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donde no habia minas, cada cual habia de dar por el mismo tiempo veinte y cinco libras de algodon; y para saber los que debian pagar este tributo se ordenó que se hiciese cierta medalla de cobre o laton, que habian de traer al cuello en señal de pago, y se mudaba en cada pagamento. Al Rey Manicatex, como cabeza de la rebelion, le obligaron á dar cada mes media calabaza de oro, que valia ciento y cincuenta pesos. En esta misma ocasión representò Guarionéx Rey de la gran Vega Real, cuyos dominios estaban cerca de las minas de Cibáo, que sus vasallos no sabian coger el oro, y ofreció el Almirante en lugar de tributo en oro que le pedian, de hacer labrar el terreno que hay desde la Isabéla hasta la costa del Sur ácia la embocadura del rio Osama: esto es como cincuenta y cinco leguas de camino, sembrando trigo para la manutencion de cien cristianos: fué desechada su proposicion, porque aunque habia dificultad de conseguir víveres de Castilla, y se tenia experiencia del estado tan miserable en que se habia visto la colonia por la hambre en sus principios, como el Almirante se veia desfavorecido de los ministros de los Reyes católicos y pulsaba con cordura que el modo de inantenerse en reputacion era enviar grandes riquezas, no obstante que era timorato y desinteresado, se daba prisa en cobrar los tributos en oro bien que con la mayor moderacion. (56) Conocieron entonces los indios todo el peso del yugo que les acababan de imponer, y con sencillez preguntaban á los castellanos qué ¿cuando se volvian á sus tierras? pero perdida toda esperanza, viendo que hacian asiento los españoles con quienes al principio no recibieron pena, y ahora los ejecutaban por el tributo, les pesó tanto que no quisieron sembrar, para ahuyentarlos con la hambre, y les sucedió al revés, porque para los españoles no faltó que comer, y de ellos se murieron de hambre mas de cincuenta mil. (57) Muchos de los nuestros murieron, porque la hambre les forzaba à comer cosas asquerosas y dañosas: padecieron infinito los demàs; pero al fin el contra-golpe de toda esta calamidad cayó sobre los pobres indios, quienes por huir de los españoles que andaban tras ellos para buscar que comer se huian à los montes y á otras tierras de la isla, y como no tenian lugar para cazar ni pescar, y buscar raices de los montes, vino sobre ellos una grandísima enfermedad, de modo que por esto, y

que ponen à los chivos cabrestos. En la isla del Sacrificio en las excavaciones hechas en el año pasado de 1825 cuando se fortificó contra el castillo de Ulúa, se encontraron algunos de los que trajo y permutó en aquel punto Juan de Grijalva y ferió por oro á los indios: los he tenido en mis manos con otras curiosidades halladas allí, y que me mostró en la mesa del Exmo. Sr. Presidente Victoria su secretario D. J, M. Tornél. [56] Reniego de ella.

Illescas hist. pontifi. vida de Pio III. lib. 6. pàg. 132.

por las guerras, en poco tiempo pereció à lo menos la tercera parte de la gente de la isla. (58)

En las cartas edificantes, tom. 12 foj. 318, se vén en estos dos pàrrafos delineadas las causas de toda esta despoblacion; cosa lastimosa, y aunque quisiera dulcificar con el estilo esta sucinta descripcion, me recelo hacerlo, porque faltára á la verdad de la historia contestada por todos nuestros historiadores; y como es un rasgo de los sucesos como pasaron, me he resuelto à trasladarlos aquí como los cuenta el padre Margat, en su carta al padre Newille. Su tenor es este....,,La vuelta pronta del Almirante, que con una flota numerosa arribó à Puerto Real el dia veinte y ocho de noviembre de mil cuatrocientos noventa y tres (como se ha dicho) hubiera podido restablecer la tranquilidad; pero Hlevando consigo mucha canalla y malhechores públicos, de los cuales se habian como purgado las prisiones de España, gente de esta estófa era muy a propósito para enconar el mal; por otra parte los mas de los oficiales que mandaban bajo las órdenes del Almirante, envidiosos de su autoridad, y no queriendo gobernarse sino por sus ideas particulares, no hicieron caso de sus prudentes temperamentos que pedia el interés de una colonia reciente. Encendiéndose la guerra por ambas partes, fué larga y cruel. No es mi ànimo hacer aquí su descripcion; pero se ira reconociendo, porque con continuacion de desdichas ha sido la isla despoblada de sus antiguos habitantes. Fu iosos los castellanos de la resistencia que hallaban en sus nuevos vasallos, á ninguno dieron cuartel; no referiré aquí sus crueldades detestadas por su propia nacion; tres años gastaron en reducir à los miserables indios, y seis Reyes ó caciques cuyos estados eran muy poblados; en vano probaron sus armas contra el enemigo comun. Si dependiera la suerte de las batallas del mayor número, hubieran defendido mejor su libertad; pero las espadas y armas de fuego de sus enemigos en cuerpos desnudos y desarmados, hacian tan horrible estrago, que pereció mas de la mitad de los indios en esta guerra. Los desdichados tuvieron que bajar el cuello al yugo del mas fuerte, y por algun tiempo estuvieron quietos. Contribuyó no poco á esta paz el poder y crédito de Guacanagára, que unido siempre con los españoles, los habia acompañado à sus espediciones, y su mediacion, en fin pacificó su ànimo.

,,Encendieron otras nuevas crueldades el fuego mal apagado: pensaron los indios en sacudir el yugo que les era insoportable; pero el medio de que se valieron les fué mas fatál que á sus ene migos. Tomaron el partido de no cultivar la tierra, de no sembrar ni manióc ni maíz, lisongeàndose de que en los montes y bosques, donde se retiraban hallarian caza y frutas silvestres con que subsistir suficientemente, y que obligaria la hambre á sus enemigos á abandonar el pais. Se engañaron: mantubiéronse los españoles con

[58] Todo esto entraba en la predicacion evangélico-española.

las provisiones que les llegaban de Európa, y mas animados contra los indios los siguieron hasta los lugares mas inaccesibles. Huian los desdichados de monte en monte, y murieron mas por la hambre, fatiga y susto continuo en que estaban, que por la espada. Los que sobrevivieron à tantas desdichas tuvieron en fin que rendirse al vencedor, quien usó de todos sus derechos con todo el ri gor imaginable. Hasta entonces no habian tomado el trabajo de instruir á los indios, segun se les estaba mandado por la córte de España: no habian hallado lugar para ello entre el estruendo de las armas, y las crueldades cometidas contra los indios: no los habian inclinado á oir las verdades de la fé." Hasta aquí la espresion dura, pero harto verdadera de esta carta del padre Margat; mas separémonos de estas relaciones sangrientas, aunque precisas y tristes escénas que se vieron en aquellas deplorables regiones, cuyos tesoros llevaron á su centro todos los vicios de Europa. El virtuoso Colón (59) declamó inútilmente contra aquellos horrores á que vió dar principio; pero por la sed del oro estuvo sorda à su voz la corte, y no oyó los gemidos de la humanidad.

Entre tanto sometía de este modo la isla à la corona de Castilla el Almirante, los soberanos que reinaban en la isla Española, el pa. dre Bóil y D. Pedro Margarit, llenaban la córte de los Reyes ca tòlicos de quejas contra el Almirante y sus hermanos, desacreditando la empresa, y no cesando de hablar mal de las Indias, y de los procederes de los colones. Aunque el Rey y la Reina estaban prevenidos a favor de los acusados, con todo, no creyéndoles del todo inocentes, les pareció conveniente para asegurarse de la verdad, de enviar un comisario á la isla Española, para que fuese á escudriñar lo que en ella pasaba: tomose este medio; pero no salió eficaz por la mala eleccion del sugeto, quien no correspondió á la recta intencion de sus magestades. Fué despachado para esta importante comision Juan Aguado, natural de Sevilla, y repostero de la Reina, llevando á su cargo cuatro navios con bastimentos y otras cosas para sustentar la gente, Llegò este comisario à la Isabéla por el mes de octubre, estando el Almirante ocupado en la guerra contra los hermanos de Caunábo, que se habian revelado de nuevo. Empezó Aguado à entrometerse en cosas de jurisdiccion, manifestando que llevaba grandes poderes: hablò con mucha altivéz à D. Bartolomé Colón, que era gobernador de la Isabela, y le llegó á amenazar con poco respeto de su autoridad, bajo el pretesto de escuchar las quejas que de todas partes le hacian contra el gobernador, porque jamás deja de haber descontentos: se excedió mucho de sus poderes, y mas obraba como virey, que como un simple informador. Estrañó mucho D, Bartolomé el proceder de este comisario: quiso que Aguado le enseñase el tenor de su comision;

[59] ¡Virtuoso!... ¿A quièn se le dá este nombre? Al autor de tantas desdichas. ¡Ah! Díganse, pues, los virtuosos Nerones y Domicianos. ¿Virtuoso y él no oyó los gemidos de la humanidad?

pero este se negó á ello y le respondió con desprecio que lo haria tan solo al Almirante á quien iba á buscar en cualquiera parte á donde estuviese, para hacerle su proceso y libertar á la isla de la tiranía de los Colones, cuya ruina estaba proyectada. Saliò Aguado de la Isabéla en busca del Almirante de allí a pocos dias, llevando para su acompañamiento gente de á pie y de á caballo, y por los caminos los que con él iban, publicaban que era llegado otro Al. mirante, que habia de matar al viejo. No se hubo menester mas para alentar à los descontentos, y casi toda la gente lo estaba, porque la hambre era general, y tambien por los trabajos y enfermedades que habian llegado à tal estremo, que ya no se comía sino la racion que se daba de la Alhóndiga del Rey, que era muy escasa. Desesperados principalmente los enfermos se quejaban à Juan Aguado, porque la gente sana y guerrera, como andaba continuamente por la isla, hallaba mejor modo de subsistir en las rancherías de los indios, y era mejor librada. No dejaron los naturales que estaban disgustados por las guerras y por los tributos del oro que se les habia impuesto de aprovecharse de esta coyuntura, juntando se algunos caciques que vinieron á quejarse del Almirante, y pedir algun remedio al nuevo comisionado, quien à poco andar se vió obligado á volver à la isla, porque avisado el Almirante por su hermano el Adelantado de lo que pasaba, acordó de ir á la Isabéla con diligencia, á donde fué recibido con la mayor solemnidad y presente el pueblo, recibió las cartas de sus Altezas. Entonces comenzó luego Aguado á mostrar su imprudencia, informando jurídicamente contra el Almirante, con inuy poco respeto del que daba a otros mal ejemplo y ánimo de desacatarle, aprovechandose los mas de una ocasion que les parecia indefectible, para perder unos estrangeros que no querian, y consideraban abandonados de la córte. A mas de esto se recibian favorablemente las quejas: los cargos eran muchos, y el comisario daba crédito à todo. El Almi, rante por su lado sufria estos desaires con gran modestia, mas no dejó por eso de honrar y regalar mucho á Aguado, que se portaba como un virey; mientras tanto ejecutaba el Almirante mostraba un exterior triste y confuso, sin contradecir á la conducta tan imprudente del comisario. Hechas las informaciones y pareciéndole á Juan Aguado que tenia bastante materia para tratar con los Reyes y perder à los Colones, dispuso sus cosas para regresar á España; pero perdiéronse en este tiempo en el puerto los cuatro navios que habia llevado por los grandes uracánes que reinaban en las costas, y no tenia en que volver sino las dos carabelas del Almirante, quien ofre ció una de ellas á Aguado: declaró que iría en la otra en persona á defender su causa al tribunal incorruptible de sus Altezas, á quien instruiria con mas estension que no habia hecho hasta entonces sino todo lo que concernia sus nuevos descubrimientos, á fin de tomar en la corte las medidas convenientes para el mejor establecimiento de la colonia. No parece creible que, como dice Oviedo, fuese el comisario el que le diese órden de embarcarse con él,

pues no se hallaba poco embarazado con la presencia de un hom bre an autorizado y avisado como D. Cristobal Colòn, quien con sagacidad disimulaba sus imprudencias, dejàndole gozar del fruto transeunte que lisongeaba su vanidad, exigiendo honras y aplausos de la multitud; pero èl retenia lo esencial de su dignidad y autoridad. Antes de partir el Almirante para España, confió el gobierno de la isla á sus dos hermanos, y colocó en diferentes puestos de la colonia unos comandantes de toda su confianza, para que quedasen en buen estado unas fortalezas nuevas que habia comenzado á fabricar, à mas de la de Santo Tomás. Entre las de mas consideracion era la dicha de Santo Tomàs y la de la Concepcion de la Vega, que llenaban mas sus proyectos, y en efecto, con el tiempo vino á ser una gran ciudad: las demàs no subsistieron por muchos años. Dadas ya las mas acertadas providencias por el Almirante para el mejor acierto y sosiego de la isla, tuvo aviso por unos ca➡ ciques, que en cierto parage ácia la parte del Sur, habia buenas minas de oro; y como queria este gefe ántes de ir à Castilla asegurarse de esta relacion, y le importaba mucho este descubrimiento para valentéar sus defensas en la cárte una vez que le venia en tan buena ocasion esta riqueza, envió alla á Francisco Ga ray y á Miguel Diaz con algunas tropas, y la gente que dieron los indios. Llegaron á un rio grande llamado Hayna, donde les dijeron que habia mucho oro y en todos los arroyos, y asi lo hallaron por cierto; de modo que cavando en muchos lugares, sacaron porcion de granos de este metal, y llevaron muestras al Almirante, quien luego dió sus órdenes para que se fabricase alli una fortale. za con el nombre de San Cristobal, y asi se nombraron las minas, y despues se llamaron las Minas Viejas, donde se han sacado tesoros inmensos para la corona. Se deja ver cuan grande se ria la alegria del Almirante con este descubrimiento en las presen tes circunstancias, porque estas minas le daban márgen para desvanecer las principales acusaciones que le habian levantado, y cuan do aun hubieran estado mas cimentadas las pruebas de los demás cargos que le hacian sus émulos, no. ingoraba que un vasallo por culpado que se halle, vuelve fácilmente á la gracia de su soberano cuando ha logrado el secreto de acrecentar su erario real.

CAPITULO 9.o

Vuelve el Almirante á Castilla con Juan Aguado. Fundacion de la ciudad de Santo Domingo por el Adelantado D. Bartolomé Colón. Pacificacion de la isla. (*) Rebelion de Guariónex. Estado de la conver sion y predicacion evangélica en la isla, año de 1496,

Habiendo el Almirante resuelto volverse à España á dar cuen[*] Entendámonos; pacificacion es exterminio en el idioma

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