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que se daban mucha libertad, y cometian muchas injusticias ve jando estraordinariamente á los indios; sin duda que su gobierno hubiera sido de los mas loables y prudentes: en esta materia concuerdan los historiadores en tributarle grandes elogios à Ovando. Todos han alabado grandemente su sabiduría, su atencion al ben público, su celo por los intereses del Rey y para el establecimien to de la religion católica; cuidaba mucho del haber real, y de la Conservacion de los indios: daba salario competente à costa de la real hacienda à los clérigos para que administrasen los sacramen. tos, que era à cien ducados cada uno. Los padres de san Francisco se vieron muy favorecidos de este gefe en la edificacion de los monasterios erigidos de su órden: plantòse uno en la capital ciudad de Santo Domingo, y otro en la de la Vega, y mandó que los espa ñoles cuidásen de tener algunos muchachos indios, á quienes enseña➡ ban à leer y à escribir, y a algunos de mas despejado entendimiento un poco de gramática: purgó la colonia de algunos sugetos de malas costumbres, y entre otras cosas que pidió à los Reyes dando informes de las cosas de la isla, fué el que no se enviasen esclavos negros à la Española, porque habia conocido que se huian entre los indios, y les enseñaban maldades. Como se ha dicho reedificó la ciudad de Santo Domingo con magnificencia, y fabricó el hospital de su nombre: pidiò à los Reyes que no se enviàse por ahora mas gente, porque apenas se podia mantener la que habia que ya era mucha. Poco tiempo despues que recibió D. Nicolàs de Ovándo las órdenes de la corte que hemos referido, re cibió tambien otras nuevas que hubieran desbaratado sus ideas sobre el curso de los repartimientos si no hubiera hallado modo de eludirlas. Sign.ficaronle los Reyes en estas segundas órdenes que le dirigi ron, el gran sentimiento que les habia causado la pérdida de la flota y de la gente principal que llevaba, especialmente el Guarionéx, y mucho mas la de un cacique cristiano (cuyo nombre se ignora) que voluntariamente iba à Castilla à aprender sus costumbres: reprendianle igualmente con mucha viveza sobre no haber querido recoger al Almirante en la isla, hallandose en tanta nece sidad, y en no haber querido tomar su consejo deteniendo una par tida de la flota unos cuantos dias; y tocante a la conversion de Tos indios insistian de nuevo en que procurase reducirles á que viviesen en poblados y no apartades en las sierras: que en ca da poblacion se hiciese una iglesia, y se pusiese un sacerdote celoso y de vida muy ajustada que dijese misa y les administrase los sacramentos: que se estableciesen escuelas á donde dos veces al dia se juntasen los indios para que se les enseñase à leer, escribir y la doctrina cristiana, con caridad y cuidado de que aprendiesen à ser cristianos, y procurase estorbar las operaciones de sus caciques y encomenderos castellanos: que se hi-ciesen hospitales asi para indios como para españoles: que con la mayor dulzura se empeñase á los indios à que pagásen los diez¬~

era

mos, (104) quitando en sus fiestas y mitotes todo aquello que repugnase á la decencia de nuestra santa religion, y á las buenas costumbres, y que se trabajase todo lo posible para que ambas naciones de castellanos é indios se felicitasen: mandiban al gober nador que viese en esto la forma que se debia tener, sin que fuesen maltratados, ó pagándoles sus jornales, sin ser apremiados à ello, ó si en compensacion de su trabajo seria mejor darles de comer y de vestir, ó si para el servicio de sus Altezas tendria mas cuenta que sirviesen ciertos dias ó cierto tiempo. Otras muchas providencias bien sabias y equitativas despacharon los Reyes católi, cos en esta ocasión al comendador Ovándo, dirigidas al mejor gobierno espiritual y temporal de los indios, que trae difusamente Herrera, y aquí solamente he referido lo mas esencial para que se conciba el término que tomaban las cosas de la conversion de aquellos isleños desde el descubrimiento y posesion de sus tierras, y se repare que si su adelantamiento sufria muchos obstáculos, no por cierto de parte de los indios que eran bien dócites, y menos de parte de los Reyes que cuidaban de enviar ministros celosos con providencias bellísimas para tan loable fin; sino porque la cod.ca que cegaba à los primeros conquistadores y pobladores, les hacia arbitrar vejaciones contra los pobres indígenas, que despechados se sublevaban à tiempos, y los oficiales subalternos en lugar de ejecutar las órdenes de la coite, se ocupaban en grangear los m›— dios de engran lecerse, disipando y reprimiendo sediciones que despertaban y fomentaban la codicia de los que mandaban y obedecian. Al fin de este mismo año de mil quinientos tres, que recibió D. Nicolás de Ovándo estas órdenes, tuvo principio la casa de contrat cion de Sevilla, porque crecian mucho los negocios de Indias, y habia muchos que querian ir á tratar y descubrir por aquellas partes. No se sabe que es lo que dió motivo para la formacion del plan tan bello de gobierno que fué muchas veces propuesto; y no obstante que estas segundas, ordenes respiraban su espíritu, y estaban apoyadas de toda la autoridad de la corte, fueron por muy poco tiempo llevadas á puro y debido ef cto. Veremos en su lugar los inconvenientes que se hallaron para su ejecucion, el mas real y verdadero que podia frustrarlo, es que no tenia cuenta á los españoles, pues no daba lugar para la subsistencia de los repartimientos, que eran todo el objeto de las esperanzas que habian concebido de enriquecerse.

De este modo el gobernador Ovándo sacrificaba à los intereses particulares y á los del príncipe los de un pueblo inocente, de quien podian sacar servicios mucho mas apreciables y considerables, que los que exigian. No es fàcil formar cabal juicio de los motivos que le determinaron à despoblar enteramente una de las mayores pro

[104] Sobre esto pocus recomendaciones eran necesarias, no faltaban quienes procuràsen hacer cumplir este precepto de la iglesia. Todo vù bueno cuando se deja al interés individual

vincias de la isla del modo que voy á referir. Tuvo aviso el go bernador vándo que ciertos compañeros de los que habian que→ dado de Francisco Roldán Ximenez, acostumbrados á vivir sin disciplina, y con la insolencia que les habia enseñado, cometian muchos excèsos en la provincia de Xaragua, y la tenian movida à sedicion, haciéndose intolerables los vasallos de Anacaona, que por la muerte de su hermano Bohechio la gobernaba con gran autoridad y policia, portandose con el mismo afecto de siempre para con los castellanos; pero los señores ó caciques de la provincia que eran muchos y de prendas superiores à los demás de la isla, no pudiendo sufrir las repetidas vejaciones é insolencias de los casteİlanos, llegaban algunas veces à las manos con ellos para reprimirlos y vengar sus agravios; y como pretenden algunos historiadores, ofendida la princesa Anacaona de su ingratitud, hubo despues de manifestar un ódio mortal à los españoles, maquinando el modo de echárlos de sus tierras. Cesaron presto las hostilidades; pero los castellanos despues de tener à esta princesa y sus vasallos inquietos con su violento proceder, informaban al gobernador que los indios de aquella provincia se querian alzar, y que su cacica conspiraba contra todos ellos, è importunando al comendador con estos repetidos avisos acordó ir à visitar aquella tierra para castigar la rebelion. Fué pues recibido de Anacaona y de los señores de su estado con la mayor veneracion, y Anacaona se esmeró en hacerle mil servicios y obsequios, festejándole á la usanza de su pais con muchas danzas y cantares, y proveyéndole con abundancia de todos los mejores mantenimientos de su reino. Los castellanos establecidos en aquel pais no veian con gusto esta buena inteligencia entre el comendador y la cacica, y persuadieron à Ovando que no convepia que fiase en las demostraciones amistosas de aquella princesa bien que no era necesario darle lecciones sobre la materia. Dice Herrera, que al fin fué convencida esta cacica de haber tenido mala intencion contra los castellanos; pero no apunta las pruebas de semejante traicion. Oviedo pretende que lo supiese por la confesion de trescientos indios vasallos de Anacaona, que se les sacó dándoles tormentos, y parece aun que quiere justificar en todo la conducta de Ovàndo en esta ocasion; pero los demàs historiadores y Herrera mismo, han tratado de este hecho como conve nia, caracterizàndolo de una barbárie sin ejemplar, y el mismo jui cio se formó en la córte de España. Sea pues que en efecto el gobernador se hubiese deja de persuadir de aquellos castellanos inficionados de las malas mañas de Roldán, que le hacian creer que aquella gente se queria rebelar, y que convenia sofocar sus malos intentos, ántes que tuviesen mayores consecuencias; ó que segun las máximas de aquella detestable política, que en lo de adelante sirvió como de regla general para la conducta de los primeros conquistadores españoles y gobernadores del nuevo mundo, ello es que se determinó a ejecutar una accion bien tirana, é indigna de un hombre de su caràcter y explendor, pareciéndole que convenia no

dejar pasar la ocasion que se le presentaba de abatir con un golpe solo á todos los gefes de un pueblo que creia aun demasiado po deroso. Para que ninguna de aquellas víctimas que consideraba deber sacrificar á la seguridad de la colonia se le escapase, tomó es~ tas medidas. Convocó á la princesa y á todos los grandes de su corte, persuadiéndoles que les queria hacer una gran fiesta à la usanza de España: concurrió una gran multitud de indios (105) á la novedad, y cuando pareciò al gobernador que ya era tiempo de ejecutar su detestable proyecto, poniendo la mano sobre su cruz. (106) de Alcántara, que era la señaló el santo que habia dado à toda su tropa, para caer sobre los pobres indios que llenaban, la plaza del palacio de Anacáona, se aseguró con engaño de la infeliz cacica, bienhechora de los españoles y de su gente: pegó fuego á la sala donde estaban congregados à los que antes habia man-dado atar y cercar en una casa: perecieron por tanto sin remedio estos miserables que veian arder con gran dolor suyo los indios fieles de Anucáona, á la que reservaron para un suplicio mas vergonzoso, pues luego la ahorcaron á su vista. Otros historiadoses dicen, que fué presentada al gobernador maniatada, y que la condujeron á Santo Domingo á donde despues de haber formado su proceso, fué declarada y convencida de haber conspirado. contra los españoles, condenada por ello à la muerte, y que la ahorcaron públicamente. Nos pinta Oviedo à esta princesa como una muger dada á muchos vicios y excésos; pero ya hemos notado que este autor siempre ha tenido gran cuidado en acriminar sobre manera à todos aquellos que han experimentado los mas tristes efectos de la crueldad de los primeros castellanos conquistadores. Lo cierto es que en esta ocasion murieron innumerables indios y que no se ha visto jamàs tan horrenda carnicería; todo fué confusion, grandes y chicos (107), hom. bres y mugeres, inocentes y culpables (si habia algunos) fueron sacri ficados al furor de la soldadezca. Dícese que algunos caballeros castellanos, movidos de compasion algo interesada, reservaban algunos niños que querian hacer esclavos, llevándolos en ancas. Otros venian por detrás á herirlos, y si alguno de ellos caia en el suelo le corta. ban las piernas, y así lo dejaban lastimado y desamparado. (108)

[105] Accion detestable del comendador Nicolás Ovándo. [106] Poner la mano sobre la cruz para ejecutar tal ba, jeza y atrocidad? ¡Buen Dios! ¿Pero de qué crímenes no fueron autores estos monstruos? ¡Hollar de éste modo las leyes sacrosantas de la hospitalidad!.. ¡No respetar su sexô, ni agradecer sus servicios de tantos años!... ¡Que poco necesita trabajar el pincel ni la pluma para pintar este cumulo de bajezas é iniquidades en toda su deformidad!

[107] Este hecho de atrocidad fué imitado por Hernán Cortés en Cholula. Véase sobre ésto lo que he adicionado à Chimalpain.

[108] Igual atrocidad ejecutada por Alvarado en el templo

Este cruel hecho espantó grandemente à los indios, y muchos de ellos se fueron huyendo en sus canoas á una isla vecina de la Española. Bien procuró D. Nicolás de Ovándo justificar tal atentado; pero la Reina Deña Isabél lo sintiò mucho, y hubiera hecho un ejemplar terrible con él, à no haberla la muerte cortado los pasos de la vida. Los demás indios que escaparon acaso de este asesinato, se huyeron á los montes llevándo á su cabeza un sobrino de Anacaona, y tambien se pusieron en armas las provincias de Goava é Hiniguayaga. Enviò el comendador dos capitanes de su satisfaccion para contener este fuego que amenazaba crueles resultas: á la provincia de Hiniguayaga mandó á D. Diego Velazquez, que privaba mucho con él, y era de los que pasaron con el Almirante en su segundo viage, y á Rodrigo Mexia, hombre de valor á la de Hiniguaya; hicieron cara por algun tiempo los indios, pero al fin estos capitanes los subyugaron y por órden del gobernador se fundó en Veragua una villa que se llamó Vera Paz, y D. Diego Velazquez (de quien se harà bastante mencion en la sèrie de esta obra) · hizo otra en la provincia que apaciguó de Hiniguayaga que llamó Salva-tierra de la Sàbana. Fundáronse otras villas en parajes proporcionados para contener con estas poblaciones de españoles los movimientos que se podian ofrecer de parte de los indios. Estaba el gobernador Ovando entendiendo en estos hechos tan trágicos, y en a pacificacion de la provincia de Veragua ò de Suraña, cuando con mil trabajos llegó al Cabo de San Miguel la canoa donde venia Diego Mendez, quien habiendo continuado su viage por tierra con grande priesa y atravezando muchos montes, llegó á la provincia de Xaragúa, y con mucha disimulacion fué recibido de Ovándo, dándole muestras de alegria y compasion del estado en que quedaba el Almirante, que decia le habia de socorrer de un todo; pero lo cierto es que lo detuvo mucho en sus despachos, y despues al cabo de muchos ruegos é instancias le permitió ir á la ciudad de Santo Domingo à comprar un navio y abastecerle à costa del Almirante para enviárselo como lo ejecutó fielmente.

Entre tanto que Diego Méndez ponia toda su eficacia para sacar al Almirante de las angustias referidas despachándole lo mas pronto que podia el navio que le habia comprado, no faltaban trabajos en la isla Española, porque se volviò à poner en armas la provincia del Higuay que se lisongeaban haber pacificado, de modo que no se pudiese temer el mas mínimo movimiento. Juan de Esquibél habia obligado à Cotubanàma á recibir la ley y habia edificado dos fortalezas en aquella provincia. Formàronse despues algunos establecimientos de mayor consideracion y se creyó que con esto no le vendria la gana á aquellos isleños de alteraise; pero algunas veces se esperimenta que los que se hallan muy estrechados no miran como un mal una muerte casi cierta, ó se les hace

mayor de México causó la espantosa guerra de aquella capital, cuyo sitio excedió segun Torquemada al de Jerusalen.

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