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de Tezcoco, Cholula y Teotihuacan, fueron muy celebrados por los compañeros de Cortés. El famoso templo de nueve cuerpos que dedicó el príncipe Nezahualcoyotl al hacedor del cielo, era tan magnífico como los principales de todo el estenso territorio de Anáhuac. El teocalli mayor de Cholula, consagrado á la memoria de su protector Quetzalcoatl, se alzaba magestuoso en medio de las cuatrocientas torres que coronaban toda la ciudad, sin contar el pequeño templo que construyeron los toltecas sobre la altísima pirámide del mismo nombre. Los que se conocieron en Teotihuacan como dedicados al sol y á la luna, tenian la figura de dos gigantescos ídolos de piedra con adornos de oro.

La estructura de los grandes templos era muy semejante á la del principal de México; pero á pesar de esto habia algunos que tenian la figura de una pirámide con sus correspondientes escalones, y otros que formaban un solo cuerpo con varias escaleras. Como la religion mexicana no tenia nada de espiritualismo, segun hemos manifestado en uno de los anteriores párrafos, la supersticion antigua colocó igualmente sus altares en los montes, selvas y caminos, con el objeto de recordar contínuamente á los viageros el respeto que debian tributar á sus falsas divinidades. Los templos tenian cuantiosas rentas para el sostenimiento del culto, las que consistian en buenas propiedades que cultivaban algunos esclavos ó sirvientes, como tambien en los víveres que en clase de oblaciones les hacian los súbditos del estado. Los sacerdotes se constituian en mayordomos de las propiedades rentísticas.

Esta privilegiada clase de la sociedad mexicana debia corresponder por su número al de los altares profanos, motivo por el cual el historiador Clavigero no teme hacerla subir á un millon de almas, sirviendo de fundamento á su cálculo los cinco mil sacerdotes que residian en el templo mayor de México. El respeto y alto honor que alcanzaban estos servidores de los dioses, daba al estado religioso todo el ascendiente de la supersticion y conveniencias sociales; pues no solamente los ricos dedicaban sus hijos á este ejercicio desde la niñez, sino que tambien la nobleza inferior los empleaba en ciertos trabajos para añadir ese houor al escaso lustre de su familia. El voto que hacia el sacerdote no era para toda la vida: si se dedicaba al servicio del templo por un acto temporal de devocion, podia abandonarlo por cualquiera otro estado, sin incurrir en la mas leve culpa. A la cabeza de la gerarquía eclesiástica se encontraban dos dignatarios: el uno tenia el nombre de señor espiritual, y el otro el de gran sacerdote. Esta dignidad que se conferia por eleccion á las personas de la alta nobleza del estado, formaba un objeto de ambicion para los que querian adquirir fortuna y poder político; pues además de las ventajas que eran consiguientes á este elevado estado, los sumos sacerdotes ungian á los reyes despues de la eleccion, arrancabau el corazon á las víctimas en los mas solemnes sacrifi

cios, eran consultados para todos los negocios dificiles del estado, nunca se daba principio á la guerra sin el parecer de ellos, y su opinion era infalible en materias de creencias religiosas. Las naciones conquistadas nunca se sometieron á la tutela de los sumos sacerdotes de México, sino que cada una conservó alguna independencia respecto á la elección de los gefes de su estado eclesiás

tico.

Estos altos funcionarios eran elegidos ó bien por las corporaciones sacerdotales, ó bien por la asamblea que elegia al gefe político del estado. Clavigero nos dice que:,,la insignia de los sumos sa,,cerdotes de México, era una borla de algodon pendiente del pecho, "y en las fiestas grandes usaban trages muy adornados en que se ,,veian las insignias del númen cuya fiesta celebraban. El sumo ,,sacerdote de los mixteques, se ponia en semejantes ocasiones una „túnica en que estaban representados los principales sucesos de su ,,mitología; sobre ella un roquete blanco, y sobre todo una gran ca"pa. En la cabeza llevaba un penacho de plumas verdes curiosa„mente tejidas, y adornadas con algunas figurillas de dioses. De ,,los hombros le pendia un lienzo, y otro del brazo." Habia otro dignatario menos elevado que los sumos sacerdotes, con la asistencia de dos vicarios ó auxiliares, y tenia la obligacion de vigilar tanto en la observancia de los ritos y ceremonias del culto, como de castigar á los ministros que infringian las leyes sacerdotales, principalmente á aquellos que se encontraban al frente de los seminarios. Si fuéramos á recorrer las obligaciones y gerarquías de cada uno de los sacerdotes aztecas, tendriamos que entrar en un detall fastidioso y sin resultado alguno de interes. A unos tocaba el cuidado interior de los templos, de cuyo empleo participaban tambien las sacerdotisas; otros estaban encargados de la administracion de las propiedades de los templos y de la percepcion de las rentas que les estaban afectas; otros debian incensar los ídolos con betun y copal cuatro veces al dia; otros se dedicaban á instruir la juventud en los seminarios, al arreglo del calendario, fiestas religiosas y pinturas mitológicas; á otros tocaba hacer ofrendas al sol cuatro veces en el curso de todo el dia; y otros, en fin, estaban encargados de arrancar el corazon á las víctimas sobre la piedra de los sacrificios, cuyo empleo se reservaba el sumo sacerdote para las fiestas solemnes del es tado.

Su único distintivo era una especie de gorra negra de algodon, excepto aquellos que abrazaban una vida austera en el silencio de los monasterios, los cuales vestian contínuamente un hábito negro. Sus cabellos descendian en gruesas trenzas hasta los piés, y empleaban en esta maniobra algunos cordones untados con cierta clase de asquerosa tinta. La pomada que usaban cuando hacian sacrificios en la cima de las montañas, se componia de una horrible mezcla de insectos venenosos, ollin de ocotl, tabaco y otros ingre

dientes; pero a pesar del horror que debia inspirarles semejante uncion en todo el cuerpo, se creian superiores en tales momentos á la indomita bravura de los animales feroces. Los ministros del culto profesaban una vida en medio de la mayor austeridad, castigándose. de muerte al que faltaba á sus deberes como hombre casto, y la ejecucion consistia en que muriesen por la noche apaleados. En algunas ciudades se miraba como un delito la exclaustracion del sumo sacerdote, como tambien el que infringiese las leyes de una absoluta incontinencia. El ministro que no se levantaba por pereza á ciertos ejercicios nocturnos de obligacion, se le bañaba por primera vez la cabeza con agua hirviendo, ó se le perforaban los labios y las orejas; y si desgraciadamente reincidia en la misma falta, sufria la pena de ser echado del templo y morir ahogado en el lago.

El sacerdocio no excluia de su seno á las mugeres que deseaban ejercitarse en sus funciones; pues habia algunas que se ocupaban en ciertos servicios materiales de los templos, con las únicas excepciones de poder obtener las primeras dignidades y hacer los sacrificios humanos. Unas servian desde la niñez por espresa voluntad de sus padres; y otras se dedicaban á esta austera vida por espacio de uno o dos años, 6 bien para cumplir un voto por causa de enfermedad, ó bien para alcanzar de sus oraciones un buen matrimonio, ó bien para implorar del favor de los dioses la próspera fortuna de sus familias. En Anáhuac habia tambien monasterios de hombres y mugeres que se entregaban á la observancia de la mas rigorosa disciplina. La órden mas célebre entre todas llevaba el nombre de Quetzalcoatl, á quien algunos padres dedicaban sus hijos desde los primeros dias de la infancia, con el objeto de que pasasen su vida en la observancia de las buenas costumbres, alcanzando fama y reputacion de hombres llenos de santidad. Entre los totonecas existia un monasterio bajo la invocación de su predilecta diosa Centeotl, en cuyo seno se admitian únicamente á hombres viudos de sesenta años, renniendo al mismo tiempo las cualidades de ser castos, honestos y de buenas costumbres. En este convento habia un número fijo de monges; pero el estraordinario ascendiente que gozaban por su irreprensible conducta, los constituia en oráculos de todas las clases de la antigua sociedad.

En el culto de los mexicanos no se observaba ningun rasgo de esa moral sublime que forma la ilustracion de los pueblos; pues entre ellos dominaba la idea de la contínua irritacion de sus terribles divinidades, cuya sed de sangre aplacaban únicamente los horrendos espectáculos de las víctimas humanas, en medio de la estrepitosa expresion de alegría de un pueblo amante de lo execrable en materia de religion. En ella no se encuentra un acto que recordase al hombre sus obligaciones sociales, una máxima que lo llamase á sentimientos de verdadera caridad, ni un ejemplo que lo inclinase á la práctica de los deberes del hombre hácia sus hermanos. Los sa

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