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doras esperanzas del almirante y su hermano; porque éstos confraban todavía en los próximos socorros del gobernador de la Española.

Los rebeldes navegaron con direccion á la punta oriental de la isla, haciendo á los indígenas de la costa cuanto daño podian, y animándolos para que asesinasen á el almirante y á su hermano: luego que llegaron con mil trabajos al extremo de la isla, emprendieron el viage á Santo Domingo con el auxilio de algunos remeros indígenas; pero á las cuatro leguas comenzaron á enfurecerse las olas de la mar, y los navegantes se vieron obligados á regresar al punto de donde habian partido: en el camino, á fin de aligerar las sobrecargadas canoas, asesinaron, vilmente á todos los indígenas y los arrojaron á lo profundo del Oceano. Por mucho tiempo se entretuvieron en formar proyectos para salir de su situacion; permanecieron mes y medio en una poblacion, donde cometian de contínuo actos de atrocidad; intentaron tres veces el paso hasta la Española, y otras tantas fueron sorprendidos por los violentos huracanes; hasta que por último determinaron, cuando no les quedaba siquiera un átomo de esperanza, adoptar una vida de bandoleros en medio de los infelices isleños.

Mientras tanto el almirante asistia a los enfermos con prolijo cuidado y eficacia, porque deseaba conservarlos á toda costa en la obediencia: tambien procuraba alhagar el ánimo de los naturales; pues aunque hasta entonces le habian provisto de abundantes mantenimientos, ya empezaba á introducirse entre ellos cierta especie de flojedad y aburrimiento. Un fenómeno ordinario de astronomía, previsto científicamente por el almirante, le sirvió de motivo para hacerse de gran crédito entre los indígenas. No cabiéndole duda acerca de que debia verificarse una eclipse de Luna, convocó con la anticipacion de un dia á muchos caciques y personas principales, y les dijo:,,Que ellos eran cristianos, vasallos y criados de Dios, que moraba en el cielo, que era señor y hacedor de todas las co,,sas, y que á los buenos hacia bien y á los malos castigaba: el cual, visto que aquellos de su nacion se habian alzado, no habia que,,rido ayudarles para que pasasen á la Española, como pasaron los que él habia enviado, antes habian padecido grandes peligros y "pérdidas de sus cosas; y que así mismo estaba Dios muy enojado ,,contra la gente de aquella isla, porque se habian descuidado en ,,acudirles con mantenimientos, por sus rescates; y que con este ,,enojo que de ellos tenia, determinaba de castigarlos, enviándole "grande hambre y otros daños; y porque por ventura no darian cré,,dito á sus palabras, queria Dios que viesen señal cierta de su cas,,tigo en el cielo, y que aquella noche le verian, que estuviesen so,,bre aviso al salir de la Luna, y la verian enojada y de color de „sangre, significando el mal que sobre ellos queria Dios enviar (1)." (1) Herrera, cap. VI, lib. VI. dec. I

En efecto, tan pronto como apareció en el horizonte aquel planeta, empezó á verificarse el fenómeno de la eclipse; y á su espectáculo se llenaron de miedo y horror los sencillos isleños, que desde luego acudieron con abundancia de mantenimientos á los buques del almirante, y hechos un mar de lágrimas le suplicaron, que intercediese en favor de ellos ante el Dios de los cristianos. El almirante fingió hacerlo en el silencio de su camarote; y cuando consideró que era llegado el instante de terminar el fenómeno celeste, les manifestó que aplacada por sus ruegos la ira de Dios, ya no tendrian efecto los castigos que les tenia preparados. La luna volvió á tomar su ordinaria brillantez, y desde esa noche fué considerado el almirante como un ser sobrenatural.

Ya habian trascurrido ocho meses desde la partida de los dos enviados á la Española, y no se habia tenido la menor noticia del buen ó mal suceso de su peligrosa navegacion. Los pocos castellanos que habian permanecido fieles á su almirante, acaudillados por el maestre Bernal Boticario, formaban á la sazon el proyecto de conjurarse como lo habian hecho los otros; pero la inesperada llegada de un buque de la Española desconcertó sus estraviados pensamientos. Nicolás de Ovando consideró conveniente enviar ese buque á las costas de Jamaica, no para prestar auxilio á el almirante, sino para cerciorarse del estado que guardaba: de suerte que cuando el capitan vió por sus mismos ojos la triste sitnacion de los castellanos, partió en seguida á anunciar al comendador la verdad de los hechos. La llegada de este buque destruyó la segunda conjuracion; porque todos esperaron entonces con confianza los próximos auxilios de la Española, supuesto que habian arribado á ella felizmente los dos comisionados.

El almirante, cuyo compasivo corazon lo arrastró muchas veces á actos de debilidad, no consideró justo dejar á los amotinados en completo aislamiento, dado caso que llegara á verificarse su viage á Santo Domingo. En consecuencia, no solo envió dos embajadores para noticiarles las promesas del gobernador Ovando; sino que tambien les protestó el olvido de los pasados acontecimientos, si abandonaban las armas y se sometian a la obediencia. Los rebeldes oyeron con insolente menos precio este oportuno aviso; y ann formaron el proyecto de prender a el almirante y apoderarse de las cosas de sus buques. Francisco de Porras, despues de haber arengado á sus compañeros con mentirosas palabras, se situó á un cuarto de legua de la playa para poner en obra sus hostiles intenciones. Habiéndose acercado Don Bartolomé al campo enemigo para tratar de paz, se vieron atacados él y sus cincuenta hombres por los obstinados rebeldes; pero la victoria coronó la causa de la justicia, concediendo completa reparacion à la ofendida autoridad del almirante. Francisco de Porras y algunos de sus camaradas fueron hechos prisioneros, y la mayor parte de ellos quedaron tendi

dos en el campo de batalla. El Adelantado sufrió una pérdida de poca consideracion. Este hecho de armas, el primero que hubo entre castellanos en el Nuevo Mundo, dió término á los escandalosos desórdenes de la guerra civil; pues aquellos que debieron su salvacion á la fuga, no tardaron en someterse á la obediencia del almi

rante.

A los pocos dias llegó el buque contratado en la Española por los enviados de Colon. El desgraciado marino habia pasado un año completo en las costas de Jamaica, no sin dolerse de la criminal indiferencia del gobernador de Santo Domingo, que lo expuso á que fuese víctima de los rigores de la suerte en las playas de un pais salvage. Al fin salió de esta especie de cautiverio y llegó en Agosto á Puerto Santo, donde el comendador Ovando le recibió con nuestras de aprecio y deferencia; pero en sus hechos posteriores le infirió agravios de alguna consideracion. Uno de ellos fué poner en libertad al criminal Francisco de Porras.

La colonizacion de la Española daba cada dia notables señales de su progreso; pues Nicolás de Ovando que ejercia su autoridad de un modo absoluto, tomaba el mayor empeño en formar poblaciones cristianas por todas las provincias. En la costa del sur se habia poblado la villa de Yáquimo; á treinta leguas de Jaragua, la de San Juan de la Maguana; á veinticuatro leguas de Santo Domingo, la de Azúa; y en la provincia de Guahaba, Jas de Puerto Real y Lares. Diego Velazquez, cuyo nombre se hizo despues tan conocido en Cuba, fué nombrado teniente gobernador de estas cinco poblaciones. La provincia de Higuey, la mas oriental de la isla, habia permanecido mucho tiempo sosegada; pero la vida licenciosa de los soldados de una fortaleza, que habia mandado construir en ella el comendador Ovando, despertó entre los indígenas el espíritu de rebelion para recobrar su independencia; de suerte que en una noche quemaron la fortaleza y mataron á todos los soldados. Cuando esta fatal noticia llegó á oidos del gobernador, mandó al capitan Juan de Esquibel con cuatrocientos hombres á someterlos. Los castellanos recorrieron victoriosos toda la provincia, no porque los indígenas dejasen de oponerles alguna resistencia, sino porque sus armas y conocimientos en la guerra eran superiores. Los indigenas procuraron burlarse muchas veces de Ja arrogancia de sus enemigos, y hubo uno que se atrevió á desafiar en singular combate à un valiente y robusto soldado español. El estado de guerra habria durado algun tiempo en esta provincia, cuyos habitantes se habian encerrado en la espesura de los montes, si no se hubiera conseguido la aprehension del cacique Cotubanamá, quien fue conducido con las manos amarradas á un lugar despoblado, doude se le exijió la confesion del asesinato cometido en los soldados españoles. Tan pronto como llegó al puerto de Santo Domingo, Nicolás de Ovando lo mandó ahorcar y perdonó á sus cóm

plices en la insurreccion. Pacificada de tal modo esta provincia, se fundaron en ella las villas de Salvaleon y Santa Cruz de Acayazagua.

Estos acontecimientos precedieron al arribo del almirante en la Española. La consideracion de que su autoridad, acreditada con reales provisiones, era desconocida por el gobierno de Nicolás de Ovando, le hizo abreviar los dias de su permanencia en la isla. En el mes de Septiembre salió del puerto de Santo Domingo para Castilla, y su navegacion fué tan borrascosa como las anteriores.

Muerte de Cristobal Colon (1506). Cuando el genio siente por mucho tiempo en la carrera de su vida el peso de la desgracia, no es posible que su naturaleza resista á la continua y viva sucesion de ella, aunque el espíritu se esfuerce por dar extraordinario ejemplo de longanimidad. Para Cristóbal Colon se habia tejido una cadena de fatales infortunios: por todas partes menos precios, donde quiera la cruel odiosidad de los émulos de su gloria, y á cada paso experimentaba en sus descubrimientos los rigores de la contraria suerte. Apenas puso los piés en el suelo de la península española, cuando supo con sentimiento la muerte de Isabel la Católica, acaecida en noviembre de 1504. Esta pérdida abrió ancho campo al ambicioso espíritu de sus enemigos; porque esta reina, á pesar de la continuada oposicion de su augusto marido, siempre procuró defender y proteger los servicios de su almirante. Su presencia y la de su hermano en la corte de Castilla, no arrancaron del ánimo del rey señal alguna de gratitud, ninguna de esas gratas demostraciones que demandaban los trabajos y peligros de su última expedicion: en vano reclamó de S. M. el cumplimiento de las mercedes que le habia prometido, cuando se atrevió á surcar por segunda vez los desconocidos mares del occidente europeo: en vano le reclamó la observancia de los privilegios concedidos á su autoridad, privilegios de que se veia despojado sin prévia formacion de causa: en vano manifestó al rey que tomase para sí los mencionados privilegios, con tal que le diese alguna cosa para concluir su vida en el silencio de la oscuridad: en vano pidió para su hijo Don Diego el gobierno de las Indias bajo el consejo de personas nombradas por el mismo rey. A todo le respondia S. M. con palabras satisfactorias; pero se habia propuesto aburrir con dilaciones el ánimo de Colon, cuyas enfermedades tomaban cada dia un aspecto de gravedad demasiado sério. De tal modo pasó todo el año de 1505.

Los reyes Don Felipe y Doña Juana, llamados á ocupar el trono de Castilla por muerte de la reina Isabel, salieron de Flandes y llegaron á Laredo á principios del siguiente año. Don Bartolomé aprovechó esta ocasion para poner en sus manos una carta del almirante, donde éste les representaba sus pasados servicios y actuales necesidades. Los reyes la recibieron con muestras de satisfaccion, y le prometieron hacer cumplida justicia en los negocios

de su hermano. Mientras que el Adelantado llenaba los deberes de su mision, la muerte sorprendió á el almirante en Valladolid á 20 del mes de Mayo, á los sesenta y nueve años de edad, habiendo dejado por heredero universal á su hijo Don Diego. Sus restos se enterraron primero en las Cuevas de Sevilla, luego fueron trasportados á la ciudad de Santo Domingo, y hoy descansan en el templo mayor de la capital de la isla de Cuba.

El almirante Cristóbal Colon, modelo de virtudes religiosas y civiles, no careció de aquellas prendas que constituyen á los grandes hombres. Era moderado, gracioso, festivo y elocuente sin afec tacion; se atraia por su discreta conversacion las simpatías de las personas que lo trataban por primera vez; empleaba en ciertos casos la gravedad de su lenguage, que formaba muy buen contraste con el venerable aspecto de su fisonomía; y reunia tambien algu nos conocimientos poco comunes en la astronomía y otras ciencias. Era alto de cuerpo, de lurengo rostro, nariz aguileña, ojos garzos y cútis encendido: en los primeros años de su mocedad tenia los cabellos rubios; pero sus fatigas y trabajos los encanecieron en muy poco tiempo. Desde que concibió el proyecto de descubrir nuevas tierras en los mares de Occidente, pasó muy pocos dias de completo gusto y satisfactoria felicidad; pues no bien hubo revelado al antiguo mundo los secretos del Oceano, cuando muchos émulos de su gloria procuraron oscurecerla con ruines y odiosas imposturas. Consecuente á la nobleza y lealtad de sus sentimientos, sirvió con bastante fidelidad á los monarcas que habian favorecido su atrevida empresa, á pesar de haber cargado en sus piés las vergonzosas cadenas del hombre criminal, y sin embargo de haber visto desconocida su autoridad hasta el menosprecio, en los mismos lugares que resonaban todavia con la gloria de su ilustre nombre. La magnanimidad de su espíritu lo hacia siempre superior á los agravios que le inferian, de suerte que perdonaba á cada paso generosamente á sus mas declarados enemigos. Cristóbal Colon ha llenado con su gloria el antiguo y el nuevo mundo. Las poblaciones de América, convertidas de la idolatría é ignorancia al cristianismo y civilizacion, tributan á su memoria justo y debido homenage. La ingratitud de sus contemporáneos, no menos que los agravios que se le infirieron, han sido considerados y se consideran por las presentes generaciones bajo su verdadero punto de vista. Los ignominiosos grillos que el visitador Bobadilla mandó ponerle en la isla de Santo Domingo, fueron depositados en la misma caja donde se guardaron sus restos mortales. La España no supo apreciar todo el mérito de este grande hombre.

Expedicion de Juan Diaz de Solis y Vicente Yañez Pinzon: expedicion de Sebastian de Ocampo a Čuba: viage de Juan Ponce de Leon á Puerto-Rico: pretensiones de Don Diego Colon (1508). Sin embargo de que el trono de Castilla habia sido ocupa

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