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LIBRO QUINTO

de la

Historia Eclesiástica Indiana

PRIMERA PARTE

en que se cuentan

Las Vidas de los Claros Varones, Apostólicos Obreros de esta nueva conversion, que acabaron en paz con muerte natural.

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PRÓLOGO AL CRISTIANO LECTOR.

MEMORIA quedó en las divinas letras, cristiano lector, que aquel valeroso capitan de los ejércitos de Dios, Júdas Macabeo, estando una vez para dar batalla á los enemigos del pueblo de Dios, viendo que los contrarios eran muchos y muy poderosos, esforzando y animando á los suyos, les dijo: «Acordaos cómo fueron salvos nuestros padres.» Como si les dijera: «Oh mis comilitones, valerosos capitanes y soldados de los ejércitos de Dios, que siempre en la virtud divina habeis sido vencedores, acordaos cómo se salvaron nuestros padres y antepasados, cómo se esforzaron, cómo varonilmente pelearon contra sus enemigos y nuestros. » Palabras muy dignas de ser traidas y aplicadas á nuestro propósito, y de que nos debemos acordar, pues peleamos cada momento en la batalla espiritual, segun lo del santo Job: «La vida del hombre es batalla sobre la tierra.» Debemos, pues, traer á la memoria y ver cómo salvaron sus ánimas estos benditcs padres y religiosos, cuyas vidas aquí tratamos. Cómo esforzadamente pelearon contra sus enemigos espirituales, mundo, demonio y carne. Vencieron el mundo primeramente, tomando el hábito de religion y huyendo de en medio de Babilonia, y salvando sus ánimas, segun el consejo de un profeta. Segundariamente, dejando y menospreciando su tierra y patria, la casa de sus padres, toda su parentela, amigos y conocidos, pasando todo el mar Océano con mucho riesgo y peligro de sus vidas, viniendo á tierras remotísimas y incógnitas al principio de su descubrimiento, y entre gentes bárbaras. Cumplieron bien aquel mandato divino hecho al santo patriarca Abraham: «Sal de tu tierra, y de tus parientes, y de la casa de tu padre, y ven á la tierra que yo te mostraré. » Triunfaron del demonio, resistiendo sus gravísimas tentaciones. Supeditaron tambien su carne, subjetando la sensualidad á la razon, con ayunos, disciplinas, oraciones y otros ejercicios corporales y espirituales, que pudieron decir con S. Pablo: «Castigamos nuestros cuerpos, y hémoslos hecho servir al espíritu, porque predicando á los otros, no seamos hechos malos. » Segun S. Bernardo, de tres cosas nos hemos de acordar en las vidas de los santos. La primera es, del buen ejemplo que nos dieron con su vida mientras vivieron en este mundo. La segunda, de cotejar nuestra vida con la suya para nuestra confusion. La tercera, de cómo nos favorecen agora delante nuestro Señor Dios en la gloria. Cuanto á lo primero, de ellos se puede decir aquello que el glorioso Pablo decia á los filipenses: «Resplandeceis entre la nacion mala y perversa, así como lumbreras en el mundo. ¿Quién podrá explicar el resplandor de las virtudes de estos santos padres? ¿Su fe, esperanza, amor de Dios y del prójimo? ¿Su justicia en dar á cada uno lo que es suyo? ¿Su fortaleza en las adversidades de esta vida? ¿Su humildad entre las honras del mundo? ¿Su paciencia en las persecuciones? ¿Su abstinencia entre tanta abun

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I Mach. 4.

Job 7.

Jer. 51.

Gen. 12.

I Corinth. 9.

Bernard.

Philip. 2.

Job 7.

Marc. ult.

Joan. 18.

Ephes. 2. 3. 4. 5.

Collos. 3.

dancia de manjares? Su oracion, devocion, meditacion y contemplacion entre tantas
ocupaciones exteriores? ¿Su pronta obediencia, su pobreza entre tantas ocasiones?
¿Su continua peregrinacion en tan largos y ásperos caminos? Fueron estos siervos de
Dios tan consumados en la vida activa y contemplativa, que del cuidado que tenian
de los ejercicios de la una vida y de la otra, se puede decir aquello de Job: «Si dur-
miere, diré, ¿cuándo me levantaré? y otra vez esperaré la tarde. » Que es decir, que
cuando estaban en el sueño y quietud de la contemplacion divina, estaban con cui-
dado cuándo se levantarian de ella para ir á se ocupar en los ejercicios de la vida ac-
tiva y caridad del prójimo, como es baptizar, predicar, enseñar la doctrina cristiana,
confesar, casar y hacer otros ejercicios semejantes. Y estando ocupados en ellos, es-
taban otra vez con cuidado que llegase la tarde para recogerse á los ejercicios de la
vida contemplativa. ¡Oh bienaventurados padres, siervos de Nuestro Señor, dechado
de toda virtud, lumbreras que resplandecieron en el mundo como hachas encendidas
en el amor de nuestro Señor Dios y del prójimo! ¡Oh cómo les pareció que á ellos
les fué mandado, despues de los santos apóstoles, aquello del Evangelio: «Ireis por
todo el mundo, y predicareis el Evangelio á toda criatura!» Y para dar ejemplo á
sus siervos, confiesa el propio Redentor, que para esto nació y vino al mundo, para
dar testimonio de la verdad; esto es, para promulgar la ley evangélica y dar entera
noticia de la fe á los hombres, mediante la cual se salvasen. Pues así, á imitacion de
Cristo nuestro Redentor, estos siervos suyos cuyas vidas aquí tratamos, con ferven-
tísimo celo deseaban convertir á la fe de ese mesmo Señor á sus incrédulos, ganar las
almas perdidas, encaminar las descarriadas, doliéndose de las ofensas que á Dios se
hacian, y si tuvieran mil vidas, las pusieran por la salvacion de una ánima pecadora.
Lo segundo, nos hemos de acordar de cotejar nuestra vida con la de los santos, para
confundirnos, porque cierto gran confusion nuestra es ver que estos santos religiosos
fueron hombres como nosotros, formados de la misma carne y huesos, subjetos á las
mesmas miserias y flaquezas, y que tanto nos excediesen en toda virtud, y en el amor
de Dios y del prójimo, en la penitencia, en la estrecha pobreza de sus personas y edi-
ficios y de todo lo demas, en la pronta obediencia á sus mayores y en la observancia,
así de los preceptos como de los consejos del Evangelio y nuestra regla. Lo tercero
que hemos de traer á la memoria es su favor, cómo nos favorecen ante el acatamiento
divino, rogando á Dios por nosotros. Si mientras vivieron en este mundo cargados
con la pesadumbre de la carne, y ocupados con tantos cuidados, fueron tan solicitos
en rogar
á Dios por nosotros, y tuvieron tanto cuidado de nuestra salvacion, agora
que están libres así de la carne corruptible como de todo negocio temporal, ¿con
cuánto mas cuidado y amor acudirán en la gloria á rogar á Dios por nosotros? Y es
de advertir, que en las memorias de estos siervos de Dios los llamamos santos, no
porque de nuestra autoridad los queramos canonizar (que esto pertenece solamente á
la santa Iglesia romana y á su cabeza el Sumo Pontífice), mas solo por la opinion y
fama que dejaron de santidad, como S. Pablo en muchas de sus epístolas llama santos
á los nuevos creyentes que recebian la fe. Y si la santidad de estos perfectos varones
no fué confirmada con la frecuencia de milagros que de los santos canonizados y de
otros que aun no lo son leemos, esto no se debe atribuir á la falta de sus merecimien-
tos, sino á que nuestro Señor Dios no ha querido hacer por sus siervos en esta tierra
y nueva Iglesia los milagros que fué servido de hacer en la Iglesia primitiva, y des-
pues acá tambien en otras partes del mundo. Y la causa, solo su divina Majestad la
sabe. Mas rastreando con nuestro bajo entendimiento, podemos dar algunas razones
de ello. Y es la primera, que no fueron menester, pues el Evangelio de Cristo se re-

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