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guardandoles su decoro; y en cuanto à los religiosos el gobernador los favoreciese, sin consentir que fuesen molestados y perturbados en su ministerio: que diese licencia á los frailes que quisiesen ir á descubrir tierras y convertir indios: que no se les prohibiese la predicacion, ántes bien que los dejásen enseñar libremente á los indios las cosas de nuestra santa fé, con facultad de entrar á los pueblos à saber como eran tratados los indios: que á los religiosos que se aplicasen á la doctrina de los naturales y diesen buen ejemplo, que se les guardasen sus privilegios, dándoles buen sustento; pero que los que fuèsen escandalosos y omisos en la conversion, fuésen castigados por sus prelados: en una palabra que el gobernador favoreciese y honrase á los que honestamente se portasen, y à los religiosos que no viviesen bien, los enviàse à Castilla. Que se diese à los religiosos los sitios y lugares que hubiesen menester para fabricar monasterios, en especial de Franciscos, y no estuviese mas cerca uno de otro que cinco leguas al deredor: (123) que se cumpliese el breve del pontífice á cerca de que se bautizasen todos los niños de los infelices infieles: que no se permitiese que los indios estuviesen amancebados, sino que se procurase que se casasen, y se trabajáse en un todo en que fuésen buenos cristianos, cuidando asi mismo de que sus hospitales fuésen proveidos de lo necesario. Estas y otras providencias dirigidas al mejor gobierno de aquellas gentes, no pudieron efectuarse bien, sino algunos años despues, como se dirá adelante; y entre tanto llegamos á tratar de su puntual cumplimiento, serà del caso que demos noticia, aunque sucinta para mayor inteligencia de lo que se trabajó en la conversion de los indios de la Española, de los usos, ritos y costumbres de aquellos habitantes de dichas tierras nuevas,

CAPITULO 20.

Descripcion sucinta de algunas particularidades de los indios de la Española en su gentilidad: de los aumentos de su conversion. Ereccion de la provincia de Santa Cruz de la Española; y de los primeros obispados en las Indias.

Algunos autores han pretendido que cuando los europeos entraron la primera vez en esta grande isla era tanto el número de los pueblos que la habitaban, que se componia su poblacion de

tulada: Libertades de la iglesia española en ambos mundos.

[123] La tercera parte ha dado el Rey para las fábricas de parroquias de los tributos de Indias. Lo de diezmos se ha distribuido entre el Rey, obispos, y canónigos, ¡bello patrona to! Los curas para alimentarse han chupado la sangre de los infelices, debiendo mantenerse de los diezmos.

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tres millones de almas; otros cercenaban la tercera parte, y como en este punto estos ponian un número en su cuenta demasiado corto, y aquellos de excesivo en gran manera, es conveniente tomar un medio entre estas opiniones. Estos isleños aunque no muy altos, eran de una estatura regular y proporcionada; tenian la cabeza aplastada porque desde niños sus madres se la ponian muy apretada entre las manos ò ertre dos planchas de madera como en una prensa; de donde provenia que doblado el cráneo, y criándose mas espeso con este artificio, se volvia el casco tan duro que los españoles hicieron pedazos mas de una vez sus espadas, queriendo descargar el golpe de tajo sobre las cabezas de estos infelices. Esta mala conformidad de la cabeza y frente les agradaba mucho; y si se junta á eso, que tenian las narices muy abiertas, los razgos de los ojos muy toscos, largos. cabellos negros, ni un pelo en todo lo demás del cuerpo,. de color el cutis entre negro y rojo, parte porque todos los dias. sufrian. desnudos los ardores del sol que es muy ardiente en aquel clima, y porque se refregaban á menudo con almagre: agrégase que tenian. la dentadura podrida y un no se que de horrible en los ojos: todo este conjunto de facciones contribuia mucho à este aire salvage, y feròz que se observaba en aquellos pueblos..

Los indios andaban desnudos, tapadas muy mal sus verguenzas: las indias ordinarias llevaban unos pañitos que cubrian apenas lo que la honestidad no permite ver, y las principales usaban para este fin de unas enagüillas que llevaban solo hasta las rodillas: las doncellas no llevaban ropa alguna. Todos eran de una complexion delicada; su temperamento flecmàtico, algo melancólicos, y comian muy poco, de modo que no tenian fuerzas: no trabajaban; pasaban su vida en la mayor flojedad, por que no se inquietaban de nada de este mundo: despues que pasaban los dias en sus bailes, se echaban á dormir; en lo demàs eran muy mansos, sencillos y tan humanos, sin hiel, sin ambicion y casi sin pasiones, que mas parecian niños que hombres: ignorantes por estremo, y no cuidaban de saber, ni aun tenian noticia de su origen; motivo por que ignorando todo estos indios, y no pudiendo saberse de él sino por ellos, no tenemos mas que muy débiles congeturas sobre esto, como se manifiesta en la relacion que hizo de órden del Almirante Colón fr. Roman Ponce, que se puede ver por estenso en la historia de D. Fernando Colón cap. 61 página 62, llena de sus fábulas, tocante à sus tradiciones que demuestran lo persuadidos que estaban estas gentes, de que la tierra habia comenzado à poblarse por su isla, y esta es preocupacion que se halla generalmente en casi todas las naciones de la América movidas del amor á su pais. Con todo es muy creible que primero se poblò la tierra firme que las islas; pero de qué lado hayan venido los que la han poblado, es asunto dificil de averiguar, y no es posible hacer pie en cosa fija: no es facil tampoco dar razon sobre esta diferencia tan notable que se encuentra entre los historiadores, y habitantes de las grandes.

Antillas que son tan mansos, y tan poco aguerridos, de los de las pequeñas Antillas que son tan feroces, tan belicosos é inhumanos. Fuera de eso la Española tenia muy cerca por el sud los caribes, y por el norte los de la Florida que eran igualmente antropófagos, y sin embargo no hay razon de dudar, que los pueblos de la Española no tomen su ascendiente de unos ó de otros pueblos, y quizás de ambos, y cualquiera opinion que se adopte quedará siempre la dificultad para esplicar de donde vienen estas diferencias de natural y costumbres en uno y en otros pueblos, y la conexîon que puedan tener las de estos isleños con la de las naciones donde han tomado su origen.

Por cualquiera motivo armaban sus danzas, y cantaban sus canciones que les servian de anales, y en las fiestas públicas como en casos importantes bailaban, y cantaban al son de un tambor que tocaba el mas principal del pueblo y aun el cacique. No era otra cosa el tambor que un trozo de un arbol enhuecado en forma de cilindro, al que en el medio hacían un ahujero á modo de H. su sonido era bien desagradable, y para tocarle acostaban este á lo largo sobre la abertura mas ancha que tenía y daban con un palo en la que le correspondia. Despues de sus bailes y juegos de batos que es el balán que se usa mucho en la Francia, y corresponde en algun modo al juego de pelota, celebraban su destreza con borrachera general, fumando de un modo raro el tabaco: estendian sobre unas barras medio prendidas unas ojas de tabaco casi verdes, y con una pipa en figura de Y que aplicaban por los dos cañones en las narices, y por el otro al humo del tabaco encendido, respiraban aquel humo que bien presto subia al cerebro. Cada uno quedaba tirado à donde le cogia la borrachera, y solo al cacique le venian à llevar sus mugeres para su cama. Si les acontecia tener algun sueño en esas embriaguézes, lo miraban como aviso del cielo.

Gonzalo Fernandez de Oviedo cuya historia es mas circunstanciada que ninguna tocante á los habitantes de esta isla, se queja mucho de nuestros descuidos, diciendo que no se ha pensado en saber de sus costumbres, usos y religiou, sino despues que estaban ya casi destruidos, y cierto es, que antes de su destruccion mas se aplicaban sus conquistadores á sacar, de ellos servicios, oro y todo el provecho que podian, que el preguntarles cosas que pudiesen avivar su curiosidad tocante al origen de estos hombres. Otros historiadores al contrario se quejaban de que este autor, se ha ex, cedido mucho hablando de la deprabacion de costumbres de estos isleños, y sobre todo sienten mal de que les haya achacado que el pecado de sodómia era comun en ellos, habiendo muchos autores que aseguran, que ni era conocida entre aquella gente esta abominable maldad. No hay duda que esta diversidad de opiniones entre autores contemporáneos embaraza mucho á un historiador amante de la verdad; pero no se dejan de manifestar entre tanta obscuridad algunos rayos de luz que alienten á descubrirla; pues con.

sus matrimonios, siendo la poligamía muy corriente entre ellos: cada cual mantenia el número de mugeres que le permitian sus facultades, y como la mayor parte apenas tenian lo necesario para vivir, el comun de ellas se contentaban con una muger. Entre los grados prohibidos solo atendian á no vulnerar el primero: entre las mugeres de un solo marido, una era la privilegiada; pero no tenia superioridad sobre las denàs. No habia celos entre ellos y aun se acostaban sin turbarse al rededor de la cama del marido, ni se enojaban de la preferencia que hacia el marido de otra de ellas. Acostumbraban no dormir con la preñada hasta que estaba limpia del parto. Reinaba la costumbre bàrbara entre ellos de enterrar con sus difuntos algunas de sus mugeres para que les sirviesen en la otra vida; algunas se dejaban enterrar vivas de buena gana para manifestar cuanto habian querido à su marido, y todo esto con canciones y ceremonias que practicaban con sus difuntos: venia à ser como lo han practicado y practican aun algunas naciones de las otras tres partes del mundo, principalmente en la Asia, Japón y Malábar.

Algunas veces instados de la necesidad estos bàrbaros se entretenian con la caza y la pesca: para lo primero se contentaban con pegar fuego á las cuatro esquinas de un llano, y en nada de tiempo lo hallaban cuajado de todo género de caza media azada: como los mas de ellos no sabian manejar el arco y la flecha poco cazaban á los pájaros, y para suplir esta falta se valian de un ardid singular: hacian subir sobre un árbol copado un indio de diez á doce años, y le ponian sobre la cabeza un loro manso: los cazadores cubiertos con hojas de árboles, se acercaban poco à poco, haciendo hablar al loro, y al oirlo concurrian iofinitos toros que armaban una algazara grande: cogia entonces el indio á uno de ellos desprevenido del pezcueso con un nudo corredizo que formaban con sus cordelillos; lo estiraba torcièndoles el pezcueso y lo echàba al suelo, y así con esta treta los demàs, hasta que no quedase ninguno: para coger pichones y otras aves, procuraban juntarlos en gran número, imitando su mormullo y canto, y los tomaban con redes muy bien hechas y trabajadas de las que servian para pez

car.

Aunque las costas de la isla no son muy abundante de pescado, no es menester ir muy lejos, para hallar muchos y ecselentes pescados. Los mas comunes son rayas, cangrejos, meros, pargos, dorados, toninas, bonitas, ó peges boladores, picudos, cocodrilos, cangrejos de mar de varias especies y ostras en cuyas conchas se han hallado algunas perlas. Las orillas de las costas estàn cubiertas de todo género de conchas marinas: no se halla coral alguno, solo que se quiera confundirlo eon lo que llaman madre perla, ó madre poros ó penachos de mar, que representan muy bien un abanico. El pez mas singular que abunda en las costas de la isla, es el que los franceses llaman Lamentin, y nosotros con los isleños, Manati por tener en lugar de aletas para nadar, dos excrecencias á modo de manos, debajo de las espaldas, que le sir

ven igualmente para nadar, y para llevar sus hijos: la figura de la cabeza es como la del buey, aunque mas sumiso el rostro, y mas carnuda la barba, y sus ojos mas pequeños. Todo esto ha contribuido à que lo llamen Vaca marina, ó porque paren las hembras como las vacas y tienen dos tetas con que crian. Su color es bruno ó pardo, y se han hallado algunos de veinte pies de largo, sobre diez de ancho ácia el lomo: vá desde las espaldas en diminucion estrechándose hasta la cola. Son redondos sus pies, que rematan en cuatro uñas cada uno. Su sabor parece al de la ternera salada; pero mas esquisita su carne, y se conserva mas: la gordura de este pescado es buena y no se arrancia. De su cuero, que es como el cordobàn, se hacen zapatos: se encuentran piedras en su cabeza que se tienen por un remedio soberano para el mal de hijada y de la piedra. Rara vez matan de estos peges, cuando son grandes, cuya costumbre es pacer á la orilla del mar y de los rios, solo con redes suelen los isleños coger los pequeños. El primero que dió en creer que este pege podia ser la sirena de los antiguos, fué el Almirante D. Cristobal Colón, quien gustaba de lo estraño y maravilloso, y entretenia su imaginacion de varios entusiasmos, que podrian autorizar y hacer mas plausibles sus descu→ brimientos. Despues Gomara que sabia guizar estas fabulas, y Herrera aunque tan juicioso, refieren de este animal cosas increibles, queriendo que lo hubiese tan domesticado que jugaba con los muchachos, sufria que se le subiesen encima, y refiere con mucha serenidad su cuento, diciendo que 'holgaba con la música, y que como traen del Delfin, pasaba à los hombres de una parte á otra de la laguna, á donde lo criaba el cacique Caramatex, que lo habia cogido pequeño y criado veinte y seis años: tanta era su mansedum bre, que llevaba diez hombres de una vez sin trabajo; pero estas patrañas no han hecho fortuna, pues como se va descubriendo mas y mas en punto de historia natural, la experiencia y observacion prolija las van destruyendo dando lugar à la verdad.

Entre tanta diversidad de aves que se encuentran en la isla, hay entre sus especies dos maravillas de la América, á saber, el flamenco y el Colibri, el uno es de los mayores, y el otro es el mas pequeño de cuantos animales vuelan, y no es insecto. Del primero diré alguna cosa aquì porque es propio de las islas, y me reservo á hablar del otro cuando se trate de las curiosidades naturales del reino de Michoacan. El pájaro flamenco debe este nom. bre à los españoles; pero el por qué, lo ignoramos; se hallan parvadas muy numerosas de estos pájaros en las ciénegas, y como tienen las patas sumamente altas y el pezcueso muy largo, y suelen estar parados casi en una línea, parece de lejos que forman un escuadrón ordenado en forma de batalla. Efectivamente se guardan continuamente de cualquiera sorpresa, y se quiere decir que por instinto especial hay siempre alguno de entre ellos que hace la centinéla continuamente, remudandose para defenderse de las asechanzas de sus enemigos, mientras los demás se ocupan en buscar su

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