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2 Reg. 15.

tenian, era entre los hijos y hermanos del señor difuncto, de suerte
que si habia hijo de quien el pueblo tenia satisfaccion, á aquel ele-
gian; mas si era mochacho, ó no suficiente para el gobierno, entraba
á gobernar el tio hermano de su padre. Si algun hijo del señor (aun-
que fuese el mayor y mas principal) antes de tiempo mostraba am-
bicion por
el señorío, y andaba sobornando á los principales para
que á él y no á otro eligiesen (como lo hizo Absalon por haber el
reino de Israel), por el mismo caso era privado del señorío ó ac-
cion que á él tenia. Y lo mismo si antes de tiempo se ataviaba va-
namente y no andaba humilde. No querian ver que el mayorazgo
dende mochacho ó mozo fuese muy entremetido y mandoncillo, ni
menos tuviese otros siniestros, sino que fuese humilde y de vir-
tuosa inclinacion. Si algun señor de los subjetos al rey cometia al-
gun grande delicto, así como traicion, moria por ello, y no le he-
redaban sus hijos, sino algun hermano como menos participante del
delicto, y al hijo del delincuente, que era el que habia de heredar,
hacíanlo gobernador, ó dábanle otro de los principales oficios del
señorío. El modo que tenian y ceremonias que guardaban en la elec-
cion de los señores, era que cuando en México ó Tezcuco habian.
de levantar señor nuevo, despues de sepultado el viejo con las ce-
remonias que abajo se dirán, si era en México luego lo hacian saber
á los señores de Tezcuco y Tlacuba, que eran como reyes entre todos
los demas de la tierra, y tambien lo hacian saber á los otros señores
de las provincias á México subjetas, y venian con sus presentes para
los dar al que habia de ser electo en señor. Visto y determinado
cuál era á quien el señorío pertenecia, era llevado al templo del ídolo
principal que era llamado Uizilopuztli, y iban callando sin instru-
mento alguno: y llegados al patio, y puesto el señor ante las gradas
del templo, subíanlo de brazo dos caballeros de la ciudad, y iba des-
nudo con solos los paños de la puridad como ellos los usaban, y
delante de él iban los señores de Tezcuco y Tlacuba. El sacerdote
mayor con otros ministros estaban arriba en lo alto, y allí le tenian
aparejadas las insignias reales que le habian de poner y de nuevo
vestir. Y los que lo guiaban iban vestidos de las insignias de sus dic-
tados. Llegados arriba hacian su acatamiento al ídolo, y en señal de
reverencia ponian el dedo en tierra y despues lo llegaban á la cabeza.
Lo primero que el gran sacerdote hacia era teñir de negro todo el
cuerpo del señor con tinta muy negra, y tenia hecho un hisopo de ra-
mas de cedro y de sauce y de hojas de caña, y puesto el señor de rodi-
llas rociábalo cuatro veces con agua que
tenian en un vaso de
agua

bendita (ó maldita), saludándolo con breves palabras, y luego le vestia una manta pintada de cabezas y huesos de muertos, y encima de la cabeza le ponia dos mantas, la una negra y la otra azul de la misma pintura. Tras esto le colgaban del pescuezo unas correas coloradas largas, y de los cabos de las correas colgaban ciertas insignias, y á las espaldas colgaban una calabacita llena de unos polvos que decian tener virtud para que no llegase á él ni le empeciese enfermedad alguna: y tambien para que ningun demonio ni cosa mala le engañase. Tenian por demonios unas personas malas que eran entre ellos como encantadores y hechiceros. En el brazo le ponian una taleguilla á modo de manípulo con incienso, y dábanle un braserito á manera de incensario con brasas, y allí echaba del incienso, y con todo acatamiento y reverencia iba á incensar el ídolo. Acabadas estas ceremonias, y asentándose el gran sacerdote, le hacia un razonamiento, diciéndole que mirase cómo sus caballeros y vasallos lo habian honrado, haciéndolo su señor y caudillo, que les fuese grato tractándolos como á hijos, y tuviese mucho cuidado de ellos en que no fuesen agraviados, ni los menores maltratados de los mayores, de suerte que todos entendiesen que les era verdadero padre, y como tal los amparaba y mantenia en toda justicia, porque en él solo tenian puestos los ojos. Y entre las demas cosas le encargaba tuviese mucho cuidado de las cosas de la guerra, y en el servicio y sacrificios de los dioses, porque en ello y en todo lo demas les fuesen propicios, y que castigase con todo rigor á los malos y delincuentes. Acabada aquella plática, el señor otorgaba todo aquello, diciendo que así lo cumpliria, y daba gracias al sacerdote por sus saludables amonestaciones; y luego le bajaban abajo, donde los otros señores estaban esperando para darle la obediencia, y en señal de reconocimiento, despues de hecho su acatamiento, presentábanle algunas joyas ó mantas semejantes á las que arriba le habian puesto. Desde las gradas del templo íbanle acompañando hasta una sala y aposento que estaba dentro del patio, y allí tenia su asiento llamado tlacateco, y no salia del patio por cuatro dias, en los cuales daba gracias á los dioses, y hacia penitencia, y ayunaba comiendo una sola vez al dia, aunque comia carne y los demas manjares de señor. En aquellos cuatro dias, una vez en cada uno y otra á la noche, se bañaba en una alberca que para esto estaba á las espaldas del principal templo, y allí se sacrificaba sacando sangre de sus orejas, y ponia encienso, y esto mismo hacia delante de los ídolos, poniéndoles su ofrenda. Los cuatro dias acabados, venian todos los seño

res al templo, y hecho su acatamiento á los ídolos, llevaban al señor con mucho aparato y regocijo, y hacian gran fiesta. De alli adelante hacia y mandaba como señor, y era tan obedecido y temido, que apenas osaban levantar los ojos para le acatar y mirar en el rostro, si no era habiendo él placer con algunos señores ó privados suyos. Los señores de las provincias ó pueblos que inmediatamente eran subjetos á México, iban luego allí á ser confirmados en sus señoríos, despues que los principales de sus provincias los habian elegido. Y con algunos señores hacian las mismas ceremonias que están dichas, á unos en lo alto del templo, y á otros en lo bajo. En los pueblos y provincias que inmediatamente eran subjetas á Tezcuco

y

á Tlacuba tenian recurso por la confirmacion á sus señores; que en esto y otras cosas estos dos señores no reconocian superior. Pero cuando alguno de estos dos moria, luego lo hacian saber al señor de México y le daban noticia de la eleccion, y era tambien. suya la confirmacion.

Cerimonias notables que usaban para

de Tecutli.

CAPÍTULO XXXVIII.

De las cerimonias, penitencia y gastos que bacia el que en las provincias de Tlaxcala,
Huexotzingo, Cholula, era promovido al dictado de Tecutli.

La dignidad ó dictado de Tecutli era entre estos indios como la alcanzar el dictado de caballero, que por sus méritos alcanza de los reyes esta nobleza, y se hace persona digna de mas respeto y exencion de lo que eran sus pasados. Esto usaban mucho pretender y alcanzar los que podian en las provincias (principalmente) de Tlaxcala, Huexotzingo y Cholula, porque era la mayor que entre ellos habia. Y así les costaba excesivo trabajo y gasto, como aquí se dirá. Porque (cuanto á lo primero), los padres del mancebo que esto pretendia, por espacio de dos ó tres años, ó mas, allegaban mucha ropa y muchas joyas, como hacen en nuestra España las personas ricas que allegan mucho ajuar para casar alguna hija honradamente. Llegado el tiempo que el mancebo habia de recebir la dignidad de Tecutli, elegian dia de buen signo, y llamaban á todos los señores y principales, y parientes y amigos, y acompañaban al mancebo hasta la casa del principal demonio, que llamaban Camaxtli, y entrados en el patio subian al mancebo á lo alto del templo, el cual habiendo hecho acatamiento á los ídolos, y puesto de rodillas, venia el sacerdote mayor del templo, y con una uña de águila y un hueso de

que

tigre delgado como punzon, horadábale encima de las ventanas de la nariz, y en cada parte le hacia un pequeño agujero, y allí le ponia unas pedrezuelas de azabache negro, hasta que acabase su penitencia, porque despues servian aquellos agujeros para poner en ellos unas pedrezuelas de turquesa ó esmeralda, ó unos granos de oro no mayores que cabezas de alfileres gordos, porque no eran mayores los agujeros, y en aquello conocian todos que era Tecutli. El horadarle con uña de águila y con hueso de tigre significaba que los tal ditado recebian habian de ser en las guerras muy ligeros como águilas, para seguir y alcanzar los enemigos, y fuertes y animosos para pelear, como tigres y leones. Y por eso llamaban á los hombres de guerra, Quaubtliocelotl, que quiere decir «águila y tigre.» Luego daban vejámen al nuevo caballero que se ensayaba, vituperándolo y diciéndole denuestos, y no solo de palabra lo injuriaban, mas tambien lo repelaban y empujaban para lo probar de paciencia, y para que como entonces que era nuevo sufria aquello pacientemente, no hiciese menos despues de señor. De las mantas le tiraban tambien, y se las quitaban hasta dejarlo con solos los pañetes que entonces usaban, con que cubrian sus vergüenzas. Y así el nuevo caballero, desnudo, se iba á una de las salas ó aposentos de los que servian al demonio, llamado tlamacazçalco, para comenzar allí su penitencia, que le duraba á lo menos un año, porque algunos hacian dos años de penitencia. El modo de hacerla era que humillado de la manera que se ha dicho se asentaba en el suelo, hasta la noche que le traian una estera y un asiento bajo con otro á las espaldas para se arrimar, y traíanle otras mantas simples con que se cubriese. Toda la otra gente se sentaba á comer con regocijo, y en comiendo se iban de allí, quedándose el nuevo señor haciendo su penitencia. Á la noche le daban un braserito pequeño á manera de incensario, con dos maneras de encienso, para con ello incensar al demonio. Dábanle tambien cierta tinta con que se paraba todo negro, y poníanle delante puas de maguey para se sacrificar y ofrecer su sangre. Quedaban con él dos ó tres hombres diestros en la guerra, que llamaban yaotequihuaque, como maestros para enseñarle las ceremonias, ayu- Capitanes de guerra. dándole á hacer penitencia. Los cuatro dias primeros no le dejaban dormir, salvo que sentado dormia algun ratillo; mas todo el otro tiempo tenia delante sí un despertador, que con unas puas de maguey como punzones, en viendo que se iba á dormir, le punzaba por las piernas ó por los brazos hasta le sacar sangre. Decíanle: despierta, que has de velar y tener cuidado de tus vasallos. No tomas

Aposento de los que sirven en el tem

plo.

cargo para dormir, sino para velar, y para que huya el sueño de tus ojos, y mires por los que están á tu cargo.» Á la media noche iba á incensar á los ídolos, y sacrificábase ofreciéndoles su sangre. Luego daba una vuelta á la redonda del templo y cavaba delante las gradas, que era al poniente, y despues al mediodía, y al oriente y septentrion, y enterraba allí papel y copal ó ánime, que es el encienso de esta tierra, con otras cosas que tenian de costumbre de enterrar allí. Sobre ello echaba su sangre, sacrificándose en una parte de aquellas de la lengua, en otra de las orejas, en otra de los brazos, y finalmente en otra de las piernas. Á la mañana y al mediodía y al anochecer iba á hacer oracion y á incensar los ídolos, y ante ellos se sacrificaba. Sola una vez le daban de comer á la media noche, y poníanle delante cuatro bollitos de su pan de maiz, tamaño cada uno como una nuez ó poco mas, que apenas habia en ellos cuatro bocados, y una copita muy chica de agua que tendria dos sorbos, y de esto comian comunmente la mitad. Otros se esforzaban en los cuatro dias á no gustar nada, y acabados los cuatro dias pedia licencia al gran sacerdote, y iba á acabar su ayuno á los templos de su parroquia, que á su casa no podia ir. Y aunque fuese casado no tenia conversacion con su mujer ni con otra, mientras duraba el tiempo de su penitencia.

CAPÍTULO XXXIX.

En que se prosigue la materia del capítulo pasado.

CUANDO se iba acabando el año de la penitencia, sus padres del nuevo caballero (si los tenia), ó sus parientes y mayordomo aparejaban las cosas necesarias, que no eran pocas. Ponian por memorial los señores que habian de ser convidados, y los principales y menos principales, amigos y parientes. Y segun el número, dentro de casa en unas salas ponian todo lo que habian de dar á cada persona por su parte. Miraban la ropa que tenian, el cacao y gallinas y todo lo demas que habian menester; y si lo que tenian no llegaba á la copia necesaria, deteníase el penitente dos ó tres meses mas, ó mèdio año. Y cuando todo estaba puesto á punto, señalaban el dia de la fiesta, y miraban que aquel dia fuese de buen signo, y tenian por mal signo el que (segun su cuenta) caia en pares, como cuatro, seis, ocho, y por bueno el de nones. Y á esta causa, porque siempre contaban sobre el número del dia en que habia nacido, si habia nacido en dia

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