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marchan sobre Tlascala: límites del imperio mexicano: embajada á Tlascala: sangrientas batallas: victoria de Cortés: ataque nocturno: negociaciones y paz con la república: embajada de Moctezuma: entrada de los españoles en Tlascala: embajada azteca.

MOCTEZUMA II, nono rey de México (1502). Luego que fueron celebradas las exequias del monarca Ahuitzotl, los electores se reunieron para nombrarle sucesor, y todas las miradas se fijaron en el príncipe Moctezuma, hijo del rey Axayacatl. Era uno de aquellos hombres que la Providencia pone en el trono, cuando ha pronunciado la caida de un imperio. Se habia dado á conocer en la guerra como uno de los mejores generales del ejército, y al mismo tiempo desempeñaba las funciones sacerdotales. Su esterior grave y devoto le hacia respetar de la multitud. Era hombre disimulado, de accion y palabras elocuentes, y tenia una grande influencia en el consejo. Habiendo sido elegido por unanimidad rey y soberano pontífice, se apresuraron á participar esta eleccion á sus dos reyes aliados, los cuales fueron desde luego á rendirle el debido homenage. Cuando Moctezuma tuvo noticia de su nombramiento, se retiró al templo para dar á entender su repugnancia de aceptar tan elevada dignidad, y allí fué la nobleza en cuerpo á buscarle, donde le hallaron barriendo el pavimento del santuario, lamentándose de su alta fortuna y rogando á los dioses que no permitiesen colocar sobre sus hombros la capa real, porque se consideraba incapaz de soportar el peso de la corona. Los sacerdotes habian ya penetrado la hipocresía del hombre, y desde aquel momento vieron en él un peligroso rival; mas por eso no fueron indiferentes á los tristes acontecimientos de su reinado, ni á su deplorable fin. Habiéndose procurado víctimas entre los habitantes de Atlixco, que poco antes se habian rebelado contra la corona, tuvieron efecto las solemnes fiestas de la coronacion en medio del público regocijo de todos los aztecas. Pero apenas se vió asegurado sobre el trono de sus abuelos, cuando arrojó lejos de sí aquel manto de modestia y humildad con que se habia cubierto; pues se presentó tal cual la naturaleza le habia creado, con todo su orgullo y despotismo. Los honores y empleos no habian sido hasta entonces la hacienda exclusiva de la nobleza; pero Moctezuma, queriendo apoyarse únicamente en ella, no tuvo inconveniente en concedérselos todos, de modo que solo ella tuvo el privilegio de la servidumbre y favores del monarca. Esta impoIftica preferencia desvió el espíritu afectuoso de la inmensa mayoría de sus súbditos, y ella debe considerarse como una de las cau sas de su estrepitosa caida. El reinado de Moctezuma ha debido ser juzgado con severidad, tanto por los súbditos que no supo defender, como por los conquistadores de quienes fué el juguete y la víctima; mas á nosotros nos toca considerarlo únicamente por sus hechos.

Desde los primeros años de su reinado estableció una cadena de innovaciones en las instituciones del pais. La voluntad del dueño se hizo la única ley del estado, y sus medios de gobierno vinieron á resolverse en la violencia y el temor. No ignoraba ni las miserias, ni las quejas de los pueblos; pero la opresion era el único norte de su ambiciosa política. No imitó las virtudes de sus predecesores; pues como se ha visto en los dos primeros capítulos, ellos eran los primeros en marchar á la guerra, se hacian familiares con todos, y vivian entre sus generales y soldados. Moctezuma se dejaba ver en público rara vez, comunicando tan solo con sus ministros y aun con reserva; y creyendo que el aislamiento darîa mayor realce á la magestad de su trono, se hizo adorar como un oráculo por los mismos que adulaban bajamente la ostentacion de su grandeza.

No obstante, es necesario dar á conocer otras innovaciones mas felices, que son demasiado honoríficas al nombre de este monarca; pues desde el principio de su reinado se le vió dedicar el mayor cuidado á la distribucion de la justicia. La ministraba bien y prontamente sin distincion de categorías. Sus ordenanzas contra la ociosidad merecen particular mencion; pues exigia que todo hombre tuviese una ocupacion. Sus soldados maniobraban diariamente y eran empleados en los trabajos de utilidad pública. En medio de su empeñosa proteccion á la agricultura, con astuta política atrajo á su devocion las clases ínfimas de la sociedad, socorriendo sus necesidades con extraordinaria profusion. Erigió la ciudad de Colhuacan en un vasto hospicio, donde los pobres, los soldados enfermos y los ancianos se alojaban, mantenian y vestian á espensas del estado. Su inclinacion á todo lo que podia aumentar el esplendor del trono, le determinó á cambiar el ceremonial de la córte, y en consecuencia multiplicó los detalles y el fausto. Creó una guardia noble encargada de velar contínuamente sobre su persona, y se rodeó de una pompa desconocida hasta su tiempo. Pronto echarémos una ojeada sobre esta magnificencia imperial, sobre los palacios reales y sobre la córte, los grandes y el pueblo; pero es preciso referir antes otros importantes sucesos.

República de Tlascala: sus instituciones y su historia antigua: guerras entre esta república y el imperio mexicano (1503). En esta época los límites del reino de Moctezuma, como ya lo hemos dicho, se extendian hasta las fronteras de Guatemala y Yucatan; pero á muy corta distancia de la capital, tres estados independientes habian sabido conservar su libertad y soberanía, á saber, el reino de Michoacan, y las repúblicas de Tepeaca y de Tlascala. Moctezuma dirigió primeramente sus miradas á esta última, pero antes de relatar los sucesos de la guerra entre ambos paises, no podemos pasar en silencio el origen de aquella república, su estado social y político, y el carácter particular de sus habitantes.

Los tlascaltecas, que descendian de la misma raza que los me

xicanos, pertenecian á los antiguos emigrados de las regiones del Norte, invasores de la llanura del Anáhuac á fines del siglo doce. Se habian establecido primero en el valle de México, en el cual robaban á sus habitantes sedentarios y agrícolas; pero éstos se reunieron por un interés de comun defensa, y obligaron á aquellos bandidos á buscar su fortuna en otra parte, despues de haberles ganado una terrible batalla en Poyauhtlan. Muchos de ellos se internaron en los bosques, hácia el norte del valle, y se asociaron á los pueblos cazadores; otra porcion se dirigió al Oriente y al Sur, yeudo unos á establecerse á la inmediacion de los volcanes de Popocatepetl y Orizaba, y los otros en mayor número tomaron el camino por Cholula, y fueron á construir sus cabañas de ramage al pié de la gran montaña de Matlacueye. Allí se establecieron despues de haber espulsado á los olmecas y jicalancos, antiguos poseedores de aquel pais.

El gefe que los habia conducido á la victoria, recibió con su obediencia el nombramiento de monarca. Muy pronto sus chozas fueron un pueblo, que colocaron sobre un terreno elevado en medio de rocas de dificil acceso. No se contentaron con la construccion de una plaza fuerte, sino que del centro de su distrito hicieron un vasto campo atrincherado, aprovechándose con inteligencia de todas las irregularidades del terreno. Al Occidente lo cerraron con fosos profundos y anchos parapetos; al Oriente, con unas murallas de seis millas de longitud; al Sur, el alto Matlacueye les proporcionaba una muralla hecha por la naturaleza; y hacia el Norte, una cadena de ramages de la cordillera les permitió establecer una línea de puntos inexpugnables. En este recinto, muy al abrigo de las invasiones de sus vecinos, se civilizaron por medio del cultivo de sus terrenos, ejercitando en ellos el arte de la guerra por algunos años para mantener su independencia nacional. Habia dos siglos que Tlascala tenia las armas en las manos para combatir las pretensiones de sus vecinos, y ahora se preparaba á luchar contra el poderoso imperio mexicano, que no habia podido conseguir humillarlos bajo su yugo, ni aun penetrar en sus fronteras. Los tlascaltecas hablaban la lengua de los aztecas, tenian el mismo culto religioso y sanguinario, las mismas supersticiones, iguales preocupaciones, las mismas artes y casi la misma civilizacion. En su ódio mortal contra México, ofrecian su territorio como lugar de refugio para todos los enemigos del imperio. Las filas de su ejército se aumentaban con todos los proscriptos, y con cuantos vencidos se veian obligados á evadirse del cuchillo del gran sacrificador mexicano.

Los habitantes de Tlascala eran tan orgullosos y valientes como sus enemigos. Su gobierno no era absoluto. La forma aristocrática y oligárquica habia prevalecido en un cierto número de familias nobles. La ciudad se hallaba dividida en cuatro cuarteles,

gobernados por cuatro gefes, que lo eran tambien de cierta porcion de terrenos, lugares y aldeas dependientes de cada cuartel. En una palabra, la república se componia de cuatro pequeños estados federales, cuyo centro y capital era la ciudad de Tlascala. Los gobernadores reunidos á las familias nobles, ejercian el poder legislativo en todo negocio de estado; pnes á esta asamblea ó senado de la nacion tocaba dictar las leyes, los tratados de paz y los reglamentos de administracion pública, como tambien hacer la declaracion de guerra. Los robustos y trabajadores tlascaltecas habian utilizado todos los accidentes de su feracísimo suelo, propio para diversas clases de cultivos; pues él les producia abundante cosecha de maiz é innumerables plantas del muy apreciado maguey. Su cochinilla era entonces la mas solicitada de todos los paises; y el comercio de cambios les proporcionaba lo que aquellos no producian. Sin embargo, la porcion que habitaba en la parte mas montañosa é ingra ta del pais, conservaban las costumbres y el carácter de los pueblos cazadores. Observábanse en sus leyes algunas huellas de justicia distributiva y de jurisprudencia criminal: ellos castigaban de muerte la mentira, la falta de respeto de hijos á padres, y los pecados contra la naturaleza; aplicaban la pena de destierro al ladron, al adúltero y al ébrio; y permitian la pluralidad de las mugeres, protegiéndola el gobierno en virtud de que el clima lo exigia así.

Al mérito militar se reservaban los grandes honores en esta república siempre armada; porque el valor se consideraba en ella como uno de los principales deberes; y la audacia, si era feliz en las batallas, tenia solamente derecho á las recompensas. Se cuenta que estos guerreros llevaban en sus aljabas dos flechas, en las que se veian los nombres ó los retratos de sus antiguos héroes. Empezaban el combate por arrojar una de estas flechas, que debian volver á recoger como un punto de esquisito honor. Las costumbres guerreras de este pueblo, se enlazaban con ciertas acciones caballerescas; pues despreciaban los ardides de la guerra, las emboscadas y los recursos de armas defensivas. Se presentaban al enemigo casi desnudos. Eran casi proverbiales su buena fé y franqueza en los tratados, su respeto á la vejez y su generosa hospitalidad.

Si su ódio era terrible y duradero, su amistad era sincera y comprobada en la adversidad; pero en estas virtudes se mezclaban todos los defectos de los pueblos bárbaros y conquistadores. Se mostraban regularmente altaneros, vengativos y feroces, tratando á los vencidos del mismo modo que los demás pueblos del Anáhnac. Sacrificaban á los dioses los prisioneros de guerra que no conservaban como esclavos; pero lo que hay que admirar en esta nacion, es el horror al yugo extrangero, el amor á la independencia y pasion por la libertad. El territorio de Tlascala, que se hallaba rodeado por las posesiones de México, Tezcoco, Cholula y Huexotzinco,

ofrecia apenas una línea de cincuenta millas de Oriente á Occidente, sobre otra de treinta millas de Norte á Sur.

Cuando esta república tocaba en el extremo de su mayor prosperidad, la envidia de sus vecinos tendió á eclipsarla completamente en el camino de su grandeza; pero á pesar de las reñidas y continuadas contiendas que sostuvo contra todos ellos, principalmente contra el opulento y orgulloso estado de Cholula, la victoria sonrió siempre á los valientes hijos de esta república. Pero al fin tuvo que haberselas con los acreditados guerreros del imperio mexicano, que no pudiendo ver con indiferencia el indomable espíritu de los habitantes de Tlascala, les exigió la obediencia en los tiempos de Axayacatl, y el mismo tributa que pagaban las demás provincias subyngadas; mas sin embargo de haberlos amenazado con la destruccion de sus ciudades en caso de negativa, el senado contestó con toda la alti̇vez que le era característica, del siguiente modo: que ni ellos ni sus antepasados habian pagado tributo ú homenage a ningun estraño, ni lo pagarian jamás: que si se les invadia, ya sabian ellos cómo habian de defender á su patria: que derramarian ahora su sangre en defensa de la libertad, con tanta profusion como sus antepasados la habian prodigado allá en lo antiguo, cuando derrotaron á los aztecas en las llanuras de Poyauhilan. En seguida las tropas del imperio se dirigieron hacia el territorio de los tlascaltecas; pero éstos lograron alcanzar completa Victoria en una encarnizada batalla, donde fueron auxiliados por la tribu salvage de los otomies, que luego estableció una colonia en los terrenos de la república. Habiendo continuado las hostilidades entre ambos paises, tuvo orígen desde entonces ese implacable ódio que vino â extinguirse con la pérdida de su recíproca nacionalidad.

No era posible que el orgullo de Moctezuma dejase suspensa la obra que habia comenzado su augusto padre; porque la existencia y obstinacion de esa pequeña república en medio de sus extensos dominios, le pareció una notable mancha arrojada sobre el variado cuadro de las numerosas conquistas del imperio. Por lo tanto el monarca azteca no pudiendo ya resistir la noble arrogancia de sus enemigos, les mandó un ejército bajo las órdenes de su hijo primogénito y de sus mejores generales; pero en vez de conseguir la fácil conquista que se habian figurado, la fortuna se la arrancó de las manos como las anteriores veces. El príncipe que iba á la cabeza de los mexicanos, pereció desgraciadamente en el combate; y á pesar de otro ejército mayor que vino luego á tomar venganza de la derrota, los tlascaltecas con la ayuda de los chichimecas, otomies y todos los refugiados del Anáhuac, conservaron su libertad y territorio, como, así mismo sus relaciones comerciales con los distritos marítimos del golfo, del cual pretendia privarles el emperador Moctezuma, y que era la verdadera y principal causa de la declaracion de guerra.

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