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sionero fuese tratado con el mas profundo respeto, y se le vió en cierta ocasion castigar con bastante severidad á un soldado que habia hablado del rey con poco decoro. No solo estudiaba los medios de suavizar el destino del monarca, sino de hacerle agradable su permanencia en él. De dia en dia se aumentaba su influencia en el espíritu del abatido rey, y los que no hubiesen visto á Moctezuma en todo su poderoso esplendor, apenas le hubieran reconocido como un desgraciado prisionero. El general permitia al pobre príncipe visitar sus templos, sus casas de campo y sus hermosos jardines de Chapultepec. Le dejaba ir á caza y á pasear dentro de su real canoa sobre el lago; pero en todas estas expediciones era acompa ñado por soldados y oficiales españoles, que no le perdian de vista ni un solo instante.

Este estado de cosas que daba á conocer la resignacion por una parte, y por la otra una piedad respetuosa é interesada, fué turbado por un acontecimiento que no solo acibaró la situacion de Moctezuma, sino que tambien dilató el círculo de sus humillaciones. Ya habian transcurrido quince dias desde su arresto. cuando se anunció la llegada del general mexicano que habia batido á los españoles en Veracruz, el cual apenas recibió la órden de su respetable señor, se puso á disposicion de los enviados aztecas, y éstos lo condujeron en union de su hijo y de otros muchos señores del pais, complicados en la misma causa, hasta la gran ciudad de Tenochtitlan.

El general Quauhpopoca, llevado en una magnífica litera, se presentó al rey con toda la confianza de un servidor fiel y celoso, que habiendo llenado su deber con bastante exactitud, espera de su monarca una justa retribucion ó al menos algunos elogios merecidos; pero vió por el contrario, que Moctezuma lo recibia con todas las inuestras de la mayor indignacion, entregándolo á Cortés para que fuese juzgado y sentenciado como traidor. Habiendo sido interrogado Quauh popoca al principio, y amenazado despues con el tormento, declaró haber obrado en virtud de órdenes de su monarca; mas esta confesion no salvó la vida al desgraciado general, pues él y tres de sus oficiales fueron condenados á ser quemados vivos en la plaza que estaba enfrente del palacio.

El mismo Cortés anunció esta cruel sentencia á Moctezuma, añadiendo:,,Vos deberiais ser castigado como el autor del crímen; pero ,,Vuestra conducta para conmigo en estos últimos tiempos, aunque ,,me aconseja la indulgencia hasta cierto punto, no por eso vuestra ,,complicidad puede quedar impune." A estas palabras se presentó un soldado español con unos grillos en la mano, á quien ordenó Cortés que los pusiese en los tobillos del monarca. Penetrado éste de que su persona era sagrada é inviolable, quedó mudo de horror á la vista de semejante ultrage, que consideró como el preludio de su cercana muerte. Por último, su dolor le hizo prorumpir en

entido y amargo llanto, que secundaron los señores y su serviaumbre que se hallaban presentes. Algunos cortesanos le consolaban, puestos de rodillas como ante una divinidad ultrajada; otros levantaban las cadenas para aliviarle de su peso; y mientrtas estas cosas pasaban en la estancia del monarca, otro acto mas inhumano todavia se perpetraba delante del palacio real: pues allí fueron conducidos los otros tres sentenciados. Una inmensa hoguera dispuesta para su suplicio, se elevaba en medio de la plaza concurrida por muchos millares de indios, inmóviles y estúpidos espectadores de la atroz venganza de los españoles; y esta hoguera, sobre la que se hizo subir al general y sus oficiales, estaba formada de todas las armas que se hallaban en los arsenales del rey para la defensa pública. Las llamas consumieron en un momento á estos infelices, y ni una sola voz se levantó contra sus verdugos.

Al terminarse tan horrible como inmerecida ejecucion, el general español pasó á ver á Moctezuma, seguido de Alvarado y otros oficiales, y acercándosele con aire de bondad y cariño, le quitó apresuradamente y con sus propias manos, los grillos que poco antes le habia mandado poner, diciéndole que todo estaba ya olvidado, y que su respeto y adhesion por su persona no tenian límites. El emperador Moctezuma, que en un principio habia mostrado una excesiva debilidad, indigna de un hombre, pareció aun menos hombre en esta ocasion; pues desde el mas alto grado de su desesperado ánimo, pasó á los mas bajos trasportes de ruin agradecimiento, prodigando á su enemigo infinitas gracias, y no se avergonzó de dirigir profusamente halagüeñas lisonjas, á quien acababa de hacerle sufrir tamaña humillacion, y de ultrajar á todo un gran pueblo en su persona.

Muy pronto tomaron las cosas su acostumbrado aspecto. Moctezuma fué para los españoles un maniquí, teniendo con su arresto una porcion de millones de hombres en la inaccion; y si hubiesen tenido tanta prudencia como fortuna, el imperio mexicano hubiera sido suyo sin disparar un tiro. Pero otro desenlace se reservaba á este drama. Sus actores debian conservar el mismo carácter hasta el fin; pues cada uno de ellos, teniendo que representar el papel que la Providencia le habia designado, debia dar al mundo un trágico y grandioso espectáculo.

El insolente orgullo de los españoles, unido á las cobardes condescendencias de Moctezuma, no podian detener el rápido curso de los sucesos. Queriendo Cortés hacer un ensayo del ascendiente que ejercia sobre el rey indio, le propuso volver á su palacio sin guardias y con toda libertad; pero este ofrecimiento que el astuto político le hacia, casi con la certeza de una negativa, no fué aceptado por Moctezuma, pretestando para darse importancia con los españoles, de que los dejaba expuestos con su retirada á los malos tratamientos del pueblo, al ódio de los sacerdotes y á la venganza

de los nobles; y en verdad que los últimos, mejores ciudadanos que su monarca, miraban con indignacion el envilecimiento en que habia caido, ardiendo en deseos de sacudir el yugo de los extrangeros. Entre los grandes del imperio, el rey de Tezcoco, sobrino de Moctezuma, era el que se mostraba mas hostil á los españoles. No tuvo dificultad de proponer á sus vasallos una declaracion de guerra, pensamiento patriótico que aplaudieron, y este movimiento de espíritu nacional inquietaba vivamente á Cortés; porque temia que se extendiese por las provincias vecinas á la capital. Sabia perfectamente que entre gentes tímidas y oprimidas, las reacciones están siempre en razon de su anterior apatía, y que la violencia de los ódios se encuentra generalmente en relacion con la gravedad de las ofensas recibidas. Lejos de seguir el jóven príncipe el ejemplo y los consejos de su tio, consideraba á los españoles como enemigos del pais, y no queriendo ser por mas tiempo el juguete de ellos, porque tampoco temia á la superioridad de sus armas, les intimó que emprendiesen al momento el camino para su tierra, á menos que prefiriesen arrostrar la tormenta que de todas partes iba á caer sobre sus cabezas. A tal lenguage en un hombre respetado por sus prendas personales é intrepidez, el orgullo español habria procedido inmediatamente á refrenarlo, y cuando ya se preparaba Cortés á marchar contra el enemigo de Acolhuacan, los prudentes avisos de Moctezuma le disuadieron de la empresa, manifestándole los peligros á que se exponia atacando una plaza tan fuerte y bien defendida como Tezcoco, segunda ciudad de todo el Anáhuac. El monarca invitó á su sobrino á que fuese á verle so pretexto de reconciliarlo con los españoles; pero este lazo era demasiado grosero para que el príncipe cayese en él. El valiente Cacama no solo se mofó de esta pueril extratagema, sino que echó en cara á su tio el interés que se tomaba por los españoles, declarándole que no queria entrar en México sino para aniquilarlos.

El emperador Moctezuma, cuyo enérgico carácter se empleaba solamente contra los que defendian sus derechos y la independencia del pais, se apresuró á poner en ejercicio los restos de su autoridad para castigar al jóven príncipe de Tezcoco. Habiendo enviado secretamente algunos emisarios de su confianza á aquella ciudad, donde habia otros muchos señores tezcocanos que recibian salario de la córte azteca, todos se propusieron apoderarse de él por cualquier medio que se les viniese á las manos. En efecto, instigado Cacama por estos infieles á tener una conferencia sobre la proyectada, invasion, consintió en reunirse con ellos en cierta villa que se hallaba á orillas del lago de Tezcoco; pero en los momentos de encontrarse en la mitad de la conferencia, los conspiradores se hicieron dueños de la persona del príncipe, lo enviaron á México y lo entregaron á la disposicion de Corrés, quien lo mandó poner preso y nombró en su lugar á Cuitcuitzcatzin, de quien dijimos sa

lió á recibirle y reclamar su proteccion å su entrada en Tezcoco. Este negocio, cuyo resultado podia cansar la ruina de los españoles, sirvió por el contrario para consolidar su dominacion, dándoles por aliado el mas poderoso feudatario del reino. Cortés se apoderó sucesivamente de algunos otros gefes de distritos cercanos á la capital, en particular de los dos hermanos de Moctezuma, del señor de Tlatelolco, gran sacerdote de México, y de otros eminentes fendatarios del imperio. Los hacia arrestar uno despues de otro, á medida que llegaban á la córte á visitar al rey prisionero. El mismo sistema siguió respecto de los principales oficiales y de los empleados civiles y militares; pues habiendo pedido el despojo de los que conservaban algunos sentimientos de independencia, los hizo reemplazar por hombres ambiciosos y sin patriotismo; pero de cuyo apoyo podia servirse en favor de sus proyectos de conquista.

Libre ya de inquietudes con relacion á sus enemigos, puesto que reinaba bajo el nombre de Moctezuma, utilizó las ventajas de su posicion para esplorar el pais, mandando reconocer los diferentes puntos del imperio por algunos españoles, á quienes acompañaban cierto número de mexicanos con el encargo de servirles de guias y defensores. Ellos recorrieron una parte de las provincias hasta mas de ochenta leguas de la capital, observando los terrenos y sus productos, tomando noticias de todos los puntos en que pudieran formarse colonias y fortificarse, yendo sobretodo en busca de minas de oro y plata, y anotando muy exactamente los sitios donde se recogia el oro por medio del lavado de las arenas de los rios. Seria muy di ficil tomar de las cartas de Cortés una idea exacta de los puntos que visitaron los españoles comisionados; porque están tan desfigurados los nombres de los lugares, que a menudo se hace imposible su identidad. No obstante, hallamos en esta parte de su correspondencia un hecho muy curioso, el cual prueba que los mexicanos ó aztecas no eran extrangeros, como ya lo hemos dicho, segun procede de la cartografia. Ansioso Cortés de averiguar si en la costa que rodea el golfo de México, habia algunas radas, ensenadas, bahías ó anchas embocaduras de rios, en donde pudiesen anclar con seguridad las embarcaciones procedentes de las islas ó de Europa, se apersonó al efecto con el emperador Moctezuma, quien le prometió hacerle dibujar toda la costa, y darle guias que acompañasen á los españoles encargados de este exámen. Esta promesa se cumplió inmediatamente; pues se remitió á Cortés una carta trazada sobre una especie de tela de algodon, y la explicacion de los comisionados confirmó las indicaciones de los delineadores en la mayor parte de los puntos.

Los españoles siguieron la orilla marítima, partiendo del puerto de San Juan de Ulúa en el que Cortés habia desembarcado, hasta mas de sesenta leguas de allí; y encontraron por último, en conformidad de lo trazado en la carta, un ancho rio que desembocaba en

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