Imatges de pàgina
PDF
EPUB

mo el gusto de verse libre de las inquietudes que le habia causado esta separacion, que no su justo enojo, y por no romper el designio de su empresa. Recibió pues sus sumisiones, y le pregun tó, ¿à donde habia navegado y qué habia reconocido? respondió Pinzón, que habia ido de puerto en puerto trocando sus mercadurias por oro, que habia tomado la mitad para sí, y que habia repar➡ tido la otra mitad á la gente que venia con él. No quiso preguntar mas el Almirante, dándose al parecer por satisfecho. Caminaron ambas carabelas, y entraron en un pureto que tenia al lado un rio distante quince leguas de Monte-Cristo donde habia rescatado oro Martin Alonso Pinzón, y habia sacado de allí por fuer→ za cuatro isleños, los que le mandó el Almirante dejase en su tierra, y quizás esta accion diô lugar á que se liamase Puerto de 'Gracia; bien que como fué en este puerto donde el Almirante perdonó á Pinzón es, opinion de muchos autores que esta fue la cau sa de ponerle este nombre,

CAPITULO 4.*

Sigue Colòn el descubrimiento de la Isla: primera batalla entre indios y castellanos en la bahia de Samanà, y parte para Castilla, año de 1493.

Al salir de Puerto de Gracia se vió una cercanía que pa→ reció cubierta de nieve; pero acercándose mas, se reconoció que era una piedra muy blanca que cubria toda la cima de aquella sierra, y por habérseles figurado á los nuestros plateada, fué llamada Monte de Plata; (20) y un puerto que està al pie de ella, fuè por la misma razon nombrado Puerto de Plata, que es de he chura de una herradura de caballo, y los franceses corrompiendo este nombre lo llaman Port Plate. De allí Colón corrió toda la costa podiendo nombres á todos los Cabos que vió, y despues de haber andado como treinta leguas maravillado de la grandeza de la isla, llegó á visitar otro Cabo que llamó de los Enamorados, y emparejando con el descubierto vió una grandisima bahia formada por una península que los isleños llaman Samaná, y hoy conserva este nombre. Envió el Almirante la barca á tierra, y en la playa hallaron los nuestros algunos indios feroces en el aspecto, con arcos y flechas, armas que no se habian visto en ellos en los antecedentes lugares descubiertos. Algunos españoles travaron conversacion con ellos: compraron un arco ó dos, y algnnas flechas: rogaron a uno de ellos fuese á hablar con el Almirante á su carabela: su habla se conformaba con su fiereza, y como creyese el Almirante que este fuese de los caribes, por verlo desnudo, embijado y con los cabellos muy largos y recogidos delante con una redecilla de plu

[20] Si no hubieran traido el corazon fijo en el oro y la plata, los objetos que veian no se les figuraran de estos metalest

mas de papagayo, le preguntó, donde habitaban los caribes, y el indio señaló con el dedo que mas al oriente estaban en otras islas. Preguntando asímismo donde habia oro, dijo con las mismas señas que entre su isla y la de los caribes antropófagos, habia otra isla llamada Boriquén que hoy es San Juan del Puerto Rico, cuyos habitantes no eran caribes. y que allí habia oro; pero de me nos calidad que el de Cibáo. Esto es lo que pudieron entender los indios intérpretes de San Salvador. El Almirante le regaló algunas vagatelas y lo despidió. Los marineros que le acompañab: n para dejarlo en tierra, se sorprendieron al acercarse de ver escondidos entre los árboles una vandada competente de indios armados con sus arcos y flechas. Los nuestros se pusieron sobre las armas: el indio que iba en la barca hizo señas á los otros para que dejasen las armas referidas, y un palo grueso que llevaban en lugar de espada, de palma durísima y pesada con que daban crudísimos golpes. Llegáronse á la barca y los nuestros les compraron arcos y flechas de órden del Almirante y otras armas. Habiendo ven dido dos arcos los indios no quisieron vender mas, àntes irritados se aparejaban para prender á los españoles; pero estos que eran siete, como estaban sobre aviso, los embistieron y hirieron á dos de ellos con las espadas. Espantados los indios consideraron las heridas que harian nuestras armas, huyeron, dejando caer arcos y flechas, y hubieran muerto muchos, si les quisieran seguir, y esta fué la primera vez que en esta isla se tomó las armas entre castellanos é indios, motivo porque se llamó esta bahia Golfo de las Flechas nombre que no ha conservado. De aquella escaramusa no le pesó al Almirante para que supiesen los bàrbaros á que sabian las armas de los cristianos, y fuesen respetados los que andaban en la Navidad, llegando á saber los isleños que siete castellanos habian ahuyentado cincuenta y cinco indios tan feroces.

Como ambas carabelas se sentian del gran trabajo y riesgo que se corre en tan prolija navegacion, y la tripulacion fastidiada padecia mucho en sostenerla, no juzgó el Almirante por convenien❤ te el continuarla,

El diez y seis de enero partió con buen tiempo la vuelta de Castilla, y corriendo el Nordeste los indios que llevaba señalaron la isla de San Juan ó Boriquén: vió tambien algunas islas de las pequeñas Antillas, y aunque deseaba reconocer aquellas islas, por no desconsolar la gente, no se acercó á ellas. Despues de haber navegado con próspero viento cuatrocientas ó quinientas leguas en alta mar, empezó de dia en dia á ensobervecerse esta, lo cual toleraban con gran fatiga, y por eso el jueves catorce de febrero corrieron de noche á donde el viento los quisiese llevar. Entonces la carabela Pinta en que iba Pinzón porque no podia mantene se tanto en el mar, à poco correr el norte se desapareció: al amanecer fué mas recio el viento, y mayor el miedo de perderse, con el desconsuelo de pensar que se habia perdido la Pinta. Viéndose todos en gran peligro, hicieron votos sobre votos, y el último fué de

ir descalzos y en camisa (21) en procesion á hacer oracion en la primera tierra que encontrasen, donde hubiese iglesia de Nuestra Señora. No cesaba el mal tiempo, porque por falta de lastre, ocasio❤ nado del consumo de los víveres, se veia el navio del Almirante muy espuesto á perecer. Entonces considerándose Colón muy cerca la muerte, se valió de un arbitrio bastante singular, para que no dejase de llegar á noticia de los Reyes lo que en su servicio habia trabajado. Escribió en un pergamino con la brevedad que pedia el tiempo todo lo que pudo de lo que habia descubierto; y envuelto en un paño encerado, metióle en un gran barril cerrado y lo echó al mar, sin que nadie pensase, sino que era alguna devocion. En esta ocasion como lo refleja un autor, (*) no obró segun las màximas de su prudencia acostumbrada, porque cualquiera otra córte que no fuese la de España podia hallarse informada de una cosa que únicamente pertenecia saber à los Reyes católicos, y aprovecharse de semejante noticia en su perjuicio; pero el cielo que lo reservaba para grandes cosas, le libró de ese peligro, pues luego aflojó el viento, calmó el mar, y al amanecer se avistó tierra en las cercanias de la isla de Santa Maria, que es una de los Azóres. Con mucho trabajo anduvieron dando bordos sin poder tomar la isla, y el Almirante muy fatigado de las piernas por haber estado siempre descubierto al aire y á la agua, durmió un poco, y el lunes diez y ocho despues de una tempestad desecha que habia durado quince dias continuos, surgió al fin à la parte del Norte de la isla. Apenas tuvo noticia de la llegada del Almirante el capitan D. Juan de Castañeda, que mandaba en la isla, le enviò refrescos con muchos cumplimientos de su parte. Agradeció esta atencion política el Almirante, y con todo se portó con cuidado, diligencia que le aprovechó. Acordóse el Almirante del voto que él y toda su gente habian hecho, por la noticia que le dieron los mensageros portugueses del capitan Castañeda, su po que allí estaba cerca una hermita de Ntra. Señora, y pareciéndole que era esta buena ocasion para cumplirlo, mandó que la mitad de la gente saliese en procesion como lo habian ofrecido à dicha hermita, resuelto en voviendo à salir él con la otra mitad. Como se tardaba mucho su gente en volver, quiso saber la causa de su detencion, y supo que habia sido arrestada. Enviò sus quejas al gobernador portugués, à las que satisfizo con una respuesta muy orgullosa, y muy insultante para los Reyes de Castilla; con todo hubo de bajar de tono Castañeda, y se contuvo por las amenazas que le hizo el Almirante de que habia de usar de represalias: pidiò testimonio de todo lo que habia pasado à todos los que estaban en el navio, y aun le remitió sus mensageros, de quienes supo que ciertamente habia orden del Rey de Portugal de asegurarse de su persona, y que Castañeda estaba muy pesaroso por haber errado el tiro.

[21] No es muy decente truge por cierto. E. E. [*] Padre Charlevoix.

1

CAPITULO 5.

Continua su viage el Almirante para Castilla. Llega á Lisboa. Lo que le sucediò en la córte de Portugal, y al fin llega al Puerto de Palos.

era

Partiò el Almirante á Castilla de la isla de Santa Maria el domingo veinte y cuatro de febrero, con buen tiempo, y despues el dos de marzo estando como cien leguas distante de las costas de España, sufrió una gran tormenta, no menos larga y cruda que la primera, que lo echo sobre las costas de Portugal. Cambió el vien~ to un poco, y pudiera haber seguido su derrota para España; pero como estaba todavía la mar agitada, se viò precisado á entrar en el rio de Lisboa, y al instante despacho correos á los Reyes católicos de su venida, despues diò aviso al Rey de Portugal, pidiendo licencia para surgir en el puerto de la capital, que obtuvo; mas apenas habia echado las anclas, cuando el patron del galeon, armado de guardia le vino á decir que fuese á dar cuenta con él de su venida á los ministros del Rey. D. Cristobal Colón respondió que los Almirantes de los Reyes de Castilla como él, no estaban obligados á dar cuenta á nadie. Entonces se le dijo que enviase à alguno de su parte: no quiso el Almirante, diciendo que todo uno, ir él, ó enviar à alguno, aunque enviase un grumete: que no po dia desamparar su navio, ni estaba obligado á ir donde lo llamaban. Dijo el patron que pues estaba en aquella determinacion, á lo menos le manifestase las cartas y comisiones de los Reyes católicos, para que le constase, y poder satisfácer á su capitan; le enseñó sus patentes el Almirante, y el patron del galeon se volvió dando cuenta á su capitan D. Alvaro de Acuña, quien al punto que lo oyó, fué à la carabela del Almirante con grande estruendo de artillería, y le hizo sus ofrecimientos. Luego que se supo en Lisboa que el Almirante venia de las indias, acudió muchísima gente àcia el puerto á la novedad, y se cubrió el mar de barcas portuguesas, queriendo cada cual ver aquellos hombres venidos del otro mundo, y á los indios con deseos de informarse del detalle de un acontecimiento tan grande. El dia siguiente recibió una carta del Rey de Portugal, alegrándose de su venida, rogándole que no se fuese sin verle, sobre lo cual dudó el Almirante lo que habia de hacer, y por no mostrar desconfianza, se determinó á dar gusto al Rey, que habia mandado se le diesen refrescos y todo lo que necesitase para sí y su gente de valde, y le aseguraba que no se le haria violencia bajo su palabra real: fué á dormir á Sacabén donde fue recibido magníficamente, y otro dia llegó á Valparaiso, donde estaba el Rey, que mandó saliesen á recibirle todos los nobles de la córte, y le hizo mucha honra mandandole se cubriese y sentase. Despues de haberse entretenido el Rey con él, ing

formándose de las particularidades de su viage, le dijo, que segun las capitulaciones que habia entre él y los Reyes católicos, le pertenecía aquella conquista. Respondió el Almirante que no sabia nada de tales capitulaciones, y que lo que á él se le habia mandado, era que no tocase á la Guinéa, y minas de Portugal, y que así lo habia observado. Despues de un buen rato se terminó esta audiencia con cumplimientos y ofertas de parte del Rey. Quedó la córte admirada de ver aquel piloto que pocos años antes tenian por un hombre plebeyo y lleno de ideas quiméricas. Respondió á todas las preguntas del Rey con gran juicio y seriedad, y conforme á la dignidad de un Almirante y virey. Entonces fué cuando se tuvo el grandísimo sentimiento de no haber admitido la propuesta de Colón tan felizmente ejecutada y verificada, que se habia desechado con tanto desprecio, y à la sazon era tan ventajosa para la España. Fué tanto el despecho, que hubo quien ofreciese al Rey de matar al Almirante para que no se supiese lo que habia descubierto; pero el Rey tuvo horror de semejante proposicion, y no lö consintió.

Mandó al prior de Crato, que era la persona mas principal, que estaba cerca de la suya, que le hospedase; tuvo segunda audiencia del Rey, que le mostró mucho amor y le hizo muchos ofre cimientos: colmado de honras el Almirante se despidió del Rey, y le acompañaron todos los caballeros de la córte. Mandó su Magestad á D. Martin de Noroña que le guiase hasta Lisbon; pasó por la Villa Franca donde se hallaba la Reina que deseaba verlo: la besó la mano, y en habiéndola dado cuenta de su viage se partió muy agasajado y favorecido de la Reina; alcanzóle un gentil hombre del Rey, que le dijo en su nombre, que si queria ir por tierra à Castilla le mandaria acompañar y hospedar por todo el camino, dándole todo lo que fuese menester hasta los confines de Portugal. Recibió estas ofertas con la veneracion debida, mas no las admitiò, y el dia trece de marzo se hizo á la vela para Sevilla, con viento tan favorable, que el viernes quince à hora de medio dia entró con la maréa por la barra de Saltes, y surgiò en el puerto de Palos, de donde habia salido á tres de agosto del año antecedente de mil cuatrocientos noventa y tres; de manera que tardò en su viage siete meses y medio: tèrmino bien corto para tan sin. gular hazaña como la que ejecutò descubriendo con indecibles trabajos las islas de esta parte del Norte, que llaman de Barlovento, y haciendo el mayor viage en alta mar, que de memoria de hombre se habia emprendido, cuyas circunstancias tráen el historia◄ dor Antonio de Herrera y D. Fernando Colón muy por menudo, y con grandísima exâctitud refiriendo todo este viage; por lo que no me he detenido en detallarlo con prolijidad, sino apuntando lo que me ha parecido digno de una clara y sucinta relacion.

« AnteriorContinua »