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Embarcóse el dia siguiente el Almirante, para correr por la costa de la isla ácia el norueste, por si hallase algun puerto bueno, y halló uno tan capaz que pueden caber muches navios cómodamen te. Viendole ir los bárbaros, le siguieron á bordo en gran número, muchos nadando, otros en canoas, como podian, y preguntaban por las señas si venian del cielo. El Almirante à todos regalaba cuentas de vidrio, y otras bugerias, hasta que llegó á otra peninsula habitable, donde podia hacer una fortaleza. Aquí tomó razon mas espacio de estos isleños sobre la calidad de su tierra, y supo de ellos que su isla se llamaba Guanagari, y que los habitantes de su isla y de muchas otras circunvecinas se llamaban Lucayos, y de alli ha venido dar el nombre de Lucayas á todas las islas que están al norte, y al ouste de las grandes Antillas, y se terminan al canal de Bahâma. La mayor parte de sus indios manses, viniendo á bordo de los tres navios de Colón, habian traido papagayos y algodon por que le pareció que los castellanos habian hecho mas aprecio de estas cosas, y se le dió en cambio campanitas, que se colgaban al cuello y a las piernas, frácmentos de loza, sartas de avalorios, que recibian con grande gusto: como todos querian tener de esas cuentas y campanitas, bien presto se hallaron los tres navios llenos de algodon y de papagayos, que armaban un ruido y una algazara estraordinaria. No se vieron en ellos joyas ni cosas de precio, salvo algunas planchitas de oro que traian colgadas de las narices. Preguntóseles de donde venia aquel oro, respondieron que de la banda del Mediodia, á donde habia un Rey que tenia mucho, señalando con las manos; y entendiendo el almirante que habia otras tierras, determinó irlas á buscar, y conociendo no ser aquella tierra la que buscaba, ni de tanta utilidad que pudiese poblar en ella, despidió à los indios, regalándolos muy bien, y dejándolos muy contentos; y vuelto á sus navios tomó siete indios por sus intérpretes, y navegó ácia otras islas que se veian desde la península. Llegó á una de ellas distante siete leguas, el dia quince de octubre, y le puso por nombre Santa Maria de la Concepcion, y sin detenerse en ella navegó el dia siguiente ácia el oueste, ocho leguas à otra isla mucho mayor, cerca de la costa de aquella que corre á norueste, sueste, mas de diez y ocho leguas, y llamó Fernandina en memoria del Rey. Alli hizo aguada, y los indios se unieron á rescatar en la misma forma que los de las otras islas, porque toda la gente de ellas era de una misma calidad, aunque estos parecian de mayor advertencia, por que fiaban algo en el rescate y sabian recatear. En sus casas tenian paños de algodon ó colchas, y las mugeres andaban cubiertas con una fagilla de algodon, y otras con un paño tejido que parecia tela, desde el ombligo hasta medio muslo, y las que no podian mas se cubrian de ojas de árboles. Pareció esta isla muy llana, abundante de agua, con muchas arboledas, y algunos cerrillos verdes y graciosos que no habia en las otras, con infinita diversidad de pájaros diferentes de los de Castilla. Entre otras cosas notables que se admiraron en aquella isla, fué ver los árboles que parecian enxertos,

porque tenian ojas y ramas de cuatro y cinco maneras, producidas naturalmente. No hallaron animal alguno, sino lagartos ó yguanas, y algunas culebras. No habiendo hallado oro el Almirante en esta isla mas que en San Salvador y la Concepcion, pasó á otra llamada Saomoto en lengua del país, á la cual puso por nombre Isabél, en honra de la Reina católica, y tomó posesion de ella con las mismas formalidades que en todas. En fin el dia veinte y ocho, se halló cerca de una tierra muy dilatada llamada Cuba, y le puso el nombre de Juana, en memoria del príncipe D. Juan, heredero de Castilla sin saber aun si era isla ó continente. El nombre de Juana que le puso á esta isla, como tambien el de Fernandina, no han subsistido, habiendo siempre guardado la isla el que le habian puesto sus antiguos habitantes. El puerto donde el Almirante entró, es el que despues se llamó Buracóa, tomado este nombre de un cabo que está á la entrada ácia el léste. Se aprovechá de esta ocasion que se le venia á la mano de un buen puerto, para calafatear su navio, y para dar sus órdenes, á fin de que se reconociese bien la isla donde le habian asegurado que abundaba el oro.

Hizo eleccion de dos castellanos con unos indios de S. Salvador, y otro de Cuba para el reconocimiento de lo interior de la isla, mandándolos entrasen en ella, acariciando los indios que encontraron en el camino. Despues de haber andado estos mensajeros como veinte leguas, no juzgaron por conveniente pasar mas adelante, y á su vuelta refirieron haber visto gran número de pueblos, hasta de cincueuta casas bastantemente grandes, todas de madera, cubiertas de paja, donde los habian recibido como hombres bajados del cielo: que los indios uno á uno les habian llegado á besar los pies, los hombres primero, y las mugeres despues, ofreciendo los dones que llevaban, que entre otras cosas que les habian regalado, eran unas raices á modo de nuestras batatas, que asadas saben á castañas, y hoy se llaman muniatos, ó guacamotes, rogándoles mucho se quedasen con ellos: que por las calles de aquellos pueblos habían hallado mucha gente que llevaba un tizon encendido, para hacer lumbre, y zahumarse despues con algunas yerbas que para este efecto llevaban consigo, y para tostar aquellas raices que les dieron que era su principal comida, y el fuego era facil de encender, porque tenian cierta madera, que apretado un leño con otro, se encendia lumbre: que el pais era muy hermoso y améno, lleno de infinitas especies de árboles y yerbas que no habian visto: que no habian observado con todo cosa especial, sino una grandísima abundancia de algodon, que hilan aquellos pueblos, no para vestirse, sino para hacer sus redes y hamacas, y hacer enaguas de muger á modo de pañetes con que se cubren las indias: que habian visto gran diversidad de aves muy diferentes de las nuestras: que animales cuadrúpedos no habian visto ninguno, escepto perros que no ladraban, y otro animal que llamaban utias, que se asemeja al conejo, y deben de ser los que llamamos cuyos; que lo que sembraban era muchas raices de las mencionadas, y otro grano que llamaban maiz de muy buen sabor, co

cido ó tostado, ó hecho polenta que en el dia se llama atóle. Preguntados despues si tenian oro, perlas ó especeria, hacian señas de que habia grande abundancia àcia el Léste, en cierto parage de que no estaban bien enterados, y en una tierra llamada Bochio, que es ahora la isla española que ellos llamaban Babeche: súpose despues que ese paraje que señalaban se llamaba Cubanacán, tenia efectivamente oro, pero en pequeña cantidad. En cuan to à Bochio no era nombre de pais, sino que en su lengua queria decir una tierra, donde habia gran porcion de pueblos y casas. Tanto aseguraban al Almirante que habia de encontrar oro en Bochio, que se empeñó en ir en demanda de aquella tierra. Va rios isleños de Cuba se ofrecieron á guiarle, y aceptó de buena gana sus ofertas: Su objeto era el què enseñasen el idioma castellano á algunos de sus indios para informarse mejor de las particularidades de aquellas tierras, pues por falta de inteligencia en la lengua de esas gentes, se suelen perder unas noticias importantísimas, ó caer en errores que podian traer perniciosas consecuencias; y así tomó algunos de ellos para que diesen cuenta de las cosas de la tierra, y mandó que los tratasen muy bien, y los acariciasen. Por causa de los vientos nortes hubo de volver á un puerto de Cuba que lla❤ mó del príncipe, de donde muy cerca se veian muchas islas, pegedas unas á otras, y altisimas, y esta parte llamó el Mar de Nuestra Señora. Salió de este puerto, y despues de haberlas reconocido, surgió en otro puerto grande y seguro que llamó Santa Catalina, por haber llegado en las vísperas de su dia: aquí hizo agua y leña; halló un rio en que podria entrar cómodamente una galera, y su hermosura le movió á andarlo con su baica, y subió mas arriba. La amenidad del agua en la cual se veian hasta las arenas del fondo, y multitud de palmas de varias formas, las mas

altas y hermosas que habia hallado, y otros infinitos árboles gran

des y verdes, á donde los pajarillos son tan varios y lindos, y el verde de los campos, hacen á este pais tan hermoso, y que sobrepu ja á los demás en amenidad y belleza; todo esto se llevaba la atencion; pero otro acaecimiento le inquietaba, y es que la Pinta mandada por Martin Pinzon se habia desaparecido desde el dia veinte y uno, Avisado este capitan por algunos indios que llevaba en su carabela de que en las islas de Bochio habia mucho oro, codicioso de enriquecerse se apartó del Almirante, sin fuerza de viento, ni otra causa legítima, con el fin de llegar primero y aprovecharse grandemente de la noticia. Recibióla el Almirante en el puerto de Santa Catalina que le consoló un poco, y encontró allí habitantes de la isla de Bochio, que ellos llamaban Hayti. Le confirmaron las noticias de que en su isla habia mucho oro, y sobre todo le aseguraron que habia y encontraria gran porcion en una tierra llamada Sibáo. Este nombre despertó mas las primeras ideas, que tenia concebidas del Cipango de Marcos Pablo de Venecia. Se apresuro inmediatamente á navegar en su busca: metió á bordo de su navio, que era bien velero, estos mismes isleños, que le habian

ocho

dado tan agradables avisos, y le habian prometido conducirlo á last minas de Cibáo. Habiendo navegado el Almirante diez y siete leguas àcia el Levante por la costa de Cuba, llegó al Cabo Oriental de ella, y de allí partió para la española, que son diez leguas de travesia al Leste, las que anduvo en veinte y cuatro horas, y el dia siguiente, dia de San Nicolás, entró en un puerto bueno y grande, de mucho fondo, rodeado de espesas arboledas, que llamó San Nicolás, nombre que hoy tiene todavía. Bien hubiera querido el Almirante quedarse algun tiempo en el puerto referido, para el descanso de su tripulacion, hacer aguada y aprovecharse de esa detencion para descubrir la calidad del país; pero le inquietaba mucho la desercion de Martin Alonso Pinzón que consideraba haberle llevado la delantera, y podia haber llegado á las minas de Cibáo: á mas de eso sus guias le decian que para dar con ellas, era preciso caminar mas adelante ácia el Leste. Pasó pues adelante la vuelta del Norte, y á poco andar, vió una isla pequeña, que parecia tener la figura de una tortuga, y de facto le dió ese nombre, y por el mal tiempo que sobrevino, se vió necesitado de buscar un abrigo, y lo halló en un pequeño puerto al Sur de la española que llamó de la Concepcion, y los franceces despues le han llamado Port d' Lécu. Continuando el mal tiempo y la mar estando muy embrabecida, quiso el almirante reconocer lo interior de esta isla Bochio, que era muy grande, y envió para este fin tres castellanos (otros dicen seis) y habiendo andado gran espacio de tierra, volvieron sin hallar gente. Dijeron cosas maravillosas de la tierra que no podia ser mejor, llena de árboles semejantes á los de España, El mismo Colón habia oido cantar un pájaro que le pareció Ruiseñor en la melodia de su canto. Habiendo echado las redes en un rio muy agradable que corria por una llanura la vuelta del puerto, y tambien desde los navios sacaron salmones, lenguados, y otros peces parecidos á los de Castilla, asi no dudaban que aquella isla fuese muy fértil y llena de riquezas: determinó en consecuencia conformarla en el nombre, llamándola Isla Española.

CAPITULO 3.o

Como el Almirante prosigue el descubrimiento de la Isla Española.

Mandó el Almirante poner una gran cruz en la entrada del puerto á la parte del Ouést, y en tanto que la gente estaba pescando en la playa, se entraron tres cristiauos por el monte mirando los árboles vieron mucha gente desnuda, que echó á huir con mucha ligereza por los bosques espantada: luego que se acercaron los nuestros, corrieron los marineros tras ellos, metiéndose en las espesuras, y solo pudieron coger á una muger que llevaba colgada

de la nariz una planchita de oro, y la llevaron á Colón, que la vestir una regaló muchos cascabeles y sartas de vidrio: mandóla camisa, y otras diges mugeiles, y despues de haberla acariciado, regalándola muchas cositas, y sin hacerla daño alguno, la envió al punto á su habitacion, acompañada de tres castellanos y tres indics lucayos que entendian su lengua. El dia siguiente envió nueve hombres à tierra, bien armados con un isleño de San Salvador, que servia de intérprete á la habitacion de la muger que estaba cuatro leguas al Sudeste, y dieron con un pueblo de mil casas esparcidas por el valle, cuyos indios así como vieron a los nuestros abandonaron la poblacion, y se fueron á los bosques; pero el indio guia de San Salvador, fué tras ellos, y tanto bien les dijo de los castellanos que volvieron. Despnes llenos de espanto y temblando, ponian la mano sobre la cabeza de los nuestros, como por honra y cortesía, y traian bastimentos. Los castellanos les regalaron mu→ chas cosas, y en retorno los indios les rogaron que se quedasen aquella noche en su pueblo. Al otro dia volvieron los catellanos al puerto, y con ellos acudió mucha gente de la isla, que desde la víspera llevaban en hombros la muger á quien el Almirante habia regalado la camisa y vestido con su marido que iba á darle las gracias. Volvieron los castellanos con la nueva de que la tierra era muy amena, y mas bella de cuantas hasta entonces habian visto en las otras islas: abundaba de comida, y que los naturales de ella eran mucho mas blancos que los demás indios, y muy tratables; no eran de estatura tan grande aquellos isleños, sino membrudos, sin barbas, con las ventanas de las narizes muy abiertas, y las frentes llenas y anchas que los afeaba mucho, y todos le confirmaron à Colón lo que le habian dicho ya de las minas de Cibáo, donde se cogía el oro, pero que estaban mas á Levante. Entendido de todo el Almirante, aunque los tiempos eran muy contrarios, y deseoso de no perder instante, luego que se sosegó algo el temporal se hizo á la vela, dando vuelta por una canál que está entre la Española y la Tortuga, vió otro puerto que quiso exâminar: entró en él, y le pareció tan hermoso que le dió el nombre de Valparaiso, que hoy se llama Puerto de Paz. Alli le vino á hacer la visita el cacique de la tierra acompañado de una comitiva competente, y llevado sobre los hombros de sus vasallos. Poco despues se vió llegar una gran canoa de la isla de la Tortuga con cuarenta hombres. El cacique de aquel puerto de la Española, les mandó con amenaza de retirarse, y al punto obedecieron, no queriendo desde luego partir con ellos las liberalidades de los europeos. En efecto le regalaron bien, y se volvió á su casa muy satisfecho de los castellanos, que consideraban por su benevolencia y liberalidad, verdaderamente como hombres bajados del cielo. De Valparaiso los dos navios de Colón continuaron su viaje, y fueron á surgir á un puerto que se llamo Santo Tomàs, y es el mismo que los franceses han llamado despues la Baye du can de Loise Acús. A su llegada concurrió un gran número de indios de toda

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