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ba que alguno de los ineptos censores dijera que aquélla contenía proposiciones "mal sonantes; ofensivas de oidos piadosos; erroneas; favorables á la heregía; contenedoras de olor, ó sabor de heregía; fautoras de heregía, proximas á heregía."1 Con sobrada razón, pues, preguntaba don Juan Antonio Llorente si era posible que existieran sabios en España;2 al menos, ésta no llegó á ver á ninguno de sus hijos entre los Galileos, los Newtons, los Keplers, los Descartes, y tantos otros grandes maestros de la humanidad.

Muerto el progreso intelectual en España, el militarismo continuó predominando con sus tendencias destructoras. Cualquiera podía descubrir este predominio: Hernán Cortés llamaba á los castellanos "Nacion belicosa,"3 y Oviedo y Valdez decía de ellos: "en nuestra nacion española no paresce sino que comunmente todos los hombres della nascieron principal y especialmente dedicados á las armas y á su exercicio, y les son ellas é la guérra tan apropriada cosa, que todo lo demas les es acessorio, é de todo se desocupan de grado para la milicia."4 No exageró, en consecuencia, Gustave Le Bon cuando asentó en una de sus bellas obras: "los españoles profesaban el más soberano desprecio por toda profesión que no fuese eclesiástica ó militar.'

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Naturalmente, la falta de cultura, las costumbres groseras del pueblo y la preponderancia del militarismo, fueron fecundos abonos para que el fanatismo cundiese en España como rápida plaga inficionándolo todo: "de él están llenos los romances populares y las novelas de la época, y....... el teatro nacional en mas de una forma viene á ser su extraño y grotesco monumento."6

Ya desde los reinados anteriores el fanatismo se había manifestado ciego, intolerante y cruel, pero no había asumido aún el carácter efervescente de brutal ferocidad que reviste después bajo Felipe II. Bástenos referirnos á la guerra sin cuartel que éste hizo á los moros residentes en el reino.

Á instancias de los arzobispos y demás prelados, Felipe II expidió en 1566 una pragmática de varios capítulos, en los que se prohibía á los moriscos hablaran ó escribieran en su lengua, y conservasen sus

1 Llorente, V, 153-54.

2 Idem, V, 156.

3 En Herrera, III, 211.

4 I, 4752.

5 3001.

6 Ticknor, II, 18.

Conquista.-3

nombres, fiestas, ritos y demás costumbres, ordenándoseles, por otra parte, que destruyeran sus baños medicinales y de aseo, tuviesen abiertas las puertas de sus casas, y anduvieran sus mujeres con los rostros descubiertos. Hubo entonces quienes opinaron que no debían ejecutarse de un golpe todos estos capítulos absurdos, "por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirian tanto yéndoselas quitando poco á poco; mas el presidente don Diego de Espinosa, fabricado de los avisos que venian cada dia de Granada, y abrazándose con la fuerza de la religion y poder de un príncipe tan católico, quiso y consultó á su majestad que se ejecutasen todos juntos." 1 Hay que saber que ese don Diego de Espinosa "era inquisidor general y obispo de Sigüenza, y después fué cardenal en la santa iglesia de Roma."2

Supremos esfuerzos hicieron los moriscos para que se modificasen las monstruosas medidas dictadas en su contra; mas cuando al fin se cercioraron de que la Monarquía no estaba dispuesta á atenuarlas en lo más leve, prefirieron morir antes que renunciar á su propio modo de ser, y con denuedo inaudito arrojaron sobre el rostro de España el guante de la rebelión. "Sólo la desesperacion pudo inspirar resolucion tan arriesgada y atrevida á unos hombres sin armas, sin municiones, sin vituallas, sin disciplina militar, sin fortalezas y sin dinero, teniendo que habérselas con el mas poderoso soberano de la tierra."3 La guerra que surgió, aunque desigual en extremo, fué exterminadora de parte de los españoles.

Según don Diego Clemencín, desde antes "Era costumbre de los cristianos que entraban á correr la frontera de los moros, traer las cabezas de los enemigos muertos pendientes de los arzones, y darlas á los muchachos de sus pueblos para azorarlos á la guerra contra los mahometanos, al modo con que se solia adestrar y cebar, dándoles los despojos de la caza, á los perros y á los gerifaltes: costumbre que se observó todavia en la guerra contra los moriscos del réino de Granada que se levantaron en tiempo de Felipe II."4 Luis del Mármol Carvajal, testigo de vista, refiere otras muchas inhumanidades no menos horrendas; entre ellas, cómo los españoles, una vez que estalló dicha guerra, no tenían empacho para asesinar á los prisioneros que

1 Mármol Carvajal, 1612.

2 Idem, 1602.

3 Lafuente, III, 531.

habían asegurado en las cárceles,1 ni tampoco para atacar de improviso los lugares ya reducidos y que estaban dados de paces: entrando impetuosamente por las calles y casas, mataban á sus descuidados moradores, cautivaban muchas mujeres y robaban cuanto encontraban. 2 Aun los personajes más ilustres, como don Juan de Austria, prototipo acabado del caballero español de aquellas épocas, dieron muestras de salvaje crueldad. El mismo don Luis del Mármol Carvajal, después de referir de qué modo fué ganando el ejército español la villa de Galera á los moriscos, en 1570, manifiesta: "Recogiéronse algunos en una casa pensando darse á partido; mas todos fueron muertos, porque aunque se rendian, no quiso don Juan de Austria que diesen vida á ninguno; y todas las calles, casas y plazas estaban llenas de cuerpos de moros muertos, que pasaron de dos mil y cuatrocientos hombres de pelea los que perecieron á cuchillo en este dia. Mientras se peleaba dentro en la villa, andaba don Juan de Austria rodeándola por de fuera con la caballería; y como algunos soldados, dejando peleando á sus compañeros, saliesen á poner cobro en las moras que habian captivado, ma ndaba á los escuderos que se las matasen; los cuales mataron mas de cuatrocientas mujeres y niños; y no pararan hasta acabarlas á todas, si las quejas de los soldados á quien se quitaba el premio de la vitoria, no le movieran; mas esto fué cuando se entendió que la villa estaba ya por nosotros, y no quiso que se perdonase á varon que pasase de doce años: tanto le crecia la ira, pensando en el daño que aquellos herejes habian hecho, sin jamás haberse querido humillar á pedir partido; y ansí hizo matar muchos en su presencia á los alabarderos de su guardia." El autor pasa á indicar en seguida, que, consumada esta matanza, resultaron cautivadas cuatro mil y quinientas mujeres y criaturas que acertaron á quedar con vida, y agrega: "Don Juan de Austria me mandó á mí que hiciese recoger el trigo y cebada que tenian allí los moros, y que la villa fuese asolada y sembrada de sal." +

No faltaron en tan bárbara guerra suplicios bestiales más horripilantes todavía que los que ideó el santo rey don Fernando III. El propio don Luis del Mármol Carvajal, por cierto con una indiferencia que irrita, describe el tormento que se dió al esforzado moro Aben Aboo para saber dónde se encontraba el Zaguer, uno de los principales caudillos

1 Mármol Carvajal, 2521.

2 Idem, 2501.

3 313-14.

4 3141.

de la rebelión; aquel infeliz fué colgado de las partes pudendas, y estando así, "llegó á él un airado soldado, y como por desden le dió una coz, que le hizo dar un vaiven en vago y caer de golpe en el suelo...... (no sin sufrir antes la más repugnante de las mutilaciones. Con heroico estoicismo, el moro mártir, á quien de manera estúpida llama el autor) bárbaro, hijo de aspereza y frialdad indomable, y menospreciador de la muerte, mostrando gran descuido en el semblante, solamente abrió la boca para decir: «Por Dios que el Zaguer vive, y yo muero;» sin querer jamás declarar otra cosa." 1

Tal era el pueblo que ya por entonces dominaba en América y del cual, años después, decía Mariana: "Groseras sin policía y crianza fueron antiguamente las costumbres de los españoles. Sus ingenios mas de fieras que de hombres...... Sus ánimos inquietos y bulliciosos; la ligereza y soltura de los cuerpos extraordinaria; dados á las religiones falsas y culto de los dioses; aborrecedores del estudio de las ciencias, bien que de grandes ingenios...... Esto fué antiguamente, porque en este tiempo mucho se han acrecentado, así los vicios como las virtudes."2

CAPÍTULO SEGUNDO.

ESPAÑOLES VENIDOS Á AMÉRICA.

§ 1. EXTRANJEROS.

Estudiados como quedan los principales rasgos del carácter general del pueblo ibero, correspóndenos ahora analizar la índole especial de los españoles venidos á América.

Dice Oviedo: "á estas partes (las Indias) han passado muchas diverssidades de hombres y lenguas;"3 el mismo autor manifiesta antes: "ninguna lengua falta acá de todas aquellas partes del mundo que haya chripstianos, assi de Italia como de Alemania y Escocia, é Ingalaterra, y franceses y úngaros, y polonios, é griegos, é portugueses y de todas las otras nasciones de Asia y África é Europa." Procuraremos descubrir qué haya de verdad en esto.

1 249.2

2 I, 6.2

3 II1, 256.2 4 II, 224-25.

Desde luego advertiremos que Oviedo conviene en que: "la mayor parte de los hombres que acá andan son de nuestra España,"1 lo que indefectiblemente tenía que suceder.

Refiere Herrera que la reina doña Isabel mandó "que otros ningunos, sino ellos, (los castellanos) pasasen á...... (América, porque) juzgaba, que de nadie seria mejor obedecida, que de sus propios Vasallos, ni otros ningunos mejor executarian sus Ordenes."2 Todos los demás españoles, y con mayor razón los extranjeros, no pudieron por tanto emigrar al Nuevo Mundo; si alguno lo hacía, era en virtud de concesión especial, como la que se otorgó al aragonés Juan Sánchez para que trajera mercaderías á la Española.3

Con fecha 5 de marzo de 1505 se expidió una real cédula concediendo á los extranjeros "vecinos e moradores (de Castilla)...... puedan llevar a vender e contratar a la dicha ysla española...... mercaderias e cosas..... (pero con la precisa condición de) que no las enbien ni lleven los dichos estranjeros como principales, e que los fatores e personas que en ello por su parte ovieren de entender sean asy mismo naturales destos dichos Reynos."4 Para que ninguna duda pudiera caber acerca del particular, dictóse una cédula el 3 de mayo de 1509, previniendo á Nicolás de Ovando, que si llegaban á pasar extranjeros á las Indias, ejecutase "en las tales personas e en sus bienes, lo que fuere xustycia;"5 un año después se decía igualmente á don Diego Colón: "non consyntais nin deys lugar que nengund estrangero esté nin rresida en esas dichas Indias, sinon que guardeys lo que sobrello thenemos mandado."

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Fácil es colegir del siguiente pasaje de Mártir el extremado rigor con que se cumplían las anteriores disposiciones: "al cabo (nos dice) de veintiséis años que he estado siempre con este Rey Católico, y no mal quisto, apenas tuve bastante poder para conseguir el diploma para que pasara ese extranjero (un Francisco Cota, paisano del autor.) Tal permiso se concede á algunos genoveses [y por cierto á pocos], por consideración al Almirante, hijo mayor del primer descubridor de aquellas tierras; pero á otros, de modo ninguno."

1 II, 225.1

2 V, 210.1

3 Docs. de América, XXXIX, 111.

4 Docs. de Ultramar, V, 78-79.

5 Docs. de América, XXXI, 426.

6 Docs. de América, XXXII, 82. 7 II, 150.

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