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multiplicaba mucho, porque en ella habia grandes y buenos pastos; de suerte que por el buen arreglo del trabajo de las minas, y la franquicia de derechos del vino y otros frutos de Castilla, se veia florecer el comercio de la Española.

con

Tuvo asimismo el Rey gran cuidado de hacer nuevos descubrimientos, asunto en que se habia aflojado mucho durante su ausencia de los. reinos de Castilla; y pareciéndole que era gran descuido despues de tantos años que se habia descubierto à Cuba, que no se supiese de cierto si era isla ó continente estando tan cerca de la Española, envió particulares órdenes al gobernador: Ovándo para que se hicièse exacto reconocimiento de la tierra de Cuba, por cuyo motivo despachó al capitan Sebastian de Ocampo para que hiciése el descubrimiento, quien rodeó las costas, entrò en el puerto que ahora llaman de la Habana, dobló la punta de San` Antòn, entró en el puerto hermoso de Xaragúa, examinando con cuidado las entradas y particularidades de la costa, y cerciorado en este viage, (en el que gastò ocho meses) de que la tierra de Cuba era. isla, se volvió á la Española à dar. cuenta de todo, y noticia cierta de lo que deseaba saber su magestad católica. Tambien por quejas que le habian dado al Rey de las profusiones y mala administracion de su haber real por Bernardino de Santa Clara tesorero de la isla Española, lo depuso de su empleo y envió mayor autoridad de la que correspondia en su lugar, à un aragonés criado suyo, llamado Miguel de Pasamonte, con el titulo de tesorero general de todas las Indias, quien llegó a la Española á fines de este año, y comenzó à portarse con tal ambicion, que le parecia con tan gran proteccion, que todo le era lícito, y fué uno de los mayores contrarios del segundo Almirante D. Diego Colón. En virtud de informes que hicieron al Rey de lo conveniente que era pasáse alguna gente de las islas de las Lucayas que eran muy pobladas à la Española para suplir la falta de indios que se iban disminuyendo, pues el año de mil quinientos siete no quedaban ya en la Española mas que sesenta mil, esto es,. la vigésima parte del número de los que se encontraron quince años antes, segun los autores que traen lo menos de su número, y no podian dar à basto para el trabajo de las minas; mandó que se armásen para ese fin unos cuantos navios para transportar número competente de indios Lucayos á la Española, à fin de que ayudàsen à sacar el oro, y principalmente para que fuésen doctrinados, y aprendiésen la política y buenas costumbres que se enseñaban con tanto fruto en la Española, siendo el único medio de instruir en la religion estos pueblos abandonados, á quienes no se les podia asignar misioneros en tanta distancia de parages donde vivian.

Asi se ejecutó, parte con persuaciones, parte con maña, valiendose de su modo de creer la inmortalidad del alma, dándoles à entender, que encontrarian las almas de sus parientes y compatriotas, y con esta forma en cuatro años llevaron como cuarenta il indios á la Española, y Santo Domingo, y vinieron á tener

la misma suerte con el tiempo, que los demàs que se acabaron. Cuando se trataba de poblar, ó reformar la poblacion de la isla Española con estos indios de las islas cercanas que están entre la Española, Cuba y la Florida en cantidad como de cuarenta ó cincuenta, que propiamente son las de los Lucayos, se fué disponiendo en este año el reconocimiento de la isla llamada por los indios Boriquén, y por nosotros Puerto Rico. Juan Ponce de Leon teniente del gobernador Ovando habia sabido por unos indios que tenian en su servicio, que abundaba en oro y que no habia sino doce ó quince leguas de distancia. Concibió pues que les seria fácil conquistar aquella isla para la corona de Castilla: pidió licencia al comendador mayor Ovándo para ir á saber de ella é inquirir la verdad de lo que se decia de la misma; pues de su interior disposicion no se sabia cosa alguna mas que por defuera se echaba de ver que era muy hermosa, y se veia venir mucha gente a sus costas. cuando pasaban por allí navios.

Desembarcó en ella con algunos indios pràcticos, y con buenos modos que tuvo con el cacique principal, se hizo llevar por el, no dejando cosa por reconocer en toda la isla, y habiendo dejado algunos castellanos muy recomendados al cacique, lo tra tó muy bien: se regresó à la Española con el fin de volver mas de propósito à conquistarla y poblarla. Esta isla tiene sus sierras altas y algunas montañas llenas de arboledas espesas, cortada de algunos rios, que corren por unos valles muy hermosos: como en esta tierra caliente llueve mucho, es muy aména, hay mucha caña, ganado vacuno y de cerda en grande abundancia, corambre bueno, tornéras, tortugas grandes, carneros, arroz, plátanos de varias especies, piñas, muchas naranjas, cidras, limones, calabazas, batatas, melónes, sandias y otras varias frutas: pan de casabe, mucho maiz, mucha pesca, gengibre, causa porque se fueron haciendo muchas estancias y por los años de mil seiscientos cuarenta y seis (como dice Juan Diez de la Calle) ya tenia siete ingenios de azucar: añade que el año de mil quinientos cuarenta y dos padeció una gran tormenta esta isla que derribó parte de la iglesia y muchas casas, y estrechó la tierra. Tambien tiene bastante añil que se ha beneficiado, como lo he visto en las veces que estuve en la aguada de esta isla que es ciertamente amenísima. Descubrióla el Almirante D. Cristobal Colón en su segundo viage, y este año de mil quinientos ocho la reconoció como voy diciendo el Adelantado Juan Ponce de Leon, caballero noble de Sevilla; el año siguiente de mil quinientos nueve la conquistó, y el de mil quinientos diez fundò la ciudad, y la llamó Puerto Rico: tendrá de largo, cuarenta leguas, y quince à diez y seis de ancho, y de box ciento veinte. (134)

[134] (Esta y la Habana es lo único que hoy dia posee España en las Américas.) Si sus moradores tuvieran una poca de resolucion, lanzarian fácilmente de estos puntos à los españoles que procuran fortificarse en ellos cada dia mas, tanto por

CAPITULO 22.

Despachos del Almirante D. Diego Colón, é instrucciones para el gobierno de Indias. Noticia de lo que acaeciò de mas notable hasta que pasó el año de 1510, la órden de Santo Domingo á la Española. Año de 1508.

Cuando entendia en este descubrimiento y se pasaba á la Española cantidad de indios Lucayos para el mejor servicio de las minas D. Diego Colón hijo del primer Almirante, no cesaba de solicitar del Rey católico que se sirviese restituirle en los mismos privilegios y estado honorífico de que habia sido despojado su padre, conforme a lo que la Reina àntes de morir, y su magestad le habian prometido. Con la alianza grande que hizo con la casa de Alva, casándose con Doña Maria de Toledo, sobrina de D. Fadrique de Toledo, duque de Alva, el cual insistió con el Rey en que lo enviase á la Española, fué despachado con los mismos honores y privilegios que su padre; bien que determinó el Rey enviarle à dícha isla, con nombre solamente de Almirante y gobernador de las islas è Indias, sin que sus poderes perjudicàsen á las partes, porque estaba pendiente la determinacion de su justicia. (135) Diòsele facultad en la misma conformidad que á los comendadores Bobadilla y Ovando, y aun el mismo salario, y tambien llevó poder para tomar residencia á Nicolàs de Ovàndo. Partiò para Sevilla en compañia de su muger llevando consigo à su hermano D. Fernando Colón, y á sus dos tios, D. Bartolomé y D. Diego, à muchos caballeros casados, y algunas doncellas nobles que casaron en las Indias con personas principales. A esta sazón se acababa de despachar á Diego de Nicueza, y al bachiller Serrano, procuradores de la isla Española, à quienes encargaron que llevàsen consigo á dos frailes franciscos, el uno llamado fr. Antonio Joaquin, y otro cuyo nombre no se mienta con órdenes de entregar à sus compañeros vasos sagrados, crnamentos, y otras alhajas conducentes al culto divino à costa del real erario (136) de Sevilla; les mandaron dar mantenimiento para el viage, y un mozo que los sirviese y todo lo necesario para el servicio del convento: la cera precisa para las misas, y veinte arrobas de aceite, y planchas para hacer hostias. Igualmente tuvo órden el Almirante D. Diego Colòn, de poner todo su cuidado en la fàbrica de las iglesias y monasterios, y se proveyò que de las rea

ser lo único que les ha quedado de las Américas, como por ser un punto de apoyo y escala para sus maniobras de seduccion. E. E. [135] Tal era de pérfido el tal Fernando.

[136] Haroldo Epit. annal. an. 157. pag. 755. núm 3. Her-` rera decad. 1 lib. VII. cap. 2. an. 1508.

les cajas de la contratacion de Sevilla, le habilitàsen de un todo algunos misioneros de la órden seráfica que habian de ir en compañia del Almirante D. Diego con algunas cortapisas como se ha apuntado.

Llegó en este tiempo el Rey à Sevilla cuando el Almirante D. Diego Colón entendia en la conclusion de sus despachos, y recibió del Rey ántes de partir para Indias ciertas instrucciones por escrito y de palabra. Mandóle entre otras cosas, que pusiese el mayor cuidado en que con la mayor brevedad se fabricásen iglesias y monasterios, que no solo fuèsen suntuosos, (137) sino que tuviesen la decencia correspondiente, y todo eso sin gravar en cuanto fuera posible á los pueblos de indios, quienes alentados con estas provi dencias se convertirian de mejor gana á nuestra santa fé. De hecho, entraban en el rebaño de nuestro Señor Jesucristo en tan creeido número, que prosperaba grandemente la cosecha apostòlica de los misioneros franciscos. Le encargó à mas de eso, que pusiese en cada pueblo un sacerdote que tuviese mucha cuenta con la doctrina de los indios: que castigáse los que vièse viciosos en el juego, y no consintiése que se retirásen à los cerros para hacer sus idolatrías, para cuyo efecto hiciese las mas vivas diligencias á fin de que se congregasen en pueblos con sus mugeres é hijos, y estableciése entre ellos una policia proporcionada: que no se les permitièse vender sus tierras y heredades, y que tuviese la mano á los españoles, para que no maltratasen á estos indios, y se silviesen de ellos en sus repartimientos, y en las minas exigiéndoles un moderado trabajo; y como habia habido mucho excèso en el repartimiento de indios, el Rey lo moderó y mandó que las personas á quien tocáse esta distribucion, fuésen obligadas de instruir à los indios en las cosas de nuestra santa fé, y (138) de vestirlos, pagando por cada uno de ellos un peso de oro de tributo. Fuéron tales los progresos en la conquista espiritual, mediante estas providencias, que en muy poco tiempo se vió el fruto en la isla Española, Cuba, Boriquén, ó San Juan de Puerto Rico, Jamaica, Santa Margarita, Santa Cruz, Cubagúa, y en lo de tierra firme Cumána y Venezuela, donde no cesában de fabricar monasterios aunque pobres, pero decentes; y así el culto divino iba en aumento, y los neofitos iban tomando amor á nuestras cosas, de modo que insensiblemente con los principios de religion que se les iban enseñando, vivian sujetos á las órdenes de los Reyes católicos.

Con estas órdenes é instrucciones se embarcó el Almirante y partió de San Lucàr con una buena flota á principios de junio, y llegó á Santo Domingo por el mes de julio, donde fué recibido muy bien por el comendador Ovándo. Poco despues se le

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[137] Ya hemos visto lo moderados que anduvieron, y los tenemos que escogieron lo mejor, hoy ocupan manzanas enteras. [138] Primero era que lo estuvieran los encomenderos. Digalo el señor obispo Casas.

tomó residencia á éste, y luego que la hubo dado se fué à Castilla, donde halló el teatro mas favorable de lo que pensaba, pues lejos de apretarle en su sindicato, como se lo tenia anun ciado el presidente del consejo real, fué atendido, (139) y el Rey mandó al Almirante que todos los indios que se hubiésen quitado á las personas que habian venido con Ovándo, se les volvié. sen. No dejó el Almirante D. Diego en virtud de sus poderes de dar repartimientos à sus tios y criaturas, y tomó para sí una parte competente, y los pobres indios no fueron mejor tratados en su tiempo que en el de Nicolas Ovàndo. Proveyó tambien que fuése de propósito Juan Ponce de Leon á conquistar con la gente necesaria à la isla de Puerto Rico, y formar un establecimiento nombrando por gobernador à Juan Cerón, y por alguacil mayor á Miguel Diaz, que habia servido á su tio el Adelantado D. Bartolomé Colón: hizose esta espedicion con felicidad, y muchas personas salieron de la Española para ir á vivir en la isla de San Juan. Igualmente Juan de Esquibel fué de òrden del Almirante á po→ blar la Jamaica con sesenta hombres que llevó.

Mientras tanto el Almirante D. Diego Colón proveia al me jor gobierno de la Española, y daba calor á estas poblaciones, tenia que superar mucho su paciencia, porque algunos que habian sido desobedientes al Almirante su padre (reliquias de Francisco Roldàn que tenian mucho favor con el obispo Fonseca, en cuya mano estaba todo el gobierno de las Indias) pretendian perderle y suplantarle en el gobierno, moviendo al tesorero Pasamonte, y otros à que le molestásen, é inventando contra él tales capítulos, que se determinó el Rey á enviar á Santo Domingo juez de apelacion con mucha autoridad, cosa que sintiò mucho el Almirante, previendo que toda esta providencia era en daño suyo, y así fué; pues no cesaron estos jueces de perseguirle, y trataron de ostigarlo, para apoderarse del gobierno. Estaba retirado con su esposa en la Concepcion de la Vega, ocupado en ejecutar las instrucciones de la córte, y parar estos golpes, cuando al mejor tiempo dispuso Dios que para coadyuvar á los padres franciscanos en sus trabajos apostólicos, llega➡ sen algunos obreros evangélicos de la órden de predicadores enviados en mision el año de mil quinientos dias por los Reyes católicos. El autor de que pasase la órden de Santo Domingo à la Española fué fr. Domingo de Mendoza, hermano de fr. Gar cia de Lóaysa, confesor del emperador, cardenal y arzobispo de Sevilla, y presidente del consejo de Indias. Este padre reunió cuatro religiosos para ir à fundar en la Española: pasò à Roma, y obtenida la licencia del general, despues de su regreso á la córte del Rey, se quedó en Castilla para atender à las cosas de su religion, y despachó à fr. Pedro de Códova por vicario de los otros dos sacerdotes, fr. Antonio Montesino, fr. Bernardo de Sauto Domingo, y un lego que agregò. Llegaron estos varones à la Españo

[139] Ni juez bueno ni residencia mala (adagio español.)

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