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"Ninguna cosa bastaria á sacarme del monasterio (decía), sino esta de los hereges, quando fuesse necessario: mas para vnos piojosos como estos no es menester. Ya yo tengo escrito a Iuan de Vega [...... Presidente de Castilla] que dé todo el valor possible a su castigo, y a los Inquisidores, que pongan toda diligencia en ello, y que trabajassen, porque muriessen reducidos a la Fé: pero que de ninguna manera los dexassen de quemar, porque no auia que esperar que ninguno de ellos fuesse adelante verdadero Catolico, y se erraria en dexarlos de quemar, lo que yo erré en no matar a Lutero, y si bien yo lo dexé, por no quebrar el salvoconduto, y palabra que le tenia dada, pensando remediar sus heregias por otro camino, con todo esso erré, porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa del herege contra otro mayor Señor, que era Dios, y antes tuve obligacion a vengar esta injuria."1 Bajo un rey que así pensaba, arrepintiéndose de haber sido leal y caballero, no era posible que amenguase ni un ápice la crueldad fanática del pueblo español.

§ 11. FELIPE II.

Al morir Carlos V, dejó dicho á su hijo Felipe II, en la cláusula 1 de su Codicilo: "Y mando, como padre que tanto le quiero, y como por la obediencia que tanto me debe, tenga de esto grandísimo cuidado, como cosa tan principal y que tanto le va, para que los herejes sean oprimidos y castigados con toda la demostracion y rigor, conforme á sus culpas, y esto sin excepcion de persona alguna, ni admitir ruegos, ni tener respeto á persona alguna: porque para el efecto de ello favorezca y mande favorecer al Santo Oficio de la Inquisicion, por los muchos y grandes daños que por ella se quitan y castigan, como por mi testamento se lo dejo encargado."2 Rigurosamente cumplió Felipe II los consejos de su padre. "Con poco que se hubiera prolongado la vida del emperador hubiera quedado bien satisfecho el celo inquisitorial que desplegó al fin de sus dias, al ver procesados por el Santo Oficio tantos personajes ilustres por sus altos cargos, por su ciencia ó por su cuna, tantos arzobispos y obispos, abades, sacerdotes, frailes, monjas, marqueses y grandes señores, magistrados, profesores, altos funciona

1 Idem, 4752.

2 En Lafuente, II, 6102.

rios del Estado, mezclados con menestrales, artesanos, sirvientes y gente menuda del pueblo."1

Aquel terrible tribunal no se detenía ni ante la autoridad, ni ante la sabiduría, ni ante la virtud; persiguió así, entre otras muchas personas eximias, á don fray Bartolomé Carranza, arzobispo de Toledo, primado de las Españas, al cual se aprehendió en 22 de agosto de 1559, 2 y no se sentenció sino hasta el 14 de abril de 1576; á don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, "uno de los prelados de mayor autoridad en el concilio tridentino, por su ciencia, virtud, zelo é integridad;" al sapientísimo Antonio de Nebrija, á quien se "trató cruelmente,”5 á Juan de Mariana, el mejor historiador que haya tenido la Península, el cual fué "penitenciado y estubo preso en su Colegio bastante tiempo;"6 á fray Luis de León, gloria de la lengua y poesía castellanas y teólogo eminente: permaneció preso "cinco años;"7 á nuestro impecable don fray Bartolomé de las Casas, quien por haber sostenido que los reyes no tenían "poder para disponer de las personas y libertad de los subditos para hacerlos vasallos de otro señor...... (fué delatado y) sufrió grandes mortificaciones;"8 á San Ignacio de Loyola, "preso en Salamanca, como fanático y sospechoso de iluminado ó alumbrado;"9 á "Sa Teresa de Jesus [muger de las de mayor talento de España]...... procesada por la Inquisicion de Sevilla," 10 etc., etc.

Ahora bien, si no merecieron respeto alguno de la Inquisición tales personas, y antes bien, fueron tratadas con tan excesivo rigor, ¿cómo se procedería en contra de otras infinitas que no tenían tan grandes y merecidos títulos en autoridad, saber ó virtud?

Era de esperarse que el Santo Oficio desplegara su plena actividad bajo Felipe II, cuyo fanatismo é intolerancia fueron tales, que al decir de un concienzudo historiador, si el adusto monarca encarceló á su propio hijo don Carlos y llegó hasta autorizar una sentencia de muerte en su contra, debióse á que el infante, desprovisto de espíritu religioso, se había declarado fautor de los herejes flamencos, delito que Felipe II

1 Lafuente, III, 162.

2 Llorente, VII, 71.

3 Idem, VII, 155.

4 Idem, VI, 78-9.

5 Idem, II, 229.

6 Idem, V, 203.

7 Idem, V, 198.
8 Idem, V, 173.
9 Idem, VI, 131.
10 Idem, VI, 147.

"no podía perdonar;"1 algún tiempo antes, cuando preguntó á éste don Carlos de Seso, al ser llevado á la hoguera por hereje: "cómo le dexaba quemar?...... respondió, Yo traeré leña para quemar á mi hijo si fuere tan malo como vos."2 Á fines del siglo XVI, escribía el célebre secretario de Estado, Antonio Pérez: "viuen aun muchos que le oyeron decir (á Felipe II) que si el Principe su hijo fuera hereje, o seismatico diera el mismo la leña para quemarle." 3

Pinta bien el intolerante fanatismo de Felipe II, la pragmática que expidió en Aranjuez el 22 de noviembre de 1559. Aunque en aquella época cundían con rapidez por Europa las ideas reformistas, casi no encontraban eco en España, no porque "la lengua de Castilla no se forjó para decir herejías," como exclama en un arranque de juvenil misticismo don Marcelino Menéndez Pelayo, sino á causa de la feroz intransigencia religiosa que desde tiempos muy atrás venía caracterizando al pueblo español. Sin embargo, Felipe II creyó necesario levantar una barrera infranqueable al protestantismo, y al efecto promulgó la referida pragmática, en la cual mandaba, bajo penas severas, que ningunos naturales ó súbditos del reino, de cualquier estado, condición ó calidad que fuesen, "no puedan ir ni salir destos reinos á estudiar, ni enseñar, ni aprender, ni á estar ni residir en universidades, ni estudios ni colegios fuera destos reinos; y que los que hasta agora y al presente estuvieren y residieren en las tales universidades, estudios ó colegios, se salgan y no estén mas en ellos dentro de cuatro meses despues de la data y publicacion desta nuestra carta."5

Tan disparatada medida dió el golpe de gracia al progreso intelectual de España, ya de por sí moribundo, debido al rigor con que le tenía engrillado la Inquisición; ésta había extendido sus prohibiciones tanto á las obras religiosas como á las científicas y aun á las de simple arte, pasatiempo ó recreo, sometiéndolas todas á un Consejo especial que "resolvia por sí solo en vista de las censuras dadas por los teologos llamados calificadores, que [generalmente hablando] eran preocupados, ignorantes;" puede decirse sin exageración que no hubo obra importante que no fuese condenada por el Santo Oficio, para lo cual basta

1 Lafuente, 1II, 631.

2 Cabrera, 236.

3 MS.

4 I, 26.

5 En Lafuente, III, 182.

6 Llorente, II, 144-45.

ba que alguno de los ineptos censores dijera que aquélla contenía proposiciones "mal sonantes; ofensivas de oidos piadosos; erroneas; favorables á la heregía; contenedoras de olor, ó sabor de heregía; fautoras de heregía, proximas á heregía." Con sobrada razón, pues, preguntaba don Juan Antonio Llorente si era posible que existieran sabios en España;2 al menos, ésta no llegó á ver á ninguno de sus hijos entre los Galileos, los Newtons, los Keplers, los Descartes, y tantos otros grandes maestros de la humanidad.

Muerto el progreso intelectual en España, el militarismo continuó predominando con sus tendencias destructoras. Cualquiera podía descubrir este predominio: Hernán Cortés llamaba á los castellanos "Nacion belicosa," y Oviedo y Valdez decía de ellos: "en nuestra nacion española no paresce sino que comunmente todos los hombres della nascieron principal y especialmente dedicados á las armas y á su exercicio, y les son ellas é la guérra tan apropriada cosa, que todo lo demas les es acessorio, é de todo se desocupan de grado para la milicia."4 No exageró, en consecuencia, Gustave Le Bon cuando asentó en una de sus bellas obras: "los españoles profesaban el más soberano desprecio por toda profesión que no fuese eclesiástica ó militar.”5

Naturalmente, la falta de cultura, las costumbres groseras del pueblo y la preponderancia del militarismo, fueron fecundos abonos para que el fanatismo cundiese en España como rápida plaga inficionándolo todo: "de él están llenos los romances populares y las novelas de la época, y....... el teatro nacional en mas de una forma viene á ser su extraño y grotesco monumento."6

Ya desde los reinados anteriores el fanatismo se había manifestado ciego, intolerante y cruel, pero no había asumido aún el carácter efervescente de brutal ferocidad que reviste después bajo Felipe II. Bástenos referirnos á la guerra sin cuartel que éste hizo á los moros residentes en el reino.

Á instancias de los arzobispos y demás prelados, Felipe II expidió en 1566 una pragmática de varios capítulos, en los que se prohibía á los moriscos hablaran ó escribieran en su lengua, y conservasen sus

1 Llorente, V, 153-54.

2 Ídem, V, 156.

3 En Herrera, III, 211.

4 I, 4752.

5 3001.

6 Ticknor, II, 18.

Conquista.--3

nombres, fiestas, ritos y demás costumbres, ordenándoseles, por otra parte, que destruyeran sus baños medicinales y de aseo, tuviesen abiertas las puertas de sus casas, y anduvieran sus mujeres con los rostros descubiertos. Hubo entonces quienes opinaron que no debían ejecutarse de un golpe todos estos capítulos absurdos, "por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirian tanto yéndoselas quitando poco á poco; mas el presidente don Diego de Espinosa, fabricado de los avisos que venian cada dia de Granada, y abrazándose con la fuerza de la religion y poder de un príncipe tan católico, quiso y consultó á su majestad que se ejecutasen todos juntos.' Hay que saber que ese don Diego de Espinosa "era inquisidor general y obispo de Sigüenza, y después fué cardenal en la santa iglesia de Roma."2

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Supremos esfuerzos hicieron los moriscos para que se modificasen las monstruosas medidas dictadas en su contra; mas cuando al fin se cercioraron de que la Monarquía no estaba dispuesta á atenuarlas en lo más leve, prefirieron morir antes que renunciar á su propio modo de ser, y con denuedo inaudito arrojaron sobre el rostro de España el guante de la rebelión. “Sólo la desesperacion pudo inspirar resolucion tan arriesgada y atrevida á unos hombres sin armas, sin municiones, sin vituallas, sin disciplina militar, sin fortalezas y sin dinero, teniendo que habérselas con el mas poderoso soberano de la tierra."3 La guerra que surgió, aunque desigual en extremo, fué exterminadora de parte de los españoles.

Según don Diego Clemencín, desde antes "Era costumbre de los cristianos que entraban á correr la frontera de los moros, traer las cabezas de los enemigos muertos pendientes de los arzones, y darlas á los muchachos de sus pueblos para azorarlos á la guerra contra los mahometanos, al modo con que se solia adestrar y cebar, dándoles los despojos de la caza, á los perros y á los gerifaltes: costumbre que se observó todavia en la guerra contra los moriscos del réino de Granada que se levantaron en tiempo de Felipe II."4 Luis del Mármol Carvajal, testigo de vista, refiere otras muchas inhumanidades no menos horrendas; entre ellas, cómo los españoles, una vez que estalló dicha guerra, no tenían empacho para asesinar á los prisioneros que

1 Mármol Carvajal, 1612.

2 Idem, 1602.

3 Lafuente, III, 531.

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