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antiguas pretensiones, para adaptarse al molde de nuesta época. Ella no ha sido, en efecto, para los que ahora vivimos, ni lo que debiera ser, ni lo que algunos imaginaron que era. Decorada con el pomposo nombre de maestra de los hombres por el príncipe de los oradores romanos: ponderada la utilidad de sus lecciones como imprescindiblemente necesaria, no solo para el filósofo, el monarca, el estadista, sino para el hombre como particular, pues que le concede, como si dijésemos, un retroceso de miles de años de vida, de tal manera como dice Ciceron, "que el que no tiene noticias de los sucesos acaecidos antes de su nacimiento, es niño siempre, pues ¿qué otra cosa es lo que lla. mamos edad, sino la memoria de las cosas pasadas, retenidas en los de edad mas provecta?"; considerada como depósito de las experiencias que de unos en otros se trasmiten los pueblos y como si dijésemos la memoria de los siglos, ella ha sido contemplada con veneracion como el vasto campo donde la moral y la política aparecen en accion, proporcionando ejemplo y autoridad y escarmiento, porque segun el erudito Barthelemy, todos los preceptos de la moral, la justicia y el patriotismo no pesan tanto como los magníficos ejemplos de Aristides y Sócrates y Leonidas. Pero convengamos, desechando pueriles ilusiones, que la imperfeccion de los medios de adquirir conocimiento exacto de la verdad, aumentada por la lejanía de los tiempos y lugares, la credulidad y las preocupaciones, serían por sí solas suficientes á despojarla de aquellos brillantes títulos, aun cuando no bastaran á mancharla y prostituirla la mala fé, el orgullo nacional, la envidia y las miras interesadas de los escritores. Y aun concediendo, que es cuanto concederse pueda, el concurso de la mayor veracidad posible con las mas puras intenciones, nunca podria el grave juicio de la experiencia confirmar la pretendida utilidad de la historia como maestra práctica del porvenir por el ejemplo de lo pasado. En la vida de los pueblos sometida al influjo de circunstancias siempre variables y distintas, que forman intrincadas complicaciones de hechos físicos y morales, la coincidencia rarísima de un fenómeno presente con otro pasado, que pueda aprovecharse para conocimiento congetural del porvenir, ofreceria una leccion casi nula, y nunca apenas recurririan á ella las naciones en busca de saludable enseñanza ó escarmiento entre los documentos de la historia. Privada así de la autoridad moral que ha pretendido ejercer con el ejemplo meramente, casi quedaria reducida á puro pasatiempo. Pero no debe el conocimiento retrospectivo de pasados acontecimientos servir solo de pasto á la curiosidad; para cuyo fin es necesario fijar el carácter de la historia y dirigirla al doble objeto á que debe ser directamente enderezada en nuestros dias. Este doble carácter que impone el siglo en que vivimos á toda historia escrita en estos tiempos, es el de investigadora sincera desapasionada de la verdad por medio del estudio prolijo del hecho político y del hecho social, de la legislacion y las costumbres, de la cultura moral y del fenómeno económico, para instruccion práctica y positiva del presente; y á la vez el de monumento escrito de la gloria de un pueblo, dedicado á la noble exaltacion del sentimeinto de su nacionalidad.

En prosecucion de entrambos fines, yo me propuse escribir la Historia

de la Isla de Santo Domingo; y bajo este aspecto, juzgué prudente para alcanzarlos, adoptar como único medio el de la narracion sencilla, sin vana pretension literaria, ni sistemática ó apasionada tendencia, y sin otros esfuerzos que aquellos que van derechamente encaminados al esclarecimiento imparcial de la verdad. Para mostrarla entera y con franqueza, no hablaré solo del hecho cronológico, ni dirigiré exclusivamente mi atencion á los acontecimientos grandiosos, sino que tambien sabré dedicarla á algunos de los mas pequeños y triviales. En esto tal vez consiga la censura de algunos críticos; pero séame lícito protestar contra arraigadas preocupaciones opuestas á mi propósito. Ha sido costumbre generalmente establecida, la de omitir en la historia un sin número de circunstancias, despreciadas como indignas de la solemne gravedad histórica. Considerada como composicion artísticamente literaria y dirigida al entretenimiento de las mas nobles emociones del ánimo, la historia ha sido cubierta con vestimentas postizas de magestad teatral. Para dirigirla á mas saludable enseñanza, no será desacertado despojarla, siquiera sea con mano profana, de aquellos atavíos, arrancándole á veces el trágico coturno y derrocándola del heróico tablado, para que descienda á la arena vulgar, donde pueda repartir humildemente la sólida instruccion, que le pide un siglo utilitario. La historia no dejará nunca de ser una tediosa novela, sino cuando se ocupe antes que todo del bienestar y progreso de los hombres; y nada influye tanto en entrambas cosas como los hechos morales, domésticos y económicos, porque estos en su callado pacífico desarrollo son mas potentes que aquellas revoluciones, registradas en los archivos y ejecutadas por ejércitos y senados. Estamos acostumbrados al relato de catástrofes, victorias y conquistas, cambios de gobierno, lamentables extravíos y tremendas calamidades y conmociones; y solemos atribuir al héroe, al conquistador, al favorito, mil fenómenos cuyas causas quedan en efecto escondidas en las hondas entrañas del cuerpo social. Conocer aquellos dramáticos sucesos, familiarizarse con las fechas y las genealogías, no es todavía conocer la historia. Nadie pretenderia seguramente alcanzar exacto conocimiento de un país por haber echado una ojeada sobre los hechos mas exteriores, las instituciones públicas, el palacio, el senado, los hombres vestidos de gala; para conocer el sistema social completo, el carácter nacional, la accion práctica de las leyes y el gobierno, es preciso seguir al hombre en las plazas y en el hogar doméstico, en el taller y en el teatro, en el templo y en el mercado público. Así el historiador para pintar el carácter y el espíritu de una época ó de una nacion, no despreciará ningun hecho, ningun testimonio auténtico por trivial que aparezca; recorrerá la corte y el campo, no despreciará anécdota, peculiaridad ó dicho familiar, detalle doméstico, con tal que ilustre y pinte el estado y la accion de las leyes, el grado de cultura y progreso intelectual y las metamorfosis sociales. Imbuidos la mayor parte de los historiadores con idea de esta falsa nobleza y mal entendida majestad de la historia, nos presentan los grandes acontecimientos y revoluciones de los pueblos como estupendos enigmas, sin precursores, ni causas aparentes, olvidados de que para producirla precedieron cambios morales, para

cuya comprension se hace necesario el conocimiento doméstico de la historia. Ya que hemos hablado de nuestro objeto y de los medios de llevarlo á cabo, podrémos dejar columbrar algo sobre la materia de nuestra historia. Esta no puede ser mas singular ó variada, ni mas interesante é instructiva. El genio, la ciencia y la constancia de un oscuro y osado aventurero, que concibe un proyecto extraordinario y le lleva á cabo con el concurso de tan maravillosas circunstancias, el descubrimiento de un nuevo mundo apenas soñado de los antiguos: el establecimiento de los europeos en una isla rica, extensa y hermosa, poblada de gentes nuevas y desconocidas y la subsecuente conquista y poblacion de aquella, son los primeros cuadros de una magnífica epopeya histórica. Siguen luego las vicisitudes de la colonizacion y los disturbios: anexos á una lucha de razas: la destruccion de una de ellas y la introduccion de otra nueva para reemplazarla: los continuos ataques de unos piratas que traen por resultado la division de la Isla en dos partes sometidas á distintas soberanías: y la asombrosa catástrofe de una revolucion política y social. Y no queda por este acontecimiento dramático agotado el interés de una historia tan novelesca, pues aun resta para excitarlo con renovado estímulo, el asombroso espectáculo de una sociedad africana que por primera vez toma su rango, adoptando la misma organizacion social de los europeos y luego, como remate y digno acabamiento á tan singulares antecedentes, la peripecia de otra nueva revolucion que, congregando los restos del elemento europeo, los constituye en República independiente. Para cautivar la imaginacion bastaria por sí sola esta larga cadena de sucesos sorprendentes y dramáticos. Solo un siglo como elļnuestro de dramas palpitantes y extraordinarias peripecias políticas podria contemplar sin emocion los sucesos de una historia como ésta, embotada la sensibilidad por el exceso de sus diarias continuas conmociones; pero pues no se gasta tan fácilmente su filosófica curiosidad y espíritu de exámen, no negará seguramente su atencion escudriñadora á unos hechos, que aun despojados de lo pintoresco, pueden interesar, planteando graves cuestiones para el porvenir y el presente. Bajo la historia de los hechos exteriores y las revoluciones, hay otra historia moral, industrial y doméstica que constituye la sólida trama sobre cuyo invisible tejido aparecen los sucesos cronológicos en espléndido relieve como gayadas y matizadas bordaduras. El establecimiento de una raza por la conquista, en el suelo de otra raza, del todo diferente á aquella, en cultura, en religion y en carácter: el sistema particular de su colonizacion, tan diferente del que usaron los antiguos y aun otras naciones modernas: los principios políticos y económicos, que tanto influjo ejercieron en el resto de la América española, como primer modelo de las otras: la introduccion de una nueva raza, hecho al principio insignificante, pero que tales complicaciones y desórdenes y revoluciones sociales y económicas produjo luégo, y que con tanta gravedad persiste, ejerciendo su lenta y tenaz accion política y moral sobre los pueblos americanos, preparándoles tal vez algunos embarazos á su porvenir social, y algunos temibles trastornos en las relaciones mercantiles del universo: la legislacion especial de la colonia: los precursores de la gran revolucion: su carácter y

consecuencias: y el espíritu y las tendencias de su nueva regeneracion forman una segunda historia mas útil si no tan atractiva, mas necesaria que la otra, para la explicacion de lo pasado, el conocimiento de la situacion presente y los augurios del porvenir.

Razones particulares y de circunstancias, que apreciar sabrá el lector, nos impiden tratar estas materias con la extension y detenimiento que ellas por sí merecen. Así pues en general nos limitarémos á presentar el conjunto íntegro de los hechos políticos y morales mezclados en su natural coherencia, dejando al lector el cuidado de separarlos, analizándolos, y de abstraer á su antojo, deduciendo los principios ó consecuencias que mejor le cuadren. Solo de vez en cuando sostendrémos resueltamente una opinion, y será entonces para combatir errores y preocupaciones arraigadas y fortalecidas por la ignorancia y mala fé. Hay en todo esto una delicada mision confiada al desempeño del historiador americano. Sometido antes que todo á los fallos de su razon y su conciencia, sin trabas, ni preocupaciones, no por eso se exime de la obligacion, para la cual sóbranle ocasion y justicia, de vindicar el honor de su nacionalidad. Suscribirémos al juicio de historiadores imparciales que hayan señalado los errores, la ignorancia y tosca cultura de los tiempos en que se verificó la conquista, reprobando los casos particulares, dignos por cierto de la censura, sin ser por esto imputables á nuestra patria; pero tambien tendrémos particular satisfaccion en la impugnacion que harémos, con legítimo orgullo, de los malévolos é involuntarios detractores de nuestras glorias nacionales.

Muchos han sido los que por ignorancia ó envidia, por odios nacionales ó miras mas interesadas han desfigurado los hechos tocante á la colonizacion española y á su legislacion colonial. En cuanto á los que por ignorancia pecaron, es indudablemente demasiado grave su falta, fundada en la falsa apreciacion de aquellos tiempos y en la impropia aplicacion de la moderna filosofía, la cultura moral y conocimientos políticos y económicos, á la explicacion de los sucesos de tiempos tan distintos á los nuestros. En cuanto á los principios, se hace necesario, para justificarlos debidamente, transportarse á aquella época de soberanía absoluta en política, de incontrastable autoridad moral en religion. En cuanto á las intenciones nadie puede dudar de su rectitud é ilustracion, sin incurrir en la nota de poco familiarizado con la verdad de los hechos. Las instrucciones que repetidas veces dieron los reyes Católicos al Almirante para el gobierno de la nueva colonia: las tiernas expresiones que la Reina Isabel dirigia desde su lecho de muerte á su esposo y sus hijos, encargándoles que velasen por el bienestar de los indios: los mandatos y providencias de sus sucesores Cárlos V, Felipe II y Felipe III, y la solicitud incesante con que atendian á la prosperidad de aquellas tierras, promulgando leyes benéficas y bien intencionadas, son hechos suficientes para demostrar, si fueran tan conocidos como son verdaderos, que ni la desolacion del nuevo mundo, ni los errores de la legislacion deben ser imputables á las faltas de la corte de España, ni mirados como resultados de su política. Desgraciadamente el gobierno de la Metrópoli ha cubierto con un velo impene

trable, por exceso de precaucion sus operaciones en América, ocultándolas con particular cuidado á los extranjeros y aun imposibilitando á los mismos nacionales el exámen de los archivos de Indias, sin especial autorizacion de la corte. "Mis investigaciones me han persuadido", decia Robertson el escocés, en el prólogo de su profunda imparcial Historia de la América, "que si las primeras operaciones de la España en el Nuevo Mundo pudieran profundizarse mas circunstanciadamente, por reprensibles que apareciesen las acciones de los individuos, la conducta de la nacion se manifestaria bajo un aspecto mas favorable." Hechas las necesarias deducciones, pesadas escrupulosamente todas las circunstancias determinantes del carácter particular de la época, y la ignorancia absoluta de la ciencia económica; la ineficacia del gobierno Supremo, por su lejanía para reprimir la rapacidad de los aventureros y los abusos de malos mandarines; lejos de apasionada censura, la conquista y colonizacion de nuestros antepasados es acreedora á la mas justificable admiracion. Nada dirémos, empero, á los que procediendo de mala fé quedarian sordos siempre á la discusion de los hechos. A los que arrojan sobre toda una nacion la fea nota de bárbara crueldad y avaricia, porque en aquellos tiempos, á miles de leguas de toda autoridad se ejercieron actos de rapacidad y barbarie por algunos centenares de hambrientos aventureros ó antiguos mercenarios avezados ya á los excesos de la matanza y la rapiña en las largas guerras de Flandes, de Italia y de Alemania y á derribar violentamente el coto de la ley, les responderémos convidándolos al ajustado cotejo de la historia de la colonizacion española y la de las que afectaron en tiempos mas ilustrados y cultos los pobladores y conquistadores del Canadá y de la Jamaica y otras islas y tierras de las Indias Orientales y el Indostan, y aun nos atrevemos á recomendarle como por via de complemento á este exámen la comparacion elocuente de la estadística de la poblacion indiana desde del descubrimiento hasta nuestros dias, notando los resultados generales que presentasen las diversas colonias europeas, y pasando en seguida de la estadística numérica á la estadística moral, para que por el cotejo del estado social y cultura del espíritu de aquellas gentes en la inmensa exten. sion de entrambas Américas, pronunciasen imparcialmente el fallo definitivo sobre los medios civilizadores que emplearon nuestros antepasados, y los que puso y aun ponen en práctica en nuestros dias otras poderosas naciones.

Saliendo del pasado á la utilidad presente del estudio de la Histria de Santo Domingo, creemos innecesario ponderarla cuando tan inmediato influjo puede ejercer sobre la situacion actual de la República Dominicana. De propósito nos abstendrémos de entrar en disertaciones sobre las bases que puedan influir en su actual regeneracion política. Estas discusiones no solo serian inútiles sino peligrosas en las presentes circunstancias de crisis é incertidumbres por las que está pasando el país, envuelto hasta ahora en una terrible guerra de raza, (*) sin apoyo exterior, ni recursos exteriores, sin cré

(*) Alude aquí el autor á la guerra con Haití en tiempos de la Independencia, y eso quiso dar à entender sin duda; pero para evitar equivocadas interpretaciones, parece conveniente dejarlo así explicado en la presente. [N. de la S.]

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