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la Conquista fuese justa en lo sucesivo, mostrándose inflexiblemente severa hacia los españoles y compasivamente benigna hacia los indígenas. No sucedió así; debido sin duda á la influencia persistente de tres largas centurias, los historiadores modernos, aun los nuestros propios, han seguido haciendo de la Conquista, quizá inconscientemente, un cuadro engañoso en el que las figuras de los aventureros españoles, aunque un tanto rebajadas, aparecen colosales todavía, tan altas, "que es preciso alzar los ojos (para verlas);" 1 mientras que las de nuestros indígenas, cuando no se manifiestan aniquiladas por "la cólera del cielo," 2 vense tan pequeñas y mezquinas, que casi pasan inadvertidas. Uno de nuestros profesores de Historia, don Justo Sierra, en una conferencia que dió ante el Ateneo de Madrid el 26 del último noviembre, después de prodigar á los conquistadores palabras ciegamente apologéticas, no guardó para los esforzados indios mexicanos sino la humillante figura de "una mujer que se arrastra." Fuera de que esos indios mostraron siempre altiveza real, preciándose no sin razón de que "todos eran señores," supieron defender á su patria "tan bravosos como ti

1 Orozco y Berra, IV, 644.

2 Prescott, Perú, I, 366.

3 El Mundo, plana 1a-En la conferencia susodicha, tuvo don Justo Sierra otra ligereza imperdonable: la de asentar que la nacionalidad mexicana nació de la unión vergonzosa de Cortés con la desenvuelta Malintzin Tenepal (loc. cit.) El célebre profesor confundió lastimosamente el origen de la raza mexicano-ibera con la nacionalidad mexicana, preexistente entonces, como también preexistía la nacionalidad española cuando primero los romanos, luego los godos y posteriormente los árabes, conquistaron la Península. En todo caso, don Justo Sierra olvidó la historia de Yucatán, su propio Estado, donde, años antes que llegara Cortés, Gonzalo Guerrero había tenido ya varios hijos en una indígena muy principal, con la que le casaron los señores de Chectamal (Landa, 14-6.) Es tanto más de extrañar este olvido, cuanto que Gonzalo Guerrero fué el primer insurrecto español que combatió á sus compatriotas en Nueva España, poniéndoles en grandes trabajos y peligros (Gomara, 186.) 4 Cortés, 187.

1

gres" y "leones," 2 y lucharon por ella "hasta el vltimo espiritu."

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Preciso es pues que alguna voz, siquiera sea en las postrimerías del siglo XIX, rinda debido tributo á la verdad y á la justicia, al mismo tiempo que á la memoria ultrajada de los infortunados indígenas de América.

Como por carecer de tiempo y otros elementos no me era posible reconstruir la historia completa de la Conquista, me he limitado á trazar los rasgos generales que la caracterizaron, sobre todo en lo que concierne á mi patria; pero cuidando de referirme, las más de las veces, á los escritos de los mismos conquistadores: aun con sólo ellos he logrado demostrar que el glorioso don fray Bartolomé de Las Casas se expresó efectivamente en todo con verdad y aun se quedó corto. Aquellos aventureros, á pesar de su prurito de elogiarse hasta lo increíble y deprimir en cambio de manera desmedida á los indígenas, confiesan sin embargo con sorprendente frialdad muchos de sus monstruosos hechos, convencidos, como don Fernando I de Castilla, de que con ellos se acreditan ante la gente y agradan á Dios: nos refieren á la vez, sin darse cuenta de lo que hacen, porque su ignorancia y rudeza les cegaba, un gran número de detalles que revelan la esplendorosa civilización que destruyeron y las raras virtudes de sus infortunadas víctimas.

Para dar mayor fuerza á mi estudio, no sólo me refiero continuamente á los conquistadores é historiadores españoles más autorizados, sino que transcribo sus palabras literalmente; y para que no se me objete que doy por probado lo que trato de demostrar, no cito á nuestro irreprochable don fray Bartolomé de Las Casas en cuanto tiende á determinar el carácter de la Conquista.

Destino toda la primera parte de mi obra para trazar, aun

1 Díaz del Castillo, 1812.

2 Ídem, 1602.

3 Herrera, III, 191.

que únícamente sea en sus partes culminantes, la condición del pueblo ibero y la índole de los españoles venidos á América; á más de que ambos antecedentes previenen la tacha de exagerado ó injusto que sin ellos seguramente se me pondría, facilitan mucho el estudio del carácter verdadero de la Conquista, y en cierto modo le son indispensables.

Reconozco que mi obra adolece de grandes deficiencias, entre otras causas, porque para formarla sólo he dispuesto de ratos aislados, los pocos que he podido distraer de las ocupaciones cotidianas de mi profesión. Mas me alienta la esperanza de que otras personas aventajadas emprendan no muy tarde estudios más acabados que el mío.

México, lunes 31 de diciembre de 1900.

CARÁCTER DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA.

LIBRO PRIMERO.

ANTECEDENTES.

CAPÍTULO PRIMERO.

EL PUEBLO ESPAÑOL.

§ 1. DOMINACIÓN ROMANA.

Luego que empezó á difundirse por el imperio romano el cristianismo, "de las primeras provincias del mundo que abrazaron este culto y religion y de las que mas recio en ella tuvieron fué una España."1 El nuevo culto encontró natural oposición de parte de algunos de los emperadores romanos, aunque hubo otros varios que lo favorecieron, ó cuando menos se abstuvieron de perseguirlo; el mismo Juliano, á quien indebidamente se ha llamado el apóstata, "Luego que se encargó del imperio, para granjear las voluntades de todos, les dió libertad de vivir como quisiesen y seguir la religion que á cada cual mas agradase:"2 "los que más aprovecharon de esta libertad fueron los católicos." "No ignoro (dice Tourlet) que los legendarios han fraguado una larga lista de cristianos martirizados en Antioquía y otros lugares, bajo el reinado de este emperador filosofo. Pero cuentos de leyendas no son hechos; ó si se hallan algunos de estos últimos, están desnaturalizados de tal manera, que no merecen ninguna confianza."4

Es de notar que varias de las persecuciones que sufrió la nueva religión, como la que llevó á cabo Decio en el siglo III, fueron en cierto modo provocadas por la "vida de los cristianos, y en particular de los eclesiásticos de muchas maneras estragada." 195

1 Mariana, I, 87.1

2 Iden, I, 111.1

3 Fleury, I, 601.2

4 En Julien, I, 108–9.

5 Mariana, I, 100.2

§ 2. DOMINACIÓN GODA.

Bajo la dominación goda en la península ibérica, "la Iglesia católica...... no habia dejado de florecer progresivamente, merced á la libertad que le dejaba cierta tolerancia de parte de los dominadores."1 Animados éstos de espíritu liberal, no trataron nunca de imponer su propia religión á sus súbditos, por lo que no contagió ella ni á “una parte mínima de la población española."2 Á la inversa, andando los tiempos, el pueblo godo aceptó el catolicismo de muy buena voluntad.

Ascendido al trono Recaredo en 585, abrazó á poco la fe cristiana inflamado por la ardiente palabra de san Leandro, y trató en seguida de convertir á todos los godos al catolicismo; "sabida la voluntad del Rey, bien así los grandes que los menudos se rindieron á ella."8

Deseando Recaredo ratificar solemnemente su nueva profesión de fe, convoca al tercer concilio de Toledo; fué allí, ante innumerables obispos, magnates y vicarios, cuando dijo san Leandro: "no dudemos de que todo el mundo pueda creer en Cristo y abrazar una sola fé, segun en el mismo Evangelio aprendimos.......... Si queda pues alguna parte del mundo ó alguna gente bárbara, no iluminada por la Fé de Cristo, no dudemos que al cabo ha de creer y venir á una sola Iglesia, si tenemos por verdaderas las palabras de Dios."4 Esta creencia proclamada por el genio tutelar de las Españas, cuyo prestigio y autoridad ninguno desconocía, y sostenida además con fervorosa exaltación por los monarcas, quedó admitida ciegamente por el pueblo godo-hispano, quien hizo de ella desde luego su canon fundamental religioso.

Fundada así la unidad de la fe, surgió pronto la intolerancia religiosa; á partir desde entonces, tenían que ser combatidos como actos de intolerable impiedad, cualquier culto ó religión extraños al cristianismo: la mansa palabra de Cristo, inspirada en blandos sentimientos de concordia y fraternidad, habíase convertido en arma destructora de división y de muerte.

Hay que tener en cuenta que arrastrado demasiado lejos Recaredo por su nuevo celo religioso, sometió al referido concilio la decisión de asuntos de carácter netamente civil, sentando con esto un precedente pernicioso, porque una vez confundidas las atribuciones religiosas con

1 Lafuente, I, 116.1

2 Menéndez Pelayo, I, 30.

3 Mariana, I, 146.1

4 Amador De los Ríos, Hist. Crít. de la liter., I, 324.

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