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el peligro por medio de la fuga, y sin reservarse otros recursos que una inalterable constancia y un valor á toda prueba.

Los españoles marchan sobre Tlascala: limites del imperio mexicano: embajada á Tlascala: sangrientas batallas: victoria de Cortés: ataque nocturno: negociaciones y paz con la república: embajada de Moctezuma: entrada de los españoles en Tlascala: embajada azteca (1519). Este ejército de bravos partió de Zempoala el 16 de Agosto para la conquista del gran imperio de la América del Norte. Se componia de cuatrocientos quince hombres de infantería, diez y seis caballos, y siete piezas de artillería de campaña: los enfermos, inválidos y viejos, quedaron en Villa-Rica de Veracruz para defensa de su naciente colonia, bajo las órdenes de Escalante, oficial viejo, pero valiente y adicto á Cortés. Mil tamanes ó cargadores que facilitó el cacique de Zempoala, arrastraban la artillería y llevaban los equipages, y otros mil trescientos súbditos del mismo cacique, acompañaban el ejército en clase de auxiliares, número á que Cortés se habia limitado. Tambien se acompañó de cuarenta personages del pais, no solo para tenerlos como rehenes, sino para que le sirviesen de guias y consejeros entre los nuevos pueblos que iba á conquistar. Pero antes de seguirle en esta memorable expedicion, y para comprender con mejor acierto sus detalles, echemos una ojeada sobre la division política del Anáhuac, y sobre la estension del imperio de Moctezuma en este año.

El Anáhuac, esta grande region de la América del Norte, cuya denominacion no debe confundirse con la de Nueva-España, no habia tenido siempre los mismos limites. Reducida en su origen al solo valle de Tenochtitlan ó de México, se extendia en la época que nos ocupa, á todo el pais comprendido entre los catorce y veintiun grados de latitud. Además del imperio azteca de Moctezuma, contenia el Anáhuac las pequeñas repúblicas de Tlascala y de Cholula, el reino de Tezcoco, el de Michoacan, &c.

Solís incurre en un craso error al extender el reino mexicano desde Panamá hasta la Nueva-California; pues las investigaciones del sábio Clavigero nos han informado, que el sul'an de Tenochtitlan tenia bajo su dominio un estado mucho menos vasto, limitado en las costas orientales por los rios Goazacoalco y Tuspan ó Tuzapan, y en las occidentales, por las llanuras de Soconusco y el puerto de Zacatula. Sus fronteras al Norte alcanzaban hasta el pais de las Huaxtecas (el actual Querétaro), y tocaban á las tierras de los bárbaros olomies. Echando una ojeada sobre el mapa general de la Nueva-España, formado por el baron de Humboldt, se vé que segun estos límites, el imperio de Moctezuma abrazaba únicamente las antiguas intendencias de Veracruz, Oaxaca, Puebla y algunos puntos marítimos de la provincia de Valladolid. Su superficie 'puede calcularse en diez y ocho ó veinte mil leguas cuadradas. De él

no dependian ninguna de las provincias comprendidas en Guatemala, y diócesis de Nicaragua y Honduras, ni la California. Únicamente poseia un corto número de plazas fronterizas en la Chiapa.

Al oeste del imperio mexicano se encontraba el reino independiente de Michoacan, grande y extenso pais que comprende hoy el estado de Morelia. Este poderoso reino que nada habia perdido jamás en las guerras con los aztecas, tenia una civilizacion no menos adelantada que la de aquellos; gozaba de hermoso cielo y de benigno clima; poseia ricos pastos y fértiles tierras, y se extendia desde el rio Zacatula hasta el puerto de Navidad, y desde las montañas de Jala y Colima, hasta el rio de Lerma y lago de Chapala, al occidente del lago de Tezcoco. El rey de este nombre, aliado de los mexicanos desde el año 1424, v no su tributario, tocaba por la parte de Occidente el territorio de Tlascala; al Sur, el de Chalco; y al Norte, las tierras de los huaxtecas: su latitud de ochenta millas, sobre doscientas de longitud, apenas igualaba á la octava parte del reino azteca. Era uno de los estados mas antiguos del Auáhnac, y anteriormente habia sido el mas considerable; pero sus desgraciadas guerras, reduciendo sucesivamente sus fronteras, no le dejaban sobre sus vecinos otra superioridad que la de la inteligencia, como tambien la cultura de sus letras y artes. El estado de Tlacopan (Tacuba) mas reducido que el anterior, pero protegido de los aztecas y siguiendo su fortuna, se hallaba entre los lagos y el reino de Michoacan, y entre el valle de Toluca y el pais de los otomies: casi no merecia el título de reino.

Muchos eran los caminos que se ofrecian á Cortés para alcanzar las alturas de la gran llanura mexicana; pero se determinó á elegir el que conducia al centro de los belicosos tlascaltecas, por la razon de que siendo encarnizados enemigos de Moctezuma, podria su alianza servirle de poderoso apoyo para llevar adelante sus atrevidas miras. Los españoles entraron el primer dia en Jalapa; pero muy pronto se hallaron en medio de inontañas desiertas, chocando con el frio, las lluvias y los huracanes. Los pasos de estos montes no estaban inhabitados; pues se veian algunos caseríos y gran número de templos. Todo indicaba, dice Bernal Diaz, que entrabamos á una nueva region. Los templos eran elevados, de hermosa perspectiva, y rodeados de habitaciones: las de los caciques, blancas en el exterior, semejaban á algunas de nuestras casas de España. A este lugar pusimos el nombre de Castel-Blanco. Fuimos en él bien recibidos y abastecidos de provisiones. Alli supimos una multitud de pormenores concernientes a Moctezuma: su imperio, su poder, su ejército, su gobierno y sus riquezas. Todas estas cosas, nuevas para nosotros, aumentaba nuestro deseo de poseerlas. A tales relaciones se nos presentaba el único pensamiento de hacer fortuna, sin acordarnos (tal es el carácter español) de que nuestras esperanzas tenian todas las apariencias de una qui

mera; y cuando se nos preguntaba lo que veniamos á hacer contra las órdenes de Moctezuma, Cortés respondia:-,, Venimos en nombre de nuestro rey á mandar á vuestro señor que se someta al nuestro venimos en nombre de nuestro Dios á mandar á vuestro amo que no haga nunca la guerra á sus vecinos, no les ultrage ni les reduzca á la esclavitud, ni tampoco los sacrifique á sus ídolos, y vosotros, cesad tambien en vuestros abominables sacrificios, y adorad á nuestro Dios." Los caciques guardaban silencio, y el celo de Cortés se exaltaba. Quiso hacer plantar una cruz; pero el padre Olmedo se lo impidio. Mas de una vez tendrémos ocasion de observar que Cortés tenia todo el fuego fanático de un misionero ignorante, y el padre Olmedo por el contrario, la calma y prudencia de un general de ejército y de un hombre político.

Los aliados zempoaltecas que marchaban con los españoles, les servian maravillosamente para apoyar sus discursos. Uno de los soldados de Cortés tenia un perro que ladraba durante la noche, cosa extraña para los naturales de aquel pais á quienes asustaba mucho. Habiendo preguntado si era un tigre ó un leon que les habian traido para devorarlos, los zempoaltecas respondieron: Este monstruo viene para haceros pedazos, si llegais á ofender á esos poderosos extrangeros, los cuales con sus cañones arrojan fragmentos de rocas, que matan á sus enemigos á la distancia que les place. Con sus caballos alcanzan á cuantos persiguen. A estas palabras exclamó la muchedumbre maravillada: Estos extrangeros son hijos del sol. A lo que añadian los zempoaltecas: cuidado con ellos, y hacedles regalos; pues ellos conocen hasta vuestros mas intimos pensamientos. Estas maravillosas relaciones que corrian de pueblo en pueblo, servian como de vanguardia á los españoles.

No obstante, sabedor Cortés de las belicosas disposiciones de los de Tlascala, resolvió enviarles algunos zempoaltecas para pedir á los orgullosos republicanos el paso por sus tierras. Esperaba que conocida su intencion de marchar sobre México, y de librar los indios del yugo de sus eternos opresores, seria una poderosa recomendacion para con los enemigos de aquel príncipe; pero olvidaba que los tlascaltecas eran desconfiados, como lo son todos los que se encuentran rodeados de vecinos hostiles; que su calidad de extrangero era sospechosa, y que el ódio que demostraba contra los dioses de todo el Anáhuac, debia despertar contra sí la influencia sacerdotal que imperaba en el espíritu de los pueblos. Vestidos con los trages de embajadores; cubiertas las espaldas con la manta de algodon de franjas trenzadas, una ancha flecha en la mano derecha, elevadas sus plumas, y la concha en forma de escudo en el brazo izquierdo, tomaron el camino los indios encargados de la mision de Cortés. Las plumas blancas de sus flechas los anunciaban como ministros de paz; pues siendo encarnadas, hubieran indicado declaТом. І.

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racion de guerra. Llevaban un presente que consistía en un casco de género carmesí, una espada y una ballesta, cuyas armas habian exitado generalmente la admiracion entre los naturales. Estos enviados siguieron cuidadosamente el camino real para conservar el privilegio anexo á su cáracter; porque si hubieran cometido la imprudencia de dirigirse por senderos, habrian perdido el derecho de exijir el respeto del pueblo y la proteccion de los magistrados.

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A su llegada á la capital fueron acogidos como hermanos. Se les alojó en la casa destinada solamente á los embajadores, segun costumbre de todos los estados de Anáhuac, y en seguida se les introdujo en el gran consejo, ante los senadores que se hallaban reunidos, formando parte todos los nobles y los cuatro gefes principales del pais. He aquí el discurso que los antiguos cronistas, ya indianos, ya españoles, ponen en boca de los enviados: Muy grandes y valientes señores, los dioses os colmen de prosperidad, y os den la victoria sobre vuestros enemigos. El señor de Zempoala, toda la nacion totoneca os ofrecen sus respetos, y os anuncian que de la parte del Oriente han llegado ú nuestro pais en grandes buques, cierto número de guerreros, por cuyo influjo estamos ya libres de la tir única dominacion de Moctezuma, rey de Tenochtitlan. Ellos, defensores nuestros, se dicen y reconocen vasallos de un grande y poderoso monarca, en nombre del cual vienen á visitaros trayendoos el conocimiento de un Dios poderoso, y el apoyo contra vuestro antiguo é inveterado enemigo. Nuestra nacion, siguiendo los preceptos y movimientos de la intima amistad que siempre ha existido entre ella y vuestra república, os aconseja que recibais como amigos á esos extrangeros, que aunque en corto número, tienen el mismo poder que un gran pueblo. Maxixcatzin, presidente del senado, agradeció á los embajadores su buena voluntad, y les rogó que se retirasen para deliberar acerca de su mensage. Este hombre era muy apreciado entre sus compatriotas: su prudencia, adhesion y amor al pais, eran cualidades que todos le reconocian, y el fue el primero que usando de la palabra, dijo: No despreciemos los consejos y la opinion que nos comunican los totonecas, enemigos de la república. Esos extrangeros tales como nos los representan, son sin duda los hombres extraordinarios que deben, segun la tradicion, visitar un dia nuestras regiones. Los temblores de tierra, las lenguas de fuego esparcidas en los cielos, y otros muchos prodigios llegados en estos últimos años, indican bastante que se acerca el cumplimiento de la referida tradicion. Si estos seres son inmortales, en vano la república les impedirá el paso: nuestra negativa puede traernos falales consecuencias. ¿Y que placer no tendria el maléfico mexicano, si despues de haber negado su admision en nuestro territorio, penetrasen en él á viva fuerza! Esta fué la opinion del mas sábio de los tlascaltecas; pero no así la del viejo Jicotencatl, gefe de grau autoridad por su ligaa

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esperiencia en los negocios civiles y militares. Nuestras leyes, dijo, autorizan la admision de los extrangeros; pero no la de los enemigos que pudiesen reportar perjuicio al estado. Los hombres para quienes se reclama este favor, nos parecen mas bien móns- · truos llevados por las olas del mar, no pudiendo ya sufrirlos en su seno, que dioses descendidos del cielo como neciamente se imaginan algunos. ¿Es posible que los dioses sean tan ambiciosos de oro y placeres? ¿Y qué tienen que hacer en un pais tan pobre como el nuestro, que hasta de sal carece para el condimento de nuestros manjares? Deshonroso es para el hombre de nuestra república, el suponer que pueda ser presa de un puñado de aventureros. son mortales, ya lo publicarán las armas de los tlascaltecas por todo el Anáhuac. Si son inmortales, tiempo habrá para apaciguar su cólera con regalos, é implorando su perdon por medio de su arrepentimiento. Rechacemos su pretension, y si pretenden entrar á viva fuerza en nuestro paris, sea reprimida con las armas Sn temeridad. Estos opuestos pareceres de dos personages igualmente respetables, dividieron los ánimos de los demás senadores. Vacilaban en medio de una cruel incertidumbre, cuando uno de ellos, hombre político y astuto, colocándose en un justo término, propuso el medio de responder urbana y amigablemente al gefe de los extrangeros, concediéndole el permiso para entrar en el territorio de la república; pero que al mismo tiempo se encargase al hijo de Jicotencat que fuese con una partida de otomies á oponerse á sn paso. Si el jóven guerrero vence, añadió, las armas de la república obtendrán nuevo esplendor; y si es batido, acusarémos á los otomies de haber emprendido una guerra sin nuestra orden. Este espediente, de la diplomacia del viejo continente, fué acogido como medio de salir del apuro sin compromiso.

Entretanto Cortés habia llegado á la vista de aquellos formidables retrincheramientos elevados en las fronteras de la república. Su ejército se componia entonces, no solamente de sus aliados los totonecas, sino de la numerosa guarnicion mexicana de Jocotia, en donde habia engruesado sus filas: tan hábil era para seducir an las mismas tropas de Moctezuma, y tal era su inteligencia para convertir en su favor las contingencias vulgares, lo que rebajaba mucho el color caballeresco y las tintas de lo maravilloso, con que los cronistas españoles embellecen los acontecimientos de la conquista.

Esta especie de Termópilas, ordinariamente guardadas por los otomies, se hallaban abandonadas á la sazon por una inconcebible negligencia. Habiéndolas flanqueado los españoles sin inconveniente alguno, entraron fácilmente en el territorio de la república, en donde consiguieron rechazar sin pena la reducida tropa de Jicotencatl. En seguida se presentaron algunos enviados tlascaltecas á hacer el papel de la comedia diplomática convenida. Cortés

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