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cosa mas tolerable que lo que en la actualidad se padece, y esto es lo que aconteció à los habitantes de Higuay. No se les guardò à aquellos indios lo capitulado por Juan de Esquibel, sobre que hiciesen ciertas labranzas para el Rey, y que no serian forzados á ir á Santo Domingo, ni sacados de su tierra bajo de pretesto alguno, pues en la sazón los mandaban llevar el pan que sacaban de dichas labranzas reales á Santo Domingo, y à mas de eso. lus tenian ostigados los soldados, que habian quedado en la fortaleza bajo el mando del capitan Villamán con su vida licenciosa. Juntáronse los naturales, y consultando lo que les dictaba la de-sesperacion, tumultuariamente atacaron la fortaleza, la quemaron y mataron à todos los soldados, á reserva de uno que pudo ir à llevar la noticia. Con esto se vió empeñado el gobernador en una guerra muy molesta, porque los indios de aquella provincia viven en los mon tes, y están muy, abastecidos de casabe, que nace hasta entre las peñas con abundancia, y la tropa castellana no podia valerse bien de la caballerìa; las veredas que llevaban à estos montes no eran fàciles de conocerse por la mucha frondosidad de la tierra, y no hubo forma aun à fuerza de tormentos de obligar a aquellos indios, que los españoles habian hecho prisioneros, à servir de guias. Juan de Esquibel encontró un dia un cuerpo competente de indios que hubieran podido escaparse con facilidad entre la espesura de aquelos montes inaccesibles; pero quisieron pelear y fueron desvaratados, algunos manifestaron un valor admirable, mejor diré un furor que no dejó de espantar á los mismos castellanos.

Viéronse algunos de esos s bárbaros que heridos con las ballestas de sus enemigos, sc atravezaban sus flechas en sus cuerpos y despues de habérselas sacado las cogian con los dientes, la hacian pedazos y las escupian contra los cristianos, pensando vengarse de esta manera: otros que habian sido cogidos prisioneros, como sus vencedores los quisiesen obligar à correr adelante de la tropa para enseñarles los desfiladercs, se precipitaban de lo alto sobre las puntas de los peñazcos, por no veerse en la precision de vender y hacer traicion á sus compañeros: uno hubo que habiéndose presentado à la cabeza del ejército, se atrevió a desafiar á un español llamado Alejo Gomez quien no pudo herirle una sola vez: fue un espectáculo bastante singular y digno de admiracion, ver à un hombre solo y desnudo de todo, con arco y una flecha en la mano dar mil vueltas al rededor de un soldado bien armado y bur larse de los vanos esfuerzos que hacia para atravezarle. Este combate donde no hubo sangre derramada, divirtió largo tiempo a los circunstantes: cansóse en fin el indio, y vuelto à juntarse con los suyos, estos lo recibieron con grandes aclamaciones de regocijo.

Pasaron otras muchas acciones donde los bàrbaros manifestaron mu. cha resolucion y valerosa conducta. Al fin la astucia y el valor de Juan de Esquibel que mandaba la mayor parte de esta espedicion que se formó contra aquellos indios, pacificó esta provincia llegando à prender à Cotubanána, señor ò cacique principal de

ellà. Lleváronle en un carabelon à Santo Domingo, donde D. Nicolas de Ovando le mandó ahorcar y perdonó à todos los demás. Tal fué la suerte del último Rey de la isla Española. No con menos infelicidad habian perecido los demás soberanos y señores particulares de ella; pero aunque los españoles para hacer ver el desprecio que hacian de este cacique, le dieron un suplicio tan vergonzoso, es de creer con todo eso que le hubieran concedido la vida, si no le hubieran temido, y à sus vasallos que manifestaban cuan poco les faltaba para salir valiéntes y guerreros. Con esta muerte cayeron por tierra los esfurzos de la isla, pues era esta una de sus mejores provincias, y con estas sublevaciones casi se acabaron los - indios en tales guerras, y por las demis razones que tengo insinuadas. Para conservar tranquila y quieta la isla, se formaron otros dos pueblos de castellanos, Salva-Leon, à las orillas del mar, y Santa Cruz de Icayagua en el centro de las tier ras:: este último pueblo se destruyó al cabo de algunos años, y de sus ruinas se formó el que se llama Seibo ó Zeibo que està distante veinte leguas de la capital, y Salva-Leon del Higuéy està á veinte y ocho. De este modo se contaban el año de mil quinientos cua. tro en la isla Española, diez y siete villas de españoles fundadas: es á saber, Santo Domingo, Azúa de Compostela, Villa-nueva de Yaquino, Salva-tierra de la Sábana sobre la costa del Sud, Santa Maria de la Vera-Paz sobre el Ouéste, Puerto de Pluta, Puerto Real, y Lares de Guahaba, sobre el norte, Santiago Bonáo, el Cotuy, San Buenaventura, la Concepcion de la Vega, Bonica, y Goaba cerca de las minas, y en medio de las tierras y las dos dichas que se fundaron nuevamente al fin de este año, en lugar de las dos fortalezas que se habian fabricado en el Higuéy. La Isabela y varias otras fortalezas que se habian construido luego para asegurarse de las minas de Cibáo y de San Cristobal, se hallaban de algun tiempo á esta parte abandonadas. Obtuvo el comendador Ovándo de la córte armas para todas estas villas y plazas, y para la isla en general, cuyos despachos son de seis de diciembre de mil quinientos ocho. El historiador Herrera hace una prolija relacion de todas ellas, y el padre Charlevoix escritor de la isla Española nos las ha transmitido bien gravadas, y blasonadas en un mapa inserto en el segundo tomo de su elegante historia.

En reducir à los indios del Higuéy y pacificar esta provincia se gastó casi todo este año de mil quinientos cuatro, y en este mismo año llegó al fin el navio que habia comprado D. Diego Méndez de cuenta del Almirante, en el cual se embarcó con toda su gente, bien quejoso del comendador á quien achacaba la detension que habia padecido un año entero en Jamaica, puesto en términos de perecer, y sufriendo tantas penalidades y trabajos no obstante la victoria que habia alcanzado sobre los amotinados. Llevó preso al gefe de las facciones capitan Porras, y queriendo tentar si podria otra vez entrar en el puerto de Santo Domin

go, dirigió su viage para aquel rumbo, y à trece de agosto de mil quinientos cuatro llegó à aquel puerto, donde al fin le recibió el comendador Ovándo y le dió su casa para alojarse, con demos-, traciones bien flojas de amistad y urbanidad, pues concedió libertad al capitan Porras que tenia à bordo preso con grillos, para conducirlo asegurado á España. Ovándo le precisó à entregárselo, diciendo que á él pertenecia conocer su delito, y castigó à los autores de su prision. En presencia del Almirante todo era manifestarle benevolencia y cariño. Disimuló éste gefe tan grande injuria, é injusticia tan manifiesta, considerándose en un estado de imposibilidad para la venganza. Contentóse con esplicarse bien moderadamente, diciendo que los derechos de su empleo de Almirante quedaban muy apocados, pues no podia juzgar uno de sus oficiales que se h bia rebelado contra él à bordo de su misino navio, y habia sido causa de los muchos trabajos que habia padecido con su gente en la Jamaica, dando lugar à robos, vejaciones y aun guerras civiles entre los mismos españoles, habiéndose visto en vísperas de perecer, y de frustrarse de un todo él fruto de sus descubrimientos. Determinó pues de salir cuanto antes de una isla que despues de haber sido el fundamento de sus glorias, y el principio de sus grandezas, se habia vuelto el teatro funesto de sus mayores desgracias, y donde habia recibido crueles (109) ultrages, y así con razon se detuvo muy poco en ella, y trató de volver lo mas pronto à Castilla para representar à los Reyes el estado de sus nuevos descubrimientos, y de las alteraciones que recibian en la Española y que pedian pronto remedio.

A portó el Almirante de su cuarto y último viage de Indias al puerto de San Lucar de Barrameda, y de allí fué à Sevilla. En llegando à esta ciudad supo la muerte de la católica Reina Doña Isabel, que era la nueva que mas pena le podia dar, por ser la que principalmente ayudò a sus conquistas y favoreció sus acciones. Princesa adornada de raras prendas, en quien sobraba ánimo y valor para estas y aun mayores empresas de Colón; pues como para los gastos de la guerra faltaba dinero, dijo que sobre algunas joyas de su cámara se buscase. Hacia muy grande aprecio y estimacion de la utilidad que le habian conseguido sus reinos con las conquistas de los del mundo nuevo, mas por el gran servicio que habia hecho á Dios en desterrar la idolatría é introducir su ley evangélica, y esto tan à poca costa y con tanta brevedad, que excéde á todo lo que la imaginacion puede concebir: como autora de esto favorecia con estremo à los que trataban de esa conquista. Con justísima razon pues sintió el Almirante la muerte de su grande protectora, considerando que con este contraste le habia faltado su favor. No tardó mucho en conocer y sentir tamaña falta,

[109] Otro tanto sucedió á Cortés en México donde la audiencia y su sucesor el virey D. Antonio de Mendoza le hir everon mil desaires y se le vendieron sus bienes.

pues llegando à Segovia donde estaba el Rey católico, comenzó á tratar de sus asuntos, y aunque se le respondia con agrado, no sacaba mas que bellas palabras: se remitía su negocio de un consejo á otro, hasta que cansado de tantas dilaciones, se redujo a renunciar todo lo que por justicia habia pedido dejandolo à la voluntad del Rey, y à la gracia que le quisiese hacer. Antes de pa sar adelante, serà bien decir en este lugar (pues en este año sucedió) que el famoso Hernan Cortès, que descubrió muchas pro-vincias y conquistó la nueva España, y que por lo mismo tendrá tanta parte en esta historia, pasó à la Española, y por haber traido cartas de recomendacion para el comendador D. Nicolàs de Ovando, fué favorecido siempre de este señor, dàndole repartimientos, y la escribanía de ayuntamiento de la villa de Azúa. Seria entonces Hernan Cortés de edad de diez y nueve á veinte años. (110)

CAPITULO 19.

Negociaciones del Almirante Colón en la corte. Su muerte. Su elogio y defensa contra los intentos de Américo Vespucio. Daños que causó la muerte de ta Reina Doña Isabèl á las Indias. Su testamento. Ordenes de la córte muy piadosas para el gobierno de la Española. Año de 1505.

Despues que hubo descansado algo el Almirante de sus tra bajos pasados, asáz pesaroso de la muerte de la Reina Doña Isabél su bienhechora, partió hasta el mes de mayo del año de mil quinientos cinco para la corte que se hallaba en Segovia; y llegando él y su hermano el Adelantado á besar la mano al Rey, despues de haber hecho la relacion de lo que habia descubierto, de la riqueza de Veragua, de los trabajos que habia padecido por la desobediencia de los Porras, y por los agravios del comendador mayor Ovando, fueron recibidos con demostraciones en la apariencia de mucho agrado. El Rey fingió querer volverlo à poner en su estado; pero como nunca le mostró en obras y palabras el agradecimiento que merecian sus señalados servicios, àntes por el contrario le desfavoreció siempre, queriendo privarle totalmente de las gracias y honras que se le habian conferido, á pesar de que confesaba que él le habia dado las Indias; quiso despues de varias dilaciones como he dicho, entrar en concierto con él, y le propuso que hiciera renuncia de sus privilegios, la que hizo efectivamente y se le apuntó que le darian por via de recompensa por Castilla á Carrion de los Condes, y cierto estado, cuyos nuevos capítulos de recompensa no tuvieron lugar de verificarse, porque entonces el serenísimo Rey D.

[110] Diez y ocho le da Chimalpain.

Felipe I, vino á reinar à España, y el Rey se partió para Laredo desde Valladolid á esperar á su yerno y à la Reina Doña Juana su hija. Con estas nuevas tentò el Almirante á ver si enviando á su hermano el Adelantado à cumplimentar al nuevo Rey ya que no podia ir personalmente por su enfermedad, llegaba à alcanzar justicia: se le prometió darle contento, y al cabo de un año cabal de pretension, se fué agravardo de la gota y otras enfermedades (que no era la menor él dolor de verse caido de su posesion, en tanto olvido de sus servicios) y en tantas congojas le asaltó la muerte en Valladolid el año de mil quinientos seis, dia de la Ascencion à veinte de mayo, dejando descubiertas todas las islas de Barlovento que casi no tienen número, y el continente de la tierra de Paria, principio ò entrada de las dilatadas provincias del nuevo orbe, y últimamente la de Veragua de que hay tan complicadas historias, y relaciones que me escusan detener en copiarlas. Murió este insigne hombre de edad de sesenta y cuatro años, habiendo ántes recibido todos los santos sacramentos de la iglesia, y fué llevado su cuerpo á sepultar à los cartujos de Sevilla, como tenia ordenado en su testamento. Desde allí algun tiempo despues pasaron sus hermanos á la ciudad de Santo Domingo sus huesos, y están en la capilla mayor de la iglesia catedral. (*) De órden del Rey católico se puso para perpetua me moria de sus maravillosos hechos en el descubrimiento de las Indias un epitafio en español de este tenor:

"

A Castilla y à Leon

Nuevo mundo dió Colón.

Palabras son estas verdaderamente dignas de grande consideracion y agradecimiento, como dice su hijo D. Fernando Co lón, y con las que termina la historia de su padre el Almirante; por, que ni en antiguos ni modernos, se lee de ninguno que hiciera cosa igual; por lo que quedará memoria eterna en el mundo de que él fué el primer descubridor de las Indias Occidentales. Púsole en su sepulcro el beneficiado de Tanja Juan de Castellanos este epitafio de bido à la inmortalidad de su fama en la elègia que compuso á la muerte de este gran baron. (111)

EPITAFIO DE COLÓN.

Hic locus abscondit præclara membra Columbi
Cuius sacratum nomen, ad astra volat.

[*] Sabemos que en el dia los restos de Colón estraidos de la ciudad de Santo Domingo existen puivetizados en la Habana, integros solo están los grillos de hierro que se sepultaron con el cadáver; serìa muy justo ponérselos al que aun tiraniza aquella isla hermosísima; pero sus moradores duermen!!..

[111] Juan de Castellanos en su historia V. J. de las In. dias cit. por Fernando Pizarro pág. 35.

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