Imatges de pàgina
PDF
EPUB

bien conocida de los mexicanos al politeismo de sus ascendientes. Si hemos de dar entera fé á las cifras de Fray Juan de Torquemada, es necesario ascender á la suma de seis millones el número de indios que bautizaron los franciscanos desde 1524 á 1540, bien sea en el reino de Moctezuma, ya en el de Tlascala, ó ya en el de Michoacan. Cuauhtemotzin abrazó la fé de Jesucristo, lo mismo que el corto número de nobles mexicanos que escaparon del hierro español. Otro tanto hizo la familia real de Tezcoco. Ixtlilxochitl, gefe de este pequeño reino, fiel aliado de Cortés en todas sus campañas, se distinguió entre los neófitos; pues cuando pasaron por su capital Fray Martin de Valencia y los doce religiosos que lo acompañaban, los recibió con los brazos abiertos, les alojó en el palacio de sus abuelos, y aprendió en poco tiempo los misterios de la misa y de la pasion. Despues se encargó de catequizar á sus súbditos, y les obligó á recibir el bautismo tanto de palabra como por su autoridad. Su apasionado celo llegó hasta el extremo de amenazar con quemar viva á su madre la reina vieja, si no consentia en dejar al momento el culto de sus dioses, de que era acérrima partidaria. La predicó, la hizo diferentes reflexiones y concluyó por llevarla á la iglesia en la que fué bautizada con el nombre de María (1).

No debe pasarse en silencio un hecho y es la aficion de los indígenas á sus pastores. Esta data desde sus primeras relaciones con ellos, sin debilitarse ni un solo dia en el espacio de tres siglos. Para los apóstoles de México fué este un honroso recuerdo. Ellos se interponian entre los vencedores y los vencidos, colocando la cruz entre la espada y la víctima. Su imponente palabra protegia la debilidad y la desgracia, y la desgracia y debilidad se asieron de ellos como la yedra de los bosques al árbol que los sustenta. Era muy dulce para la humanidad el poder oponer á los victoriosos soldados de Castilla, merodeadores y desapiadados, soldados de la religion de Cristo, misioneros de la fé con todo el esplendor de la caridad apostólica. Dos de ellos se hicieron notables sobre todos, entre los valientes defensores del pueblo vencido y desgraciado. Despues de tres siglos aun pronuncian los indios con veneracion los

(1) A pesar de estas conversiones espontáneas y poco mas 6 menos obra de la fuerza y de la astucia, no se estinguió tan fácilmente la pasion de los indios por su religion primitiva. La conservaron mucho tiempo en el fondo de su corazon. Algunos años despues de la conquista se les veia entregados á la práctica de su religion, en cierto número de templos, aunque corto, esparcidos en las montañas y ocultos en los bosques que se habian salvado de la destruccion. Este hecho justifica la política de los conquistadores y el celo de los primeros obispos que hicieron quemar todo cuanto podia directa 6 indirectamente recordar la idolatría. Si se hubiesen conservado de ella algunos signos visibles, los indígenas hubieran mas dificilmente abandonado el culto de sus abuelos, como lo hicieron en tan breve tiempo y con admiracion de todos.

ilustres nombres de Sahagun y de Las Casas. El primero llamado Bernardino Rivera, de una familia respetable de España, tomó el hábito de San Francisco bajo el nombre de Sahagun, que lo era de su pueblo de nacimiento. Su semblante era afable como su alma, y sus modales tan distinguidos como sus talentos. México era un campo abierto al celo religioso: allí se trasladó en 1529, y testigo de los males é infortunios de los indígenas, resolvió consagrar su vida á consolarlos, instruirlos y mejorar su suerte. La lengua azteca se le hizo familiar, y la aprendió tan perfectamente, que para con los sábios mexicanos era de ella un modelo clásico. Los dos vástagos de las dinastías de México y Tezcoco fueron á la vez sus maestros y sus amigos. Sahagun fué quien sugirió á D. Antonio. de Mendoza, el primero y uno de los mas dignos vireyes de México, la idea de crear un colegio para la instruccion de la juventud indiana. Reunió mas de cien alumnos, los cuales debian instruir á sus compatriotas, distribuyéndose en todas las provincias. El padre Sahagun dirigia este establecimiento de piedad y filantropía, que muy en breve contó tantos enemigos como interesados habia en el embrutecimiento de los indígenas. Seguro era hallar á Sahagun en donde habia injusticias que combatir, dolores que aliviar y miserias que socorrer. Su muerte fué una calamidad para los pobres indios, pues perdieron en él un poderoso protector. Ya hemos hablado estensamente del padre Las Casas, para que tengamos aquí necesidad de decir lo que fué y cuánto hizo este infatigable apóstol. ¿Quién ignora sus obras, su valor y su incansable celo para proteger la raza mexicana en poder de los españoles? Gracias á su perseverante intervencion, á su palabra evangélica, esta raza vencida fué amparada de los papas y de los reyes de España. Dos bulas de Pablo III declararon que los indios eran criaturas racionales y capaces de participar de los sacramentos. No hacemos mencion de otros dignos misioneros que se trasladaron á NuevaEspaña, temiendo alargar demasiado los límites que nos hemos propuesto al escribir sobre esta materia.

Desde 1523 Carlos V habia espedido desde Valladolid instrucciones muy sábias y justas para el establecimiento de un gobierno regular en Nueva-España. El monarca prohibia todo reparto de sus naturales, y anulaba los verificados hasta entonces. Declaraba libre á los indios, pagando empero sus contribuciones como vasallos. Recomendaba el que no se usase con ellos de violencia alguna. Estas mismas ordenanzas fueron renovadas en 1535, 1549, 1550 y 1552, lo que hace suponer que no habian sido bien ejecutadas hasta entonces. Todo servicio personal de los indígenas fué abo. lido, y para darles en su mismo pais poderosos apoyos, se les puso bajo la proteccion de los obispos, quienes ejercieron este patronato como verdaderos apóstoles de la humanidad. Podriamos añadir que la misma incapacidad á que estaban legalmente sujetos, reflu

yó en un principio á favor de sus intereses; pues habiendo sido declarados inhábiles para contratar por valor superior á cinco pesos; sin la asistencia de un tutor ó curador, se les puso al abrigo del engaño y rapacidad de los blancos. Si se les obligó al pago de tributo, se les eximió de la alcabala y de otras muchas cuotas houerosas. Se prohibió á los europeos el establecerse en sus poblaciones pero desgraciadamente todas estas medidas tomadas de lejos, no tuvieron en su ejecucion el resultado apetecido. Las buenas intenciones de la córte de España, durante los siglos diez y seis y diez y siete, no garantizaron á los indios de su miserable suerte, sin que por ello sus padecimientos deban su orígen al gobierno de Madrid. Lo que si prueban es, que en los primeros tiempos que siguieron â la conquista, carecia de medios de accion sobre el gran número de soldados españoles, invasores de las propiedades de la antigua aristocracia mexicana, y dueños de toda esta poblacion vasalla que inundaba el pais.

En aquella época hubo en México un periodo de anarquía militar, durante la cual el capricho y la fuerza imperaban en lugar de las leyes. Todos los poseedores de tierras, á excepcion de uu corto número de nobles admitidos en el ejército español, ó á quienes las alianzas protegieron con los vencedores, quedaron despojados de sus bienes y propiedades. Únicamente dejaron á esta pobre nobleza, lo mismo que á sus antiguos vasallos, algunas cortas porciones de terrenos al rededor de las iglesias para habitacion y alimento. Se empleaban entónces los indígenas como bestias de carga para los trasportes de equipajes y arrastrar los cañones, ó como tropas auxiliares se las ponia al frente del enemigo los primeros á recibir sus tiros. En las expediciones de Michoacan, Pánuco, Honduras, Oajaca y Guatemala, combatieron contra sus hermanos y en favor de sus tiranos. Los dejaban sin alimento, les abrumaban de fatigas, de modo que los fué mermando la muerte bajo todas sus diferentes formas, hambre, calenturas y particularmente las viruelas. Aumentada tan rápidamente la poblacion, se introdujo otro órden de cosas. El interes prestó oidos á la voz de la humanidad. Se ejecutaron mejor los decretos de los reyes católicos, y la opresion se regularizó de un modo mas ventajoso á los indígenas; pues á ellos, mirados como una dependencia del mismo suelo, se les hizo partícipes de sus productos, por medio del establecimiento de encomiendas, especie de feudos fundados en favor de los conquistadores. La esclavitud en un principio arbitraria, y sometida únicamente á la ley de la voluntad, tomó desde entónces formas legales. Se dividieron entre los conquistadores los restos del pueblo vencido. Los indios divididos en tribus de muchos centenares de familias, tuvieron como dueños á los soldados que se habian distinguido en la guerra de invasion, y las personas instruidas enviadas de Madrid, para gobernar las provincias. Con todo, estos feudatarios de enco

miendas, no se fabricaron nidos de buitres como los señores de la edad media, sino grandes establecimientos y pingües haciendas, que tuvieron la inspiracion de hacer regir á imitacion de la nobleza azteca, por manera que no hubo interrupcion ni cambio en el cultivo de las plantas del pais. El esclavo continuó su rutina hereditaria y se identificó de tal modo con su amo, que muy á menudo tomaba su nombre, como hoy sucede á los negros en las Antillas: muchas familias indias conservan todavía nombres españoles, sin que su sangre se haya mezclado jamás con la europea.

En este periodo de vasallage, la masa popular quedó lo mismo que estaba antes de la conquista, pobre, envilecida, trabajando para otros y sin poseer cosa alguna. Una feliz circunstancia llegó entónces á proteger la vida de los indígenas. Los primeros colonos no hicieron en México lo que sus compatriotas habian hecho en las Antillas; pues no obligaron á toda la poblacion india á instruirse en las profundidades de la tierra para sacar de ella el oro y la plata, no cavaron en las minas, porque no poseian ni los fondos, ni los conocimientos necesarios para esplotarlas. Ignoraban el arte de atraer la sustancia para separar el metal; se contentaron con imitar á los naturales lavando las tierras que arrojaban los montes por medio de las avenidas de rios y torrentes, retirando los granos de oro que encontraban. Las minas de Nueva-España que han repartido tantas riquezas sobre el globo, no fueron descubiertas sino muchos años despues de la conquista, y produjeron muy poco á los primeros emprendedores. Esta industria harto tiempo descuidada, solo ocupó un córto número de brazos, y esto fué una dicha para la humanidad.

Hasta el siglo diez y ocho la suerte de los cultivadores mexicanos fué poco mas o menos como la de los esclavos de la vieja Europa; pero despues fué mejorando sucesivamente. Habiéndose estinguido mucha parte de las familias de los conquistadores, ya no se distribuyeron nuevamente encomiendas. Los vireyes y las audiencias vigilaron los intereses de los indios, quienes declarados libres, pertenecieron á sí mismos y pudieron disponer de sus personas; pues ya no se les impuso servicio alguno personal, y fué abolida la mita, que era un trabajo forzado de las minas, quedando este trabajo voluntario y sujeto á retribución. No obstante, á pesar de estas mejoras quedaban numerosos abusos, en cuyo primer término deben colocarse los repartimientos, ventas forzozas hechas á los indios por los agentes de la administracion española: ventas casi siempre fraudulentas, y que constituian al indígena en una entera dependencia del acreedor. Este á falta de pago adquiria un derecho absoluto sobre los trabajos de su deudor, y podia reducirle como insolvente á una servidumbre de hecho. En semejante sistema, el vender una mula, una silla ó una capa á un mexicano, era igual a comprarlo á él mismo. Cárlos III, bienhechor de la

poblacion Americana, prohibió estos repartimientos, que sin embargo continuaron en algunos parajes lejanos y fuera de la vista de los intendentes.

Luego veremos cuáles eran los demás abusos, cuya correccion pedian los hombres sábios, y que aun existian en la época de la revolucion de 1808. Volvamos á nuestro asunto. Vémos hácia la segunda mitad del siglo diez y seis, instalarse la inquisicion en Nueva-España y revelar su presencia con un execrable auto de fé. ,,El primer espectáculo de esta clase que se presentó á los mexicanos, dice una publicacion periódica de esta capital (1), fué el año de 1574, tres despues de su establecimiento, y la ceremonia tuvo lugar en el Empedradillo, que entonces era una espaciosa plazuela: despues se repitieron por regla general, que tuvo pocas excepciones, de dos en dos años hasta 1596, en que esta ceremonia bárbara procuró hacerse con todo el aparato y ostentacion de una funcion religiosa y de una diversion pública. Se levantó un tablado en las casas consistoriales ó de ayuntamiento, y sobre él se colocó un trono suntuosísimo, el cual solo debia ocupar el inquisidor primero: en el resto del tablado se pusieron sillas para el virey, la audiencia, cabildo eclesiástico y sccular, universidad y demás corporaciones y particulares que debian formar el acompañamiento: á los dos lados del trono se colocaron dos púlpitos, que debian ocupar los reiatores para leer los procesos y sentencias de los penitenciados, y otro al frente en la derecha para el sermon que predicó el arzobispo de Filipinas D. Fr. Ignacio de Santibañez; á alguna distancia y en la misma línea, se hallaba el tablado de los penitenciados, sobre el cual se levantaba una media pirámide, compuesta toda de gradas desde la base hasta la cúspide, que debían ser ocupadas por los principales reos, quedando la planicie con bancos para los que lo fuesen menos. La curiosidad pública llegó á lo sumo con semejantes aparatos, y el pueblo al dia siguiente se agolpó en todas las calles del tránsito, que lo eran las que hay desde la esquina de Sto. Domingo, donde desde entonces estaba ya la casa de la Inquisicion, hasta las casas consistoriales: las damas principales con todas las galas y adornos de su sexo y propias de una diversion, ocupaban los balcones, y los caballeros que no pudieron lograr ser del acompañamiento, montaron á caballo y se presentaron con toda decencia en las calles del tránsito á presenciar este espectáculo. A hora proporcionada, el virey acompañado de la audiencia salió de su palacio y se dirigió al edificio de la Inquisicion, donde ya lo aguardaban los miembros del tribunal. Cuando todas las personas y corporaciones estuvieron reunidas, se dirigieron procesionalmente por el órden siguiente, á los tablados preparados en las casas consistoriales. Abrian la marcha las mazas del ayuntamiento, á las que seguian

(1) El Indicador de la federacion mexicana.

« AnteriorContinua »