, se encendia lumbre: que el pais era muy hermoso y améno, lleno de infinitas especies de árboles y yerbas que no habian visto: que no habian observado con todo cosa especial, sino una grandísima abundancia de algodon, que hilan aquellos pueblos, no para vestirse, sino para hacer sus redes y hamácas, y hacer enaguas de muger á modo de pañetes con que se cubren las indias: que habian visto gran diversidad de aves muy diferentes de las nuestras: que animales cuadrúpedos no habian visto ninguno, escepto perros que no ladraban, y otro animal que llamaban utius, que se asemeja al conejo, y deben de ser los que llamamos cuyos; que lo que sembraban era muchas raices de las mencionadas, y otro grano que llamaban maiz de muy buen sabor, co

cido ó tostado, ó hecho polenta que en el dia se llama atóle. Preguntados despues si tenian oro, perlas ó especeria, hacian señas de que habia grande abundancia àcia el Léste, en cierto parage de que no estaban bien enterados, y en una tierra llamada Bochio, que es ahora la isla española que ellos llamaban Babeche; súpose despues que ese paraje que señalaban se llamaba Cubanacán, tenia efectivamente oro, pero en pequeña cantidad. En cuan to à Bochio no era nombre de pais, sino que en su lengua queria decir una tierra, donde habia gran porcion de pueblos y casas, Tanto aseguraban al Almirante que habia de encontrar oro en Bochio, que se empeñó en ir en demanda de aquella tierra. Varios isleños de Cuba se ofrecieron á guiarle, y aceptó de buena gana sus ofertas. Su objeto era el que enseñasen el idioma castellano á algunos de sus indios para informarse mejor de las particularidades de aquellas tierras, pues por falta de inteligencia en la lengua de esas gentes, se suelen perder unas noticias importantísimas, ó caer en errores que podian traer perniciosas consecuencias; y así tomó algunos de ellos para que diesen cuenta de las cosas de la tierra, y mandó que los tratasen muy bien, y los acariciasen. Por causa de los vientos nortes hubo de volver á un puerto de Cuba que llamó del príncipe, de donde muy cerca se veian muchas islas, pegadas unas á otras, y altisimas, y esta parte llamó el Mar de Nuestra Señora, Salió de este puerto, y despues de haberlas reconocido, surgió en otro puerto grande y seguro que llamó Santa Catalina, por haber llegado en las vísperas de su dia: aquí hizo agua y leña; halló un rio en que podria entrar cómodamente una galera, y su hermosura le movió á andarlo con su baica, y subió mas arriba. La amenidad del agua en la cual se veian hasta las arenas del fondo, y multitud de palmas de varias formas, las mas altas y hermosas que habia hallado, y otros infinitos árboles grandes y verdes, á donde los pajarillos son tan varios y lindos, y el verde de los campos, hacen á este pais tan hermoso, y que sobrepuja á los demás en amenidad y belleza; todo esto se llevaba la atencion; pero otro acaecimiento le inquietaba, y es que la Pinta mandada por Martin Pinzon se habia desaparecido desde el dia veinte y uno. Avisado este capitan por algunos indios que llevaba en su carabela de que en las islas de Bochio habia mucho oro, codicioso de enriquecerse se apartó del Almirante, sin fuerza de viento, ni otra causa legítima, con el fin de llegar primero y aprovecharse grandemente de la noticia. Recibióla el Almirante en el puerto de Santa Catalina que le consoló un poco, y encontró allí habitantes de la isla de Bochio, que ellos llamaban Hayti. Le confirmaron las noticias de que en su isla habia mucho oro, y sobre todo le aseguraron que habia y encontraria gran porcion en una tierra llamada Sibáo. Este nombre despertó mas las primeras ideas, que tenia concebidas del Cipango de Marcos Pablo de Venecia. Se apresuró inmediatamente á navegar en su busca: metió á bordo de su navio, que era bien velero, estos mismos isleños, que le habian

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