Imatges de pàgina
PDF
EPUB

daria arrasar su ciudad hasta los cimientos, sin dejar piedra sobre piedra, alejando de su corazon todo sentimiento de piedad hacia ellos. Mientras en Tlascala se agita la cuestion de paz, y Maxixcatzin renne á su política los espíritus espantados con los reveses de los últimos dias, entremos en el campo de Cortés y le verémos ocupado en dar audiencia á los embajadores de Moctezuma, que le habian traido de regalo tres mil onzas de oro, en granos del mismo metal, Vestidos de algodon y varias manufacturas de plumas. Tembloroso el monarca azteca á la noticia de las victorias conseguidas sobre los de Tlascala, sospechaba una alianza entre éstos y los españoles. Temia igualmente que el hermano del rey de Tezcoco, su sobrino, á la cabeza de un fuerte partido de descontentos, los llamase en auxilio de su causa. No miraba sin horror la influencia que ejercian en el espíriu de los príncipes vasallos, de los cuales ya algunos, á ejemplo de los totonecas, acababan recientemente de declararse independientes. Se le presentaba Cortés como el genio maléfico de su imperio, y alejarlo á toda costa era el único objeto de sus desvelos. Persuadido aun del influjo de su nombre, quiso ensayario de nuevo sobre el general español, y encargó esta dificil mision á seis caciques, los principales señores de su corte, con una comitiva de doscientos esclavos. Los presentes que iban á ofrecerle, segun hemos visto, eran superiores en magnificencia á todos los anteriores, y á cuantos hubiese hecho un soberano de México. Llevaban órden de prometerlos mejores todavia, si Cortés consentia en no penetrar en las tierras del imperio. Insistieron en las dificultades del camino, en la esterilidad del pais, manifestando que los españoles no podrian encontrar víveres suficientes para subsistir. ,,Estos embajadores (escribia Cortés á Cárlos V) quedaron conmi,,go durante un periodo de la guerra de Tlascala, y vieron de lo que ,,los españoles eran capaces; fueron testigos de sus ventajas, y de ,,la sumision de los tlascaltecas." Estos temiendo á su vez las intrigas de los enviados mexicanos, se dieron prisa á concluir la paz; ni un solo voto hubo entre los senadores en favor de la guerra. valiente Jicotencatl, general en gefe de los de su pais, recibió la órden de ir en persona á llevar al vencedor los homenages de la república. Si vosotros, dijo á los españoles, sois divinidades de na,,turaleza cruel y salvage, os ofrecemos cinco esclavos, para que be,,bais su sangre y conais su carne; si sois divinidades buenas y ,,beniguas, aceptad estos perfumes y estas plumas; y si sois hom,,bres, aquí teneis viandas, pan y frutas para alimentaros." Tlascala se reconoció vasalla de la corona de Castilla, y se comprometió á socorrer á Cortés en todas sus expediciones. Esta paz era muy oportuna para los españoles; pues agoviados de fatigas, contando un gran número de heridos, y faltos de todo, ya entraba entre ellos el espíritu de murmuracion, y hasta amenazaban volverse á Veracruz. En seguida vinieron mensageros de Tlascala á instar á Cortés á

El

que el

que se dignase tomar alojamiento en la cindad; pero viendo
gefe español no disponia su marcha á medida de la impaciencia de
sus deseos, los ancianos gobernadores de la república llegaron por
último al campamento cristiano, con un gran acompañamiento y
quinientos tamanes ú hombres de carga.
Entonces Cortés, no pu-

ya

diendo resistir á las instancias de estos personages, abandonó sus cuarteles y tomó el camino de la capital. Este campamento, que estaba situado á la falda del cerro de Tzompach, se hallaba defendido por una torre maciza colocada en la parte superior de dicho cerro, y desde entonces fué conocida generalmente con el nombre de la torre de la Victoria. La paz y la recepcion magnífica que se hizo en Tlascala á los españoles, les volvió el orgullo y sus esperanzas perdidas, y desde este momento se creyeron ya dueños del poderoso imperio mexicano.

He aquí el cuadro que Cortés nos ha dejado, referente á la capital de la república. La cual ciudad es tan grande y de tanta ad,,miracion, que aunque mucho de lo que de ella podria decir, lo po,,co que diré creo es casi increible, porque es muy mayor que Gra,,nada, y muy mas fuerte, y de tan buenos edificios, y de muy mu,,cha mas gente que Granada tenia al tiempo, que se ganó, y muy ,,mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan, y de aves, ,,y caza, y pescado de los rios, y de otras legumbres, y cosas que ,,ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado, en ,,que cuotidianamente todos los dias hay en él de treinta mil áni,,mas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos ,,que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas. ,,cuantas cosas así de mantenimiento, como de vestido y calzado, que ellos tratan y pueden haber. Hay joyería de oro, y plata, y ,,piedras, y de otras joyas de plumage tan bien concertado, como ,,puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de todas maneras, y muy buena, y tal como la mejor de Es"paña. Venden mucha leña, y carbon, y yerbas de comer, y medicinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos, 'y las tapan, hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda ma. ,,nera de buena órden, y policía; y es gente de toda razon y con,,cierto; y tal, que lo mejor de África no se le iguala. Es esta provincia de muchos valles llanos, y hermosos, y todos labrados y ,sembrados, sin haber en ella cosa vacua [yerma]: tiene en torno la provincia noventa leguas, y mas; la órden que hasta ahora se ,,ha alcanzado, que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi co,,mo las señorías de Venecia, y Génova, ó Pisa; porque no hay se,,ñor general de todos. Hay muchos señores, y todos residen en es,,ta ciudad, y los pueblos de la tierra son labradores, y son vasallos ,,de estos señores, y cada uno tiene su tierra por sí: tienen unos mas ,,que otros; y para sus guerras, que han de ordenar, júntanse todos, "y todos juntos las ordenan, y conciertan."

[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]

Los tlascaltecas pasaron rápidamente del ódio á la admiracion, y de la confianza á la adhesion mas absoluta: renació en ellos un afecto sincero hacia los españoles, y trataron de identificarse con ellos; pues imitaban sus maneras, copiaban sus ejercicios militares, prevenian todas sus necesidades, y aun hicieron mas; generales, oficiales, soldados, nobles y pueblo, se pusieron todos á su disposicion'. Ofrecieron á Cortés acompañarle á México con todas las fuerzas de la república. Sin embargo, un celo religioso, semejante poco ó mas menos al antiguo fanatismo de los generales musulmanes, volvió á apoderarse de Cortés y á poner su alianza en peligro. No contento con celebrar públicamente su culto en Tlascala, se convirtió este general en misionero, y nada es mas temible que un predicador con espada. Pretendió renovar allí las violentas escenas de Zempoala, amenazando derribar los templos y romper los ídolos. Con una poblacion firme en sus creencias, con sacerdotes poderosos y magistrados dispuestos á proteger el culto nacional, era un principio de renovacion de guerra; mas el buen religioso Olmedo, verdadero discípulo de Las-Casas, acudió otra vez con sus palabras de caridad á esta alma ardiente, mezclando aquel lenguage con el de la política, y declarando que la religion de Jesucristo no debia predicarse con la espada en la mano; pues sus armas propias eran la instruccion que ilumina los espíritus, y los ejemplos que cautivan los corazones. Repitamos aquí con Robertson, que entre las escenas horrorosas que presenta la historia del siglo diez y seis, en que el fanatismo fecundiza tau amerudo la ambicion, tales sentinientos deben causar un placer tan dulce como inesperado. En un tiempo en que los derechos de la conciencia, tan mal conocidos en el mundo cristiano, y en que la palabra tolerancia aun era ignorada, sorprende hallar un fraile español entre el número de los primeros defensores de la libertad religiosa, al par que de los primeros desaprobadores de la persecucion. Las reflexiones de Olmedo, tan virtuoso como prudente, hicieron impresion en el espíritu de Cortés. Dejó á los tlascaltecas continuar el libre ejercicio de su religion, exigiéndoles solamente que renunciasen al sacrificio de las vícti mas humanas.

Durante los veintiun dias que Cortés permaneció en Tlascala, Ilegó otra nueva embajada de México con los acostumbrados regalos, y desde el momento fué aquella ciudad el foco de las intrigasi entre los enviados mexicanos y los gefes de la república. La proteccion de Cortés era el objeto de ambos partidos. Cada uno de ellos para obtenerla, procuraba mostrarse el mas afecto á sus intereses: los mexicanos le persuadian que desconfiase de los tlascaltecas, á quienes pintaban como falsos y engañadores; y éstos haciendo la historia de México, decian al general español que aquella ciudad era la querida de la astucia y la traicion, únicos elementos de su poder. Cortés disimulaba con unos y otros; daba gracias

en lo particular á los chismosos, afectaba entregarse á ellos sin reserva, y manifestaba toda su confianza al último que le hablaba. El mismo nos los dice en las cartas que escribió á Cárlos V. Esta política mas simulada que leal le dio los frutos que esperaba.

Además de las embajadas de la capital del imperio, el comandante español recibió una del hijo del gran Netzahualpilli, el desgraciado rival de su hermano mayor en la cuestion sobre los derechos hereditarios á la corona de Tezcoco, segun tenemos manifestado al principio de este capítulo. Dueño de una considerable parte del antiguo reino de Acolhuacan, imploraba la proteccion del afortunado gefe de los aventureros españoles, para satisfacer su profundo encono contra su rival y el emperador de los aztecas. La respues ta de Cortés lisonjeaba las esperanzas del príncipe chichimeca; porque su política tendia únicamente á reunir los elementos de desunion para acabar con el coloso de la laguna de Anáhuac. A los pocos dias se le presentaron algunos diputados de la gran Cholula, á fin de ofrecerle su buena disposicion é invitarle á que pasase con sus tropas á esta ciudad. Los tlascaltecas se oponian de buena fé al peligroso viage de los españoles á Cholula, asegurando que á sus inmediaciones se hallaba fortificado un crecido ejército azteca; pero no conviniendo á Cortés retroceder un palmo de terreno en el camino de su conquista, determinó emprender su viage á la celebrada ciudad de Cholula, á pesar de las juiciosas reflexiones de sus nuevos aliados los de Tlascala. Ningun poder humano hubiera sido capaz de detenerlo en su atrevida carrera; porque además de su curiosidad en conocer esta ciudad tan celebrada en la historia de las naciones de Anáhuac, ella debia servirle de tránsito para penetrar en la espléndida córte de Moctezuma.

CAPITULO V.

Desde la alianza de los españoles con los tlascaltecas, hasta la memorable batalla de Otumba.

LOS ESPAÑOLES DEJAN Á TLASCALA: Su entrada en Cholula: noticias sobre esta ciudad: conspiracion y horrible matanza: sumision de los choluleses y tepeyaqueses: nuevos enviados de Moctezuma. Persecucion contra los totonecas: ascension al gran volcan: continúa la marcha de los españoles: visita del rey de Tezcoco á Cortés: su entrada en esta capital: entrada de los españoles en México. Conferencias de Moctezuma con Cortés: descripcion de la ciudad de México: prision de Moctezuma. Vida del rey en la prision: suplicio del señor de Nauhtlan: proyectos de insurreccion: prision del rey de Tezcoco y de otros seño

res: providencias posteriores de Cortés: sumision de Moctezuma y de la nobleza mexicana al rey de Castilla: tesoros reales y su reparticion: culto cristiano en el templo mayor: disgustos de los aztecas. Expedicion de Panfilo Narvaez: paradero de los emisarios salidos de Veracruz: sucesos que tienen lugar en la corte de Castilla: hábil política de Cortés: victoria que alcanza contra las tropas del gobernador de Cuba. Insurreccion de la capital: matanza que hace Alvarado: vuelta de Cortés: levantamiento de los aztecas contra los españoles. Retirada de los españoles: noche triste: terrible matanza: batalla de Otumba.

LOS ESPAÑOLES DEJAN Á TLASCALA: su entrada en Cholula: noticias sobre esta ciudad: conspiracion y horrible matanza: sumision de los choluleses y tepeyaqueses: nuevos enviados de Moctezuma (1519). Todos los preparativos de la campaña estaban dispuestos: los enfermos y heridos restablecidos; la moral del ejército reanimada; los víveres asegurados, é infalible la cooperacion de los tlascaltecas. Se habian adquirido nuevas noticias acerca de las verdaderas fuerzas de Moctezuma, sus medios de defensa, rivalidades de los grandes de sus córtes y otras cosas interesantes. Dos caminos se presentaban á la eleccion del ejército expedicionario: el mas directo atravesaba las montañas de Tlascala de Oriente á Occidente, é iba á salir entre las ciudades de Tezcoco y Otumba. Tal era el que indicaban á Cortés los embajadores de Moctezuma; pero la prudencia del general repugnaba aceptar un itinerario que le proponia su encubierto enemigo. Al fin tomó un camino agreste por la espalda oriental de los montes Matlacueyes, pasando cerca del gran volcan hasta su llegada á Rio-Frio. Los tlascaltecas que le seguian en número de cincuenta mil hombres, le aconsejaban que tomase la direccion de Huexotzinco, pequeña república su aliada, y que tambien lo era de los españoles; pero á ruego de los enviados mexicanos y de los diputados de Cholula, Cortés se decidió á pasar por esta última ciudad. No solo creyó que este acto de confianza le colocaria en mas distinguido lugar ante la opinion de los pueblos, sino aun se desprendió de la mayor parte de los tlascaltecas, quedándose únicamente con su cuerpo auxiliar de seis mil hombres.

La antigua Cholula, en la época que Cortés la visitó, era una de las ciudades mas considerables del imperio, célebre por su comercio y establecimientos religiosos. Situada como lo está actualmente en una llanura fértil y muy regada, á alguna distancia del grupo de montañas que rodean el valle de México, se contaban en ella veinte mil casas, sin comprender los arrabales que estaban fuera de su recinto; pero hoy solamente tiene una poblacion de diez y seis mil almas. Esta ciudad fué fundada por los pueblos que ocuparon el Anáhuac antes de la llegada de los aztecas, y aunque se TOM. I.

21

« AnteriorContinua »