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mado pais, la parte mas septentrional de la Nueva-España, pertenece todavía al siglo diez y seis, y aquí es donde los religiosos misioneros mostraron su intrepidez para hacer nuevas conversiones al cristianismo. A la grande expedicion del capitan Espejo, siguió la del padre Agustin Ruiz que pereció víctima de su celo religioso. Si pudiésemos contraernos á la relacion del primero, esta provincia atrasada presentaba en el momento de su descubrimiento, poblaciones encaminadas á la civilizacion, y algunas de ellas tenian semejanzas muy comunes con los aztecas, tanto quizá como hombres libres pueden asemejarse á las especies de esclavos de una aristocracia feudal. Espejo vió muchos de estos indios, hombres y mugeres, con batas de algodon gustosamente pintadas, y unas casacas de tela moztreada de azul y blanco á la usanza de los chinos. Iban todos adornados de plumas de diversos colores, uno de los gefes le regaló cuatro mil capas de algodon. La tribu de los Jumanes se pintaba la cara, y se delineaba ridículas figuras en los brazos y las piernas. Las armas de que usaban estos pueblos eran unos grandes arcos, cuyas flechas terminaban en puntas agudas de un guijarro muy duro, y tambien tenian espadas de madera, armadas por ambos lados con piedras cortantes, como las espadas de los aztecas. Se servian de ellas con suma destreza, y de un solo golpe dividian á un hombre en dos. Sus escudos estaban cubiertos ó aforrados de piel de buey en bruto.

Algunas de estas reducidas naciones, no pudiendo resistir á la inclemencia del intenso frio de invierno, se alojaban en casas de piedra de cuatro pisos y paredes muy gruesas. Otros descansaban debajo de tiendas durante los calores del verano, ó vivian en ellas todo el año. Se veian villas en donde se dejaban notar el lujo y las comodidades. Las casas estaban jalvegadas de cal y las paredes cubiertas de pinturas. Sus habitantes usaban muy ricas capas con iguales pinturas, y se alimentaban de buenas carnes y pan de maiz. Habia otras tribus algo mas salvages; pues se cubrian con pieles de los animales que conseguian en la caza, y la carne del toro montaraz era su principal alimento. Las mas vecinas á la orilla del rio. del Norte, cuyos campos parecian bien cultivados, obedecian á gefes que anunciaban sus órdenes por medio de pregoneros públicos. En los pueblos de todos estos indios se veian una multitud de ídolos, y en cada cabaña una capilla dedicada al génio maléfico. Representaban por medio de pinturas al sol, la luna y las estrellas, como objetos principales de su culto. Cuando vieron por primera vez los caballos españoles, no menos asombrados ellos que los mexicanos, estuvieron á pique de adorarlos como séres de una naturaleza superior. Consintieron en alojarlos en una de sus mas hermosas casas, y les rogaron que aceptasen lo mejor que tenian en ellas. En aquella gran region se hallaban abundantes cosechas de maiz, melones, calabazas, lino semejante al de Europa, viñas TOM. I. 35

cargadas de uvas, y hermosos bosques llenos de búfalos, ciervos, gamos y toda especie de caza.

Tales fueron en resúmen las relaciones de Espejo, que aunque evidentemente fabulosas aun á los ojos de su autor, tuvieron por lo mismo buena acogida en el espíritu de los gobernadores de NuevaEspaña. Admirado D. Luis de Velasco de las ventajas que ofrecia tan maravillosa provincia, encargó á D. Juan de Oñate que tomase posesion de ella y la colonizase; pero entretanto que hacia los preparativos de la expedicion, arribó á Veracruz el virey D. Gaspar de Zúñiga que debia reemplazarlo en el mando. Velasco sintió sobre manera separarse de la que nombraba su pátria adoptiva; mas la circunstancia de haber sido promovido al vireinato del Perú, no le dejó tiempo alguno para meditar en su profundo sentimiento, y á los pocos dias salió de la ciudad de México para embarcarse en el puerto de Acapulco con direccion á su destino.

Gobierno de D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, noveno virey de México: colonizacion de Nuevo-México: expedicion a Californias: traslacion de la ciudad de Veracruz: congregaciones de los indios: sublevacion en la sierra de Topia: nueva expedicion à Californias (1595 á 1603). D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterey, verificó su entrada en México á 5 de Noviembre de 1595, y á pesar de que algunos lo tacharon de moroso en el despacho de los negocios, desde un principio mostró sus buenas intenciones en favor de los indígenas, quitándoles el gravámen de la gallina en el pago de sus tributos duplicados. Noticioso de los preparativos que se habian hecho para la colonizacion de Nuevo-México, se propuso llevarla á cabo y dió el mando de las tropas al jóven D. Vicente Zaldívar, quien se dirigió inmediatamente á su destino á la cabeza, de oficiales esperimentados. Esta mision se cumplió tres años aultes de concluir el siglo diez y seis. Las riberas del rio del Norte se poblaron de europeos, y en los años siguientes se vió al cristianismo. ensayar su influencia sobre los salvages'indios, y plantar la cruz. en medio de las naciones feroces, que fueron largo tiempo y lo son algunas todavía el terror de los mexicanos. Hoy dia los colonos dek Nuevo-México, conocidos por la grande energía de su carácter, viven en un estado de perpétua guerra con los indios vecinos. El temor de semejantes enemigos ha aumentado las poblaciones grandes, dejando casi desiertas las casas de campo. La situacion de los habitantes de Nuevo-México, que es á poca diferencia como los pueblos de Europa en la edad media, esplica esta falta de equilibrio entre el vecindario del campo y el de las ciudades.

Al mismo tiempo el conde de Monterey, á quien el rey habia co misionado la conquista de Californias, puso una expedicion marítima al mando del valiente marino Sebastian Vizcaino. Embarcada la gente en tres navíos que surgian en el puerto de Acapulco, Vizcaino se dió á la vela y visitó varios puertos de aquella penín

sula; pero habiéndose detenido algunos dias en el que nombró puerto de la Paz, por la suma docilidad y mansedumbre de los naturales, gastó inútilmente sus víveres y se vió obligado á abandonar sus estériles playas, volviéndose sin provecho alguno al puerto de donde habia salido. A fines de 1600 se trasladó la cindad de Veracruz al lugar que hoy ocupa en la arenosa playa, y cuyo sitio es el mismo en que se fundó cuando el desembarco de Cortés, en frente del castillo de San Juan de Ulúa. Esta mutacion fué útil no solo por la salubridad del terreno, sino tambien porque los buques que surgian á las inmediaciones del castillo, se encontraban menos distantes de los almacenes de guerra y mercancías.

Estrechado el virey por las terminantes órdenes de su monarca, se ocupó de reunir á los indios dispersos en pueblos y congregaciones, y aunque se siguieron algunos males á causa de la avaricia de los comisarios, procuró mitigarlos por medio de saludables providencias. Las representaciones que continuamente se habian hecho en contra del sistema de repartimientos, dieron por resultado una real provision en que se dejaba al arbitrio de los indios el alquilarse libremente para el trabajo de los campos y minas; pero á pesar de que el virey asistia personalmente á presenciar el ajuste á las plazas de San Juan y Santiago, los pobres naturales no tardaron en ser víctimas de la avaricia de los españoles, quienes sacaban un excesivo número de jornaleros para alquilarlos á mayor precio del establecido, y viendo el conde de Monterey el vicio en que habia caido el último reglamento, se vió en la necesidad de revivir en favor de los indios el anterior sistema. El año de 1601 se hizo notable por la sublevacion de los indios de Topia, nacion situada en una sierra muy áspera y á mas de doscientas leguas de la ciudad de México. Sometidos con poca dificultad á la obediencia y ley del cristianismo, vivian en un estado inofensivo á los españoles de las cercanías; pero la circunstancia de haberse descubierto algunas minas, movió la codicia de sus dominadores à dedicarlos á estos penosos trabajos, y no pudiendo sufrir el pueblo vencido tantas y tan repetidas vejaciones, se alzó un dia é hizo horrible matanza en sus opresores, D. Ildefonso de la Mota, obispo de Guadalajara, consiguió sosegarios con sus dulces y edificantes palabras, y habiendo intercedido por ellos para evitar el castigo que les preparaba el go bernador de Durango, no abandonó la provincia sino despues de haber establecido varias misiones de jesuitas.

Deseando el virey descubrir la costa occidental de Californias, segun los espresos mandamientos del monarca de Castilla, á quienes algunos extrangeros habian comunicado la existencia de un estrecho en la estremidad oriental de la América, determinó hacer los preparativos de una expedicion para llenar las intenciones de Felipe III, quien habia ocupado el trono en 1598 por muerte de su augusto padre. Sebastian Vizcaino, electo por segunda vez para lle

var á cabo la empresa, se dió á la vela en el puerto de Acapulco á 5 de Mayo de 1602, y despues de haber navegado con vientos borrascosos por espacio de algunos dias, arribó á un puerto que llamó de Monterey por conservar la memoria del conde; pero habiendo adelantado su camino hasta el cabo de San Sebastian ó Blanco, situado dos grados mas al norte del cabo Mendozino, el escorbuto cundió con rapidez en la mayor parte de la tripulacion, y el general Vizcaino tomó la resolucion de volverse á la Nueva-España, donde el virey lo recibió con singulares muestras de haber quedado satisfecho del desempeño de su comision. Apenas disfrutaba, de este placer en el mes de Setiembre de 1603, cuando la llegada del nuevo virey D. Juan Mendoza y Luna, le hizo abandonar el gobierno por haber sido promovido para el vireinato del Perú,„y á la verdad el conde de Monterey, dice el padre Cavo, fué uno de aquelos ministros adornados de todas las virtudes, que á las veces pone Dios en puestos eminentes para la felicidad de los pueblos, y si no hubiera sido engañado en la fundacion de congregaciones ó pueblos, ciertamente se tendria por uno de los mejores vireyes de la Nueva-España.”

Sistema religioso y político adoptado por la metrópoli para la conservacion de su colonia de Nueva-España. El primer pensamiento de los vencedores á la caida del imperio mexicano, fué el de una propaganda tal como la conciben los hombres guerreros. Sin embargo, el celo de los españoles por el progreso de la fé debió ser menos ardiente y brutal, y en su lugar haber empleado los resortes de la política para catequizar á los indígenas. Desde el pri mer momento habia visto Cortés que el mejor medio de asegurarse de su fidelidad, era convertirlos insensiblemente al cristianismo; pues entre ellos y los españoles que dominaban el pais, la idolatría azteca elevaba una barrera inexpugnable. Él y sus sucesores se mostraron sin piedad para el culto mexicano; los ídolos fueron destruidos y quemados; los teocalis ó casas de los dioses fueron demolidos y arrasados, y ni un sacerdote quedó con vida. Cortés y los primeros gobernadores reclamaron misioneros para concluir la obra de la civilizacion. En 1523 llegaron á México tres franciscanos flamencos, Fray Juan de Tecto, guardian del convento de Gante, Fray Juan de Aabra, y el laico Fray Pedro de Gante. El primero murió de hambre al pié de un árbol durante la desgraciada expedicion de Hibueras; el segundo falleció en Tezcoco á los pocos meses de su llegada, y el tercero fué un dechado de bondad y beneficencia para los infelices indígenas. En Mayo de 1524, cuando los españoles se habian repartido el oro y los habitantes del pais, arribaron á Veracruz doce religiosos de la órdeu de San Francisco, salidos del convento de Belvis con la mision de propagar el cristianismo entre los idólatras de Nueva-España. Cortés salió á recibirlos con todos sus capitanes y vecinos principales de la capital, y cuan

do los religiosos se hallaron á muy poca distancia de la lucida comitiva, Cortés y sus compañeros se pusieron de rodillas y les besaron respetuosamente las manos, llevándolos en seguida al alojamiento que se les habia preparado. El espectáculo que ofreció Cortés, á quien los indios veian como un ser sobrenatural, postrado humildemente á los piés de aquellos doce hombres pobres y sin los adornos del guerrero, fué un graude ejemplo de la veneracion y respeto que debia darse á los ministros de Jesucristo. La primer iglesia de San Francisco se fundó en la calle de Santa Teresa; pero á los once meses fué trasladada al lugar que ocupa todavía.

En seguida se distribuyeron estos religiosos en cuatro secciones: la una permaneció en la capital con su prelado Fray Martin de Valencia, y las otras se trasladaron á Tezcoco, Tlascala y Hnexoxingo, donde fabricaron sus conventos y establecieron casas para la educacion de los habitantes del pais. Venidos á Nueva-España los franciscanos, agustinos y domínicos, los vemos recorrer todo el territorio en los años de 1522, 1524, 1526, 1528 y 1545, dirigiéndose con sus humildes trages sobre todos los puntos, penetrando mas allá de los establecimientos militares, hallando en todas partes espíritus conmovidos por el temor, y poblaciones temblorosas dispuestas á recibir un símbolo religioso. Los mexicanos creyeron que los dioses indígenas vencidos, debian ceder al Dios y la Vírgen que adoraban los vencedores. En una mitología tan complicada como la de los aztecas, era muy fácil hallar una afinidad entre las divinidades de Aztlan y las de Oriente. ¿No hemos visto ya á Cortés aprovecharse hábilmente de una tradicion popular, que hacia descender á los españoles del divino legislador del Anáhuac? Pues bien, los misioneros no olvidaron este saludable ejemplo; pues ellos, con mas noble objeto, se sirvieron de fraudes piadosos para asegurar el triunfo del cristianismo. Persuadieron á los indígenas que el evangelio, en tiempos muy remotos, se habia predicado en América; desentrañaron sus huellas del rito azteca, y favorecieron hasta cierto punto todo cuauto podia identificar el nuevo culto con el antiguo.

Consiguieron que admitiesen la cruz como un signo religioso, y se aprovecharon de él para hacerles adoptar el símbolo de la redencion. El águila sagrada de los aztecas les sirvió para introducir el culto del Espíritu Santo. Acogieron todas las transacciones que la antigüedad india podia permitir, é hicieron doblegar la rigidez de la liturgía católica hasta los límites del dogma. Muchas cosas agenas del rito romano fueron recibidas. La pasion de los indios por las flores fué santificada, y en una palabra, fué respetado todo lo que no chocaba con los principales artículos de la fé. Estos miramientos combinados con la voluntad pronunciada de los conquistadores y sus exigencias por medios de severidad, esplican la prontitud y gran número de conversiones, á pesar de la adhesion

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